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deportes

¡Pista pa'l ciclista!

Los Alleycats no son tu paseo del domingo en la Ciclovía.

Nada se compara al sencillo placer de un paseo en bicicleta.
-John F. Kennedy.

A diferencia de lo que pensaba este galán y expresidente de los Estados Unidos, para los competidores de un alleycat el placer de montar bicicleta está en viajar a toda velocidad entre carros, buses y motos, violando prácticamente todas las leyes de tránsito, recibiendo pitazos, madrazos y, eventualmente, coñazos.

Lo entendí mientras pedaleaba enguayabado, un sábado en la tarde, bajo un aguacero en Bogotá, tratando de calcular la ruta más rápida para ir de La Soledad (calle 44 con 25), al parque de Bosque Izquierdo (calle 25 con cuarta), luego a la curva de Belisario (calle 88 con circunvalar), para después ir al Virrey (calle 87 con 15), seguir al norte hasta la calle 134 con 17 y volver cuanto antes a la calle 58 con 13.

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Al menos no estaba solo en la causa: 260 ciclistas más andaban en las mismas, soportando la lluvia, lidiando con el tráfico y tratando de conectar en su mente varios puntos lejanos en el laberinto vial bogotano.

Ese sábado una nube de ciclistas se tomó las calles de Bogotá./Cortesía 2en2

Todos estábamos compitiendo en el Bogocat, una carrera en bicicleta que se disputa por las calles de la capital y en la que el ganador es quien logre pasar por varios puntos de la ciudad en el menor tiempo posible. Cada quien decide su ruta, no hay un orden predefinido para completar los checkpoints. Aquí las vías no están cerradas con vallas patrocinadas y ni hablar de una moto de seguridad. Esto es un alleycat. Así como el gato usa sus bigotes para calcular milimétricamente el espacio entre dos rejas, un buen corredor de alleycats sabe encontrar el lugar justo para atravesar toda una fila de espejos y luces rojas. Así como los felinos son capaces de ir a toda velocidad, detenerse por completo, girar sobre una moneda y retomar la carrera, para ganar un alleycat, un ciclista debe ser capaz de ir a toda velocidad, bloquear las ruedas para detener la bicicleta, esquivar a la buseta que cierra el carril para recoger un pasajero y seguir andando codo a puerta con el tráfico. Así, para ganar esta carrera es necesario ser capaz de saltar de la calle a la acera para zigzaguear entre los peatones y sus bolsas, sus paraguas y sus mascotas.

Aparte de todo eso, hay que estar pilo con los hijueputas huecos.

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"La bicicleta es un vehículo curioso. Su pasajero es también su motor". -John Howard

Un par de horas antes, el sol aún brillaba y yo estaba en la esquina de la calle 43 con octava, el lugar pactado para el inicio de la carrera. El parque ya estaba lleno de ciclistas y sus fieles compañeras. Había de todo: desde bicicletas importadas que cuestan más que algunas motos, pasando por las clásicas bicis de ruta ochenteras que muchos heredaron de sus tíos o padres, hasta bicicletas armadas en el 7 de agosto que cuestan lo mismo que un par Dr. Martens.

Todas, sin excepción, irían a parar al suelo, esperando la señal de largada para ser levantadas por sus dueños y pasar de simples objetos inanimados a ser máquinas que transforman bananos en kilómetros y que pueden desplazarse por la ciudad a un paso que solo podría ser igualado por un helicóptero (o alguna especie de turbo-dron).

Las bicis y los manifestos esperando a los corredores./ Cortesía 2en2.

Muchos vinieron desde otras ciudades solo para competir en esta carrera. Estaban varios miembros de los Hemoraiders, un parche de ciclistas de Cali, "la única ciudad donde los ciclistas andan con un machete amarrado al tenedor", según contaba uno de ellos antes de la carrera. También andaban por ahí varios del equipo Inside Clothing de Medellín, entre ellos Nicolás Muñoz, quien ganó el alleycat Dios Salve la Rata hace un par de semanas en su ciudad. Nicolás, sin embargo, no competiría ese día porque no vino a Bogotá a eso: "vine a relajarme, a divertirme y a conocer mujeres".

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Austin Horse se comía una pizza mientras preparaba su revancha, ya que en Medellín llegó de segundo. "No entiendo por qué alguien vendría en Lycras a un alleycat, ¡qué sobreactuado!", me dijo mientras veíamos pasar a uno de sus competidores. También ví a Clinch, quien diseña su propia línea de guantes y maletas para ciclistas Made in Bogotá. Y por ahí, entre los que no usan Lycra ni vienen en parche, me encontré con Santiago, un viejo conocido que hace rato cambió su bici panadera por una de piñón fijo. Me pidió que le ayudara a acomodar la cámara que llevaba en su casco para grabar su primer alleycat. "Este juguete", me decía Santiago señalando el pito que colgaba de su cuello, "va a ser mi mejor amigo para la carrera".

Como antes de cualquier competencia, había algo de nerviosismo en el aire. Las bicicletas están sobre el pasto y sobre sus ruedas el manifiesto u hoja de ruta con los puntos a recorrer (que hasta ahora nadie conoce). Los competidores están acorralados en una cancha de microfútbol esperando la orden para salir corriendo, tomar su burra de entre el montón, leer el manifiesto y salir a toda velocidad hacia el punto que decidan visitar primero.

3,2,1… ¡Y corra a buscar su cicla!

Muchos esperan en parche, como Los Zorros, un equipo de bici mensajeros bogotanos. Nadie está quieto, el que está acompañado conversa y zapatea sin parar y el que no, se acomoda el casco 150 veces. Por fin, uno de los organizadores toma la palabra: "Bueno espero que hayan traído el carnet de la EPS. Las clínicas más cercanas son …". Los competidores responden con una carcajada. "Bueno van a salir primero las chicas así que este conteo va para ellas", continúa el organizador antes de dar el tan esperado "3,2,1 YAAA". En total son 31 mujeres y junto a ellas sale a correr un avispado.

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Ahora solo faltan dos categorías por salir: fijas y categoría libre. Las fijas, o bicicletas de piñón fijo, son las reinas de cualquier alleycat. A diferencia de las bicis en las que todos aprendimos a montar, estas bicicletas no tienen cambios y tampoco suelen tener frenos. La sensación de andar en una bici de piñón fijo es similar a la de pedalear en una bicicleta estática: los pedales nunca se detienen y van acumulando la inercia de cada pedalazo, esto se debe a que el piñón (esa cosa pequeña por la que pasa la cadena en la parte de atrás) está pegado a la rueda trasera. Es el ritmo de sus piernas, y no los cambios ni frenos, lo que determina la velocidad a la que se mueve su bicicleta. Al igual que con una bici normal, usted debe pedalear más rápido para acelerar, pero tenga cuidado, porque luego va a tener que volver a usar sus piernas para ponerle resistencia a sus pedales y reducir la velocidad para, digamos, esquivar a la chica que aparece de la nada ofreciendo Vive 100 a los conductores que esperan en el trancón.

"Ahora las están pidiendo mucho", me dijo Juan Carlos Moreno cuando me vendió la mía hace más o menos un año, "yo no sé por qué, la verdad yo nunca he montado en una fija fuera del velódromo". Moreno es parte de una familia dedicada al ciclismo hace varias generaciones. Y es verdad, las bicicletas de piñón fijo fueron diseñadas para usarse en el velódromo, donde la inercia acumulada por cada pedalazo ayuda al ciclista, quien rara vez tiene que esquivar vendedores ambulantes. Sin embargo, en algún punto entre los años setenta y ochenta, los bici-mensajeros neoyorquinos las empezaron a usar en la calle ya que eran baratas y, al no tener frenos ni cambios, requerían menos mantenimiento y más destreza. Desde entonces, las bicicletas de piñón fijo son las reinas de los alleycats y, de hecho, en muchos son las únicas que compiten.

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"Consígase una bicicleta, no se arrepentirá. Si sobrevive". -Mark Twain

Minutos después de la partida, a eso de las 4:00 p.m., una nube de ciclistas se apoderó de la carrera 13. Muchos salieron de la calle 42 y bajaron por la 39 dejando a la mitad de los conductores perplejos y la otra mitad pegados al pito. Todos los carros redujeron la velocidad para dar paso a la caravana furiosa. Al igual que yo, la mayoría de los corredores decidieron pasar primero por los puntos ubicados en la calle 44 con 25 y la calle 37 con 17 para luego subir a Bosque Izquierdo, en la calle 25 con cuarta.

Cualquiera que conozca Bogotá sabe que para ir de la carrera 17 a la carrera cuarta hay que subir. Pero dependiendo de la calle que se tome tendrá que subir una rampa o una pared. Por andar pensando en qué posición iba, en cuántos tequilas tomé la noche anterior y en qué checkpoint irían los líderes de la carrera, me pasé de la rampa y me tocó subir por una de estas paredes.

Para correr el Bogocat usar casco era obligatorio, cualquier casco./ Cortesía 2en2.

Unos minutos después estaba trotando con mi bici en la mano para llegar a la esquina de la calle 34 con quinta. Volví a montarme en la bici de ahí en adelante. Esa avenida es un sube y baja (o cómo los llaman los ciclistas "columpios"). Fácil: solo hay que aprovechar el impulso de las bajadas para coronar las subidas. No tan fácil: hay que rezar para que todos los semáforos estén en verde.

El secreto para pasarse en bicicleta un semáforo en rojo está en buscar ese espacio prudente que los conductores de los carros que tienen la vía en verde dejan entre su vehículo y el de delante, para usarlo de manera imprudente. Si vio el espacio, tómelo sin dudar. Rodee el "bumper" trasero del carro que pasó y párese en sus pedales antes de que lo alcance el carro que viene. Reciba su madrazo con humildad mientras se aleja, dejando atrás una estela de adrenalina.

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Unos metros más adelante me encontré de frente con una fila de ciclistas que se descolgaba en contravía por toda la carrera quinta. Iban pegados a la acera izquierda y a su paso gritaban "pista pista. pista pa'l ciclista!" Y hubo pista, aunque no sin quejas. En un alleycat, se oyen más los pitos que las bielas.

Camilo Rodríguez, el ganador de la categoría de piñon fijo, siguiéndole la pista a Austin Horse por toda la carrera Séptima./Foto Austin Horse

Los periódicos, aparentemente, son incapaces de distinguir entre un accidente de bicicletas y el colapso de la civilización. -George Bernand Shaw

Unas semanas atrás, Austin Horse me explicaba que, por más arriesgadas que parecieran sus maniobras, y aún si a muchos les parecen una falta de respeto hacia conductores y peatones, la idea era siempre pasar lo más rápido posible y sin molestar a nadie. "Solo quédense en su lugar, no se asusten, no se muevan y nosotros seguiremos por nuestro camino", dice en una de sus películas Lucas Brunelle, quien se hizo famoso por grabar alleycats alrededor del planeta. Y me gustaría mucho creer en la buena voluntad de Horse, Brunelle y todos los demás ciclistas, pero no puedo. La verdad es que los ciclistas sí somos imprudentes, tomamos riesgos innecesarios y no siempre tenemos consideración hacia los conductores y peatones. ¿Excusas? Abundan: algunos hablan de la injusticia de tener vías que siempre priorizan al carro sobre otros medios de transporte; otros echan en cara las "cero emisiones", o el odioso " un carro menos, y no faltan los que hablan de riesgo controlado o "patanería responsable".

La verdad es que los alleycats no tienen justificación y tampoco la necesitan.

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Andar en bicicleta a toda velocidad por las calles congestionadas de una ciudad es un placer egoísta, como todos los verdaderos placeres. No existe una buena justificación para los alleycats, pero tampoco la necesitan. Estas carreras no tienen como objetivo promover una alternativa de movilidad, ni salvar al mundo de las emisiones de gas carbono, aquí lo único que cuenta es poner a prueba las destrezas adquiridas por un grupo de ciclistas que decidieron unirse al caos para no tener que luchar contra él. Antes que un llamado a la sensatez, un alleycat es una trompada en la cara. Como dicen por ahí: es mejor pedir perdón que pedir permiso.

Aquí lo único que cuenta es poner a prueba las destrezas adquiridas por un grupo de ciclistas que decidieron unirse al caos para no tener que luchar contra él.

Aún así los alleycats tienen tantos aficionados como detractores, sobretodo en el mundo del ciclismo. Hace unos días, Leo, un mecánico en una reconocida tienda de bicicletas me preguntó mientras le ajustaba la cadena a mi bicicleta: " Y qué, ¿ya fue a uno de esos alleycats?"

Para el mecánico, y para muchos más, el problema de andar luciéndose con la bicicleta es que los platos rotos los pagan aquellos que no tienen (o que no les interesa exhibir) un dominio extraordinario sobre su caballo de acero: "Usted va y se le atraviesa a un carro y no pasa nada. Pero ese conductor va a quedar pensando: 'esos de las bicicletas son unas gonorreas' y el día de mañana va y le echa al carro a un ciclista que va tranquilo respetando la vía".

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Pista pa'l ciclista. Cortesía 2en2

Si para algunos ciclistas cruzar una intersección a toda velocidad es un ejemplo de riesgo controlado, existen otros riesgos de los que no se salva ni el más hábil:

"Salí del checkpoint de Bosque Izquierdo y dije: pa' abajo, por la quinta no porque está lloviendo, es en contravía y no llevo freno. Breve, más bien subo a coger la circunvalar y me tiro por esa derecho hasta la ochenta y pico. Arrancamos por toda la carrera cuarta con otros cuatro gatos, buscando una calle que nos botara a la circunvalar, hasta que al fin dijimos 'bueno, por esta'. La calle era re empinada y como íbamos en fija nos tocó bajarnos. El que iba de primero se cargó la burra al hombro y pasó. Pero detrás del man salieron una, dos, tres, cuatro, cinco ratas. De un momento a otro nos tenían rodeados. Uno tenía un revólver y los demás cuchillos. Todos galeados, basuqueados… no, no, no, muy diablos. Y de una nos dijeron: pasen las ciclas y todo lo que tengan. Esa mirada, fija en uno pero al tiempo toda perdida. Me quedé quieto mientras los manes me iban quitando todo: el celular, una radio, la camisa y la GoPro que llevaba en el pecho. Yo solo pensaba: esta es una pesadilla, ¿de dónde salieron estos diablos y en qué momento uno se chifla y nos mata? Pero nada, cuando me di cuenta ya se estaban yendo con las ciclas. Bajamos caminando hasta el checkpoint para avisarle a los demás que no cogieran por ahí. Afortunadamente no nos pasó nada, pero por andar de gatos perdimos con las ratas".

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Mientras gatos y ratas se enfrentaban en la Perseverancia, yo pedaleaba solo por la carrera Séptima. Sencillo paseo o patanería responsable, montar en bici sigue siendo una de las cosas más agradables de la vida, sobre todo tras un aguacero. El movimiento constante, el seseo de las ruedas salpicando el pavimento, todo el peso del cuerpo sostenido e impulsado a toda velocidad por cinco tubos y una polea.

Ni Gokú en su nube voladora estuvo así de cerca de ser libre.

Luego hay que subir hasta el famoso puente de Belisario, el punto en el que se dividen la avenida Circunvalar y la carretera que lleva a La Calera. Para hacer esta subida en una bicicleta sin cambios hay que tomar impulso y pararse en los pedales sin aflojar el paso, así las sienes palpiten, así el jean mojado se sienta como un traje de caucho, así cada bocanada de aire se transforme en un chorro de ácido que baña la piernas.

Codo a espejo. / Cortesía 2en2.

Al llegar arriba vi a un tipo con la mejilla raspada e hinchada. Era Yader, un amigo de Clinch, al que también había conocido un par de días antes. ¿Habrá perdido en el baile de los semáforos y fue a dar contra el pavimento? o ¿será que por andar sin frenos término estampándose contra el baúl de un carro? (y luego contra el pavimento).

Aún con la cara rota, Yader terminó la carrera./ Cortesía 2en2.

Todo lo contrario.

"Nunca le pongo freno y se lo puse hoy solo para la carrera", me dijo mientras arrugaba la cara y se aferraba al manubrio de su bici de piñón fijo, " Venía subiendo con toda por la circunvalar cuando se soltó la palanca, el freno se enredó en la rueda delantera y PUM! de cara contra el pavimento".

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Nunca los subestimen, pero los alleycats son mucho menos peligrosos de lo que parecen. Al investigar acerca de las víctimas fatales de estas carreras, solo pude encontrar dos casos. Uno sucedió en Chicago en 2008 y el otro en Ciudad de México en febrero de este año. Dos muertos siguen siendo dos muertos de más, pero es una tasa de fatalidad baja comparada con otros deportes extremos como la escalada en roca y el esquí alpino.

"¿ Y, está bien?", le pregunté a Yader mientras recuperaba el aliento y me preparaba para el descenso.

"Sí, sí, todo bien. Nos vemos en la llegada" Me contestó mientras volvía a acomodar su freno.

La vida es como la bicicletas de carreras, la mayoría de nosotros tenemos velocidades que no usamos nunca. -Charles Schultz

Cuando volví a la séptima, vi a varios ciclistas que ya venían hacía el sur para terminar el recorrido, mientras que a mí aún me faltaban los puntos de la 134 con 17 y la calle 87 con 15. Mi nueva meta era terminar la carrera antes de que cayera la noche.

Santiago, su pito y Austin. / Cortesía 2en2.

Y lo logré, llegué a la calle 58 con 13 con la última luz del día. Juan Manuel Prado, quién ganó en la categoría libre y fue el primero en terminar todo el recorrido, tardó una hora y cinco minutos. A mí me tomó una hora con cuarenta minutos (en el mundo de los gatos, yo vendría siendo algo así como Garfield). Camila Calvo, en la categoría femenina y Camilo Rodríguez, en la de piñón fijo, completaron la premiación de la carrera.

A parte de Yader, los cinco robados y otros cuantos raspados, la segunda versión del Bogocat (que es el más grande, más no el único de los Alleycats en Bogotá) se completó sin mayores percances. Fuera de un corredor que fue amenazado con recibir una multa por pasarse un semáforo en rojo frente a una patrulla de policía y de la molestia causada por las casi 300 bicicletas que se tomaron la calle 58 al final de la carrera, no hubo ningún problema con la autoridad.

Digan lo que digan, las carreras clandestinas de bicicletas siguen siendo más seguras que un domingo cualquiera de fútbol.

Aquí está la carrera vivida desde el manubrio de uno de los Hemoraiders: