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Así es crecer en

Así es crecer en Disneyland Paris

La casa en la que forjé mis primeros recuerdos, el parque en el que me divertí con mis mejores amigos, el lago junto al que fumé mis primeros cigarrillos... todo pertenecía a Mickey Mouse.
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La nueva ciudad de Marne-la-Vallée data de la década de 1960. Se extiende a lo largo de 20 km, desde Bry-sur-marne hasta Bailly-Romainvilliers, y está dividida en cuatro áreas. La del este se llama Val d'Europe; allí fue donde crecí. Después de una lenta expansión, el Gobierno decidió reiniciar las obras a mediados de los ochenta. Por aquel entonces, Walt Disney había empezado a mostrar mucho interés en establecer un parque en Francia. El 24 de marzo de 1987, se firmó un acuerdo para la creación y el desarrollo de Disneyland en Francia. Posteriormente se construiría el parque entre Brie y la capital francesa. Según se cuenta, el representante de Disney quería que Mickey Mouse firmara por él, propuesta que el Primer Ministro francés, Jacques Chirac, rechazó con elegancia.

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Cuando yo tenía cinco años, nos mudamos a vivir cerca de Disneyland. Solo tengo vagos recuerdos del departamento de Seine-Saint-Denis y del edificio en el que vivía antes de trasladarnos. Cuando llegamos a nuestro nuevo barrio, todo estaba aún en obras, pero en esa zona siempre es así. Siempre veíamos alguna grúa asomar por encima de los árboles alineados a ambos lados de las tranquilas calles. Nuestro coche se detuvo frente a nuestro futuro hogar, todavía en construcción. Era una de esas casas prefabricadas, parecida a las casas colindantes y a las que había por todo el barrio. Yo estaba emocionadísimo ante la idea de vivir en una casa. Tras pasar unos cuantos días en un hotel, finalmente nos mudamos. El parque había abierto en 1992, pero aún quedaba mucho por construir.

El acuerdo de 1987 establecía una asociación sin precedentes entre los sectores público y privado. En pocas palabras, Disneyland es propietaria de prácticamente todo lo que hay en mi casa. De las 3.233 hectáreas de la zona, 2.230 fueron concedidas a EuroDisney. El gigante decidió qué aspecto debían tener las casas y los barrios y quién se encargaría de su construcción. A cambio, el parque potenciaría el turismo y contribuiría a la bajada de los impuestos sobre la vivienda de la zona. Todo lo que hay allí existe gracias a Mickey: la casa en la que forjé mis primeros recuerdos, el parque en el que me divertí con mis mejores amigos, el lago junto al que fumé mis primeros cigarrillos e incluso los árboles a los que trepaba para convencerme de que era un elfo del bosque y no un niño que siempre comía solo en el comedor de la escuela. Es extraño que aquella idea me asaltara mucho tiempo después. Pueden distinguirse claramente las áreas de la parte vieja y los nuevos pabellones construidos con el impulso de EE. UU. Los pueblos antiguos tienen un aspecto muy francés, con sus lavaderos, sus iglesias, sus granjas abandonadas y sus grupos de racistas. El resto es como Wisteria Lane, una extraña amalgama sociocultural con profusión de vallas blancas, jardines bien cuidados, piscinas y un silencio abrumador.

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El autor y su hermana en su barrio, en constante transformación

El sueño de mis padres era ser propietarios. Como muchos otros matrimonios, lo vieron como una oportunidad para criar a sus hijos en un entorno privilegiado. El parque estaba solo a unos minutos en coche y a media hora andando si sabías por dónde ir. Empezaron a abrirse las escuelas y los comercios proyectados parecían muy prometedores. Sería incapaz de dar una cifra estimada de la población de la zona en aquella época. Solo sé que las minorías eran tan reducidas que no eran siquiera dignas de mención, pero aun así su presencia fue suficiente para que algunos de nosotros acabara cantando rap. Al poco tiempo, todos teníamos una suscripción anual al parque. En aquella época la magia todavía brillaba en mis ojos. Aunque no tenía acceso a algunas de las atracciones, ¡estaba en Disneyland!

Cuando llegas a una edad en la que te rebelas interiormente contra todo el mundo o vives sumido en internet, empiezas a ir solo a Disney, sin tus padres. Hay que tener en cuenta que prácticamente todo el que vivía en la zona tenía un pase anual o algún familiar que trabajaba en el parque y que podía dejar pasar a visitantes. Por eso pude celebrar varios cumpleaños seguidos en Disneyland bajo la supervisión de unos padres cansados de regresar a su lugar de trabajo también los fines de semana, con caras de tristeza y aburrimiento, como las de los tipos enfundados en aquellos disfraces.

Cuando pregunto a mis amigos que también vivían en la zona cómo influyó el parque en sus vidas, suelen darme la misma respuesta desencantada: "No había otra cosa que hacer". ¡Qué desagradecidos! Eso es verdad solo a medias. Siempre había algo que hacer en uno de los principales destinos turísticos de Europa. Había bares, un cine y varias actividades en periodos vacacionales. Alguna montaña rusa que acabábamos aprendiendo de memoria, cada giro, cada looping, el momento exacto en que teníamos que enseñar el dedo medio o poner nuestra peor cara para estropear la foto de familia de los turistas de delante. Podíamos caminar por las avenidas del parque con los ojos cerrados. Nos reuníamos, sin la menor intención irónica, en Adventureland, frente al laberinto de Alicia en el País de las Maravillas, o junto al Ala-X de Star Tours.

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Mi hermana me dijo que la proximidad al parque ayuda a los niños a familiarizarse con el sonido de muchos idiomas. Supongo que como ocurre en tantos otros sitios turísticos. En pleno centro del recinto, Disney construyó viviendas para sus empleados. A menudo llegan jóvenes de todo el mundo a trabajar durante una temporada y a aburrirse soberanamente a las puertas de París. La mayor parte de la población de Val d'Europe que llegó a finales de los noventa venía a trabajar para Mickey. Cuando tuvimos la edad de hacer nuestra primera incursión en el mundo laboral, los que tenían suerte trabajaban en el parque y los que no, en algún hotel cercano, como en mi caso. La diversidad existente entre los trabajadores del parque se podía oír en los autobuses, las calles y el centro comercial. Si a esto le añadimos los turistas, obtenemos una feliz mezcla de idiomas que constituían la banda sonora del parque.

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Al final de Serris, mi pueblo, poco antes de llegar al restaurante de mis padres y de la rotonda, si seguías los arbustos y te adentrabas en la vegetación, encontrabas un edificio antiguo, desde el que se informaba al público sobre la apertura del parque en 1992. Fue derribado en 2010 y hoy día ha sido sustituido por algún edificio de oficinas o almacenes de las empresas cercanas. Aquel lugar se convirtió en mi patio de recreo favorito, de adolescente. Tuve mis primeras experiencias en aquel viejo hangar, ante los restos de la presencia de Mickey. A veces, mis amigos y yo íbamos al parque y nos montábamos borrachos en la montaña rusa o patinábamos por la zona, pero volvíamos a aquel edificio abandonado muy a menudo. La decadencia y la ruina del lugar coincidieron a la perfección con la muerte de mi infancia.

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Pasada la adolescencia, Disney pierde su poder de seducción y el parque pasa a ser, a lo sumo, un mero lugar de trabajo. Se abandonan el Disney Village y sus carísimos bares en favor de los pocos sitios en los que se puede beber sin temor a darle un golpe a un niño o por bares de París. Íbamos al cine o con la familia para perpetuar la tradición. Recorríamos cada rincón de los hoteles como buscando la sensación de estar de vacaciones en casa. En cualquier caso, Disney dejó de ser el epicentro de todo. La marca y su influencia económica siguen presentes, pero por lo demás, se desvanece.

Al poco tiempo huí de aquel entorno y me fui al instituto a París. Le di la espalda a los personajes, las atracciones, a sus colores chillones y artificiales. Nunca fui joven en Disneyland París. Solo regresé para volver a ver aquel viejo edificio antes de que lo derribaran. Dejé de comprar suscripciones anuales. Quizá hace cinco años que no vuelvo al parque. Como mucho, voy al Village. Por poderosa que sea, la influencia de Disney en mi vida actualmente es solo parcial, como el resto de factores de mi entorno social y geográfico.

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El hecho de que una empresa controle la planificación urbana de un puñado de distritos resulta fascinante de por sí. En muchos aspectos, el caso de Disneyland resulta muy interesante, desde las ordenanzas sobre la decoración exterior de las casas hasta las negociaciones políticas generadas por el proyecto y el acuerdo de 1987. Lo cierto es que hay mucha literatura al respecto. No puedo recomendarla porque no la he leído. Lo que no está tan documentado es la huella que la firma deja en las vidas de las familias, en sus caminos y sus relaciones.

La oportunidad económica es real. Sin Disney, mis padres probablemente nunca podrían haber abierto su pequeño negocio, y si este no funciona tan bien, no se debe tanto a Mickey como a otros factores. El ratón ayuda al milagro económico, pero Disney lo engulle todo. Devoramos el parque y sus atracciones hasta los huesos, aunque nos deje un sabor amargo de boca, aunque no nos haga más afortunados ni nos satisfaga. «No sabía lo que era la desgracia hasta que conocí nuestros fríos suburbios», escribió Camus. En alguna parte, lejos, los míos te reciben con una cálida bienvenida que se torna en tristeza al final, como el juguete de un niño.

@ilyassm

Traducción por Mario Abad.