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¿Ha llegado una especie de primavera sudamericana a Brasil?

Las manifestaciones no tienen pinta de aflojar el ritmo.
revolución del vinagre

El gobernador de Sao Paulo está en París. Ayer por la noche, cerca de 65.000 personas paralizaron esta ciudad. Duró seis horas y causó 250 kilómetros de retenciones. Decían, “¡La gente se ha despertado!” Recorrieron las calles hacia la oficina del gobernador, y mientras la policía se atrincheraba detrás de unas puertas de hierro altísimas, la multitud gritaba “¡Gobernador Alckmin, no te preocupes, habrá más manifestaciones cuando vuelvas!” (se supone que en Portugués tiene que rimar). Lo que está pasando ahora mismo en Brasil estalló cuando el gobierno decidió subir 20 céntimos el precio del billete de transporte público en todo el país. No parece una gran cantidad de dinero, pero para aquellos con rentas mínimas que viajan a diario para ir a trabajar, esta subida puede significar una reducción del 16% de lo que se llevan a casa cada mes. El día de la subida, 500 estudiantes marcharon por la Avenida Paulista en Sao Paulo y fueron perseguidos por policías que utilizaron gas lacrimógeno y balas de goma. Los medios de comunicación les llamaron vándalos –niños consentidos de clase media. Fueron tan hábiles buscando popularidad como Nick Griffin aprobando el sacrificio de un conejo. Pero eso fue el 6 de junio.

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Desde ese día se ha extendido un sentimiento contra el gobierno por todo Brasil y, anoche, el resto del país se unió a la protesta. En Salvador, 3.000 personas tomaron las calles. En Belém, 10.000. En Porto Alegre, otras 10.000. En Brasilia, la capital del país, marcharon hacia el parlamento y bailaron en el tejado. En Rio de Janeiro, 100.000 personas salieron a la calle. Un pequeño grupo atacó edificios de la asamblea y los quemaron. El resto de los manifestantes intentaron detenerlos pero no pudieron. A pesar de este pequeño incidente, la manifestación fue mayormente pacífica. En conjunto, ayer, poco menos de un cuarto de millón de personas tomaron las calles de Brasil para hacer una protesta pacífica. En Sao Paulo, donde todo empezó, el lema más popular es “¡No a la violencia!” Y después de que cuatro manifestaciones fueran reprimidas con gas lacrimógeno y pelotas de goma, finalmente la policía entendió que no podrían detener este alzamiento con la fuerza de su autoridad. “No es una coincidencia,” decían en Sao Paulo, “¡Sin policías no hay violencia!” Otros cánticos pregonaban, “¿Cómo puede un profesor ganar menos dinero que Neymar?” y, “¡Globo News, métetelo por el culo!” Pero, como en el Parque Gezi, donde no sólo se trata de unos árboles cortados, las protestas en Brasil no se tratan solamente de unas monedas de cambio. Fueron los idealistas de Brasil los que votaron al partido obrero de izquierdas (PT). Muchos de esos votantes se enamoraron del expresidente Lula da Silva, el niño pobre que se las apañó para llegar a ser alguien. Pero el hedor a corrupción que emanaba de él y de su sucesora, Dilma Rousseff, ha llevado a la gente a compararlos con los dictadores que estuvieron masacrando el país durante 20 años. Ahora, están haciendo una enmienda institucional a toda prisa para prohibir la formación de nuevos partidos de la oposición, cosa que da cierto escalofrío. Como telón de fondo, la Copa de Confederaciones está en su cuarto día. En el partido inaugural, los brasileños finalmente aceptaron su actual seleção (su equipo nacional de fútbol) pero abuchearon a Rousseff. También abuchearon a Sepp Blatter. Tu también lo harías, ¿verdad? A parte de todos sus otros errores, Sepp parece que se haya adaptado muy bien a su papel de dictador –aunque en este momento éste no sea un papel demasiado popular en Brasil.

El año que viene la Copa del Mundo se celebrará en Brasil, y de momento ya ha costado más dinero que la competición de Suráfrica, China y Alemania juntas. Están construyendo estadios en el medio del país, donde nunca ha habido cultura de fútbol. Y las renovaciones del estadio Mané Garrincha de Brasilia lo convierten en el estadio de fútbol más caro del mundo. Como era de esperar, esto ha impulsado un nuevo cántico en las manifestaciones: “¡Quedaos con vuestra Copa del mundo! ¡Queremos sanidad y educación!” Dentro de dos décadas está previsto que Brasil se convierta en una de las principales 5 economías del mundo. Tienen dinero, pero es una riqueza que afecta a muy poca gente. Últimamente los tomates se han vuelto tan caros en Sao Paulo que una revista recomendó a la gente qué podían utilizar como alternativa. (no mucho, aparentemente.) Así que hasta que todo esto no cambie de alguna forma –con una mejor participación y un repartimiento más equitativo de la riqueza- las protestas continuarán. Y mientras la policía se mantenga al margen, las protestas seguirán siendo pacíficas. “Vosotros también tenéis que coger los autobuses”, era otro lema que les gritaban ayer por la noche. Hoy a las 5 de la tarde los protestantes se reunirán de nuevo en Sao Paulo. De hecho la palabra “protestantes” suena demasiado marginal como para definir el punto al que todo está llegando; es más apropiado llamarles “el pueblo”. Algunos la llaman la Revolución del Vinagre (después de que un periodista fuera detenido por llevar vinagre para evitar los efectos del gas lacrimógeno), otros la llaman la Free Travel Movement, otros quieren llamarla la Primavera Brasileña y otros van tan lejos como para tratarla como una guerra civil entre el pueblo y los políticos. Llámalo como quieras, sólo acaba de empezar.

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