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Humanos contra dioses: la extraña relación entre las artes marciales y la religión

La Biblia, el Corán y la Torá hacen múltiples referencias al antiquísimo arte de ahostiarse. Os hemos recopilado algunas de las más destacadas.
'Odin y Fenriswolf, Freyr y Surt', de Emil Doepler

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El presidente de la UFC, Dana White, suele decir que todo humano entiende las peleas: están en nuestro ADN. El legendario combatiente japonés Miyamoto Musashi enseñó que los principios del Bushido, el camino del guerrero, se puede aplicar en cualquier contexto humano… incluyendo la religión.

Estas dos observaciones están presentes en la conciencia humana desde hace milenios: las artes marciales —o, al menos, el acto de pegarse a mano abierta— se pueden encontrar en documentos antiquísimos, como los textos fundacionales de muchas religiones. Precisamente quería hacer un pequeño repaso —no os preocupéis, será puramente académico: nada de teología aquí— sobre lo que representa la lucha en las religiones del Libro: judaísmo, Islam… y cristianismo, por supuesto.

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Más lucha: Los oscuros orígenes de las artes marciales Shaolin

El combate ya se menciona en textos antiguos en el contexto de la lucha divina, donde la creación se lleva a cabo mientras los dioses combaten con monstruos: el cadáver de estos terribles seres es usado como material para la creación. Un poco como quien recicla una espina de pez para hacerse un peine, vamos (?).

Un ejemplo de ello son los mitos nórdicos sobre el dios Odín y sus hermanos, que tras derrotar al gigante Ymir utilizaron su cuerpo exánime para crear el mundo. En Mesopotamia, el poema babilónico Enuma Elish cuenta que los dioses acabaron con el terrible monstruo femenino Tiamat y luego lo dividieron en dos partes como si de un pescado se tratara: una mitad se convirtió en el cielo y la otra mitad en la tierra.

El mito del Génesis, en cambio, viene dado por la palabra y no por el combate. Esta característica no es única de la Biblia y también se da en algunos mitos egipcios, especialmente en los fundacionales de la ciudad de Men-Nefer (la villa que los griegos llamaron Menfis, ubicada frente a la actual Helwan). Según la tradición, el dios Ptah, una suerte de McGyver cuya existencia es anterior al propio tiempo, habría creado el mundo a partir del pensamiento y posteriormente de la palabra.

'Tolo' con los colegas: el faraón Tolomeo II Filadelfo (derecha) presenta el equilibrio de Ma'at a la diosa Sekhmet (izquierda) y al dios creador Ptah. Imagen vía usuario de Flickr Jan Kunst.

En las religiones del Libro, la creación no se realiza por vía violenta, sino por la palabra. No obstante, el combate divino ya aparece en la tradición judía: el libro de Isaías (27:1) hace referencia al día en que "Yahvé usará su espada para matar al Leviatán". Según el mismo libro, Dios también habría tenido sus más y sus menos con el dragón marino Rahab, el gobernante del mar: este tipo de historias son comunes en la mitología semita.

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En el libro Historias del Antiguo Canaán, de Michel D. Coogan y Mark S. Smith, descubrimos que —¡qué casualidad!— el dios Baal también derrotó a Yam, el señor del mar. La diosa Astarté alabó su victoria en un verso similar al que encontramos en el Salmo 104:3:4:

¡Viva Baal el Conquistador!
¡Viva el jinete en las nubes!
El príncipe Mar es nuestro preso,
el juez Río es nuestro preso.

La Biblia hebrea presenta multitud elementos de combate divino, pero no se limita a eso. En sus páginas también cabe la forma más antigua de combate mano a mano: la lucha libre.

El libro del Génesis (32:24-30) cuenta cómo el patriarca hebreo Jacob peleó con un misterioso ser divino. Tras enviar a su familia al otro lado del río Jabbok, suponemos que a por tabaco, Jacob pasó la noche luchando con este misterioso ente. En la batalla, la cadera de Jacob se disloca, pero él termina venciendo y se las arregla para capturar a su oponente. Éste le ordena que le suelte; Jacob, que debe ser la mar de buen tío, acepta bajo la condición de recibir la bendición de su misterioso enemigo.

La historia se resuelve con un gran giro dramático, ya que resulta que el oponente en cuestión no solo bendice a Jacob (lo normal: te ahostias con alguien y luego le bendices), sino que además le da el nombre de Israel, 'el que lucha por Él': "[…] porque has luchado como príncipe con Dios y con hombres, y has prevalecido". Jacob luego bautiza el lugar de su encuentro con el nombre de Peniel —literalmente, 'el rostro de Él'—, porque "he visto a Dios cara a cara, y mi vida es preservada". Un tipo humilde, al parecer.

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Muchos eruditos discuten si el misterioso luchador contra el que peleó Jacob era un ángel o un espíritu del río. Esther J. Hamori, en Cuando los Dioses eran Hombres, argumenta que el misterioso combatiente era ni más ni menos que Dios mismo —así, a palo seco—. La forma humana de la divinidad daría sentido a las referencias textuales de luchar con Dios y verlo "cara a cara".

Cuando la región de Judea pasó a formar parte del Imperio romano, para goce y disfrute de los fans de Monty Python, el choque cultural provocó preguntas ciertamente curiosas. Una de estas incógnitas era saber qué actividades grecorromanas podían considerarse 'kosher', es decir, permisibles para los judíos: y una de las propuestas de ocio más populares de la época resultaba ser ni más ni menos que el combate de gladiadores.

'Pollice verso' ('Pulgar hacia abajo'), de Jean-Léon Gérôme. Los tipos de la grada pidiendo que le corten el pescuezo al vencido son la mar de simpáticos.

Los judíos no eran inmunes a la fascinación de los gladiadores, pero les preocupaba que ir a ver tíos ligeros de ropa matándose entre ellos pudiese ser incompatible con su religión. Es por ello que hubo varias resoluciones talmúdicas —esto es, conclusiones a partir del análisis teológico de los textos— sobre la cuestión.

Especialmente destacada es la conclusión del gran rabino Nathan el Babilonio. Este analista de las escrituras hebreas resolvió que los judíos podían ir a las peleas de gladiadores por las siguientes razones:

Primero, porque al gritar uno podría salvar [a la víctima]. Segundo, porque uno podría dar evidencia [de muerte] a la esposa [de una víctima] y entonces permitirle volver a casarse

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Lógica aplastante, sin duda. Estas reglas para las peleas de gladiadores prueban que los judíos asistieron a eventos de gladiadores: si no, no habrían examinado la posible compatibilidad con su religión. Tal vez el gran rabino Nathan incluso fuese un fan y todo.

Otro maestro del judaísmo que guardaba una relación con los combates de gladiadores era Saulo de Tarso, a.k.a. Pablo el Apóstol. Antes de volverse una de las figuras más influyentes del cristianismo, Pablo fue un fariseo nativo de lo que ahora es Turquía. También era ciudadano romano, lo que le permitía solicitar la 'dignidad' de la muerte por decapitación en lugar de la crucifixión. Como hablaba griego, además, es muy probable que Pablo estuviera plenamente integrado en la cultura grecorromana.

El mosaico Zliten de la antigua ciudad de Lepcis Magna, hoy Libia. Siempre me ha fascinado el tío del centro con la lanza: parece que le importe una mierda lo que pasa a su alrededor.

En Forjado: Escribiendo en el Nombre de Dios, Bart Ehrman argumenta que muchas de las cartas atribuidas a Pablo en el Nuevo Testamento son falsas. Incluso así, sin embargo, Ehrman sostiene que la Primera Epístola de los Corintios sí que fue escrita por él, así que utilizaremos este texto como representación de lo que sabía Pablo sobre los deportes de combate en el mundo grecorromano.

En 1 Corintios 9:26, Pablo hace una suerte de referencia al boxeo: "Por tanto yo corro, no con incertidumbre, y yo peleo, no con otro, sino que golpeo al aire". Como parte de una argumentación más extensa sobre la resurrección del cuerpo, Pablo también se refiere a los gladiadores que pelearon con animales en al arena; en 1 Corintios 15:32, el apóstol dice lo siguiente: "Si por motivos humanos luché contra fieras en Éfeso, ¿de qué me sirve? Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos".

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En este fragmento, Pablo parece referirse a un suceso de su propia vida: tal vez un episodio de persecución en el cual fue obligado a pelear con un animal en la arena. Así que parece que Pablo estaba familiarizado con los deportes de combate grecorromanos, del boxeo a los combates de gladiadores… y quizás más incluso que con la equitación, visto que todo su famoseo empezó cuando se cayó de un caballo (perdón, tenía que hacer este chiste como fuera).

Fragmento de 'San Pedro y San Pablo', de Guido Reni. La actitud de Pedro abajo es un poco rollo "sí sí, tú cuéntame todas las trolacas que quieras, que mientras yo voy pensando en la lista del súper".

El cristianismo y judaísmo, sin embargo, no son las únicas religiones que se refieren a las artes marciales o a los deportes de combate. Los textos islámicos también hacen referencia a la lucha.

Junto con el Corán, el Islam incluye en su tradición la Sunna, una colección de mitos y enseñanzas orales que conciernen a la vida del profeta Mahoma. Varias de estas tradiciones orales mencionan la lucha. En Riyad as-Salihin (Los Jardines de los Rectos), se cita al Profeta diciendo lo siguiente: "El hombre fuerte no es el que lucha, el hombre fuerte es el que se controla a sí mismo en un ataque de rabia".

En Kitab al-Libas (el Libro de las Ropas, un bonito título sin lugar a dudas), Ali ibn Rukanah dice que su padre "luchó con el Profeta […] y el Profeta lo lanzó al suelo". Estos dos versos sugieren que Mahoma, además de encargarse de dirigir el cotarro, era un buen combatiente y utilizaba la lucha como una analogía de sus enseñanzas.

Este punto es bastante significativo. Según algunas traducciones, la Sura al-Ahzab dice que para todos los fieles "ha habido ciertamente un buen patrón para todo aquél que cree en Alá en su Mensajero". Ello implica que Mahoma es un ejemplo perfecto de lo que todo musulmán debería ser y por lo tanto convierte la lucha no solo en permisible, sino también en algo noble. No es de extrañar que Irán ganara seis medallas en deportes de lucha en los JJOO de Londres 2012 y que el torneo más prestigioso de 'submission wrestling' tenga su sede en Abu Dhabi.

El luchador iraní de lucha libre Komeil Ghasemi celebra tras ganar una medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Foto de Suhaib Salem, Reuters.

Tenemos, pues, que tanto la Biblia como el Talmud y la Sunna mencionan los deportes de combate: está claro que el tema de pelearse es más antiguo que el ir a pie. Si buscamos, además, podríamos sacar mil ejemplos más de los textos de India y Asia… pero ese será un artículo para otro día.