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¡chooof!

¿Son un arte los piscinazos?

¿Por qué nadie aprecia el arte de un piscinazo perfecto? Probablemente, es momento de reconsiderar la parte oscura del fútbol.
Photo: PA IMAGES

El velocista despistado, el paracaidista, el nominado al Oscar, el nadador, el Ashley Young, el artista interpretativo… existen muchos tipos de faltas fingidas, pero solo un término para aquellos que lo hacen: tramposos. Bueno, pensándolo bien, los fans tienen términos más coloridos para referirse a ellos, pero mejor los obviamos en pos del decoro.

¿Acaso el fútbol se equivoca cuando se trata de "tirarse a la piscina"? De acuerdo a WikiHow (la guía completa para todo, desde cómo cocinar espaguetis hasta cómo pasar un examen de orina antidrogas), el primer paso para ejecutar el "piscinazo" perfecto es deshacerse de toda dignidad: básicamente, eso resume la forma en que dicha práctica es vista.

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¿Pero es lícito hacerlo? ¿O fingir una falta debería ser considerado como todo un arte? Para muchos es simplemente un acto vergonzoso —una combinación entre actuación, súplica, mentiras y trampa— pero cuando se hace bien es una habilidad refinada. ¿Es que nadie aprecia el oficio de un piscinazo perfecto?

Está claro que no hay muchos simpatizantes de esta práctica en el deporte. No hay Mundial, torneo de élite o temporada nueva en los que no se exija a los árbitros castigar severamente a los teatreros. Los fans son un poco menos exigentes, aunque solo cuando les conviene. Los seguidores que arremeten contra el jugador rival que siempre se deja caer al menor contacto son los mismos que se lamentan muy fácilmente porque sus jugadores no aprovecharon el menor contacto dentro del área.

Jürgen Klinsmann era famoso por sus piscinazos, incluso aceptando su hábito durante sus celebraciones de gol. Foto vía PA Images.

Tal vez para apreciar los piscinazos sea necesario entender de verdad por qué los jugadores lo hacen.

A medida que el fútbol evoluciona, los jugadores se van haciendo más altos y fuertes. Para compensarlo, los jugadores de menor estatura tienen que buscar la forma de detenerlos y evitar ser borrados de la foto. El fingir una falta, entonces, podría ser una forma de brindar un cierto equilibrio al fútbol. Sin dicha práctica, el juego habilidoso y las invenciones alegres podrían verse afectadas. Los jugadores que nos tienen pegados al televisor sufrirían si no pudieran tirarse de vez en cuando cuando lo ven realmente chungo.

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Además, ¿realmente existe gran diferencia entre engañar a un oponente con una finta y engañar a un árbitro con un piscinazo bien hecho? En verdad el engaño perfecto, aunque no sea particularmente virtuoso, es un arte.

De hecho, el estigma principal en torno a los piscinazos no es una pregunta de integridad deportiva, sino prácticamente de virilidad. ¿Cuántas veces habéis escuchado a un fan —casi siempre con una cerveza en las manos— usar algún tipo de término ofensivo contra un jugador que finge faltas? Al caerse al mínimo contacto, lo primero que se cuestiona es la masculinidad del jugador (es lo que más importa, al parecer). Alguna vez Gary Lineker sugirió que a los jugadores teatreros deberían sacarles tarjetas rosas; solo le faltó pedir que también salieran al campo con tutús y maquillaje para terminar de coleccionar todos los tópicos desfasados posibles.

En Inglaterra existe, además, un cierto "nacionalismo" a la hora de ofender a los farsantes. En esencia, existe la noción de que los jugadores extranjeros han corrompido a los jugadores ingleses con sus costumbres extrañas. "Últimamente los piscinazos se han colado en nuestro juego, pero es solo una cosa de extranjeros", dijo una vez el ex defensor del Everton Alan Stubbs. "Hablan bien inglés, no es como si no entendieran lo que hacen."

Obviamente, Stubbs jamás ha oído hablar de Francis Lee, el atacante del Manchester City nacido en Inglaterra que se hizo famoso por ser uno de los primeros jugadores en fingir faltas en la era televisiva. O de John MacDonald, el jugador escocés del Rangers a quien apodaron 'Polaris', como el submarino, por siempre estar "abajo". O de Michael Owen —también inglés—, quien disfrazaba sus engaños detrás de una cara joven e inocente y un tierno corte de cabello. Pero no te dejes engañar, él se tiraba a la piscina como todos esos molestos extranjeros.

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Michael Owen ejecuta una oportuna caída frente a Fulham. Foto vía PA Images.

Incluso en la era moderna, la idea de que las faltas fingidas son una influencia tóxica importada sigue existiendo. Tomemos por ejemplo al defensa del St. Johnstone, Brad McKay, a quien la federación escocesa de fútbol sancionó por asegurar que el delantero español del Heart of Midlothian Juanma Delgado era "un típico extranjero" que se dejaba caer fácilmente. Lo peor es que los xenófobos no son patrimonio de otra época: McKay tiene 22 años, un ejemplo de cómo dicha orientación se ha convertido en algo dañino y, ciertamente, en un cliché injusto y transcendental.

En los Estados Unidos, los piscinazos son vistos con el mismo desprecio que en el Reino Unido. Después de todo, el deporte de mayor interés en dicho país, la NFL, ha aprendido recientemente a tratar conmociones cerebrales con compasión y pericia médica (resulta que una sacudida de cabeza y aspirar sales no es suficiente para revertir un potencial daño cerebral). Su rechazo hacia los farsantes, al igual que en el Reino Unido, está enraizado en la creencia de que los hombres deportistas deberían comportarse como lo que son: hombres en el término tradicional.

"Hay jugadores que actúan como si hubieran perdido una extremidad cuando un oponente les roza", escribió un periodista estadounidense refiriéndose a Arjen Robben después de un partido del pasado Mundial. "Otros pasan tanto tiempo retorciéndose en el césped que parece que se están quemando. Es inaceptable, hay que detenerlo".

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Sin embargo, en Brasil —hogar de los futbolistas más estéticos y talentosos—, el fingir faltas es visto como un signo de rebelión. De hecho, burlarse de la autoridad es incluso considerado como un acto heroico en algunos círculos, un comportamiento en gran parte atribuible al número de indígenas que han sido subyugados por una implacable sociedad capitalista a lo largo de varias generaciones.

Este solo es un pequeño resumen de los factores que entran en juego cuando se trata de entender porqué los jugadores se dejar caer. Incluso desde una perspectiva meramente deportiva, existen matices a considerar.

Para muchos, la integridad moral es la primera inquietud, pero… ¿es justo culpar a un jugador por dejarse caer cuando el hacerlo puede significar una ventaja para su equipo? El área grande se trata de una forma diferente a cualquier otra parte del campo, así que es natural que los jugadores se comporten de acuerdo a dicho trato, ¿no? ¿Quién cree realmente que los jugadores no morderán el anzuelo cuando cuelga de forma tan atractiva frente a sus narices?

Por supuesto, la forma más fácil de erradicar las faltas fingidas sería repetir cada acción polémica por televisión y que un equipo de árbitros juzgara en tiempo real. Esto también solucionaría los goles fantasma, los fueras de juego dudosos y en general la inmensa mayoría de problemas a la hora de arbitrar, pero como bien sabemos la FIFA no parece estar por la labor de mejorar.

Puede, sin embargo, que el fútbol sin piscinazos no sea tan utópico como muchos lo conciben. De hecho, incluso puede que los piscinazos, en tanto que engaño o picardía, representen ni más ni menos que la auténtica sustancia que mantiene a este deporte.

Sigue a Graham Ruthven en Twitter: @grahamruthven