Hablamos con Jimmy Goldstein, multimillonario, superfan de la NBA... y cabrón redomado
Patrick Fallon

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Los Angeles

Hablamos con Jimmy Goldstein, multimillonario, superfan de la NBA... y cabrón redomado

Jimmy Goldstein es un millonario excéntrico que vive en Beverly Hills y lleva 40 años sin perderse ni un partido de las Finales de la NBA... y también es un terrateniente sin escrúpulos.

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En el Staples Center, James 'Jimmy' Goldstein es demasiado famoso como para usar aparcacoches: el estadounidense llega al pabellón de los Lakers en un Rolls Royce Silver Cloud de 1961, que prefiere conducir él mismo, y lo aparca justo en frente de la entrada VIP.

"Por él separarían el mar si hiciera falta", explica Richard Rico Haenisch, que conoce a Goldstein desde que fue drafteado en la séptima ronda del Draft de 1984 por Los Angeles Lakers.

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Aunque no reconocieran el coche, pronto se darían cuenta por la ropa. Goldstein parece famoso, como si estuviera en un grupo de rock o algo por el estilo. Le gusta vestirse de cuero de pies a cabeza —normalmente piezas personalizadas de Olivier Balmain o Hedi Slim de Yves Saint-Laurent— y lucir un sombrero de cowboy de piel animal que él mismo diseña para cubrir su melena de platino.

Goldstein lleva más de 40 años asistiendo a todos los partidos de las Finales NBA, lo cual le convierte en el aficionado más reconocible y perenne de la liga norteamericana.

Sus acompañantes siempre responden al estereotipo de la modelo ideal: alta, rubia, piernas largas y, casi siempre, varias décadas más joven que él, que tiene más de setenta tacos.

Goldstein no rehusa a los aficionados que quieren tomarse fotos con él, siempre muy atento con esos parásitos, antes de colarse por una puerta lateral y bajar una escalinata enmoquetada hasta el área VIP del pabellón.

Allí nadie le molesta, ya que siempre están los mismos, y por lo tanto le es más sencillo alcanzar la todavía más exclusiva Chairman's Room. Goldstein se dirige allí para picar algo y ver los partidos que ya se están disputando en el resto de la liga antes de bajar a sus localidades cerca del banquillo visitante.

Si tiene tiempo que matar antes del salto inicial, Goldstein se deja ver encima del parqué jugando con un balón y con una sonrisa bien ancha en el rostro. Es la única persona a parte de los jugadores que tiene ese privilegio, quizás por su aire de longevidad, por sus décadas de mecenazgo en la NBA o por el simple hecho de conoce mejor que nadie a todos los trabajadores del Staples.

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Goldstein mantiene amistad con la mayoría de jugadores de la liga, y en especial con los europeos que visita durante las vacaciones de verano. Los jugadores y entrenadores se acercarán a él para charlar y agacharse un poco para sacar una buena foto para el Instagram de Goldstein.

Jim Goldstein es un icono de la moda, un aficionado acérrimo de baloncesto y un magnate del arte; es un playboy millonario que se viste como una estrella del rock. Vive en una de las mansiones más famosas de Los Ángeles, que él mismo está convirtiendo en un museo; tiene su propia discoteca, el Club James, que da cobijo a las mejores fiestas para el panteón de la moda, el baloncesto y un listado infinito de celebridades que dejaría a los Oscars en ridículo.

Recortes de artículos sobre su persona decoran la pared de su librería, y el que más destaca es un reportaje de 2010 de la revista Interview que se pregunta: "WHO THE HELL IS JAMES GOLDSTEIN?"

"Creo que todo eso se ha exagerado un poco", responde Goldstein sobre la mística que envuelve a su persona. "No creo que eso sea un secreto a día de hoy. Siempre que me quede algo de reputación por ser un hombre misterioso, eso me gusta".

Goldstein tiene otra reputación, sin embargo, por su faceta como dueño de varios terrenos de casas móviles en el sur de California; según sus arrendatarios, se ha pasado décadas exprimiendo hasta el último céntimo de sus bolsillos.

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El hombre misterioso no tiene problemas para discutir sobre su infancia, su afición por la NBA, sus novias y su icónica mansión en Beverly Hills, pero cuando le preguntamos sobre el dinero que mantiene ese tren de vida y lujo, Goldstein explica que no quiere hablar de negocios. "No tengo nada que añadir", responde a VICE Sports.

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Jimmy Goldstein no fue siempre fabuloso y misterioso. Su historia es el resumen perfecto de la de cualquier estrella en ciernes en Hollywood. Procedente del Medio Oeste, dejó atrás sus orígenes y siguió la llamada de Horace Greeley para ir hasta la Costa Oeste y hacerse mayor junto al país.

El padre de Goldstein tenía unos grandes almacenes en Racine, Wisconsin —las raíces de su fascinación por la moda. Su progenitor era un modista conservador, pero él tomó el camino opuesto. Goldstein recuerda ahora un traje rosa que compró en el instituto y que para él fue toda una declaración de intenciones.

Sus padres le apuntaron a tenis, un deporte que intenta practicar cada día que puede a pesar de que su verdadera pasión es el baloncesto. Su primer equipo fueron los Milwaukee Hawks, que se trasladaron a Wisconsin en 1951; sus principales rivales eran los Minneapolis Lakers, entonces liderados por George Mikan.

Goldstein pisó un pabellón por primera vez con diez años y a los quince ya era el tanteador de las radios y televisiones hasta que el equipo se trasladó a St. Louis en la temporada 1954-55 —ah, y por cierto, él jamás habla de su edad, pero sus historias de infancia le sitúan por encima de los setenta—.

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Cuando Goldstein era un chavalín, los Hawks apenas atraían a 2 000 espectadores a los partidos de casa; en su último año en Milwaukee, el equipo acabó con un pobre registro de 26 victorias y 46 derrotas. "Muchas veces jugaban dos partidos el mismo día", recuerda nuestro protagonista. "También llamaban a los Harlem Globetrotters para que jugaran primero y así atraer a más personas al pabellón".

Goldstein se mudó a California para estudiar en la Universidad de Stanford, situada en Palo Alto, y después completó un máster en Administración de Empresas en la UCLA. A pesar de tener un presupuesto de estudiante, no dejó de asistir a los partidos de baloncesto y no se perdió a los Lakers de su adolescencia.

En 1964 estaba ya a punto de acabar sus estudios y vivía cerca del Whiskey A Go Go, un garito frecuentado por las celebridades situado en la Sunset Strip. Allí fue donde Goldstein conoció a la primera de sus alocadas, glamurosas y bellas novias: Jayne Mansfield, la segunda rubia más famosa en el panteón de sex symbols de Hollywood solo por detrás de Marilyn Monroe.

"El Whisky acababa de abrir y solía pasarme por allí cada noche", recuerda Goldstein. "Estaba a reventar de famosos, y ella estaba allí y yo era un gran admirador suyo. Tuve el valor de pedirle un baile y el resto ya es historia".

El hecho de que la actriz estuviera casada no disuadió a ninguno de los dos. "Ella le comentó a su marido que yo era un amigo, pero no coló y él amenazó con matarme. Entonces empezamos a ser muy cuidadosos a la hora de encontrarnos".

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"Hubo una noche en particular en la que aparcamos los coches a dos manzanas el uno del otro. No habíamos quedado ni en nuestras casas, pero nos dimos cuenta de que su marido tenía un detective privado siguiendo nuestros pasos. Él tumbó la puerta, entró en la casa y nos pilló. El tipo era esquiador y empezó a darme hostias con unos esquís en la cabeza".

Goldstein jamás se ha casado, pero nunca le ha faltado buena compañía. "En el momento que un hombre tiene una novia preciosa, el resto de chicas quieren estar con él también", argumenta. "No sabría qué consejos dar a alguien sobre esto, solamente que debes encontrar a la primera chica".

"Estar con mujeres tan jóvenes me ayuda a sentirme muy joven", añade.

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Tras graduarse por la UCLA en 1964, Goldstein se unió a una compañía de inversión recién creada llamada Rammco Investment Corp., que compró terrenos agrarios y los revendió por millones de dólares. La empresa fue una de las más reconocidas y exitosas en el sector inmobiliario del sur de California y Jimmy fue subiendo peldaños hasta poder permitirse comprar una mansión en Beverly Hills.

La residencia de nuestro hombre misterioso le costó 185 000 dólares de la época, más de un millón si la hubiera comprado a día de hoy. La casa fue construida y diseñada por el arquitecto John Lautner en 1963, pero entre 1979 y 1994 —el año en que falleció el arquitecto— ambos trabajaron en un rediseño completo de la propiedad.

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La residencia Sheats Goldstein consiste en tres edificios escondidos detrás de grandes puertas plateadas. El camino de entrada al complejo está presidido por una solitaria canasta de baloncesto; habitualmente está repleto de cochazos de lujo preparados para las sesiones de fotografía con modelos o para recibir a las visitas de puro interés arquitectónico.

La mansión ha aparecido en películas como El Gran Lebowski y Los Ángeles de Charlie, además de hospedar rodajes de moda de alta costura.

"Su vida, y el uso que le da a su casa, es muy polifacético. Le encanta grabar sesiones y le encantan los eventos del mundo de la moda", explica Michael Govan, el director del Los Angeles County Museum of Art (LACMA).

El museo heredará la casa cuando Goldstein —que ni tiene hijos, ni exmujeres ni otros herederos— muera. "Hemos acordado desde el principio lo importante que es mantener el espacio vivo a través de programas y alquileres para rodar películas y sesiones de fotos".

Según cálculos del museo, el 'regalo' de Goldstein tiene un valor de 40 millones de dólares. Según él, esa es una cifra "conservadora"; quizás sea la única vez que le escuchemos pronunciar esa palabra.

De todas formas, parece apropiado que le dé la casa al LACMA, ya que la mansión funciona por si sola como un museo de si mismo. Casi cada superficie está cubierta con fotos de Goldstein junto a sus colegas famosos. Mientras nos enseña la casa, no para de tocarlo todo: mueve un poco el cojín, sube la temperatura del termostato… no hay detalle que no tenga bajo control.

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El tipo controla con la misma precisión estudiada su cuenta en Instagram, donde alterna fotos entre supermodelos con perspectivas de su casa, vistas del pabellón y detalles de sus estilismos. Es tan glamuroso como inescrutable, y todavía seguimos con la misma pregunta entre dientes: ¿Quién demonios es Jimmy Goldstein, joder?

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"Es un imbécil", asegura Nancy Haigh. "Apunta esto muy bien. Es un imbécil".

Haigh es una cartera retirada del US Postal Service que lleva tres años viviendo en Colony Cove, un parque de casa móviles de Carson situado a 40 minutos de Beverly Hills.

Moses Chambers, policía retirado de la LAPD, lleva 16 años viviendo en Colony Cove y su reacción cuando menciono el nombre de Goldstein es igual o incluso peor. "Ese sucio hijo de puta", suelta.

Ambos se encuentran entre los cientos de arrendatarios que nuestro hombre misterioso tiene bajo su cartera en al menos cinco parque de caravanas repartidos por el estado de California.

Para un constructor, los parques de casas rodantes tienen muchas de las ventajas y casi ninguna desventaja respecto al resto de proyectos inmobiliarios: los costes de construcción son mínimos, y los beneficios fiscales, máximos.

Colony Cove es, por supuesto, una barrio de esos que dejan mucho que desear —y a la vez todo un ejemplo de lo que son los verdaderos Estados Unidos.

Aunque las casas en estos parques son técnicamente móviles, se podrían describir como manufacturadas. Las estructuras están tan arraigadas al suelo como las personas que las habitan, pero Goldstein no les pone las cosas fáciles a sus arrendatarios y siempre se sitúa al borde de la legalidad.

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En primer lugar, Goldsteinsiempre intenta subir los alquileres por encima del límite legal establecido por las ciudades donde están instaladas sus propiedades. Cuando le deniegan sus incrementos, él se querella contra la ciudad entera.

En septiembre de 2007, Goldstein pidió incrementar en más de 600 dólares mensuales los alquileres para ayudar a rebajar su deuda por la inversión en Colony Cove, que había adquirido el año anterior por más de 23 millones de dólares, 18 de ellos financiados por GE Capital según documentos obtenidos por VICE Sports.

Se le concedió un incremento de solo 36 dólares; al año repitió táctica y pidió un aumento de 250 dólares mensuales, pero le concedieron solo 25. Después de ambas decisiones, Goldstein denunció a la ciudad de Carson e intentó cargar a sus arrendatarios con los costes legales del juicio.

La segunda estrategia del hombre misterioso se basa en una serie de regulaciones que se remontan a 1893 y que permiten convertir sus parques en subdivisiones independientes de una ciudad. Hablando en plata, Goldstein podría forzar así a sus inquilinos a comprarle la casa para poder seguir viviendo en ellas, una visión que fue apoyada por un juez en 2002.

Los abogados del magnate de la moda y los pantalones de cuero justifican a su jefe destacando que a sus clientes se les ofrece el poder tener una propiedad en vez de vivir el resto de sus vidas en alquiler. "La conversión de la tierra es buena para ellos ya que les da la oportunidad de dejar de vivir como arrendatarios. El valor de las casas se devalúa, pero el valor del terreno aumenta".

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Sea como sea, Goldstein no quiere contestar preguntas sobre este tema. Huele a chanchullos.

En El Dorado, uno de sus parques situado en Palm Springs, el proceso de conversión de terreno obligó a los residentes a comprarle las propiedades a su arrendador. Lo curioso es que ahora gran parte de las propiedades están abandonadas. Según una de sus habitantes, que no quiere dar su nombre, hay hasta 140 casas vacías de un total de 400.

Goldstein, cuando le pregunto de nuevo, rechaza hablar sobre este tema.

El mismo proceso fue repetido en Colony Cove, pero los vecinos se resistieron y siguen en pie de guerra. Carson no permitió la recalificación de terrenos al magnate, pero el pasado 5 de mayo este ganó en los tribunales tras pedir 10 millones de dólares por daños y perjuicios provocados por el bloqueo de su estrategia. Un juez federal le concedió 3,3 millones a Goldstein.

Ante este panorama, los vecinos dicen que en los últimos tiempos se han recortado los servicios del parque, sobre todo en temas de seguridad —donde antes había varios guardias y una puerta vallada, ahora solo queda una persona para proteger las propiedades.

Terri Forsythe, presidenta de la asociación de propietarios de casas móviles de la zona, deja entrever asuntos más complicados. "A la gente les dicen que no vayan a un lado determinado del recinto, ya que hay coches por allí detrás. No lo sabemos al 100%, pero asumimos que es una localización de compra-venta de drogas. Cuando preguntamos a los gestores por nuestra seguridad nos dicen que sus guardias vigilan los intereses del casero, pero no la de los residentes; así que si tenemos un problema mejor llamemos a la policía".

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En el interior de la oficina de Goldstein hay fotos en las que aparece junto a LeBron James, Sam Cassell, Boris Diaw, Anthony Davis, Deron Williams, Andrei Kirilenko, Alexey Shved, Klay Thompson, Jamal Crawford y otros muchos jugadores.

Debajo de las mismas hay un pilón de revistas en las que aparecen artículos sobre su persona o fotos de modelos con su casa de paisaje de fondo. También hay un retrato enorme de Goldstein con uno de sus icónicos sombreros de cuero de ala ancha —uno de los varios repartidos por la mansión.

La sala de estar —en la que rápidamente te acuerdas del gran Lebowski— está adornada con más instantáneas de la vida de purpurina de su dueño: Rihanna, Karl Lagerfeld, Kate Moss, Kanye, Snoop Dogg, Jay-Z, Megan Fox, Pharrell, Drake, Dennis Rodman, Diddy, Brad Pitt, Mick Jagger… la lista es infinita. En el centro está, eso sí, un retrato de Pamela Anderson desnuda caminado dentro de la piscina de la casa.

La piscina está situada en el tejado de la casa principal, si nadas hasta el fondo, verás unas ventanas que dan al dormitorio principal. "Los primeros dueños lo utilizaban para controlar a sus hijos", comenta Goldstein. "Yo no lo uso para eso".

El dormitorio de Goldstein, como el resto de la casa, ofrece una espectacular vista panorámica de la ciudad de Los Ángeles. Su colección de sombreros descansa encima de un largo vestidor. En una esquina cuelga una de sus chaquetas de cuero características. Se acerca al armario —escondido, por supuesto, detrás de unos espejos— y me muestra su "famosa colección de ropa".

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El perchero rota automáticamente tras pulsar un botón y en el lavabo hay una báscula escondida debajo de las baldosas. "Todas las modelos que pasan por aquí son pesadas", bromea él.

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A pesar de los lujos de su casa, Goldstein intenta ahorrar lo máximo posible cuando toca ir a los play-offs de la NBA. En la primera ronda, elige a qué partidos de la Conferencia Oeste quiere ir; en la segunda, alterna entre varias series y va a un partido cada noche.

Cuando llegan las Finales de Conferencia, Goldstein va a todos los partidos del Oeste… e incluso viaja a varios partidos del Este si le quedan cerca. Debido al coste, explica, prefiere volar en low-cost.

A pesar de que sus asientos no suelen ser tan buenos como en el Staples cuando viaja fuera de Los Ángeles, lo normal es que le reciban como si fuera un miembro de la realeza vaya donde vaya.

"En San Antonio o Utah le tratan como a un dios", dice Haenisch. "Es una anomalía en esos lugares. La gente dice, 'wow, el Dios James Goldstein está aquí, ahora sí que hemos tocado techo'".

En algunos sitios, como Oklahoma City, los fans actúan como si Goldstein fuese el tipo más famoso que jamás haya puesto pie en la ciudad. Todo el mundo quiere una foto con él. Hasta el gobernador del estado salió al paso para presentarse a Jimmy en el túnel de vestuarios. El dueño de los Thunder, a pesar de que no le conocía en persona, inmediatamente le invitó a su suite privada".

Goldstein asegura que lleva 40 años yendo a todos los partidos de las Finales de la NBA, y que ha aparecido en al menos un partido durante los últimos 50. Su aprecio por el juego es estético y profundo: en los pabellones, Goldstein se encuentra como pez en el agua.

"Puedes sentir su pasión, y eso me gusta de él", dice Haenisch. "No se echa atrás: se cabrea muchísimo si cuestionas la integridad del deporte".

Al menos en baloncesto, Goldstein siempre anima al equipo pequeño. Eso implica que en el pasado apoyó a los Sacramento Kings de Chris Webber, o los Phoenix Suns de los ataques ultrarrápidos con Steve Nash y Mike D'Antoni, o incluso los Milwaukee Bucks de Sidney Moncrief de los años 80.

Esta es la razón por la que a Goldstein se le rompió el corazón con el triple decisivo de Ray Allen en el sexto partido de las Finales de 2013: una foto de lo que él llama "el mayor tiro de la historia de la NBA" aún preside su biblioteca, ubicada a un par de habitaciones de su oficina. En el fondo de la imagen, detrás de Allen, puede verse al propio Goldstein sentado en las gradas.

"Yo estaba allí", dice Jim. "Incluso le dije a Allen después del tiro que yo habría podido taponárselo".

Goldstein está en las Finales de este año, a pesar de que le va a costar bastante dinero. "Los partidos de los Warriors son los más caros que yo haya visto en unos play-offs", asegura. Jim dice que se gastó 12.500 dólares —unos 11.100 euros— en sus entradas para el segundo partido de las Finales en Oakland. De hecho, es habitual encontrar su sombrero de ala ancha en las retransmisiones de televisión, justo al lado de la mesa de anotación o del banquillo de los Warriors.

Cuando se acaben los play-offs, Goldstein volverá a su porche en Beverly Hills, a sus partidos de tenis y a sus puestas de sol desde la piscina. Sus inquilinos permanecerán en la distancia, ocultos a la vista por una cortina de humo y por las paredes de los rascacielos.

El autor ni es millonario ni se comporta como un cabrón, de modo que puedes seguirle sin temor en Twitter: @MichaelHafford

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