FYI.

This story is over 5 years old.

Análisis fotográfico

La portada de El Espectador mostrando un niño muerto en Mocoa NO es pornomiseria

OPINIÓN // Sacudámonos la indignación y aprovechemos el espejo que representa esta imagen.

Omaira Sánchez sepultada luego de la erupción del Nevado del Ruiz en noviembre de 1985 / Foto vía Youtube por el usuario Yair DLR

La erupción del Nevado del Ruiz en el Tolima en noviembre de 1985 acabó con la vida de cerca de 23.000 personas, destruyendo Armero y otros 13 pueblos cercanos. La foto (que no es la que reproduzco arriba por una cuestión de derechos) resume el suplicio de Omayra Sánchez durante los tres días de lucha por su vida mientras rescatistas y voluntarios intentaban liberar sus piernas de los escombros. Murió agotada y alucinando, pidiéndole el favor a quienes la rodeaban que fueran a descansar a sus casas. Su foto quedó como testimonio para la historia del caos causado por la erupción del Ruiz, pero también de la incompetencia del Estado para prever y actuar a tiempo. Cuando la foto se publicó, a Fournier lo calificaron de buitre por el morbo que desprendía su imagen, a lo que respondió diciendo que el impacto había atraído la atención suficiente para recolectar el dinero que necesitaban las víctimas.

Publicidad

El caso de la foto publicada por El Espectador es muy similar, y la discusión alrededor de su pertinencia parece una réplica de la que hubo en 1985. La indignación de la foto en Mocoa esconde matices sobre la manera como interpretamos las imágenes. Vale la pena preguntarnos si sabemos leerlas, o si nos quedamos únicamente con la sensación que generan a primera vista.

La foto en cuestión / Cortesía de El Espectador. 

La foto del niño en los brazos de un rescatista es tomada por un bombero no por un fotógrafo. Los únicos que saben la sensación del momento son él, el rescatista, y quienes pudieran estar contemplando la misma escena tras la cámara. Sin embargo, la foto —que no está técnicamente resuelta (parece haber sido tomada con un celular)— transmite sensaciones inevitablemente desagradables e incómodas. Son la muerte que cuelga lánguida y sucia, un gesto de tristeza y un lugar gris, con pastos también agotados y torcidos. La foto está envuelta de una bruma húmeda y el rescatista parece sosteniendo el dolor ajeno.

Es un grito en busca de ayuda. Las implicaciones que pueda tener en los espectadores son por completo irrelevantes para el que está tomando la foto. La historia hay que contarla rápidamente, la gente tiene que poner los ojos en Mocoa, sentir el lodo en la garganta…

Desafortunadamente, la intención es ingenua.

La foto aparece unas horas más tarde en las manos limpias de alguien sentado en la ciudad, que hace poco salió de sus sábanas cálidas a rascarse lentamente los ojos para sacarse el sueño pesado. La foto le impacta y puede tomar varias rutas para interpretar lo que tiene en frente. La comodidad le permite pensar con tranquilidad, criticar sin consecuencias. Abre sus redes sociales y se une a su horda (como pasa siempre, aparecen rápidamente militancias a favor y en contra; solo toca escoger un bando).

Publicidad

Lea también: Lo de Mocoa no es un desastre natural, es una vergüenza nacional.

Está bien formar parte de esta actuación emocionante, los polos opuestos existen y hay que poner las ideas por ahí, pero en casa, con un café caliente, se juzga un poco a ciegas el valor de la foto, su contenido y su uso. El tema se restringe al amarillismo versus la transparencia con la realidad. Algunos, por el efecto de la foto y la movida mediática, salen con bolsas de ropa, comida y medicamentos a buscar los puntos de la Cruz Roja para enviar a Mocoa, o hacen una transferencia a la cuenta bancaria con la que se están recaudando fondos para las víctimas. (Recomiendo este artículo por su relevancia frente al tema de la diferencia entre activismo virtual y real).

En Facebook una amiga plantea sus preocupaciones con sinceridad: "Sé poco sobre el papel de la fotografía en el periodismo… Poco sobre lo que es apropiado y lo que es amarillismo… Las imágenes del ataque de Siria en video y la foto de la niña en Mocoa en los brazos del rescatista no solo me parecen de mal gusto sino contraproducentes. No las miro porque no quiero trivializar el dolor y la muerte. Me parece además una falta de respeto del periodismo con la identidad de las personas en esa situación, con su vida anterior a la tragedia. Si mañana quedo entre el lodo o me encuentro en medio de una guerra, no me gustaría que grabaran mis tripas cual Prometeo o que me entrevistaran cual Omaira. ¿Qué aporta eso al conocimiento y al hecho noticioso? La sociedad del consumo de imágenes y la sociedad del espectáculo. ¿Qué diferencia hay entre consumir esas imágenes e ir a ver a un gladiador morir?".

Publicidad

Un rato después, encuentro este tweet, donde las cuatro preocupaciones del post anterior son evidentes.

(Nota del director: por sobras razones, un día después de la publicación de esta nota decidimos retirar la imagen propuesta por el autor. Si usted quiere verla, haga click acá. Pero la imagen es nefasta).

— Es una foto en un escenario de dolor con un efecto contraproducente.
— Trivializa el dolor y la muerte.
— Falta al respeto de la dignidad y el dolor de las víctimas.
— No aporta a la historia… Es parte de la sociedad del espectáculo. Además, convierte a las víctimas en objeto para el morbo misógino: el evento y el dolor son irrelevantes. La foto es inútil.

La idea que resume todas las críticas es la pornomiseria: imágenes que explotan la motivación oculta de las personas por lo inapropiado, volviendo sexy el sufrimiento ajeno de una forma tan perturbadora que se disfruta en silencio. Edmund Burke y Georges Bataille son citados por Susan Sontag en el libro Ante el dolor de los demás, donde el primero dice que "no hay espectáculo buscado con mayor avidez que el de una calamidad rara y penosa", mientras el segundo lo describe como una mortificación a los sentimientos y a la vez una liberación erótica. Coinciden en la forma automática, instintiva e inevitable de este impulso. Vale la pena preguntarse si en verdad es tan automático, o más bien una mala costumbre colectiva… sabiendo esto podemos diferenciar la foto del diario Ole con la publicada por El Espectador; las dos están envueltas por la muerte en evidencia, la ponen en primer plano, pero lo hacen de maneras muy diferentes y en función de efectos opuestos.

Susan Sontag dice que las imágenes de lo atroz "pueden […] fortalecernos contra las flaquezas. Volvernos más insensibles. Reconocer la existencia de lo irremediable", lo cual no tiene por qué significar resignación o derrota. "Las personas son a menudo incapaces de asimilar los sufrimientos de quienes tienen cerca".

La foto de la niña nos obliga a retorcernos de alguna manera. No acaba con el dolor: su intención es resaltar el sufrimiento, no remediarlo. No escapa de la fuente del problema, nos enfrenta y con sentimos cuán genuina es nuestra susceptibilidad ante el dolor ajeno, porque nos duele y no podemos mirar más, o porque la miramos sin quitarle los ojos para entender, da igual, ya ha tocado una fibra.

Estas son fotos que se repiten a diario. Lo importante de detenerse a leerlas es que no caigamos en la anestesia que pueden producir cuando vienen en masa. O nos sacudimos la indignación y aprovechamos el espejo que representan las fotografías para mostrarnos nuestras propias conductas colectivas o aceptamos la auto-censura y permitimos la normalización del sufrimiento.

* Esta es una columna de opinión y no representa las posturas de VICE Media Inc.