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Mundial 2018

Sampaoli: historia de una mala racha

Lesiones, improvisaciones, partidos cancelados y supuestos abusos. Por momentos, el viaje de la Selección Argentina es la travesía de Ulises en la Odisea de Homero
Jorge Sampaoli

Artículo publicado por VICE Argentina

Para ponerlo en contexto: la última vez que la selección argentina llegó a un Mundial inmersa en la anarquía fue en México ‘86. El entrenador Carlos Bilardo se fue peleado con la prensa, los jugadores también se fueron peleados con la prensa, y todos juntos se fueron ignorados por la gente. Diego Maradona y sus sherpas hicieron cumbre en medio del desorden. Ese Mundial fue un acto de magia: un gol con la mano, otro gol imposible, y una final ganada cuando la ola alemana amenazaba con destruirlo todo. De la última epopeya pasaron 32 años. Desde entonces, cada Mundial es un viaje melancólico, una comparación con aquel triunfo que sucedió hace décadas.

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Maradona

El actual equipo argentino vive encajado en un desorden similar al de México. Argentina es un equipo criado a los golpes. Pasó de todo desde la derrota en el Maracaná del 2014. Pasó la muerte de Julio Grondona, el soberano de la AFA durante 35 años. Pasó un presidente interino sin fuerza para sucederlo. Pasó una elección presidencial de 75 votantes que acabó igualada en 38 votos. Pasó una intervención de la FIFA. Pasaron tres técnicos: Gerardo Martino, Edgardo Bauza y el actual, Jorge Sampaoli. Pasaron dos finales de Copa América perdidas contra Chile. Pasó una renuncia de Messi. Pasó y quedó Claudio Tapia, el nuevo mandamás. Pasó todo eso, y a pesar de eso, Argentina pasó: consiguió la clasificación al Mundial de Rusia en la última fecha. El fútbol argentino, como una berreta metáfora social, lo ata todo con alambres.El embrollo general, sin embargo, antecede a Sampaoli. El casildense lleva 11 meses en el cargo. Llegó al combinado nacional en julio de 2017 y firmó un contrato por cinco años. Tapia lo presentó como la cabeza de un proyecto a largo plazo. Argentina lleva mucho tiempo sin aplicar el largo plazo: Marcelo Bielsa, en el proceso entre los mundiales de Francia ’98 y Corea-Japón ’02, fue el último entrenador en completar el llamado ciclo mundialista. De los otros cuatro países sudamericanos clasificados a Rusia, Brasil fue el único que cambió de entrenador: aunque atravesaron crisis, Uruguay, Colombia y Perú se aferraron a sus técnicos. En el mismo periodo, Argentina tuvo tres seleccionadores. Es que Argentina vive en apuros: Messi juega en la selección hace 13 años, y en ese lapso pasaron ocho entrenadores diferentes. El proyecto, desde entonces, es que Messi no se resfríe.

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Sampaoli desembarcó con lineamientos poco claros. Experimentó cuando no había tiempo de ensayo: Argentina penaba en las Eliminatorias Sudamericanas y Sampaoli probaba futbolistas como quien busca la fórmula del éxito. Citó a 48 profesionales a lo largo de su corto proceso. En los once partidos que dirigió el equipo no transmitió encanto ni seguridad ni nada: el funcionamiento es, sencillamente, un cúmulo de hombres que mueven la pelota mansamente.

Jorge Sampaoli

Entonces, la fluidez debía aparecer en el mes previo al Mundial. Los días anteriores al comienzo del torneo son los momentos donde se forja el grupo, donde el plantel trabaja a diario con el cuerpo técnico, donde el equipo incorpora la idea madre, el estilo de juego. Los primeros futbolistas llegaron de Europa a mediados de mayo. Una semana más tarde, Sampaoli confirmó la lista de 23 convocados. Reveló la nómina antes de tiempo: era un antídoto contra el ruido de las especulaciones de la prensa, y una inyección de seguridad para los citados. Esta vez iban a seguir un plan: en el escenario ideal los jugadores se encontraban en Ezeiza apenas terminaban de competir con sus equipos para comenzar las prácticas, viajaban a Barcelona para acelerar la preparación rodeados de calma, y culminaban el alistamiento en Rusia, adonde llegaban con una semana de anticipación al debut contra Islandia. Pero la selección se parió en el desbarajuste y la realidad ensució la planificación. En el segundo día de entrenamientos se lesionó Sergio Romero, el arquero titular hace más de nueve años. Romero debía someterse a una intervención quirúrgica para llegar óptimo al Mundial. Necesitaba 10 días de recuperación: aseguraba que estaría disponible para atajar en el arranque del torneo. Sampaoli, que dudaba si respetarle la longeva titularidad, decidió no especular: lo desafectó de la convocatoria y llamó a Nahuel Guzmán. La medida levantó suspicacias: que Romero amenazó con bajarse del Mundial si no le garantizaban el puesto, que Sampaoli aprovechó el golpe para deshacerse de un futbolista sostenido más por la tradición que por la actualidad. La polémica tomó forma.

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El segundo episodio fue un paso en falso. El Papa Francisco invitó a la delegación al Vaticano. El cónclave surgió de imprevisto. A Sampaoli no le gustaba la idea de viajar a Roma porque perdía prácticas. Sin embargo, el vocero papal confirmó el encuentro: el 5 de junio publicó un tuit en donde decía que el seleccionado visitaría al Sumo Pontífice al día siguiente. Algunas horas más tarde el mismo portavoz desconvocó el convite, y en el mensaje mandó un deseo: “Les esperamos con alegría cuando vuelvan con la Copa”.


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El seleccionado bailó con el catolicísimo, pero también con el judaísmo. Argentina tenía programado un amistoso contra Israel el sábado 9 de junio en Jerusalén. Para Sampaoli, el partido era un castigo: implicaba afrontar un largo periplo para disputar un compromiso inútil para el crecimiento futbolístico. Pero llevar a Messi a Jerusalén también era un gesto político de Mauricio Macri. El presidente veía al juego como un guiño a Israel y al presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Jerusalén es un caldo ardiente, una ciudad disputada con balas por diversas culturas que conviven en pocos metros cuadrados. La presencia de Argentina significaba algo más que un partido de fútbol: era el reconocimiento de que ese lugar, de algún modo, pertenecía a los judíos. Por eso los palestinos irrumpieron en el escenario como bestias. El presidente de la Federación Palestina de Fútbol llamó a incendiar camisetas de Messi y destruir carteles con la imagen del rosarino. Un grupo de manifestantes se juntó en el predio del Barcelona, mientras entrenaba Argentina, con remeras de Messi manchadas de rojo y megáfonos: “Argentina no vayas a Israel”, gritaban. De repente, Messi apareció en el centro de una batalla milenaria. El escenario era insoportable, y fue entonces cuando el rosarino habló, y cuando el rosarino habla la polémica se acaba: le dijo a Tapia que en esas condiciones no quería viajar a Israel. El resto no importó. El resto: que la AFA ya había cobrado –y, aseguran, gastado- los 2 millones de dólares por el caché del amistoso, que Macri le había prometido a Benjamín Netanyahu, primer ministro israelí, que el seleccionado iba a viajar a su santa sede. Messi habló y la historia decantó sola: la AFA canceló el compromiso, y Tapia, cuando comunicó la noticia públicamente, pareció postularse para el Premio Nobel: “Lo hicimos como un aporte a la paz mundial”. Caído Israel, Argentina salió a conseguir rival. La escena representa la improvisación más absoluta de todas: cual equipo de amigos, la selección buscaba un combinado con quien medirse en un amistoso. Entre los postulantes aparecieron países que ni siquiera sueñan con jugar un Mundial. Al final, no hubo amistoso. Sampaoli necesita ver al equipo en acción, y la AFA fue incapaz de conseguir un contrincante de jerarquía.

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Cuando al fin el ambiente parecía listo para calmarse, Manuel Lanzini se rompió los ligamentos cruzados. Lanzini estaba llamado a ser el partenaire de Messi: es un futbolista habilidoso que habla el mismo lenguaje que el rosarino. Su fractura fue la caída del segundo guerrero. Si los contratiempos son la mejor receta para unir a un grupo humano, Argentina se cocina con los ingredientes necesarios para construir la épica. Por momentos, el viaje de la Selección es la travesía de Ulises en la Odisea de Homero.

En Buenos Aires, mientras tanto —todo ocurre así: mientras tanto—, un rumor empezó a tomar forma de noticia: algunos medios internacionales como La República de Italia afirmaron que Sampaoli había abusado a la cocinera de la AFA. La denuncia que no existe en ninguna comisaría, que carece de víctima con nombre y apellido, que solamente llegó a la prensa argentina por el relator Gabriel Anello —un cultivador de polémicas que en 2016 acusó sin pruebas a Ezequiel Lavezzi de fumar marihuana en el predio de la AFA— explotó en los grupos de Whatsapp y en las redes sociales. “Es una locura, un disparate total”, aseguran los allegados al entrenador, según publicó el diario Clarín. Oficialmente, la AFA ignoró las acusaciones, aunque Tapia exterminó la versión con un testimonio al canal TyC Sports: “Son cosas que, en el final del camino, se terminarán dando cuenta todos de que han sido mentiras, que no existen estas supuestas denuncias que dicen que han hecho. Ya se está verificando que no existen. No tenemos que detenernos en esto". Horas después de los dichos de Tapia, la Policía emitió un comunicado ratificando sus palabras: no hay ninguna denuncia contra Sampaoli.

Jorge Sampaoli

La historia sugiere que Argentina se mueve cómoda en la turbulencia. En México ’86, Bilardo construyó un enemigo externo: la prensa. Ahora el enemigo es omnipresente: está en las lesiones, en las improvisaciones, en la misma prensa. El funcionamiento del equipo tampoco ilusiona. Es una incógnita. Nadie sabe cómo juega Argentina. Nadie sabe qué va a pasar con Argentina. Lo que sí se sabe es que la última vez que Argentina llegó plácida a un Mundial, la última vez que hinchas y jugadores formaron una comunión y confiaron en romper la malaria, la última vez que la selección se construyó entre la armonía y un fútbol soberbio, el sueño acabó tan rápido que el plantel regresó al país con la primera tanda de eliminados. Argentina parece hacerse fuerte en el caos. Y el caos, en Rusia, está presente.

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