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A un año del 19S

Así fueron las primeras horas tras el sismo del 19S en el SEMEFO de la CDMX

El director del Servicio Médico Forense (Semefo), el doctor Felipe Edmundo Takajashi, recuerda como fueron las primeras horas después del terremoto.

Cuando el terremoto del 19 de septiembre de 2017 sacudió a la Ciudad de México, el director del Servicio Médico Forense (Semefo), el doctor Felipe Edmundo Takajashi, tuvo miedo de que la institución a su cargo quedara rebasada por tantos muertos. Eran los primeros minutos después de las 13:14 horas y el susto inicial por el sismo de 7.1 grados estaba saturando la señal de internet. Sin Twitter ni Facebook y una débil conexión en Whatsapp, el médico forense de 59 años recibía con intermitencia las noticias de varios edificios ocupados que se habían derrumbado. En su mente daban vueltas dos preguntas: ¿cuántos muertos habrá? ¿tenemos la capacidad que albergar a todos?

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“Estando afuera del edificio del Semefo, nos enteramos que había víctimas mortales, edificios colapsados”, recuerda el doctor Takajashi.

A diferencia de otras entidades del país que cuentan con un Semefo en cada municipio con una alta densidad de población, la Ciudad de México sólo cuenta con un depósito de cadáveres para sus 9 millones de habitantes. El anfiteatro es un espacio reducido de no más de 300 metros cuadrados con sólo dos cámaras de refrigeración para almacenar los restos de aquellos que hayan muerto de manera violenta, es decir, no natural. La llegada de 100 cuerpos, al mismo tiempo, saturaría la planta baja del edificio ubicado en la colonia Doctores. Y en un terremoto como el de aquel martes, su correcto funcionamiento era crucial para no agravar la crisis.

En otras ocasiones, el doctor Takajashi había tenido que implementar planes de contingencia: los dos avionazos en los que murieron los secretarios de Gobernación, Juan Camilo Mouriño y José Francisco Blake Mora, y el fallido operativo policiaco en el antro News Divine, que dejó 12 fallecidos, por ejemplo. Pero en ningún caso sintió la necesidad de prepararse para cientos de muertos. Nunca, en más de tres décadas de trayectoria, sintió la necesidad de improvisar.

Luego de evacuar el edificio del Instituto de Ciencias Forenses, donde está el Semefo, el doctor Takajashi comenzó a dar órdenes desde la calle Niños Héroes: a los trabajadores operativos, como los de intendencia, y a los administrativos, como los archiveros, le dio permiso para que volvieran a sus casas. A los indispensables, su círculo más cercano, les preguntó si podían quedarse con él a resolver los aprietos que se venían. Sólo unos pocos se excusaron; los representantes de las áreas de Identificación y Medicina Forense aceptaron esperar el dictamen de los arquitectos e ingenieros que buscaban daños estructurales en las oficinas de gobierno para quedarse con el director y planear la recepción de los cadáveres.

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“A dos horas de que había sucedido el sismo, aún no teníamos claro cuántos cuerpos íbamos a recibir”

Cuando el doctor Takajashi y su equipo recibieron la autorización para volver al Instituto de Ciencias Forenses, la oficina del director, en el tercer piso, se volvió un búnker. En minutos, llegó personal de la Consejería Jurídica del Gobierno de la Ciudad de México para agilizar la expedición de actas de defunción; miembros de la Secretaría de Seguridad Pública capitalina y los subprocuradores Marco Enrique Reyes de Averiguaciones Previas Centrales, Óscar Montes de Oca, exfiscal antihomicidios, y José Antonio Mirón de Atención a Víctimas. Todos estaban absortos en sus pantallas de celular y bebiendo café. Ya eran cerca de las 3:30 de la tarde y en la radio y redes sociales se hablaba sobre los primeros rescates de cadáveres.

El doctor Takajashi no se despegaba de su teléfono: al mismo tiempo que alistaba todo para tener el anfiteatro tan disponible como fuera posible, el doctor Nájera, del Área de Dactiloscopia, fue enviado en motocicleta al Centro de Atención a Emergencias y Protección Ciudadana de la Ciudad de México, o C5, para representarlo ante cualquier duda que tuviera el jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera.

Casi tres horas después del terremoto, un mensaje modificó todos los planes: por órdenes de Mancera, a ningún cuerpo que llegara al Semefo, víctima del terremoto, se le practicaría una necropsia. Eran demasiados. Cientos. Si a cada cadáver se le hiciera un examen completo, en las horas siguientes estarían apilados en el estacionamiento.

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La única posibilidad operativa era recibir los cadáveres, limpiarlos tanto como se pudiera, maquillarlos si las lesiones eran muy profundas, y fotografiarlos para su posterior identificación. Todos se almacenarían en las cámaras de refrigeración que están a menos 3 grados centígrados. Cuando alguien quisiera saber si su familiar estaba en el Semefo, se les pediría una descripción física y, si coincidiera con un fallecido, se les mostrarían las imágenes del cadáver. En caso de reconocerlo sin ninguna duda, comenzarían los trámites para regresar los restos a la familia, mediante una funeraria. La instrucción del jefe de Gobierno también incluía un máximo de tiempo de espera para los deudos: no más de dos horas. Contrario a la rutina del Semefo, los cuerpos llegaban con ropa y se iban con ropa.

“No hicimos necropsias. Nos hubiera rebasado la cantidad de cuerpos, eran demasiados”.

El plan estaba delineado. Unos 150 funcionarios esperaban en el Semefo. Se veían nerviosos, como un corredor que espera el disparo para salir tan rápido como pueda.

Entre las 6 y 6:30 de la tarde, llegó el primer cuerpo. Un hombre de unos 50 años, con un brazo amputado por una viga. En la etiqueta de su cadáver venía el lugar de procedencia: Álvaro Obregón 286, colonia Roma, el edificio que amenazó con saturar el Semefo.