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Relaciones

Cómo comunicarle a alguien que te lo quieres follar

No seas mediocre y no se lo digas por WhatsApp, que al menos vean tu cara de tristeza cuando te rechacen.
Amantes pintura antigua
Foto vía el usuario de Flickr Art Gallery ErgsArt - by ErgSap | Dominio Público

Antes de internet, incluso antes del descubrimiento de las señales de humo, decirle a alguien que lo amabas o que te lo querías follar —dos cosas distintas pero tampoco MUY distintas— era complicado. Expresar directamente con una fuerte sinceridad los sentimientos o intenciones siempre ha sido algo complicado, por eso la peña empezó a escribir poemas, libros y a hacer películas y discos. La sinceridad amorosa y sexual es uno de los atolladeros más complicados e intensos con los que se enfrenta el ser humano porque la puñalada del rechazo es una de las heridas más sangrantes y letales.

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Estas condiciones nos obligan a considerar que la distancia es la mejor amiga de la cobardía y del temor al fracaso. Por eso, a lo largo de los años, los humanos hemos sido testigos de la creación y complicación de sistemas que han servido para suavizar el duro golpe del rechazo mediante la creación de puentes y distancias.

Desde el “dice mi amigo que le gustas” y las misivas amorosas anónimas al uso de dispositivos móviles que nos ayudan a generar esos espacios físicos y mentales tremendamente fríos que facilitan estas interacciones. Bajo una ética funcionalista —mejores resultados en el menor tiempo posible; la muerte del amor romántico en pro del individualismo y la meritocracia profesional— sucumbimos a esos sistemas que nos permiten hacer escuetas y rápidas minideclaraciones amorosas con kilómetros de distancia de por medio, uno en el Baix Llobregat y el otro en Madrid; uno desde los cómodos cojines de la indiferencia y el otro oculto en la maleza del polvo rápido e impersonal.


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Distancias físicas que generan distancias morales que convierten al histórico ejercicio de la declaración en algo comparable a una suerte de incursión rápida en el supermercado a por unas galletas Príncipe. Estas aplicaciones —sí, Tindr y Grindr pero también cualquier programa que permita la existencia de chats y un mínimo de interacción humana— lo hacen todo más cómodo porque nadie tendrá que ver la cara triste de esa persona si todo sale mal.

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Los chats y las aplicaciones nos permiten “quitarle hierro” al asunto, y aunque uno empiece a llorar y moquear en la soledad de su cuarto víctima de la no conjunción sexual o amorosa, siempre podrá fingir que no ha pasado nada y que todo va bien y que no le ha afectado. “Somos adultos y no pasa nada, no es que no pueda vivir sin ti, solo te estaba diciendo que me apetecía follar contigo, nada más”, una frase muy sobria que oculta a un pobre diablo totalmente destrozado por dentro. Cuando el horror es mostrar debilidad.

Pero hay que volver a hacer las cosas bien, coger la sinceridad y la pasión y las emociones más hermosas y utilizarlas como infantería ligera, preparadas para ser aniquiladas o admiradas. En la época del cinismo y el sexo útil y el amor de supermercado está bien prescindir de estos atajos y jugarse la vida, declarar las ganas de amor o ganas de sexo con el cuchillo en el cuello listo para hacer el corte final, listo para abrirnos en canal para poder chorrear fuera de nuestro cuerpo en forma de dolor absoluto o felicidad.

¿Qué me decís de escribir parlamentos de 900 palabras en los chats de Facebook? Declaraciones muy sentidas que contengan todas las explicaciones necesarias: “Mira, lo he pensado mucho y me negaba a decirte esto por Facebook, porque, sin duda, es un canal frío y poco humano, pero también entiendo que es un sistema útil que, de hecho, describe las sinergias de este presente siglo XXI y que negarse a participar de este nuevo mundo digital por razones morales es quizás un debate ya zanjado y un tanto arcaico”.

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En la vida real también propongo la exageración —temporal— para llegar a un estado un poco menos frío, urgente y competitivo. No sé, reunir a toda la familia del pretendiente o de la pretendienta y leer en voz alta una carta de seis páginas (a doble cara) en la que declaras tus incondicionales ganas de hacer el amor con esa persona. O elaborar tupidas y barrocas melodías vocales para exhibirte ante el ser amado como si fueras un pavo real en celo. O mejor, sacar un disco con 24 canciones, un álbum que has tardado tres años en grabar y dos en encontrar un sello dispuesto a editártelo, narrando ahí, canción a canción, todo lo que sientes y todas tus intenciones, porque “todo el mundo tiene que saber que te quiero”.

Proponer estratagemas tan elaboradas que, al final, lo único que logren sea generar un miedo incómodo al receptor del mensaje. Pero es que si el sexo y el amor no se viven con extrema intensidad es que no merece la pena. La locura como única salida al amor y al deseo.

Solo asumiendo esta hipertrofia podremos permitirnos rebajar la intensidad de las declaraciones y alcanzar, de nuevo, un nivel humano a la hora de ofrecerse uno mismo como compañero sexual. Afrontar de nuevo que la posibilidad de la huida ya no forma parte de este juego, de la misma forma que ya no sirve eso de diluir el dolor con la indiferencia y la poca participación emocional porque al final las declaraciones mediocres solo llevan a relaciones mediocres.

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