Paro Colombia
Foto por Andrés Tovar.
Actualidad

Presidente Duque: el paro es contra su gobierno, por si no se ha dado cuenta

OPINIÓN // Los primeros días del paro nacional en Colombia me han dejado estas reflexiones.

El viernes 22 de noviembre en la noche, en su comunicado a los colombianos, el presidente Iván Duque habló en primera persona del plural de lo que debíamos hacer. Dijo, por ejemplo, que "nos debemos pronunciar pacíficamente y por ello debemos rechazar categóricamente cualquier forma de violencia". También resaltó que Colombia marchaba por un mejor país. Luego, afirmó que los colombianos "estamos juntos en la tarea de construir el futuro" y deseó que "todos unidos pasemos las páginas del odio, la violencia y la desigualdad".

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De su comunicado me llamaron la atención dos puntos. El primero, el uso del nosotros, como si él también estuviera protestando y, sobre todo, como si el paro no fuera contra su gobierno. El objetivo de esta voz era transmitir una sensación de unidad y comunión, construir un "todos" al que él también pudiera pertenecer, que no dejara a nadie por fuera. El efecto que buscaba es que el paro no fuera contra él, para no tener que responder a los cientos de miles de colombianos que lo han interpelado estos días.

Los mensajes del presidente Duque muestran que se resiste a darse por aludido, como si la cosa no fuera con él. Entonces, ¿con quién es? Los mensajes del Gobierno han buscado resignificar el paro y cooptar sus diversas causas y exigencias. Cuando el Presidente habla de que "todos unidos pasemos las páginas del odio, la violencia y la desigualdad", plantea algo que nadie rechazaría: nadie —o al menos eso pensamos en nuestra buena fe— está a favor del odio, la violencia y la desigualdad. Esa trampa de su mensaje es el segundo punto que me llamó la atención : convierte los agravios en abstracciones. Y así, como lo quiere Duque, pareciera que Colombia no para contra su gobierno sino contra estas abstracciones.

El paro ha unido a muchos colombianos, pero sospecho de los mensajes irreflexivos que llaman a la "unión" porque estamos protestando por causas concretas, no persiguiendo fantasmas etéreos. Aun si estos temas tienen diferentes cargas políticas y todavía no han logrado consolidarse como una demanda unificada, van más allá de llamados contra la injusticia y la violencia. La unión es importante, pero no queremos unirnos con el Gobierno ni con el Centro Democrático, ni con partidos que entorpezcan la implementación de los acuerdos de paz ni con sectores sociales que conciben la violencia, la guerra y las armas como una solución para los problemas de Colombia. No estamos simplemente en contra de la violencia, estamos en contra del asesinato de al menos ocho niños por parte del Ejército, del asesinato de líderes sociales e indígenas mientras el Gobierno mira hacia otro lado, del abuso indiscriminado de la fuerza de la Policía y el Esmad a lo largo de estos días de paro; no estamos simplemente en contra de la desigualdad, estamos en contra de medidas concretas que el Gobierno de Duque implementaría y aumentarían esta desigualdad, como las reformas laboral y pensional.

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Y aunque no paramos por el odio, sí hay un rechazo claro al Presidente y el Gobierno. Entonces que el Presidente no hable de un "nosotros" que no existe, saboteando el paro con su lenguaje aparentemente unificador, pero que en el fondo elimina el disenso y la diferencia: el paro es contra él, él no hace parte del paro.

Acá van cuatro reflexiones más luego de estos primeros días de manifestaciones.

El paro necesita exigencias concretas

¿Qué busca el paro? Creo que, en general, todavía no está claro. Y no está mal, estos primeros días de movilización masiva, junto con los cacerolazos a lo largo de toda Bogotá y otras ciudades del país, muestran un descontento claro con el rumbo que el Gobierno de Duque le ha dado a Colombia. Pero si el paro busca generar un cambio debe haber objetivos claros, exigencias concretas. Que el Gobierno se comprometa a implementar los acuerdos de paz, por ejemplo, o que asegure que no se van implementar medidas económicas que aumentarían la precariedad laboral para muchos colombianos, o que se declare públicamente quiénes fueron los responsables del asesinato de al menos ocho niños en el bombardeo militar en el Caquetá y qué se va a hacer al respecto.

Todas estas causas han funcionado como movilizadoras del paro, pero no se han articulado como demandas del paro. Para que miles de personas sigan parando día tras día, debe haber un norte claro, una meta por cumplir. Que todos sepan que las calles de Colombia estarán paralizadas hasta que no se cumplan estas condiciones. De lo contrario, la efervescencia inicial podría desvanecerse rápidamente. Una agenda explícita también le dificultaría al Presidente el truco de no reconocer las demandas del paro.

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Articular estas demandas no es fácil, en parte porque lo que mueve a Colombia a parar son problemas estructurales y también porque dentro del paro hay distintos grupos con distintos motivos para parar. El reto de esta forma de acción colectiva será poder encauzar estos motivos y los distintos liderazgos que pueda haber en el paro para poder hacer exigencias claras, para darle un propósito definido que lo alargue indefinidamente hasta que dicho propósito no se cumpla. Esta es una cuestión urgente, que se debe resolver lo antes posible.

El papel ambivalente de las redes sociales

Varios de los múltiples y aberrantes abusos del Esmad —cuerpo especial antidisturbios— y la Policía han sido registrados y compartidos en redes sociales, confirmando una vez más el poder de vigilancia ciudadana que tienen estas y exponiendo a las fuerzas de orden público como iniciadoras de la violencia en varias ocasiones durante estos primeros días de paro. Las redes sociales también han funcionado, en mi caso, para articularme con mis amigos y definir puntos de encuentro, compartir protocolos de cuidado y confirmar que todos llegan bien a sus casas. También permiten el apoyo mutuo dentro del paro, sea celebrando la movilización masiva u ofreciendo ayuda. Las redes configuran una comunidad solidaria, y eso es vital para que el paro no pierda su vigor y siga adelante. Y bueno, también funcionan como un noticiero a veces más fiable que el de los dos canales principales del país.

Las redes sociales también han funcionado para difundir el miedo y la confusión. El viernes 22 de noviembre por la noche, y entrada en la madrugada, cientos de mensajes y publicaciones alertaban que vándalos y ladrones se estaban, presuntamente, entrando a las casas y conjuntos residenciales y avisaban sobre alarmas prendidas y tiros al aire. Así como habíamos podido organizarnos a través de redes sociales, también estábamos asustándonos y colapsando entre todos: cada publicación era una chispa que avivaba el miedo. Y el miedo era frente a una masa oscura, un “ellos” indefinido sin rostro.

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Varios han denunciado la estrategia de miedo para deslegitimar la protesta y han llamado, con razón, a no compartir videos, testimonios ni audios si su origen no es claro. Yo me sumo a ese llamado, pero quiero volver al miedo frente a un “ellos” sin nombre. Ese “ellos” es maleable y si permitimos que se vuelva un actor importante, luego puede adoptar diversos nombres. “Los venezolanos”, “los vándalos”, “los estudiantes”, etc. Hay que estar alerta frente al peligro, pero también frente a la difusión de la sensación de peligro que allana el camino para causas posteriores. Creo que no habíamos mezclado antes una manifestación de esta magnitud con la ubicuidad y omnipotencia de las redes sociales; es evidente que aún estamos aprendiendo cómo pueden potenciarse ambas, pero también cómo pueden herir nuestra organización.

La solidaridad como triunfo popular

El paro y la protesta han construido, o hecho explícitos, lazos de unión y solidaridad entre la ciudadanía que lucha por sus derechos. Bogotá —desde donde he vivido el paro— suele ser una ciudad fría y hostil y eso desemboca en que sus habitantes mantengan su guardia alta y vivan a la defensiva. Y aunque los días de paro también han sido días de tensión (tanto por los abusos violentos de la Policía y el Esmad como por el toque de queda y los rumores confusos de saqueos masivos), se han abierto canales de empatía que antes estaban escondidos. Un ciudadano participando en el cacerolazo se convierte en un compañero de lucha, como también lo es cada persona que protesta. Esto también se expresa en el cuidado mutuo que se siente en las movilizaciones, un grupo de personas con un fin común y que se reconoce como comunidad.

Universidades como Los Andes abrieron sus puertas en el centro de la ciudad para quienes lo necesitaran durante el toque de queda; en grupos de WhatsApp también varias personas han manifestado que sus casas están abiertas para el que esté en la zona y no tenga a donde ir en ese momento. Estos gestos son más que eso, demuestran que tenemos la capacidad de organizarnos y velar por el otro. El paro, para que sea masivo y efectivo, requiere pensar más allá de lo que uno necesita, y estas acciones de empatía y solidaridad demuestran que estamos listos para apoyarnos y creer en nosotros. Es una sensación bella la de ir por la calle caminando, golpeando la tapa de una olla con una cuchara y, al encontrar a un grupo que hace lo mismo, intercambiar sonrisas y vítores: vamos para el mismo lado.

La mediocridad del Gobierno

La sensación de desgobierno crece cada día. Es difícil escuchar al Presidente y al resto del Gobierno y sentir algún tipo de seguridad, o que saben hacia dónde van o vamos. Las declaraciones no tienen profundidad, las acciones son erráticas y, en general, el aura que cubre este primer año y medio de Iván Duque en la Casa de Nariño es una de mediocridad. El audio que reveló Publimetro la semana pasada, de una conversación entre Francisco Santos, embajador en Washington, y la canciller Claudia Blum revela más de la torpeza del Gobierno: tanto por el hecho mismo de que la grabación se filtrara como porque esta revelara a Santos admitiendo la incompetencia de Guillermo Botero, exministro de Defensa, y de Carlos Holmes Trujillo, excanciller y nuevo ministro de Defensa. Mientras la rueda giratoria de ministros mal preparados continúa, el presidente Duque decidió manejar la situación, y el paro inminente, yendo a hablar en Candela Estéreo, lo que le ganó merecidas burlas.

Quizás el Gobierno se sabe débil y de ahí proviene tanta violencia y represión a la protesta: esta puede afectarlos fuertemente. El Centro Democrático, su partido, parece no apoyarlo con contundencia y otra gran parte del país lo rechaza. Duque dedicó buena parte de su capital político inicial a Venezuela, a criticar al presidente Nicolás Maduro y a apoyar a Juan Guaidó en su cruzada política. Curiosamente, hay similitudes entre Duque y Maduro: ambos han mostrado que les quedó grande seguir el proyecto de sus padrinos políticos (Álvaro Uribe y Hugo Chávez), que no tienen el carisma ni mucho menos la visión para ejecutar proyectos de país que se sostenían, en gran parte, en personalismos y liderazgos mesiánicos. Y ahora las protestas le estallan en la cara y él no sabe qué hacer. Hoy Iván Duque es un presidente diminuto.