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Las grotescas pesadillas en los lienzos de José Luis Carranza

El pintor que no se considera artista y ve a su oficio como una de sus peores pesadillas.
Las meninas. Óleo sobre tela 97 x 130 cm.

Estéticamente bello y al mismo tiempo grotesco. Lienzos abarrotados de colores vibrantes, criaturas mitológicas, vegetación, ojos perturbados y la dermis con textura de tejido muscular. Una mezcla contemporánea con elementos surrealistas. Estas características pueden ser encontradas en las piezas del peruano José Luis Carranza, nacido en 1981, quien creció rodeado de vegetación, animales disecados y libros de anatomía; todos estos elementos se encuentran presentes en sus piezas y cada una de ellas se encuentran entrelazadas.

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La mayor parte de su trabajo está vinculado con su infancia. Desde niño se vio influenciado por las ciencias naturales y la taxidermia. Al graduarse de la Escuela Nacional Superior de las Bellas Artes, trasladó esos conocimientos al lienzo. En lugar de disecar animales para que estos parecieran vivos, trataba de retratarlos en sus pinturas lo mejor posible y así darles una vitalidad infinita.

Primavera. Óleo sobre lienzo 120 x 185 cm.

José Luis Carranza admite que es difícil trasladar la imagen mental de la pieza al lienzo; las manos trabajan como un filtro entre uno y otro, el problema de estas es que pueden entorpecer la idea original. Para él, a diferencia con otros artistas, pintar no es divertido; no se siente relajado o feliz mientras lo hace ya que la pintura es un camino lleno de incertidumbre, oscuridad, angustia y dudas antes de llegar al resultado final. De estas cuatro cosas depende el tiempo que se tarde en terminar sus cuadros, desde dos horas hasta dos meses. No dedica todo su tiempo a una sola pintura, puede estar trabajando en una y después comenzar o proseguir con otra. Debido a esto, cada cuadro está relacionado con el anterior de una u otra manera; en ellos se pueden encontrar personajes recurrentes como el adolescente con la trompeta, animales y criaturas mitológicas, santos y mártires, junglas llenas de vegetación y humanoides con ojos grandes y piel rosada. Todos estos elementos son una gran mezcla de su formación como persona, la cultura que lo rodea, sus creencias religiosas y la historia de su país. En sus cuadros se ven plasmados componentes tanto contemporáneos como del colonialismo; los colores que usa hacen referencia al Street Art y la publicidad que nos bombardea a diario, la forma en la que revuelve a sus personajes a manera de collage nos recuerda a la técnica surrealista de ensamblar varios objetos sin tener una congruencia.

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No realiza bocetos antes de iniciar una composición; la mayor parte del tiempo comienza a trabajar directamente en el lienzo, plasmando sus imágenes mentales sobre él y poco a poco la pintura va tomando su forma con los personajes y elementos que van siendo agregados. Para él es un proceso lento, lleno de errores, meditaciones y arrepentimientos que luego ocasionan la destrucción total de la pieza que está siendo trabajada. Si el cuadro está a punto de ser terminado, pero él considera que la composición anatómica de sus personajes es errónea o sus ojos tienen una expresión graciosa, opta por destruir todo el trabajo ya hecho y comenzar de cero. El estar constantemente pensando en qué pintar sin necesariamente tener un pincel en la mano es prácticamente su estado natural; su aberración hacia el blanco y la "angustia" que este color representa es uno de los factores por los que sus piezas resultan tan llamativas y abarrotadas.

La adoración del becerro de oro. Óleo sobre tela 150 x 180 cm.

Caminantes. Óleo sobre lienzo 100 x 120 cm.

Además de óleo, acuarela y algunas piezas en papel; también realizó en una ocasión una instalación colectiva. En esta pieza trató de traer a la vida muchos elementos que se pueden observar en sus pinturas y plantarlos sobre un escenario. En un cubo de dos metros por lado aproximadamente, metió objetos personales y de su vida diaria tales como dibujos y pinturas viejas, muletas, cráneos, fotografías, esqueletos de animalitos, etc. El espacio daba la sensación de una especie de santuario, como lo es el cuarto de un adolescente, un museo abarrotado de objetos. De manera similar a sus composiciones sobre el lienzo, la instalación fue una explosión de información; una representación de su sanatorio íntimo en un espacio público. A menudo se han hecho comentarios sobre sus piezas, los espectadores piensan que él trata de representar situaciones o problemas sociales para generar un cambio en el mundo.

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Sus piezas están repletas de un lenguaje lleno de caos y sobrepoblación; sus personajes y demás elementos conviven en una revolución de situaciones que "jamás han sido y jamás serán". Lo mismo que con su instalación, los protagonistas de sus composiciones no intentan representar a la realidad; cumplen una función de alter egos o sentimientos con los que él vive día con día.

Celebración. Óleo sobre tela 130 x 180 cm.

Eugène. Óleo sobre tela 80 x 80 cm.

Bacanal. Óleo sobre tela 180 x 300 cm.

José Luis Carranza no pierde el tiempo con pretensiones y falsas poses de ser el gran innovador del arte contemporáneo a través de exposiciones con nombres intensos, prefiere mantener la simpleza y sorprender a quien acuda a ver sus obras. Tampoco se muere de ganas de cambiar al mundo a través de sus pinturas y así concientizar a cualquiera que las vea. No se esfuerza en negar sus influencias en su manera de pintar, ya sea en óleo o acuarela; el mismo lo dijo: "somos herederos de todo lo hecho antes en el arte". Por último, él no se considera un artista; es un artesano del siglo XXI que gusta de pintar sus embrollos mentales. Mientras él siga vivo, su trabajo no puede ser considerado arte, tiene que pasar tiempo para que sus composiciones sean consideradas como tal. A fin de cuentas: "El arte muchas veces es una bendición de la historia".

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