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Feminisme

Es hora de dejar de odiar las selfies en los museos

2017 fue el año de la selfie artística. Pero, ¿las preocupaciones sobre el efecto de Instagram en la cultura de los museos no será otra forma de mantener la exclusividad del mundo del arte?
LC
traducido por Laura Castro
Foto de Sergei Savostyanov, vía Getty Images.

Hay personas que toman fotos de la "Mona Lisa", y también hay personas que se paran en la parte de atrás y burlonamente toman fotos de las personas que toman fotos de la "Mona Lisa" antes de dirigirse silenciosamente al frente de la multitud para mirar sus ojos contemplativamente. Como una escritora que se dedica a la crítica del arte, estoy bastante familiarizada con este último grupo; de hecho, he sido una de ellos. Es un grupo definido por una cierta pedantería, una afirmación escenificada de que hay formas correctas e incorrectas de interactuar con el arte, y de que ellos están en el lado correcto. En este club especial de entusiastas del arte, nadie sería sorprendido tomándose una selfie dentro de un museo.

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En los últimos cinco años más o menos, dado que la influencia de Instagram se ha disparado, muchas industrias han tenido que invertir en su economía visual, asegurándose de tener una presencia en la plataforma que atraiga la atención cada vez más ocupada de la gente. En particular la de aquellos en el mundo de los museos. Desde que la instalación dramáticamente fotogénica "Rain Room" de Random International —donde una lluvia falsa cae por todas partes excepto sobre el visitante— atrajo multitudes sorprendentemente grandes cuando debutó en Londres en 2012 y en todos los sitios en los que fue montada después, cada vez es más claro lo que la gente realmente quiere: una foto. Y los administradores de los museos se han estado tratando de adaptar gradualmente: las preinauguraciones para prensa de las exhibiciones ahora ya no sólo convocan a los críticos, sino también a los influencers de Instagram; las exposiciones son publicitadas sutilmente para tomarse fotos; y los museos han empezado a llevar a cabo desafíos en Instagram.

Pero 2017 fue el año en que, sin dudas, todo llegó a un punto crítico. Menos de una semana después de la inauguración en febrero de "Yayoi Kusama: Infinity Rooms" en el Museo Hirshhorn en Washington, un asistente que presuntamente estaba tomádose selfies tropezó y rompió la brillante escultura de una calabaza llena de lunares en la famosa instalación de espejos, de la cual hay más de 47,000 fotos etiquetadas con un hashtag en Instagram. Esta no es la primera vez que un visitante rompe una obra de arte, pero considerando que las deslumbrantes instalaciones surrealistas de Kusama son telones de fondo notoriamente populares para las selfies, la historia rápidamente acaparó los titulares, señalada, implícitamente, como la cúspide de un frenesí inducido por tomar y compartir fotos, el cual de no detenerse terminará por arruinar torpemente el precioso mundo artístico. (No ayuda que en julio, el video de una mujer que se cayó y tiró $200,000 dólares en obras de arte en The 14th Factory de L.A. se volviera viral).

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A finales de este año, el popular Museo del Helado de Nueva York —un jardín de juegos bañado en color rosa, que es el lugar favorito para los amantes de las selfies— salió de tour por Los Ángeles y San Francisco. (Actualmente está terminando su tour en Art Basel 2017 en Miami). Cuando se encontraba en el Área de la Bahía, el "museo" fue instalado cerca de otro multicolorido híbrido entre cabina fotográfica e instalación artística llamado The Color Factory. Los boletos para ambos, que costaban más de $30 dólares, se agotaron casi de inmediato, y más tarde The Color Factory extendió el plazo de su exhibición debido a la demanda popular. Para muchos dentro del club de élite de los puristas del arte, el nuevo fenómeno de las experiencias del arte como algo hecho a medida para Instagram fue motivo de varios comentarios en Facebook. Se trata de un indicador muy obvio del peligro que corre el arte, expresaron en línea mis amigos puristas; la apreciación del arte tal como la conocemos pronto se habrá extinguido para siempre.

Una selfie tomada dentro de una de las salas "Infinity" de Yayoi Kusama. Foto de (Waiting for) Godot, vía Flickr.

O como el crítico de arte del LA Times Christopher Knight le dijo a Wired en una historia sobre el surgimiento del "museo hecho para Instagram": "Estos entretenimientos fabricados ya no son exposiciones de arte más significativas que un restaurante Chuck E. Cheese o el Paseo de la Fama en Legoland. Simplemente son más esnobs".

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A fines de septiembre, el Museo de Arte Moderno de San Francisco (SFMOMA, por sus iniciales en inglés) comenzó a publicitar su actual retrospectiva del fotógrafo seminal Walker Evans. Parte de su campaña de marketing incluyó una publicación patrocinada en Facebook que llamaba a Evans el "padre de Instagram", la cual ya fue borrada. Como era de esperar, el mensaje provocó la ira de muchos familiarizados con el trabajo de Evans. Dos críticos de arte del Área de la Bahía publicaron capturas de pantalla del anuncio en su Facebook, increpando al museo con leyendas exasperadas por tratar de atraer a los patrocinadores del Museo del Helado. Compañeros artistas y escritores intervinieron para coincidir en que la campaña era condescendiente para la audiencia del SFMOMA. Alguien incluso escribió que ver a la gente tomándose selfies frente a las piezas artísticas lo hacía desear golpearlos.

Para ser claros: Walker Evans no fue el creador de Instagram, y la publicación fue tan descabellada que llegó al punto de ser potencialmente engañosa, y seguramente, embarazosa. (Al parecer, el museo ya se olvidó de los mensajes en su estrategia de mercadotecnia, aunque la campaña de prensa alrededor de la exhibición todavía incluye una búsqueda del tesoro en Instagram y un concurso). Sin embargo, hay un desdén velado que parece acechar detrás de tales sentimientos antiselfies en los museos, uno similar al que obliga a las personas a burlarse de las multitudes frente a la "Mona Lisa". De alguna manera, ambos se manifiestan como un resentimiento activo hacia los consumidores (y productores) de la cultura de masas.

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Esta reacción puede estar relacionada con un temor a que estos consumidores corrompan el sagrado espacio del museo y mermen las distinciones informadas de raza, clase, edad y género que permiten que algunas personas se han bienvenidas y que otras queden excluidas. Este resentimiento podría estar operando en un nivel semisubconsciente, como un prejuicio implícito; un sutil arrebato de superioridad que hace que el video de una joven que se cae y tira varias esculturas en efecto domino resulte a la vez vergonzoso y satisfactorio.

El mundo del arte se basa en nociones preconcebidas de qué significa ser "culto" y cómo luce alguien así, lo que proporciona una rúbrica para determinar a dónde pertenecen varias personas en una jerarquía social, con el grupo más culto en la cima. Algunas personas pasan la mayor parte de su vida acumulando conocimiento para así poder ascender en esa jerarquía. Y parte de la irritación con respecto a que el museo se vuelva algo propio de las masas, parece ser una ansiedad deribada de la idea de que tal rúbrica sea ignorada y reemplazada por otro sistema de puntos sociales: los likes de Instagram.

Foto de Thomas Ricker, vía Flickr.

Eso no quiere decir que los espectadores del arte no tengan un problema con el Instagram. Kara Walker demostró esto en 2014, cuando exhibió imágenes de los asistentes a su popular instalación en la antigua Domino Sugar Factory en Brooklyn a principios de ese año, donde los asistentes se fotografiaron a sí mismos fingiendo jugar con los pezones y la vulva de su escultura, con forma de una mujer negra y desnuda, de 22 metros, la cual tenía la intensión de llamar a la reflexión sobre los estereotipos de la gente negra. El empeño de los asistentes en fotografiar las piezas artísticas sugiere que en realidad no están interesados en comprender lo que significan, o por qué fueron creadas.

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Pero las personas no sólo visitan estas exitosas exhibiciones para publicarlo en Instagram, las visitan también debido a Instagram. Tal como los iconos de Internet Kimberly Drew, directora de medios del The Met, y JiaJia Fei, directora del Museo Judío de Nueva York, han demostrado, las redes sociales, e Instagram en particular, son cruciales para atraer al público contemporáneo hacia el arte. Además, el ver una foto compartida ahora es una de las principales razones por las que las personas se sienten motivadas a visitar una exhibición artística.

También vale la pena señalar que la inclusión que hubo en The Cosby Show del trabajo de artistas negros en sus tramas y escenarios en los 70 fue un impulso para el Movimiento artístico negro (BAM, por sus iniciales en inglés), si no financieramente, al menos sí culturalmente. Y el Tumblr Black Contemporary Art de Kimberly Drew, ha empleado canales de circulación similares para expandir el canon emergente dominante del arte contemporáneo, escribiendo en su blog sobre otros blogs. En otras palabras, los medios de comunicación contemporáneos y masivos han sido durante mucho tiempo una herramienta para que las personas ajenas al exclusivo mundo del arte participen en la curaduría de lo que está en su núcleo.


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En una charla TedX de 2016, Fei describe el temor del mundo de los museos hacia las redes sociales como "el miedo a la reproducción, el miedo al copyright, el miedo a lo que sucederá si permitimos que nuestra información esté en línea y se disemine", lo cual representa el riesgo de perder la autoridad para definir la narrativa histórica del arte, porque a pesar de los años de investigación empleados por curadores profesionales, su trabajo se ve eclipsado en línea por las fotos amateur de las obras de arte que a menudo están mal etiquetadas o recortadas.

"Rain Room" en LACMA. Foto de DJ Ecal, vía Flickr.

El argumento de Fei es que al acoger la visibilidad en línea y hacer que las investigaciones y las imágenes de las instituciones estén disponibles ampliamente, los curadores de los museos de hecho podrán "reclamar [su] trabajo como autoridades y expertos en esta visión del mundo de Google".

En lo que respecta a los museos, estamos experimentando un cambio innegable en esa dirección. No obstante, muchos miembros de los círculos artísticos, a pesar de quejarse frecuentemente de que la gente no visita los museos en estos días, critican el incremento del uso de la tecnología y el cambio en las prioridades curatoriales, dichas críticas (intencionalmente o no) también funcionan como argumentos en contra de la inclusión de los menos versados en arte.

Irónicamente, si nadie se reuniera febrilmente en torno a la "Mona Lisa", seguramente el mundo del arte se sentiría igualmente irritado: el poderoso mito de la obra maestra, la cual hasta hace poco sólo la élite de la industria había tenido el privilegio de definir, es la base de su estatus. Sin embargo, si las multitudes de visitantes de los museos no se arremolinaran a su alrededor ni sacaran sus teléfonos para tomar una selfie, hoy en día la "Mona Lisa" no sería más que un poco de pintura en un lienzo.