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Politică

Dos hijas de genocidas nos cuentan cómo luchan contra sus padres

Paula y Lorna son hijas de genocidas que participaron en la última dictadura militar en Argentina. Actualmente buscan verdad y justicia
Retrato de Paula y Lorna

Artículo publicado por VICE Argentina

Cada vez que hablan, cada vez que cuentan su historia, cada vez que dicen quiénes son, sienten que su cuerpo y su alma se tornan más livianos. Parece un efecto químico pero no lo es. Después de una hora de charla, cuando el grabador se apaga, Paula y Lorna se sienten un poquito menos culpables que hasta hace un instante. Y también tienen un poco menos de miedo. O al menos eso dicen.

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Ambas pertenecen al colectivo “Historias desobedientes: hijos, hijas y familiares de genocidas”, todo un mandamiento y una declaración de principios. Sus padres fueron dos de los 10 mil genocidas que actuaron en los más de 500 centros clandestinos de represión en todo el país, aunque se hayan identificado sólo 2500. Sus padres fueron parte de la maquinaria del terror entre los años 1976 y 1983, que contó con un un saldo de 30 mil desaparecidos y 400 nietos que aún viven con identidades falsas por haber sido robados y entregados ilegalmente en adopción. Y ellas, lejos de reivindicarlos, no solo los condenan, sino que quieren prestar testimonio en los juicios en su contra. Paula y Lorna, como tantos otros hijos de genocidas, tienen información clave porque ellos se los contaron, porque nunca se imaginaron que sus propios hijos los iban a mirar como lo que son: asesinos.

Colectivo “Historias desobedientes: hijos, hijas y familiares de genocidas”

Por eso la culpa, por eso el miedo. Pero también por eso, este espacio colectivo. Hasta hace un año, exactamente el 10 de mayo de 2017, existía una sola rama de familiares de genocidas, cuya referente más destacada es Cecilia Pando, esposa de un oficial retirado y presidenta de una agrupación que reivindica el accionar de los militares durante la última dictadura militar. Pero con lo que se denominó el “2x1” —el beneficio que le otorgó la Corte Suprema de Justicia a un genocida condenado por delitos de lesa humanidad y que lo beneficiaba con la salida— la historia dio vuelta como una tómbola. Ese fue el punto de quiebre para que muchas Lorenas y Paulas digan basta y salgan a decir que ellas —lejos de la “doctrina Pando”— repudian a sus padres.

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Paula tiene 38 años y prefiere no dar su apellido. Su padre está vivo e impune. Y aunque no lo ve hace trece años, supone que está lo más tranquilo en su casa. Trabaja como administrativa en una productora de cine.

Retrato de Paula

Lorna Milena es el nombre artístico de esta mujer de 51 años, que también prefiere guardarse la identidad que figura en el documento, pese a que su padre haya muerto en 2008, impune. Porque ese nombre le hace acordar a una joven a la que no quiere volver, a una adolescente que también hablaba de “subversivos” y “zurdos de mierda”. Ahora diseña páginas web, es moza y escritora.

Retrato de Lorna

Lorna y Paula se conocen hace muy poquito pero ellas sienten que se conocen desde siempre, porque si bien sus vidas fueron y son distintas —se llevan trece años— fueron talladas casi por las mismas manos, la de padres que se ufanaron de matar, de torturar. Y nacer y criarse con ello no fue gratis.

Ambas escondieron ese secreto hasta hace muy poco tiempo. Paula solo lo había hablado con su psicóloga y con su mejor amiga. “Treinta y ocho años con ese secreto. Yo me río pero es durísimo. Cuando conocía a gente o salía con alguna pareja me decían 'ay, es como que tenés una coraza, no te abrís' y yo decía 'ay no, no sé por qué decís eso, nada que ver, yo soy muy abierta' ”. Pero por supuesto que ella escondía algo. Paula y Lorna son irónicas, ácidas y hasta se permiten hacer chistes. Dicen que les aliviana la carga después de los días de oscuridad que suelen tener. “Ayer me pasé el día llorando porque me enteré otra cosa de mi papá. Yo pensaba que ya lo sabía todo y no”, se sincera Paula quien, cuando tenía 14 años se enteró todo: había habido una dictadura y su padre había participado.

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Él mismo se lo había dicho y le dijo que no se juntara con los judíos de su división, que después de los “zurdos” eran los peores. Pero por esas cuestiones instintivas, Paula siempre fue rebelde y cuestionadora, también con su padre. Entre sus compañeros había algunos que no habían nacido en Argentina. Contaban que nacieron en Francia o España porque sus padres habían tenido que exiliarse. Así que desde que fue adolescente, Paula agradece haberse sentido interpelada por esas historias, por haber escuchado la palabra “desaparecido” con otra connotación que la que escuchaba en su casa. Y por supuesto, no se animaba a contar quién era su padre que decía que “trabajaba en el Estado”. Ese es otro punto en común que tiene con Lorna, lo que ellas llaman “el mandato de silencio”. Su padre le había prohibido decir que trabajaba en la Prefectura, para Lorna y sus amigos, era empleado estatal.

El proceso de Lorna fue diferente. Ella no solo aceptaba la ideología de su padre sino que también comulgaba con ella. “Yo era directamente nazi”, dice ahora y se ríe. Pero a medida que fue entrando en la tardía adolescencia y en los albores de la adultez, fue conociendo gente, leyendo, forjando su propia personalidad y pensamiento propio, comenzó a dimensionar qué había significado la dictadura y qué rol había tenido su padre en ella. Se cuestionó a ella misma y sobre todo a su padre. Desde ese momento ya nada volvería a ser como antes. Pero tanto Lorna como Paula lo transitaron solas, como pudieron, ahogadas en su propia verdad que tanto les duele.

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“Es un cocktail de vergüenza, angustia, bronca, miedo, impotencia y una cantidad de componentes que ni siquiera sé qué son”, dice Lorna. Paula cuenta que en su grupo social había una hija de desaparecidos. “Sabés la culpa que me daba. Qué iba a decirle. Hola que tal soy la hija de la que mató a tipos como tus viejos y seguramente te robó a vos y a otros 400. Me quiero morir, cómo te va”, dice con una ironía que eriza la piel.

La aparición del grupo “Historias desobedientes” les cambió la vida

Después de la multitudinaria marcha contra el “2x1” y la nota que publicó el portal ANFIBIA en donde Mariana D., hija del emblemático genocida Miguel Etchecolatz confesó que ella marchó contra su padre y que se había cambiado el apellido, tanto Lorna como Paula siguieron de cerca ese proceso y averiguaron que existía una página de Facebook que pertenecía a Analía Kalinek, hija del genocida conocido como “Doctror K” —un peso pesado en la Policía Federal y represor en los emblemáticos centros clandestinos Atlético, Banco y El Olimpo—. Ambas se contactaron, a su modo y con sus tiempos, y ya no se sintieron esos bichos raros que pensaban que eran.

“A mí me daba un miedo terrible porque mi padre está libre, tiene un arma, y no creo que le tiemble mucho el pulso aunque sea su hija”, dice Paula.

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“Ahí encontré a gente que tenía historias parecidas a las mías, que sufría las mismas cosas y que te digan 'te entiendo, me pasa lo mismo' para mí fue fundamental”, cuenta Lorna.

La primera aparición pública como Colectivo fue el 3 de junio de 2017, en la marcha de Ni Una Menos. Pero para ellas, la primera marcha llevando la bandera de Historias Desobedientes fue cuando se cumplió un mes de la desaparición de Santiago Maldonado. Paula recuerda que esa noche, después de la marcha, se juntó con un grupo de amigos. “¿Con quién marchaste vos, Paula?”, le preguntaron. Ella no se animó a decirlo en palabras y les mostró la foto. Sus amigos no lo podían creer y Paula no paraba de llorar.

Hace poco, junto a otros compañeros del espacio, participaron en Mar del Plata del escrache en la casa de Etchecolatz, que fue beneficiado con la prisión domiciliaria.


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La situación de Etchecolatz, quien hace unos días volvió al penal de Ezeiza luego de que le fuera retirado el arraigo, puso en alerta a organismos de derechos humanos nacionales e internacionales. El gobierno que encabeza Mauricio Macri habría recomendado a la Justicia enviar a sus domicilios a 96 represores condenados por delitos de Lesa Humanidad.

Paula y Lorna también están alertas y preocupadas. Y por eso, junto al Colectivo, presentaron un proyecto de ley para que se modifique el Código Procesal Penal que las imposibilita a declarar contra sus padres. “Nosotras tenemos información clave que sigue demostrando que estos señores son genocidas, que cometieron crímenes de lesa humanidad. Queremos hacer un aporte a la sociedad para que no solo no se vuelvan a sus casas sino que no sigan muchos de ellos impunes”, reflexionan.

Saben que los procesos son lentos, entienden cuando algunos organismos de Derechos Humanos desconfían de ellos, no se sienten “víctimas”, dicen que las víctimas claramente son otras, pero no niegan que la parte que les tocó a ellas también fue una mierda.

¿Si algún día se les irá por completo ese cocktail de sensaciones? No lo saben, creen que no. Pero están dispuestas a enfrentarlo con las tres palabras mágicas: Memoria, Verdad y Justicia.