Cómo fue crecer con una madre adicta
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Drogas

Cómo fue crecer con una madre adicta

Mi madre estaba soltera, era adicta a la heroína y, al menos para mí, la mejor madre del mundo.

Este artículo se publicó originalmente en VICE Austria.

En retrospectiva, me doy cuenta que crecí en un mundo muy extraño. Al centro de este mundo estaba mi madre, quién era soltera, adicta a la heroína y —en mi opinión— la mejor mamá del mundo.

Todos los días había un momento donde me decía, “vuelvo en un segundo, cariño”, antes de desaparecer a su cuarto con un par de amigos y cerrar la puerta con llave. A mis siete años, me paraba afuera de esa puerta durante un largo rato, tratando de imaginar qué estaba pasando del otro lado.

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Tardé años en entender lo que hacían ahí adentro. Por un buen rato, asumí que los adultos estaban durmiendo una súper siesta; siempre salían de ese cuarto tan callados, tan relajados y tan alegres. Sentía que me estaba perdiendo de algo, porque incluso después de haber pasado noches donde había dormido bien, me seguía sintiendo cansado. Quería ser un explorador de grande y sabía que eso requería mucha energía.

El autor con su madre, Helga

Mi madre tenía una cantidad enorme de amor que dar y la mayoría me llegaba a mí. Jugábamos juntos todos los días, por horas soñábamos aventuras juntos. Yo era Link, ella era Zelda, y nuestra misión era ganarle al demonio Ganondorf, quién vivía a la esquina de nuestra casa en Liefering, un suburbio de Salzburgo en Austria.

Primero teníamos que conseguir un mapa y una brújula, para poder encontrar a Ganondorf. Si mi mamá se cansaba demasiado durante la misión, tenía que tomarse una poción hecha de vainas de amapola para recuperar sus fuerzas.

Mi mamá siempre tenía muchos amigos en su casa, como Werner, quien me contaba sobre como sus energías provenían de la naturaleza y los árboles. Bertl siempre se acordaba de los buenos días del SV Austria Salzburg. El novio de mi mamá, Günter, me enseñó a jugar ajedrez cuando tenía seis años (él había aprendido a jugar durante una estancia en prisión).


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Probablemente la única mentira directa que me contó mi madre es que mi papá había muerto en un accidente antes de que yo naciera. Años después, cuando ella y Günter estaban rehabilitados, me explicó que mi padre biológico se había muerto de una sobredosis de heroína. Después de pasar un par de meses en prisión por posesión, tomó su dosis regular, pero su tolerancia había disminuido durante su tiempo en la cárcel, así que resultó demasiado.

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En su tristeza, mi mamá embarazada consideró suicidarse, pero un libro que leyó sobre el hinduismo la convenció de que reencarnaría como la forma más baja de vida si lo hacía, entonces se abstuvo.

En la escuela, yo era un poco problemático: me hacía el gracioso y era mal portado, aunque eso era lo normal donde yo crecí. Vivíamos en un departamento grande y verde en la planta baja de un conjunto de departamentos. No confiábamos en nadie que tocara a nuestra puerta, ya que sólo la policía y los carteros lo hacían (para mí eran lo mismo). Todos los demás subían por el balcón y entraban directo a nuestra sala.

Un visitante frecuente era el dealer de mi mamá, a quien llamábamos “El Griego”. Una vez, cuando mi mamá estaba en su cuarto, “El Griego” me forzó a tomarme un shot de vodka con él, cuando sólo tenía siete años. Cuando mi mamá se enteró, lo sacó de la casa. Pero, como luego me explicaría, todos merecen una segunda oportunidad, entonces eventualmente lo dejó volver.

La casa del autor siempre estaba llena con los amigos de su madre.

En el verano del 1999, cuando tenía ocho años, mi mamá estaba sufriendo mucho por su hábito de drogas. Günter parecía casi muerto después de 23 años de adicción, y yo estaba lentamente empezando a entender lo que pasaba a mi alrededor. Mi mamá se había convencido de que estaba bien consumir drogas hasta que yo fuera lo suficientemente mayor para entender lo que estaban haciendo, pero, obviamente, la verdad era que no podía parar.

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Un día ese mismo año, Bedda, un viejo amigo, vino de visita. Había estado en prisión con Günter por contrabando. Era como si fuera una persona completamente diferente. No estaba cansado, mareado, o nervioso. Irradiaba una felicidad y una paz que inmediatamente hacían que mi madre llorara. Bedda la consoló, y le habló sobre como Jesús lo había sanado y liberado.

Su presencia iluminaba nuestro obscuro departamento, como si alguien estuviera prendiendo una antorcha en una cueva obscura. Günter lo sacó del departamento, antes de destruir unos muebles y gritar que no quería nada que ver con la religión. Pero Bedda volvió y le explicó otra vez como Dios lo había liberado de su adicción.


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Después de un tiempo, mi mamá y Günter empezaron a ver el cambio en la vida de Bedda como algo positivo, y ese descubrimiento los ayudó. Habían fallado los numerosos intentos de rehabilitación, después que los doctores, psicólogos, y trabajadores sociales insistieran en que la fuerza para dejar las drogas venía de uno mismo; una fuerza que ninguno de los dos pensaba que tenían. Pero ahora su amigo Bedda se había salido gracias a una fe en Jesús, y eso motivó a Günter y a mi madre a hacer lo mismo.

Mi padrastro logró dejar la heroína después de más de dos décadas de adicción, mientras que mi mamá superó una severa depresión que la llevó al borde del suicidio en varias ocasiones. Se habían sentido vacíos, tristes y desesperados, pero ahora estaban llenos de amor y seguridad. Desafortunadamente, no todos en su entorno tuvieron la misma suerte: muchos de sus amigos murieron por sus adicciones.

A sus 39 años, mi madre murió de cáncer el 4 de julio de 2012. Durante toda su vida, derrotó monstruos y demonios, siempre mostrando una cantidad de amor inimaginable a las personas cercanas a ella. A pesar de haber crecido en un pantano de drogas en los suburbios de Salzburgo, tuve una infancia hermosa y plena: todo gracias a ella.

La película de Adrian Goiginger, Die Beste Aller Welten [La mejor del mundo], está basada en su propia juventud y dedicada a su madre, Helga Wachter. Está ahora en cines en Alemania y Austria.