Los conciertos casi matan mi amor por la música

FYI.

This story is over 5 years old.

Música

Los conciertos casi matan mi amor por la música

Cómo descansar un año de pedas, bandas ruidosas, cerveza derramada y conversaciones forzadas me convirtieron en un mejor fanático de la música.

En enero de 2017, viajé a Saint Vitus en Greenpoint, Brooklyn para ver la banda de doom metal originaria de Denver Khemmis. En parte, porque recién me había mudado de Denver y quería saludar a los chicos de Khemmis; y en parte, porque quería ver a la banda tocar en vivo, son muy buenos. Pero a pesar de que me la pasé bien, el esfuerzo de todo el show fue agotador. El traslado, el frío de la noche, el tiempo entre sets, los precios de las bebidas (y los precios de Vitus no son tan malos), todo fue una batalla cuesta arriba de cansancio, quejas y odio hacia las demás personas. Me sentí aliviado cuando fue hora de volver a casa.

Publicidad

Después de esa noche, no asistí a ningún evento en vivo por seis meses, el mayor periodo de tiempo en una década. Al principio, sólo era cuestión de mi edad y ser flojo, en especial durante invierno, cuando hace un chingo de frío y necesitas llevar abrigo. Pero a medida que pasaban más y más fechas de conciertos, tomé una decisión: ver a todas las bandas que vinieran a Nueva York ya no sería mi prioridad.

Al principio, este cambio lo sentí antinatural, y me preocupé de haberme rendido oficialmente a ser un padre jodido que no podía manejar el crudo poder de la arena en vivo. Además de eso, pertenecía a una comunidad de amigos que sólo podía ver en los conciertos; ¿los perdería si reducía el número de shows a los que iba? ¿Toda nuestra amistad estaría basada en la frecuencia de los conciertos, les caía bien porque se acordaban de mí? Y también estaba el FOMO (Fear of Missing Out), la ansiedad de perderme ese momento único en un millón, cuando las estrellas se alinean y mi banda underground favorita tocaba en un show privado mientras el dueño del bar repartía cerveza gratis y MDMA.

Evitar los conciertos afectó esos aspectos de mi vida, pero para mejor. De hecho, después de un año sin asistir a conciertos, creo que soy mejor fan de la música que amo como nunca lo había sido.

En primer lugar, el FOMO es una mierda. Los momentos importantes no se hacen, suceden y son hermosos por lo aleatorios y torpes que son. Claro, es más difícil que sucedan si no te encuentras en el lugar correcto en el momento correcto, pero si tu corazón no está ahí, la posibilidad de tener una de esas experiencias musicales sublimes es casi nula. Cuando asistía a cada espectáculo que llegaba a la ciudad, reduje mi capacidad para reconocer o poner atención en lo que sucedía a mi alrededor. Tal vez las estrellas se habían alineado en el pasado, pero estaba demasiado exhausto como para darme cuenta.

Publicidad

Esto también me volvió muy sensible a lo exagerado que es el aparato promocional de la música en vivo. Todos los sellos discográficos, promotores y sitios web de música dedicados a un género que patrocina cualquier evento quieren hacerte creer que cada concierto será LA NOCHE INOLVIDABLE DEL SIGLO. Rodean a una banda con todos los elogios y la propaganda que han acumulado recientemente, por lo que incluso si no eres un fanático, te preguntas si vale la pena ir sólo por la fiesta. No se puede culpar a estas personas por hacerlo, es su trabajo; todos tienen que pagar la renta, pero puedes dejar de creer lo que te dicen. ¿Es un espectáculo que presenta una banda de la que nunca has oído hablar; o una banda que no te gusta, pero recibió mucha atención mediática; realmente garantizan que te explotarán los sentidos?

Por otro lado, dejar los conciertos fue difícil cuando llegaban bandas que amaba, pero ¿sabes lo que tienen esas mismas bandas? Álbumes. Cuando extrañaba el performance en vivo de alguna banda, iba a casa, sacaba un par de discos de mi estante y reconectaba con sus canciones, el poder crudo de sus conciertos en mi propio tiempo y mis propios términos. Quizá no era el poder crudo y sudoroso de la experiencia en vivo, pero recordaba por qué amé esas bandas en primer lugar.

Obviamente, ir a un concierto es también una forma de ayudar a la banda que amas dándoles algo de dinero, pero hay otras formas de hacerlo. Compra un álbum o una playera. Paga más por sus canciones en Bandcamp. Existe más de una forma de ayudar a tu banda favorita, y no te dolerán tanto los pies como después de un concierto.

Publicidad

En cuanto a mis amigos, renunciar a los conciertos en definitiva cambió las cosas, pero no de mala manera. Eliminó a la manada de personas que eran mis amigos sólo en papel. Muchas de mis amistades de escenarios fueron incidentales, o incluso algo políticas; por lo tanto servían incluso para conseguir entradas a otros conciertos o eventos. Ese tipo de cosas es lo peor de una escena musical, en mi opinión: preocuparse por estar en el círculo social de alguien.

Eventualmente, cuando comencé a decirles a mis amigos que estaba a punto de salirme de ese ambiente, se dividieron en dos grupos: quienes me dijeron que nos veríamos pronto y aquellos con quienes hacía planes. La verdad es que la primera clase no tiene nada de malo —me gusta mucho tener amigos con quienes comparto un tiempo y lugar específicos, una persona que comparte conmigo un vínculo único—, pero no es necesario que te mates pensando cuándo fue la última vez que los viste. Sin embargo, los últimos son más importantes y descubrí que tenía conversaciones significativas y más sobrias durante la cena con ellos en lugar de gritar ebrio ideas locas en sus oídos mientras la banda tocaba en el escenario.

Para ser honesto, no dejé los conciertos por completo en 2017. Asistí a tres: Khemmis en enero, Iron Maiden en julio y Gwar en Halloween. Lo que hizo de 2017 un año diferente de otros es que puedo nombrar esos conciertos sin revisar mi colección de boletos, porque cada uno fue memorable. Cada uno tuvo sus propias experiencias que siempre recordaré, porque no son un recuerdo borroso de cabezas sacudiéndose y alcohol barato.

Publicidad

Ese fue otro cambio: la peda. Resulta que si no tenía una barra en donde apoyarme tres noches a la semana, no era el gran bebedor que creía. Claro, tuve muchas noches en casa bebiendo cerveza barata o whisky, pero en definitiva no me ahogaba en alcohol como la mayor parte de mi vida. En todo caso, pasar más tiempo en casa o solo me hizo un bebedor más creativo; hoy en día me encantan los cócteles tiki, que te animan sin sentirte como un carga espiritual a diferencia del whisky.

Los tiki son una buena transición a mi tercera y más rabiosa preocupación: que me estaba haciendo muy viejo para el rock, y que estaba destinado a llevar una vida de papá, en donde cada bebida tiene que ser elaborada y me atrapan los peores programas de televisión.

Y eso sucedió. Me hice todo un padre. Me convertí en un nerd y vi dos temporadas completas de Vikings.

Pero me he dado cuenta de que estoy haciendo aquello por lo que más lloran los hijos de puta, en serio. Estoy mejor que bien, honestamente.

Todos a mi alrededor han hecho lo mismo. Mis amigos de la música se quejan constantemente de que les da pena publicar una foto de ellos en la cama con una pizza porque demuestra lo jodidamente introvertidos que son. Oye, pero yo también me incluyo; he estado actuando como un chavorruco cansado desde que tenía 22 años, desdeñoso con los más jóvenes mientras trato desesperadamente de mantener el ritmo de los niños. Ahora, a mis treintas, por fin estoy listo para enfrentar las cosas que siempre he odiado, como soportar la mierda de los hipsters inconformistas y sarcásticos y no enojarme por las bebidas que derraman sobre mí unos pendejos mal vestidos que no controlan sus drogas.

En parte, mi cuerpo se está desmoronando a un ritmo exponencial. Todo me duele. Pero necesité no ir a conciertos y no hacer de ese dolor parte de mi vida cotidiana para escuchar la voz interior que decía: Kill me now. Puedes hablar sobre el "dad bod" [complexión masculina de edad mediana] de David Harbour irónicamente, pero para mí es una realidad que se padece. Ir al gimnasio, asar un pollo y estar en la cama antes de las once es mucho más maravilloso que ver otra banda shoegaze mientras me estoy odiando cada segundo. Ahora que no estoy rodeado de malestar y dolores, puedo regresar a la música en la comodidad de mi guarida acogedora. Cuando disfruto estar donde estoy, sintiendo cómo me siento, puedo disfrutar el arte que estoy experimentando.

Cuando iba a conciertos varias veces a la semana, experimentar la música se convirtió en sinónimo de estar crudo o despertar un kilómetro después de mi parada de autobús. Pero cuando reduje las experiencias en vivo, regresé a aquello que me emocionaba de la música en primer lugar.

Claro, me hizo mucho menos cool, pero en realidad, ¿te importa una mierda ser cool? ¿Es por eso que amas la música? Si es así, más poder para ti: disfruta estar en medio de una foto del público o que te vean con ese nuevo atuendo. No está mal. Pero yo estaré en casa escuchando una canción que de alguna manera olvidé que me hacía sentir completo.

Chris Krovatin es muy viejo y muy frío en Twitter.