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Pase y llore

Pase y llore: Les pagamos millones por actuar y ni eso saben hacer

Alguien debe estar pensando que poner gente bonita a gobernar y esperar que la cámara haga todo el trabajo no resultó ser la mejor estrategia.

​Todos sabíamos que La Gaviota no es la actriz más talentosa de la historia de la tele. Ni siquiera ha destacado en el ámbito de los reality shows, en el que actualmente desarrolla un proyecto que está calculado para durar, en total, unos ocho años, aunque suenan rumores de cancelación anticipada.

Dicho esto, a varios nos sorprendió su más reciente trabajo: no pensamos que pudiera llegar a ser una intérprete tan chafa. En el  vi​deo que difundió para "explicar" cómo se hizo de una casa valuada en 86 millones de pesos, no sólo se orinó encima del sentido común y la inteligencia del espectador promedio, sino que desaprovechó el material con la mayor profundidad dramática que ha tenido en su carrera con una actuación tiesa. Tiesa nivel pasón de coca.

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Hay que decirlo: según todos lo​s indicios, la casa fue construida y entregada a la familia Gaviota por un grupo empresarial que ha estado vinculado a su esposo en numerosas ocasiones durante los últimos años (una larga lista de licitaciones millonarias para ejecutar obra en territorios gobernados por él, sobre todo), así que, en rigor, él nos debe más explicaciones que ella. Pero su círculo de asesores debe haber estimado que estaba más fácil explicar su adquisición por parte de una actriz de telenovelas que por parte de un funcionario público que, evidentemente, no podría haberla pagado con su sueldo. Así que decidieron echarle la gaviota a los lobos.

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Su tono fue, uniformemente, de regaño iracundo, una actitud que no lograba disfrazar el berrinche por hallarse en una situación que no estaba estipulada en su contrato y a la que no debería orillársele por culpa de lo que pudiera pensar el grueso de su público, al que seguramente considera demasiado naco para juzgarla.

El mismo día, el señor que contrataron para firmar como su esposo también dio una de las pe​ores actuaciones de su carrera, que tampoco es que haya sido muy brillante. Además de funcionar como una precuela del video de su esposa (en él, como todo un caballero, le ordena que explique públicamente la procedencia de la casa), el presi amenazó a los manifestantes que participan en el ciclo de protestas por la desaparición de los 43 normalistas con usar la fuerza, con todas las connotaciones inquietantes que pueda tener el hecho de haber formulado esa amenaza en forma tan ambigua.

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La situación de Quique es de lo más extraña: no tenemos idea de cuál sea exactamente su talento y es evidente para una mayoría amplia (que parece crecer cada día) que no está haciendo su chamba bien. A la vez, también sabemos que casi nadie podría estar en su lugar. Y no me refiero a la presidencia, sino a haber sido concebido y criado como bebé probeta, despojado de cualquier objetivo existencial, interés intelectual o sensibilidad que no estuvieran relacionados con llegar a ejercer el poder político tal como se entiende en la fracción más oscurantista del PRI. Y encima, utilizar sólo su "imagen" para hacerlo.

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Así que si se trata de hacer política, en sentido estricto (el trabajo reflexivo del que se parte para redefinir los parámetros de la vida en común en una sociedad libre, siguiendo los preceptos morales que la misma sociedad establece) no la hace. Aunque tampoco, como hemos visto, es muy bueno para el arte dramático. En resumen, su inte​rpretación fue casi ​igual a la de su esposa, pero (si es que eso es posible), todavía peor: nada más se encabronó y, dentro de toda su incoherencia verbal (¿será que tiene un problema neurológico que le impide estructurar enunciados adecuadamente si no los lee en el teleprompter?), se pudo entender solamente que nos va a partir la madre si le seguimos reclamando detallitos que le pagamos por hacer, como impartir justicia o diseñar políticas públicas que vayan de acuerdo con el interés de la nación.

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Lo que este par de malas actuaciones revelan, sobre todo, es que hay una brecha, que no deja de crecer, entre esta pareja de seres humanos decorativos y sus gobernados. El tono con que se dirigen a su público revela que cada vez lo entienden menos y exigen algo de él (sumisión; aceptar su condición de inferioridad que le incapacita de juzgar, o siquiera aspirar a entender, lo que hacen personas mucho más ricas, bellas y poderosas que él) que cada vez está menos dispuesto a dar.

Es cierto que junto a otros rasgos de este gobierno, como el despojo de los bienes públicos, la adaptación de la tarea educativa para fines de la economía de mercado y una forma de administrar la seguridad social que desemboca en episodios de violencia cada vez más graves, el asunto de la casa es secundario. Pero es sintomático de la forma en la que personajes (en el sentido pleno de la palabra) como Peña Nieto o Angélica Rivera entienden el ejercicio del poder. De la utilidad que ven en él. Y cuando esto se vuelve evidente, a través de sucesos como el de la casa, las migajas de legitimidad que pudiera tener su gobierno se dispersan.

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Como era de esperar, la indignación, que viene de antes, recibió la noticia de la casa como gasolina. La respuesta a los berrinches y amenazas fue la manifestación más​ grande que se haya hecho fuera del contexto electoral en la historia del país. Como las anteriores que han sucedido durante las últimas semanas, la demanda principal fue la presentación con vida de los normalistas de Ayotzinapa que llevan dos meses desaparecidos. Aunque ha ganado fuerza la exigencia de la renuncia de Peña Nieto, como un punto directamente relacionado con el anterior. De hecho, la quema de la efigie del presi a medio Zócalo puso en el centro de las demandas su salida, antes que la reparación del daño, porque, se adivina, el régimen actual será incapaz de lograrlo, en sus actuales condiciones.

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Hay varias muestras de que el gobierno federal no tiene la capacidad de comprender los motivos de la inconformidad que ha crecido a partir de la masacre de Iguala. Por una parte, intentó cerrar el debate público del caso con una versión de los hechos que no sólo se apoyaba en evidencias nulas, sino qu​e era implausible (unos cuantos polis sometiendo a 43 estudiantes; una hoguera que ardió durante 15 horas sin que nadie se diera cuenta y además, durante una noche lluviosa; un lugar de los hechos que se encuentra a tres kilómetros de un cuartel militar, etc.). Por otra, quiso hacer creer que el ex alcalde de Iguala y su esposa habían sido los máximos responsables y que ningún servidor de mayor rango, o corporaciones como la Policía Federal o el Ejército estarían implicados, ni siquiera por omisión. Con la aprehensión de Abarca y su esposa y la admisión de su culpabilidad, el caso quedaría cerrado.

Es un hecho que muchos casos anteriores de violencia se quedaron impunes y sin la atención pública que éste ha tenido. En varios sentidos (aunque claro, puede discutirse) puede que se trate del episodio de ejercicio arbitrario de fuerza más grave de los últimos años, tomando en cuenta, además de las circunstancias de la noche del 27 de septiembre, la cantidad de víctimas y la forma en que evidencia la complicidad entre distintos niveles de gobierno​, el ejército y el narco, la historia de las normales rurales y la de Ayotzinapa en especial.

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Aun tomando todo esto en cuenta, es de sorprender la indignación que ha despertado el caso y cómo se ha ido articulando en torno a él la inconformidad ante la forma en que nos representa el régimen, al punto de que en este asunto ya no bastan las explicaciones y procedimientos legalistas: aun si dieran con unas cuantas pruebas para explicarlo a grandes rasgos y se metieran a tres o cuatro al bote, ha quedado claro que un Estado en el que sucede esto no funciona en muchos sentidos y que debe replantearse su funcionamiento. Por eso la exigencia llega hasta la destitución de Peña Nieto.

Por lo pronto, el pronóstico para él es desfavorable: sigue recurriendo a la misma necedad que ha sido desde siempre el sello de casa del partido tiránico al que representa. En el marco del aniversario de la Revolución, ascen​dió de grado a dos militares que han realizado trabajos especialmente cuestionables (digo "cuestionables" pero si en lugar de eso dicen "marranos hijos de la verga" no me opondría): uno, el comandante de la división donde estaban destacamentados los soldados que, según testimonios, detuvieron y humillaron a varios de los normalistas de Ayotzinapa esa misma noche. El otro desmanteló el grupo de autodefensas al que pertenecía José Manuel Mireles.

Estos dos nombramientos pueden leerse como que su lancha está haciendo agua y quiere tener a los verdes de su parte para que la mantengan a flote o, ante su crisis de legitimidad, éstos ya han ganado nuevos espacios de control y están ejerciéndolo. De cualquier manera, la apuesta de Peña es clara y sigue siendo la misma: la macana y las balas. Nada más falta ver la f​oto asquerosa que se tomó con su procurador y con Mancera, para "felicitarlos" por haber soltado a los granaderos al final de la megamanifestación, con saldo de, al menos, 15 detenciones arbitrarias comprobadas (además de las otras 15 que hubo durante el intento de toma del aeropuerto) y unos veinte heridos. De los detenidos, 11 fueron consignados velozmente a penales de máxima seguridad, en Veracruz y Nayarit, y enfrentan cargos (tentativa de homicidio, motín y asociación delictuosa) más graves que José Luis Abarca y su esposa, quienes, por cierto, no han sido consignados aún, a más de veinte días de su aprehensión.

Por cierto, si me preguntan (o aunque no me preguntan, hay que decirlo) sería necesario exigir la renuncia del patético de Mancera con la misma energía que se exige la de su jefe de facto.

Si tan sólo tuviera un minutito de reflexión, aunque esa reflexión le sucediera por accidente y fuera de lo más superficial, Quique podría frenar la escalada de la animadversión hacia su gobierno y todavía ganarse algo de credibilidad. Pero no se le ve por dónde pueda sucederle. Suena como que a él y su Gaviota les parece más grave tener que mandarse hacer otra casa para reponer la anterior. Sobre todo, no son capaces de imaginar su trabajo en términos de responsabilidad social (se les ha de facilitar más pensar en rendimiento de inversión y pago de favores, supongo) y eso cada vez se les transparenta más. El mismo hecho de haberse mostrado tanto a las cámaras, como una apuesta para controlar, les ha hecho quedar expuestos. Ahora es imposible que dejemos de verlos tal cual son.

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