La noche que a mi novia se le olvidó quién era yo

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La noche que a mi novia se le olvidó quién era yo

Esto es lo que pasa cuando a tu novia con trastorno de identidad disociativa le da un ataque en la mitad de la noche y se le olvida quién eres tú, quién es ella, dónde están, o si son humanos.

Imágenes por

Mark Duffy.

La situación, tal como estaba, no podría haberse visto peor. Un hombre tenía acorralada a una mujer aterrorizada y llena de lágrimas en el vestíbulo del edificio y no la dejaba ir. Si alguna persona hubiera entrado en ese momento, la mujer habría dicho que el hombre era un completo extraño. También habría dicho que no tenía idea de cómo llegó allí.

Esa tercera persona deduciría —con bastante razón— que era casi seguro que el hombre había drogado a la mujer y, si tuviera un poco de decencia humana, intentaría rescatar a la mujer fuera como fuera. Tal vez llamaría a la policía. Tal vez le daría una paliza. Después de todo, era claro que este hombre planeaba violar a la mujer. No hay casi ninguna explicación capaz de hacer quedar bien al hombre. Casi ninguna.

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Vi en mi mente todas las interpretaciones posibles de esto y recé a un dios que en ese momento decidí que sí existía. Recé todo el tiempo que estuve allí con mi novia en medio de un episodio de disociación severa porque no apareciera nadie. Dios, si estás leyendo esto: te debo una.

Estábamos acostados en la mañana de Navidad la primera vez que me habló de su trastorno de identidad disociativa (TID). Llevábamos ocho meses juntos y ella había sido abierta sobre casi todo desde el principio, todo menos esto. No creo que le preocupara espantarme, sino que tenía que saber que podía confiar por completo en mí para compartir esta información que nadie más sabía.

Me explicó brevemente su condición: en el peor de los casos, ella no sólo tendría problemas con saber quién era, sino qué era; es decir, incapaz de procesar el concepto de su propia humanidad. Le causó mucho dolor hablar de esto, lo cual siento que es el motivo de que tan pocas personas lo sepan. Por su bien decidí no preguntarle más cosas ni presionarla sobre el asunto. Cuando terminamos de hablar le dije que eso no cambiaba nada y que la amaba a pesar de todo. Cuatro meses después vi por primera vez lo que me había descrito.

La noche comenzó cuando veíamos una película en casa de un amigo. A la mitad de la película me di cuenta de un cambio en su respiración, pues ésta se volvió más rápida y superficial. Esto no fue algo que me alarmara, pues ella había sufrido severos ataques de ansiedad desde mucho antes de conocernos y era bastante buena para superarlos. Acaricié su espalda y sus hombros en un intento de calmarla, pero gradualmente comenzó a ser más claro que su pánico no iba a ceder. Después de veinte minutos, me susurró: "Tenemos que irnos. Estoy a punto de disociarme".

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Rápidamente agarramos nuestras cosas y nos disculpamos con los anfitriones diciendo que estábamos exhaustos y que nos íbamos a dormir. Una vez que salimos del edificio ella puso su mano sobre la mía. "Prométeme que pase lo que pase no me soltarás", dijo. Se lo prometí.

Mientras caminábamos por la calle pude ver cómo la condición comenzaba a tomar fuerza: ella se veía más confusa con sus alrededores. Logré parar un taxi en seguida. Hubo algunos momentos de buena suerte esa noche; éste fue el primero.

Por más trillado que suene, el silencio era aterrador. Ella era una mujer que hacía que los más extrovertidos se vieran como J.D. Salinger, alguien que podía entablar alegres conversaciones con los bravucones más malhumorados y encantarlos lo suficiente como para que dejaran pasar a sus amigos menores de edad a los bares. Y aún así, ella solo estaba allí, sentada, mirando por la ventana. Por primera vez en nuestra relación, se quedó muda.

Apreté su mano y le dije: "Te amo". Ella me miró con la vista en blanco durante unos segundos y luego volvió a mirar por la ventana. Sabía que no podía tomármelo personal e intenté racionalizar el asunto, después de todo, no era como que ella estuviera enojada conmigo y me estuviera aplicando la ley del hielo. Ella simplemente no sabía quién era yo. En retrospectiva, me siento un poco egoísta de haber considerado cómo me estaba afectando a mí esta experiencia de pesadilla, pero era algo inevitable. Era una situación profundamente perturbadora.

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A los ojos de la mujer que amaba, yo era sólo un extraño. Estaba devastado.

Los últimos diez minutos del viaje ocurrieron sin incidentes. Ella se mantuvo calmada a pesar del profundo terror que claramente estaba enfrentando, por lo que yo estaba bastante agradecido (nuevamente, tal vez un poco egoísta), pues no tenía ganas de explicarle al taxista las especificaciones de una condición de la que yo no sabía absolutamente nada. Cuando nos detuvimos afuera de su edificio, vi que tenía el dinero justo para pagar la tarifa, otro pequeño, pero glorioso, golpe de suerte.

Abrí mi puerta y, cuidando no dejar ir su mano, me las arreglé para salir y jalarla hacia mí. Cruzamos la calle, caminamos a través del patio y entramos al vestíbulo del edificio. Fue allí cuando las cosas se complicaron.

Supongo que hasta este punto, debido a que habíamos estado en público y en la presencia del taxista, probablemente ella tenía un cierto nivel de alivio. Pero ahora se encontraba a solas con un hombre que, para su conocimiento, nunca había visto antes. Además, a pesar de que estabamos entrando a su edificio, todo le parecía bastante desconocido. Aunque fue capaz de saber que se estaba disociando, no tenía idea de cómo había llegado allí. Era como intentar llevar a alguien muy drogado a su casa, sólo que en un nivel mucho mayor.

Imagina la situación: una mujer relativamente pequeña de repente se da cuenta de que está dentro de un edificio que no reconoce con un hombre que es mucho más grande que ella. Ella hizo lo que cualquier mujer haría en esa situación y corrió, jalando su mano, y dirigiéndose hacia la puerta. Yo estaba sorprendido por mi reacción instintiva de correr detrás de ella, envolver su cintura con mis brazos y cargarla para alejarla de la salida.

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Detener a la fuerza a una mujer angustiada no es la mejor manera de hacerla sentir a salvo, pero no tuve otra opción. Si la hubiera dejado correr en las calles nocturnas, probablemente no habría sabido a dónde ir y habría enfrentado verdaderos peligros que pudieron haber puesto en peligro su vida. La puse en una esquina y me paré a menos de dos metros de ella, fungiendo como barrera entre mi novia y la puerta. Le hablé suavemente y alcé ambas manos haciendo la seña universal de "En serio, no pasa nada".

Ella se acurrucó en el rincón. "Si te acercas un paso más, grito", me advirtió. Me quedé en mi lugar. Fue entonces cuando aquellas situaciones comenzaron a invadir mi cabeza. Como ya sabemos, gracias a la mera suerte o a un acto de Dios, nos quedamos solos. Aunque esto fue una gran ayuda, no cambió el hecho de que yo aún me encontraba parado en el vestíbulo con una mujer que no tenía idea de quién era yo y que tampoco me dejaba llevarla a su departamento.

"Tienes tu celular contigo, ¿no?", le pregunté. Ella miró dentro de su bolsa y asintió. "¿Sabes quién es George?" Asintió de nuevo. George era su ex novio, uno de sus amigos de toda la vida y la única persona aparte de su familia inmediata, su doctor y de mí que sabía acerca de su condición. Como él había estado en su vida mucho más tiempo que yo, ella tenía más recuerdos suyos, por lo que no lo había olvidado. "Llama a George", le dije.

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Esto es completamente normal, pensé mientras ella buscaba el nombre de George en su celular. Soy un güey, parado en un vestíbulo, pidiéndole al ex de mi novia que le recuerde mi existencia.

Su llamada entró al buzón de voz. En voz baja y llena de lágrimas, lo único que pudo decir fue "ayúdame" unas doce veces o más. Me pregunté si él estaba en el trabajo. Podrían pasar horas hasta que pudiera revisar su celular. Llegó nuestro último golpe de suerte de la noche: él marcó unos segundos después. No me acuerdo exactamente qué dijeron o durante cuánto tiempo hablaron; podría haber sido un minuto o podrían haber sido cinco. Ella mencionó que había un hombre allí que no conocía y que decía ser su novio. Y yo, con una especie de susurro fuerte, dije: "¡George! ¡Soy yo!"

Ella se mantuvo en el teléfono un momento más y luego me lo pasó. "Quiere hablar contigo". Hablé con George durante unos minutos. Nunca había estado tan feliz de hablar con el ex de alguna novia. Él me explicó tranquilamente los pasos a seguir: llevarla a su departamento, sentarla y ponerle algo que hubiera visto anteriormente en Netflix. La familiaridad es la clave, me dijo. Le di las gracias y le regresé el teléfono a mi novia. Hablaron por unos segundos más y luego ella colgó.

"George dice que puedo confiar en ti".

La tomé de la mano una vez más y la llevé a las escaleras.

Una vez que adentro de su departamento las cosas se volvieron más sencillas. Cerré la puerta y ella inmediatamente se sentó en el piso de madera y me dijo que le dolían los pies. Le ayudé a quitarse los zapatos y la levanté, antes de llevarla a su cuarto, para enseñarle las fotos enmarcadas en su pared y preguntarle si reconocía a la gente que estaba en ellas. "¡Ésa soy yo!" dijo felizmente. "¡Y ése es George!" Esto ayudó muchísimo.

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En unos minutos la dinámica de nuestra relación cambió de ser una en la que yo sería su atacante a una en la que yo sería, extrañamente, su padre. Como su novio, ambas opciones eran bastante desconcertantes, pero al menos con la segunda ella ya no se sentía aterrada. El resto de la noche vimos televisión mientras yo esperaba que regresara la mujer que amo.

Unas horas después de que me habló de su condición por primera vez, me tomé un tiempo para leer acerca del trastorno de identidad disociativa. Como sucede con muchas enfermedades mentales, existen bastantes especulaciones y teorías que rodean la condición, lo cual es comprensible cuando te das cuenta de lo laberíntica y compleja que es la mente humana. No obstante, el TID es considerado "probablemente el más disputado de todos los diagnósticos psiquiátricos", en el que no hay "consensos claros en cuanto a su diagnóstico o tratamiento".

Es una condición poco común pero bastante conocida dentro de la cultura popular. Si no habías escuchado antes del TID (como yo), probablemente lo conoces como 'trastorno de personalidad múltiple', como se le conocía anteriormente. Sus representaciones en la ficción son bastante hirientes, pues las retratan como una lucha del mal contra el bien, como sucede con el doctor Jekyll y el señor Hyde. Como pasa con la esquizofrenia y otras condiciones, los enfermos son representados frecuentemente como sociópatas asesinos, cuando la realidad es que ellos son mucho más vulnerables de ser atacados.

Muchas personas que sufren del TID han reportado haber sido víctimas de abuso físico o sexual en su niñez, lo cual ha llevado a varios investigadores a creer que el TID es una reacción al trauma. Yo ya sabía que mi novia había sido golpeada varias veces por su padre, así que es probable que esto tuviera algo que ver en su condición. Otra hipótesis sugiere que el TID es causado por los recuerdos que los terapeutas "recuperan", los cuales causan que los pacientes se comporten de ciertas maneras, pero este no era el caso con mi novia.

En ella, los episodios ocurrían esporádicamente, así que podría estar meses o años sin sufrir alguno. No obstante, éstos también podrían presentarse varias veces en un periodo de tiempo relativamente corto. Casi siempre se daban en momentos de estrés extremo. Ella me dijo después que los episodios disociativos ocurrían cuando su cerebro era incapaz de lidiar con el estrés, por lo que básicamente se separaba de su cuerpo por un breve periodo de tiempo para darle un respiro.

Después de tres horas, pude ver algunos destellos de su personalidad reapareciendo. Ella reconoció a su personaje favorito y una gran sonrisa iluminó su rostro. Unos momentos después le pregunté si sabía quién era yo. "Yo te conozco", me dijo. "Yo te amo". Significó muchísimo escuchar esas palabras.

Cuando finalmente nos fuimos a la cama esa noche, ella se quedó dormida al instante, pues estaba física y emocionalmente exhausta. Despertó sin recordar lo que había pasado y tampoco quería saberlo. Yo me quedé despierto un rato, pensando si habría algo más aterrador que la mente humana.

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