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Música

"He venido hasta aquí para tocar el bajo"

Viajé hasta Texas para convertirme en el nuevo integrante de Black Flag.

Ilustración por Todd Ryan White.

En el verano de 1981, un joven y desconocido punk de 20 años, originario de Washington, DC, llamado Henry Garfield se subió al escenario para cantar una canción con Black Flag durante un concierto en Nueva York. Resultó que la banda estaba buscando un nuevo vocalista. Un par de días después, rastrearon a Henry y le pidieron que regresara a Nueva York para hacerle una audición formal. Se encontraron en el restaurante Odessa en la Avenida A, en el East Village y lo llevaron a un cuarto de ensayos cercano, donde tocaron algunas canciones. Más tarde, la banda salió para tomar una decisión. Henry, en su diario, Get in the Van, recuerda cómo el guitarrista Greg Ginn y el bajista Chuck Dukowski regresaron minutos más tarde y Dukowski le preguntó: “¿Bien? ¿Vienes o no?”

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Henry, por supuesto, dijo que sí. Dejó su trabajo como gerente de un Häagen-Dazs, dejó atrás una terrible situación familiar, y se fue de viaje con su banda favorita. Poco tiempo después cambió su apellido a Rollins y se mudó a Los Ángeles. A los seis meses, la banda grabó Damaged, un disco considerado por muchos como el inicio del hardcore norteamericano.

Hace años, cuando era una adolescente obsesionado con Black Flag que ansiaba escapar de mi pequeño pueblo perdido en el sur de Florida, la historia de Henry me cautivó. En 1989, luego de que Black Flag se separara, leí una entrevista con Greg Ginn en la que se quejaba de lo difícil que era encontrar músicos comprometidos y trabajadores. Yo era un adolescente idealista de 16 años, así que llamé a SST Records y le dejé un mensaje en su contestadora, en el que prometía dejar lo que estaba haciendo y pedir aventón hasta Los Ángeles para tocar el bajo en su banda. Ginn, por desgracia, nunca respondió mi llamada. Aun así, la ética comprometida y autodidacta de Black Flag siguió siendo una inspiración para mí, y eventualmente me fui de casa, trabajé duro, y me forjé una vida llena de satisfacción como escritor y músico.

Todavía pienso en lo emocionante que debe haber sido dejar atrás una vida que no te gusta, como hizo Henry, y empezar de nuevo. En invierno, durante una noche oscura, terminé sentado en una mesa en el restaurante Odessa, jugando con una taza de café tibio. Estaba enfermo, tenía que juntar dinero para pagar mi renta, estaba atorado con mi nuevo libro, y una tormenta de nieve caía en la ciudad. Recordé a Henry, sentado en ese mismo lugar hace tanto tiempo.

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Esa semana, para sorpresa de todos, Black Flag anunció su reencuentro. De hecho, serían dos: una con el fundador y compositor principal, Greg Ginn —quien reclamaba el título oficial de Black Flag— y la otra con el ex bajista Chuck Dukowski y Keith Morris, el primer vocalista de la banda, quienes se hacían llamar Flag a secas.

Mientras los fans debatían fervientemente cuál de estas alineaciones era el verdadero Black Flag, yo quedé cautivado por un pequeño detalle: Ginn dijo que tocaría tanto la guitarra como el bajo para su nuevo álbum.

Entonces vi la luz: Black Flag no tenía bajista. ¡Yo podría ser el bajista! En ese momento decidí buscar la dirección de Ginn, pedir aventón para llegar hasta el otro lado del país, y convencerlo de que me diera una oportunidad; como había intentado a los 16 años. Me sabía todas las canciones, y pensé que pedir aventón en lugar de volar o tomar un camión sería mi manera de demostrarle a Ginn mi dedicación.

Sabía que Ginn llevaba algunos años viviendo en un pequeño pueblo llamado Taylor, en las afueras de Austin, Texas. Según el New York Post, el clima ese día en Austin era una delicia primaveral de 21 grados centígrados. No había razón para no ir.

Unos días más tarde me encontraba parado junto a la interestatal 81 con el pulgar arriba. Una ligera nevada caía a mi alrededor, y corría la tinta en mi letrero de cartón que decía “Texas”.

Qué implica ser Black Flag es precisamente la pregunta que los dos reencuentros plantean: ¿Black Flag es un conjunto de canciones clásicas de hardcore, o Black Flag es la experimentación contestataria y la incesante ética de trabajo que generó dichas canciones?

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El Flag de Dukowski, una alineación poderosa que incluye a algunos de los mejores músicos en la historia del punk, tocará los éxitos. “Sólo queremos estar seguros de que la música se tocará correctamente y con convicción”, me dijo el guitarrista Dez Cadena. Dukowski compartía el mismo sentimiento que él: “Quiero pasar un buen rato con mis amigos, y quiero que el público salga de nuestros conciertos sudando y pensando: ¡Eso estuvo increíble!

Aunque los miembros de Flag dicen que “divertirse” es el principal objetivo de su reagrupación, no estoy seguro de que diversión sea la primera palabra que venga a mi mente, considerando que los éxitos de la banda fueron canciones como “Depression” y “Life of Pain”. Muchas de las canciones mejor conocidas de Ginn, como “Six Pack” y “TV Party”, se burlan abiertamente de la gente que la pasa bien. Ginn era el capataz de la banda, y exigía ensayos de ocho horas y giras épicas de seis meses. Para Ginn, Black Flag era un concepto. Cuando los miembros ya no encajaban con este concepto, los reemplazaba. Después de Damaged, Ginn dejó de tocar muchas de canciones clásicas más viejas de la banda y confundió a los puristas del punk con una constante serie de reajustes en la alineación del grupo, los instrumentos y la letra de las canciones, y discos postpunk, cada uno más pesado, oscuro y artificioso que el anterior. Desde mediados de los noventa, abandonó prácticamente el rock tradicional, y comenzó a salir de gira y a grabar con bandas de improvisación y de música electrónica experimental.

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Quizá Flag se pueda entender como una especie de vuelta de la victoria, en la que los creadores del hardcore pueden disfrutar ser el centro de atención al tiempo que disfrutan de algunas de las canciones más duraderas del canon. Sin embargo, justo mientras Flag y sus fans esperaban ansiosos los shows en vivo, Ginn sorprendió a sus seguidores y a los periodistas de música al anunciar que estaba diez pasos adelante, trabajando en los detalles finales de un nuevo disco de Black Flag, el primero desde In My Head, de 1985.

La guitarra Dan Armstrong de Plexiglass transparente de Ginn con dos cuerdas oxidadas.

Para ser honesto, si has escuchado la historia de alguien que viaja de aventón en Estados Unidos, todas son más o menos parecidas. Mi viaje a Texas fue igual, excepto porque yo viajaba con mi bajo y practicaba las canciones de Black Flag como enajenado en las paradas de camión y donde encontraba un lugar para descansar.

Después de seis días, llegué a Taylor, Texas. Era medio día, y caminé por la calle principal en busca de Ginn. Pasé frente a un banco, algunas tiendas vacías, y un viejo cine.

Taylor era un lugar callado. Casi muerto. El único sonido era el que hacía el viento al recorrer las calles vacías. Me asomé por las ventanas de las tiendas y analicé a todos los transeúntes, en busca de un corpulento Greg Ginn de dos metros. En mi cabeza, nos encontraríamos frente a frente, y habría una pausa mientras nos analizábamos el uno al otro. Lo miraría a los ojos y le diría: “He venido a tocar el bajo”.

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Caminaba junto a lo que me pareció una tienda de muebles abandonada en la autopista 79 cuando, para mi sorpresa, escuché a una banda tocando en el interior. No podía ver nada entre los vidrios empolvados, pero la música (esa batería y ese bajo con un toque de blues se perdían en el horizonte tejano como una carretera infinita de dos carriles, envuelta por los solos chillantes de la guitarra) era sin lugar a duda obra de Ginn. Se me erizó la piel; llevaba 23 años y 2,700 kilómetros esperando para encontrarme con mi destino. Me quedé parado en la banqueta, escuchando cómo los solos de Ginn entraban y salían de ritmo con el silbido de los trenes de carga de la Union Pacific. Incluso puse mi iPhone contra la puerta para grabar una parte del ensayo, sintiéndome como Alan Lomax.

Una hora después, la música cesó. La puerta se abrió, y Ginn salió caminando.

Ginn me miró a mí y a mi bajo. Mientras nos dábamos la mano, lo miré directo a los ojos (bueno, a los lentes de sol) y solté la línea que había ensayado tantas veces en mi cabeza: “He venido hasta aquí para tocar el bajo”. Ginn guardó silencio, como era de esperarse. Comencé a sentirme inseguro y agregué: “¡A menos que ya tengan a alguien, claro!”

Mientras se acariciaba la barbilla meditativamente, la mirada de Ginn estaba perdida en la calle. Me preguntó de dónde venía. Le dije que había pedido aventón desde Nueva York. Asintió con la cabeza, miró su reloj y volvió a perder su mirada en la calle. Después de un rato, dijo: “Tengo algunas cosas que hacer en este momento. Pero puedo tocar contigo a las cuatro. ¿Puedes regresar a esa hora?”

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Por supuesto que podía. Ginn me dijo de un restaurante cercano donde podía matar el tiempo. Antes de poder asimilar lo fácil que había sido todo, un hombre de mediana edad se acercó hasta mí, mientras le echaba un ojo a mi bajo. Tenía una barba desarreglada y traía puesto un overol de mecánico. “¡Debes ser el que llegó de aventón!” me dijo, y luego se presentó como el nuevo baterista de Black Flag. Su nombre era Greg también, pero me dijo que Ginn y los demás simplemente le decían Drummer. Miré sus pies; no traía zapatos. “Llevo más de 20 años descalzo”, me explicó. “Andar descalzo es lo mejor que me ha pasado. ¿Conoces ese sentimiento de querer sentir la tierra?” Me preguntó cómo me había enterado que estaban buscando un bajista. Dije que había leído entre líneas: aunque Ginn tocara el bajo durante las grabaciones, necesitarían a un bajista para la gira. Drummer parecía estar sorprendido. “Espera”, me dijo. “¿Ni siquiera viste el anuncio?” Ahora me tocaba a mí actuar sorprendido: ¡la más grande banda de hardcore de todos los tiempos puso un anuncio para bajista en Craigslist!

Un cosquilleó me invadió por dentro. Me di cuenta que, por azares del destino o intuitivamente, había llegado a Taylor en el momento perfecto. Llevaban semanas audicionando bajistas y planeaban escoger a alguien en los siguientes días.

Le pregunté a Drummer cómo habían estado las audiciones. “Ahí van”, me dijo, agitando la cabeza. El problema principal era encontrar a alguien que estuviera dispuesto a mudarse a Taylor.

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En la carretera Interestatal 81 al sur de Nueva York, pidiendo aventón, bajo un ligera nevada.

Una hora después, estaba en la vieja tienda de muebles con Ginn y Drummer. Llevo 20 años tocando la guitarra y la bateria, pero nunca he tocado el bajo en una banda. Sentí que estaba a punto de tener una crisis nerviosa. Nos afinamos. Estaba a punto de preguntar, “¿Con qué canción quieren empezar?” cuando Ginn adoptó su pose de acción con las piernas abiertas, y empezó a tocar unos acordes en la. Drummer comenzó a seguir el ritmo. No había canciones, pronto descubrí; la audición sería pura improvisación.

Un par de minutos más tarde, estábamos tocando con un ritmo increíble. Ginn tocaba con los ojos cerrados y la cabeza moviéndose de un lado a otro en una especie de trance. Cada que intentaba entrar con mi bajo, Ginn abría un ojo y me lanzaba una mirada. Al principio, creí que era una señal para que me detuviera. Después me di cuenta que sólo estaba poniendo atención para ver a dónde llevaba yo la canción. Cuando por fin comenzó a tocar una serie de solos en su guitarra, me di cuenta de lo que estaba sucediendo: ¡Mierda! ¡Estoy tocando con GREG GINN, y sus solos derriten mi mente! Esa comunicación sin palabras que implica componer canciones en el acto me pareció fascinante, y por primera vez, entendí el encanto de la improvisación. Llevaba menos de una hora tocando con Ginn, y ya había aprendido algo importante.

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Después de dos rondas de 15 minutos, Ginn se detuvo y me dijo: "Nos gusta tocar contigo. ¿Quieres quedarte y ensayar mañana otra vez?"

Ginn y Drummer me llevaron a la bodega de SST en Taylor. Cuando Black Flag grabó Damaged en Unicorn Studios en Santa Monica Boulevard, West Hollywood, en 1981, la banda vivía en un estudio sin ventanas; específicamente, bajo los escritorios de SST, la disquera de Ginn, donde ensayaban y grababan. Ahí estaba yo, 30 años después, en la misma situación. Guitarras y micrófonos regados por todos lados, incluyendo la clásica guitarra de Ginn, una Dan Armstrong de Plexiglass transparente, la cual estaba tirada en el piso con dos cuerdas oxidadas. Sobre la pila de discos había uno que decía “BLACK FLAG ROUGH MIX NO VOCALS”, y una colección de periódicos viejos sobre una consola. Aunque Ginn vivía a sólo unas cuadras, el resto de la banda vivía aquí, como en los viejos tiempos.

Drummer dormía en una esquina, sobre un pedazo de hule espuma en el piso. El ingeniero de sonido de Ginn, Mike Shear, dormía sobre un colchón improvisado del otro lado de la habitación. Drummer me señaló un tapete en el centro de la habitación. Este era mi nuevo hogar. Las cosas pasaban rápido. Quizá demasiado rápido.

Ginn llenó su bong de mota, y Drummer abrió una Lone Star. Me bombardearon con preguntas: ¿Podría mudarme a Texas? ¿Qué tan pronto? ¿Tenía amigos en Austin con los que pudiera vivir un tiempo? ¿Por lo general pedía aventón a todos lados? ¿Fumaba mota?

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Mientras Ginn se encaminaba hacia la puerta para ir a recoger a sus hijos de la escuela y llevarlos a un concierto en Austin, se acercó y me dijo, en voz baja: “Realmente me gustó tocar contigo”. Recordé mi llamada a SST cuando era adolescente. Ese cumplido había viajado casi toda una vida para alcanzarme. Me quedé ahí sentado con una sonrisa en el rostro.

Drummer me planteó mi situación. Querían un bajista no para una, sino para dos bandas. Ginn, Drummer, y el futuro bajista tocarían con Ron Reyes como vocalista en el nuevo Black Flag, además de tocar en una banda nueva, llamada Good for You, con el skater profesional Mike Vallely al frente. SST había lanzado el LP debut de Good for You, Life Is Too Short to Not Hold a Grudge, a principios de esa semana, y la gira comenzaría en poco menos de un mes. Después de la gira, la banda regresaría a Taylor, y después Black Flag y Good for You saldrían de gira durante meses. Era algo típico de Ginn. Tocarían dos sets cada noche, como había hecho durante la última gira de Black Flag en 1986.

El cuarto de ensayos de Black Flag parece una tienda de muebles abandonada. Taylor, Texas.

Cuando intenté darle el golpe a lo que estaba pasando, Mike Shear me dijo: “Vives en Brooklyn. ¿Alguna vez escuchaste del festival Northside?” Por supuesto, era uno de los eventos de rock más grandes de Nueva York. “Vamos a ser la banda principal este año”, me dijo. “Nos confirmaron la semana pasada”.

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“¿Cuánto dura la gira?” pregunté. “¿Unos cuatro meses?”

“Esa es la cosa”, me dijo Drummer. “No es sólo una gira del rencuentro. Greg quiere volver a empezar Black Flag. Queremos a alguien que se pueda mudar aquí de forma indefinida y seguir tocando después de estas giras”. Salí a caminar por las calles de Taylor para tomar algo de aire y meditar las cosas.

Igual que Henry Rollins hace tantos años, el nuevo bajista tendría que dejar su vida atrás. Igual que él, pude ver cómo cambiaría mi vida frente a mis ojos, o al menos, lo que podría suceder si escogía este camino: casi tres mil kilómetros de aventones, tocar con Ginn, y después un regreso triunfal a Nueva York, parado frente a miles de personas en el escenario en Williamsburg, tocando con Black Flag. Mi sueño de cuando tenía 16 estaba muy próximo a volverse realidad. Pero ahora tenía 39, y no esperaba tener que comprometerme a tal grado cuando decidí venir aquí. ¿Qué hacer? No tenía mucho tiempo para tomar una decisión.

Mientras caminaba sin rumbo, llegué hasta un Walmart en los límites del pueblo. Entré y compré una botella de jugo de naranja y un bote de crema de cacahuate, y me senté en la puerta a comérmela con una cuchara de plástico. Algunas personas me miraban al salir. ¿Estaban felices en Taylor? ¿O se arrepentían de haber dejado una oportunidad pasar, de no haber hecho algo que pudo haber cambiado sus vidas? Recorrí todo el pueblo de regreso hasta donde la calle principal se cruzaba con las vías, y me senté un largo rato en un puente sobre la zona de carga de los trenes. Me preguntaba dónde tocaría Black Flag el día de yo cumpliera 40 años, dentro de pocos meses. Si me unía a ellos, ya no tendría que preocuparme por cómo hacerle para pagar la renta o por cómo grabar el siguiente disco de mi banda. Ya no tendría que agonizar, línea por línea, con mi siguiente libro ni preocuparme por vender historias.

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Y, dado su historial, nadie dudaría que Ginn hablaba en serio sobre sus convicciones y su disciplina. Nos levantaríamos todos los días a tocar su música. Ginn, Drummer y Mike me daban la impresión de ser personas completamente libres; sin miedo, dedicados, altamente competentes, y con una misión. Los envidiaba, ¿pero su misión se alineaba con la mía?

¿Me uniría a Black Flag o a “Black Flag”? La banda que había luchado contra la policía de Los Ángeles en batallas campales en The Whiskey y Baces Hall se preparaba para tocar en grandes festivales de música. Sus miembros pelearon y ganaron una brutal batalla contra la cultura en general. Admiraba a Ginn por no querer repetir el pasado ni ver hacia atrás, pero no estaba seguro de si esta experimentación sin fin llevaría a más victorias, o si daría pie a más batallas importantes. No había forma de saberlo más que con el tiempo, y ahora era mi responsabilidad decidir qué tan cerca quería estar cuando eso pasara.

Una multitud de estrellas brillaban sobre el vasto y oscuro cielo de Texas. Vi cómo una estrella fugaz dejaba su rastro sobre el pueblo, de este a oeste, y me di cuenta de que ya no sabía lo que quería. Regresé a mi tapete en SST y me quedé profundamente dormido.

El amanecer junto a una gasolinera, a las afueras de Little Rock, Arkansas.

El ensayo de la mañana siguiente estuvo todavía mejor y fue más largo. Varias veces sentí una gran satisfacción al conectarme con Drummer y anclar los solos explosivos de Ginn. Después de casi dos horas de tocar, regresamos juntos a la oficina de SST.

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Drummer, con una sonrisa en el rostro, descalzo y saltando por la calle, caminó a mi lado. “¡Sí que sonamos bien hoy, amigo!”, me dijo. “¡Fue muy divertido!” Ginn estaba a mi otro lado, inexpresivo, inescrutable y con los ojos escondidos detrás de sus lentes oscuros. Me analizaba con preguntas como: “¿Te preocupa tu situación en Brooklyn o algo?” y “¿Necesitas regresar a arreglar tus cosas?”

Poco tiempo después de nuestra caminata, Ginn me preguntó si quería quedarme otra noche y volver a tocar al día siguiente. Cuando entrevisté a Dez, me dijo que su banda favorita cuando era niño había sido Black Flag. Entonces Ginn y Dukowski se acercaron y dijeron que lo habían visto cantar en sus shows. Le dijeron que lo querían como el nuevo vocalista de la banda. “Sentí que me habían reclutado”, dijo Dez. “Fue como si me hicieran una oferta que no podía rechazar”. Creo que entendí cómo se sintió. Ginn tenía algo que me hacía sentir que haría cualquier cosa antes que decepcionarlo. Las pocas personas a las que les conté sobre las pruebas, llevaban toda la mañana enviándome mensajes, aconsejándome a dejarlo todo y unirme a Black Flag. Si no lo hacía, me arrepentiría por el resto de mi vida. La presión cayó sobre mí de un momento a otro y era insoportable, lo cual parece absurdo cuando la decisión que hay que tomar es si unirse o no a una banda. Pero esta no era cualquier banda, era Black Flag.

Entonces pasó. La duda se había arraigado en mí, y tenía que tomar una decisión. Mi respuesta a Ginn salió de forma tan apresurada que me sorprendió incluso a mí.

“Realmente no sé si me puedo quedar”, le dije. “Tengo mis propias bandas. Escribo libros. Mis bandas no son famosas como Black Flag, pero son mías. Necesito esforzarme para construir algo mío. Sería increíble tocar contigo y viajar con la banda, pero necesito encontrar la manera de hacerlo por mi cuenta y no como parte del viaje de alguien más”.

Ginn se quedó pensando mientras se frotaba la barbilla, pero sin decir nada. Regresamos a SST, y le dije que necesitaba salir a caminar para pensar las cosas antes de tomar mi decisión final.

Más tarde ese día, Ginn se acercó para platicar. “Me preocupa que mudarte aquí para hacer esto no te haga feliz”, me dijo. “Eso de pedir aventón hasta acá me hace pensar que tienes un espíritu libre, y necesitamos a alguien así en la banda. Pero si tienes otros proyectos que más adelante vas a desear haber terminado, entonces esto no es para ti”.

Por increíble que suene, no tuve opción más que estar de acuerdo con él. Unirme a Black Flag era un trabajo para mí cuando tenía 16 años, no la persona que soy ahora. Ginn me dijo que un tren saldría de regreso a Austin en un par de horas. Le recordé que si necesitaban a alguien sólo para la gira, yo estaba interesado. “Te llamaremos”, me dijo. Ginn me dio las gracias por haber ido hasta ahí y nos dimos la mano con una sonrisa. Drummer me dio un fuerte abrazo, y me fui de SST por última vez.

Justo en ese momento sonó mi teléfono. Era Keith Morris, el primer vocalista de Black Flag, y cantante de la banda rival, Flag. Se suponía que tenía que cubrir la historia sobre el conflicto entre los dos diferentes reencuentros de Black Flag. En medio segundo pasé de ser un posible miembro de Black Flag a estar de regreso en mi antigua vida; un reportero más que escribía sobre alguna banda.

Mientras Keith y yo llegábamos al final de la entrevista, le pregunté qué opinaba sobre un viaje “hipotético” a Texas que estaba planeando. “Creo que el ángulo del artículo podría ser un viaje a Texas con mi bajo para ver si Ginn me da una oportunidad de tocar con el nuevo Black Flag”, le dije mientras veía la bodega de SST del otro lado de la calle, donde había dormido en un tapete la noche anterior. “¿Tienes algún consejo?” le pregunté.

“¡Suena como una aventura increíble!” me dijo Keith. “Podría decirte que Greg Ginn es el hombre más genial sobre la tierra, o podría decirte que es el pendejo más grande sobre la tierra. Pero nunca lo sabrás si no vas allá y lo averiguas”. Nuestra discusión sobre los reencuentros continuó unos minutos más, y pude sentir cómo la idea del viaje le parecía cada vez más emocionante. “¡Deberías hacerlo! ¡Persigue tus sueños! De eso se trata esto. Podrías escribir un libro sobre eso. Podrían hacer una película sobre ti. ¿Quién sabe? Puede que termines siendo el próximo bajista de Black Flag”.

Lee más en nuestra Edición de los Humillados y Ofendidos.