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Cultură

“Objetivo Eurovisión”: una nueva chapuza de Televisión Española

La cutrez de la marca España en su máxima expresión.

Eurovisión se ha convertido en un marrón para Televisión Española. La cadena pública lleva años buscando la fórmula que consiga minimizar una inversión a fondo perdido que solo trae quebraderos de cabeza, polémicas inesperadas y ridículos estrepitosos. Y es en la gala de elección de la canción que debe representar a España en el certamen donde más problemas se ha encontrado el ente estos últimos años: mecánicas indescifrables, troleos memorables (¡hey, John Cobra!), dejadez y reducción paulatina de presupuesto han convertido esta noche en una de las citas ineludibles del año. Ineludible para los amantes de la televisión kitsch, de la cutrez y de la marca España en su máxima expresión. Parece impensable, pero cada año que pasa esta gala es más deprimente que la anterior, como si viviera en una irrefrenable espiral de decadencia acorde al estado de la propia cadena. Y ayer no defraudó. Todos los apartados importantes del programa estuvieron a la altura de las expectativas.

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La puesta en escena

Ni una puta pantalla de fondo para acompañar. Un escenario más pequeño que la piscina de Cristiano Ronaldo. Los candidatos, en teoría las estrellas de la noche, sentados en un taburete y una mesa alta, como si aquello fuera un bar musical de los 90 y ellos unos vulgares clientes. Y una grada de eurofans que daba auténtica lástima: en los partidos de squash que organizaba mi gimnasio se congregaba más público. Desconozco el presupuesto con el que contaba TVE para realizar este programa, pero sí tengo claro que hay televisiones locales que con mucho menos dinero orquestan propuestas más competentes y dignas.

Claro que comparado con el apartado reservado al backstage, el escenario principal parecía el Madison Square Garden. Las conexiones con ese backstage merecen capítulo aparte: reunieron a los familiares de los artistas en otro set de taburetes y mesas altas, y de la estética de bar musical pasamos directamente a la de prostíbulo de carretera. Tristeza demoledora. Entre José Luis Moreno y una película de Ulrich Seidl. Cuando conviertes el bajo presupuesto en una apología del feísmo, el abandono formal, el cutrerío y la ausencia flagrante de inventiva e ingenio televisivo.

Y para rematar el despropósito estético y conceptual, convencieron a los cantantes para que ellos mismos grabaran su vídeo de presentación con una GoPro y un palo de selfie. Si buscamos ternura en el diccionario de la RAE muy probablemente nos encontremos con el vídeo de Xuso Jones paseando por su ciudad grabándose a sí mismo y a las dos chicas que le paran para hacerse una foto con él. Hablando en plata: hay tipos con quinientos seguidores en Instagram que tienen mejores vídeos colgados en su perfil que los que vimos ayer en una gala en prime time en la cadena pública española.

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El jurado

Otra genialidad tan solo al alcance de una mente privilegiada. El enemigo siempre está en casa, no lo olvidéis. Porque quién mejor que Edurne, que quedó en la posición 21 en la edición del año pasado, para dar consejos y emitir valoraciones sobre los candidatos y candidatas. Como para decir algo negativo o malo de alguno de los aspirantes, vamos. Ella estuvo tan plana y elegante como siempre, con esa corrección política marca de la casa que la lleva a hablar con el mismo tono inalterable de una canción, un cocido, una goma de borrar o un catálogo de IKEA.

A su lado, la cantante sueca Loreen, famosa por su victoria en 2012 con "Euphoria". Menudo papelón y menudo careto el de nuestra amiga: no tenía ni pajolera idea de lo que había venido a hacer, tuvo que enfrentarse al inglés de Anne Igartiburu ya de entrada y se vio inmersa en una dinámica surrealista en la que tenía que valorar a seis artistas de los que no sabía ni el nombre. "Tranquila, Loreen, tú limítate a decir que te ha sorprendido la actuación y pon caras de extraterrestre". A los diez minutos de gala la chica ya estaba pensando si encontraría mesa en Casa Lucio al finalizar el paripé.

Y a su lado, Carlos Marín. Marín es uno de los integrantes de Il Divo, ese anuncio de Massimo Dutti que de vez en cuando se comporta como un grupo de ópera pop. Rayos uva, sonrisa Profident, caras y gestos estudiados al milímetro y todos los clichés imaginables del latin lover seductor y elegante, como una parodia pero sin ser consciente de ello en ningún momento. ¿Qué hace un cantante de lírica metido a juez de Eurovisión? Ni él mismo lo sabía, pero entre valoración y valoración, pura palabrería sin el menor sentido ni criterio, el tipo no perdió detalle de sus compañeras de mesa y plató. Grande, Carlos.

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La canción

Ganó Barei y su "Say yay!", que como ya escribí en esta sacrosanta casa hace unos días era la menos mala de las candidatas. No hacía falta ser Rappel ni tener un máster en Eurovisión: esta era la única canción con cierta entidad del lote, y ayer se impuso la lógica otorgándole la victoria. El tema no es nada del otro jueves, pero tiene ese punto épico que tanto gusta a los eurofans y, sobre todo, la producción más moderna de las seis. Y es que con las actuaciones en directo quedaron más al descubierto que nunca las carencias de las piezas aspirantes.

Si alguien nos hubiera dicho que esa gala era de 2005 nos lo hubiéramos creído. Incluso del 2002. Así de desfasado y caduco pareció todo. No ayudó, como era de esperar, el deficiente sonido del directo: coros demasiado altos, coros demasiado bajos, voces con poco volumen, voces demasiado altas, algún eco… Tenían tan claro en TVE que la cosa sonaría mal, que aquello volvería a convertirse en un ejercicio técnico de baja categoría, que en el inicio de la gala hicieron cantar en playback a cada candidato para asegurarse un microclip nítido e impoluto para los recordatorios del voto a la audiencia.

El voto. Oh, sí, el voto. Porque la última genialidad de la noche nos la regaló el llamado "jurado internacional". Ni más ni menos que una selección de países que también podían decir la suya en la elección del tema. Troleo memorable el que llevó a cabo esta panda: le dieron la máxima puntuación a Salvador Beltrán, el único que no tenía la menor posibilidad de ganar, el tipo con la peor canción de todas, un pobre chico al que hicieron creer durante unos segundos que tenía opciones de victoria antes de toparse con la cruda realidad: en el jurado español, tanto el profesional como el del público, no le votó ni el tato.