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¿La droga más famosa entre ciclistas podría no servir para nada?

Hace cuatro años Lance Armstrong derrumbó su torre de mentiras en el show de Oprah y admitió frente a las cámaras que era un tramposo. Había ganado siete Tour de Francia, entre 1999 y 2005, propulsado por un cóctel de drogas que la Agencia Mundial Antidojape (WADA, por sus siglas en inglés) prohibía explícitamente. La Unión Ciclística Internacional lo sancionó de por vida y le arrebató sus títulos. Uno de los ingredientes del coctel, quizás el de mayor renombre, era la eritropoyetina, también conocida como EPO.

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Desde 1990, los ciclistas profesionales tienen prohibido inyectarse eritropoyetina, una hormona producida naturalmente por los riñones para estimular la creación de glóbulos rojos. Producir más glóbulos rojos aumenta la cantidad de oxígeno que se puede enviar a los músculos. Eso implica tener mayor recuperación y resistencia. "Esto, por supuesto, es una ventaja, sobre todo para deportes o disciplinas de larga duración y resistencia, como el atletismo de larga distancia, el ciclismo de ruta, algunas pruebas de pista, la natación de largos recorridos, el remo, etc.", me aclara Orlando Reyes, coordinador de la Organización Nacional de Antidopaje de Coldeportes. La creencia es que la EPO lo hace parecer que uno anda en moto cuando los demás van en bicicleta. ¿Podría ser que con toda la mala fama, con todas las estrictas prohibiciones por parte de los escuadrones antidopaje, la eritropoyetina no sirviera para nada? Un grupo de científicos cree en esa posibilidad. En 2012, Adam Cohen, Jules Heuberger, Joost Cohen, Femke Schepers, Adriaan Vliegenthart, Joris Rotmans, Johannes Daniels y Jacobus Burggraaf se pusieron en la tarea de revisar las investigaciones existentes que evaluaran los efectos de la eritropoyetina en el cuerpo de atletas profesionales. Su conclusión, a grandes rasgos, fue que ninguno de los estudios anteriores podía concluir que la EPO aumentara el rendimiento profesional. Además de señalar la falta de evidencia suficiente, la investigación de esos ocho expertos concluyó que usar (y abusar) de esa hormona puede ser grave para la salud. La eritropoyetina espesa la sangre y aumenta el riesgo de coágulos, que obstruyen el paso de sangre hacia los tejidos. Eso, eventualmente, mata las células y daña los órganos. "Si el órgano es tu corazón o tu cerebro, puede ser especialmente peligroso. Podría provocarte un ataque cardíaco", me explica desde Holanda Adam Cohen, líder de la investigación y director del Centro de Investigación de Drogas en Humanos. Cohen cree que si, además de saber que afecta la salud (que lo saben), los atletas y sus entrenadores se dieran cuenta de que la EPO podría no funcionar como esperan, dejarían de usarla. Así que siguió escarbando en el tema y se dio cuenta de que todos los estudios de la eritropoyetina resumían lo mismo: que inyectarse esa hormona aumenta la absorción máxima de oxígeno del cuerpo. "Pero en deportes de largo aliento y resistencia, los deportistas no suelen usar la máxima captación de oxígeno. Allí se trata más del ritmo", dice Cohen. Otros expertos en dopaje se niegan a creer en su hipótesis. Bengt Kayser, de la Universidad de Lausanne, le dijo a la revista Science que hay razones biológicas que apuntan a que el desempeño sube si entra mayor oxígeno. Además, agregó que el cuerpo tiene muchos receptores de eritropoyetina, algunos de ellos en el cerebro, por lo que habría más posibilidades de que la inyección de la hormona diera un empujón. Pero Cohen y su equipo están convencidos de que, sea cual sea el resultado final, es necesario hacer un estudio que incluya pruebas de campo bien hechas, con ciclistas entrenados en lugar de aficionados, y con recorridos largos que se asemejen a los de las grandes vueltas ciclísticas o maratones. Así que este año convocó a 60 ciclistas amateur (pero con ritmo de competición) para un experimento. Quiso hacerlo con profesionales, para acercarse tanto como pudiera, pero ninguno podría aceptar porque la Agencia Mundial Antidopaje los podría descubrir, hacerles un examen y sancionarlos. De manera aleatoria, partieron al grupo por la mitad. Durante ocho semanas inyectaron a unos con eritropoyetina y a otros con placebo. "Los ciclistas creían que iban a volar como un cohete. La EPO es muy famosa y bien reputada, créeme. Todos pensaron que iba a aumentar su rendimiento de manera increíble", me dice Cohen. En esos casi dos meses de inyecciones reales o falsas, los ciclistas hicieron varias pruebas de larga duración en el laboratorio y finalizaron con un recorrido de 130 kilómetros en Mont Ventoux, en el sureste de Francia. La conclusión preliminar fue que los ciclistas con eritropoyetina no fueron más rápidos que los que tenían placebo. La diferencia promedio, de hecho, fue de 38 segundos a favor de los del placebo. ¿De verdad no hay diferencia significativa? ¿Es posible que la droga que supuestamente ayudó a Lance Armstrong a ganar siete Tour de Francia sea inútil? Cohen está empeñado en esa posibilidad: "Los ciclistas pueden creer que ganaron gracias al EPO porque solo recuerdan las victorias, pero hacen caso omiso a las derrotas. Además, puede haber funcionado como un fuerte placebo. Después de todo, los deportes requieren tanto de la mente como del cuerpo". Los resultados específicos de la investigación apenas están siendo analizados. "Por el momento te puedo adelantar que estamos confirmando nuestras sospechas", me anuncia Cohen. Mientras que Orlando Reyes, de Coldeportes, se rehúsa a aceptar esa posibilidad: "no hay ninguna duda para mí de que la utilización de EPO sí aumenta el rendimiento deportivo y no hay ni siquiera necesidad de hacer estudios científicos muy avanzados para llegar a esa conclusión. El estudio de la fisiología demuestra este hecho", dice, desde Brasil, donde hace parte del grupo de la Agencia Mundial Antidopaje, que durante los Olímpicos se encargará de examinar y sancionar a los atletas que consuman alguna de las más de 150 sustancias prohibidas.