FYI.

This story is over 5 years old.

Cultură

En La Habana

Al fantasma de Ernest Hemingway le encantaría vivir en la isla de Cuba.

Al fantasma de Ernest Hemingway le encantaría vivir en la isla de Cuba. En Miramar está la Marina Hemingway. Varios bares y hoteles en la Habana Vieja tienen retratos de Hemingway, con varias poses heroicas, en las paredes. En varios lugares se sirve el famosos daiquiri Hemingway. Desde que vengo a este lugar, los puestos del mercado de pulgas en el Parque Céspedes siempre han vendido copias en descomposición de Adiós a las armas y El viejo y el mar, y a veces libros de Hemingway en inglés.

Publicidad

La mayoría de los cubanos nunca han leído a Hemingway, ni lo leerán. De hecho, la mayoría de los cubanos no tienen idea de quién fue Hemingway, y su nombre sólo les recuerda a la marina o, en algunos casos, al daiquiri. El mito de Ernest Hemingway como un ídolo cubano no se desarrolló mucho después de que se le fotografiara fumando puros con Fidel Castro a principios de los sesenta.

Ahora que Norman Mailer pasó a mejor vida, la única escritora estadunidense que todavía levanta la antorcha por Ernest Hemingway es Joan Didion, y la influencia de Hemingway sobre ella no ha sido del todo fantástica. Las molestas repeticiones y los exagerados párrafos de una línea de Didion vienen directamente de Hemingway y el conocido espacio blanco que dejaba entre sus oraciones. Los hombres fuertes y lacónicos que sirven de héroes fantásticos en la ficción de Didion tienen un toque inconfundiblemente hemingwayesco. Así como los homos suicidas y las reinas gritonas que condimentan sus libros, como aros de piña en una cena navideña. Si Didion no tuviera una mente de acero, sería Ernest Hemingway, para perjuicio de las letras estadunidenses.

Hemingway y Marilyn Monroe siempre me vienen a la mente juntos. Alcanzaron el cenit de la celebridad y se suicidaron casi al mismo tiempo. Representan las fantasías y estereotipos de género de los años cincuenta. Sin embargo, todavía amamos a Marilyn, cuya genialidad en la pantalla sigue presente, y su trágica historia privada todavía nos conmueve. A Hemingway lo queremos mucho menos. Su genialidad en las páginas es cada vez más indiscernible, y se acerca cada vez más al mundo de la curiosidad anticuaria, donde Fannie Hurst y miles de aros ula ula llevan medio siglo empolvándose.

¿Cómo pasó? ¿Por qué el creador de Lady Brett Ashley y Jake, a quien le faltaba un testículo, cayó tan precipitadamente de nuestra gracia? Hemingway era un mal escritor. Un escritor falso. Un escritor cuyos libros son un trozo de falsedades y clichés estúpidos sobre la masculinidad. Un bufón falaz y ridículo que vivía engañado, intoxicado por su propia fama, al punto de escribir pura basura. Un cabezón malvado y sin escrúpulos que se robó todas las grandes ideas que tuvo, y las convirtió en meras banalidades. Un arlequín de la novela romántica, disfrazado de pionero del modernismo literario.

Pero nada de esto ha manchado el estima que se tiene por otros escritores estadunidenses y heterosexuales de la cosecha de Hemingway o con la sensibilidad de Hemingway, de forma tan dramática. Scott Fitzgerald quizá no fue tan cabrón como Hemingway, pero sus libros son peores, incluyendo a El gran Gatsby, la cual suele ser malinterpretada como una gran novela sólo porque puede ser leída en unas cuantas horas, y sus personajes son personas ricas que terminan mal. Ni siquiera la influencia de Charles Bukowski se ha visto disminuida, y sus libros son (y no hay forma amable de decir esto) una mierda. En cuanto a los abanderados actuales, encargados de lidiar con el amor y la ardua tarea de convertirse en hombre, no son más que gusanos suburbanos frente a las cimas nevadas del Kilamanjaro.

Quizá sea porque el tiempo ha destruido la máscara de testosterona de esta interminable postura de adulación por la plaza de toros y el asesino de tigres y elefantes, para revelar a una nena sin experiencia a quien su hijo transgénero no dudó en llamar “ella”. Quizá sea porque un espacio en blanco sugiere la ausencia de actividad mental, en lugar de un espacio lleno de inmanente significado. Quizá sea sólo que los daiquiris han pasado de moda.

Pero antes de arrojar todas sus obras a la marina con la que tanto se le confunde, para decirle adiós a esa basura que alguna vez fuera sagrada y olvidarnos así de Hemingway de una vez por todas, recordemos que Hemingway dejó buena parte de su fortuna a sus gatos y a su descendencia, quienes todavía llevan una vida de lujos gatunos en Florida. Papá no era tan malo después de todo. ¡Miau!