depresión

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Salud

La depresión te roba el alma y te quita a tus amigos

Resulta demasiado fácil dejar de ser amigo de alguien tan difícil, egocéntrico, despreciable y voluntariamente extraño. Especialmente si son ellos los que se distancian.

La depresión te roba constantemente. Te roba tu tiempo, tus pensamientos y tu autoestima. Pero incluso antes de eso, te quita a tus amigos.

A diferencia del suicidio, la depresión opera sin descanso y silenciosamente. El suicidio es un trueno ruidoso que atraviesa las vidas de los otros: se sabe y se siente inmediatamente. Pero la transición al aislamiento antes del suicidio, en medio de la neblina de la enfermedad, rara vez atrae la atención. Nos gusta hablar del resultado, pero no del proceso. Por eso, para los amigos es difícil saber cómo interactuar emocionalmente con la depresión, especialmente cuando te consume durante tanto tiempo.

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Tengo que lidiar con una combinación de bipolaridad, desorden de personalidad y depresión, y siempre acudo a ellas para sabotear todas y cada una de mis relaciones. Tristemente, esto garantiza que, eventualmente, todas mis amistades terminen afectadas.

Y lo entiendo. Para los que se relacionan conmigo es fácil perder un amigo que es difícil, ensimismado, impredecible y deliberadamente aislado del mundo. Y es aún más fácil perderlo si él decide desaparecer primero.

Hay una historia a la que le he dado miles de vueltas en mi cabeza: uno de mis mejores amigos —un escritor y un gran tipo— comenzó a alejarse lentamente del mundo. Borró a todos sus amigos de Facebook, dejó de contestar las llamadas y los mensajes y después se encerró en su cuarto cual ermitaño. Ya todos sabíamos qué estaba pasando. Nuestros amigos me escribían todo el tiempo: "¿Lo has visto? ¿Está bien? Deberíamos ir a verlo".

Ninguno de nosotros fue a verlo. Eso pasó hace dos años y nadie ha hablado con él o lo ha visto desde entonces. No está muerto…pero se fue. Está encerrado en la cabaña de su mente. Perder a un amigo así fue como ver a un fantasma pasar entre dos paredes de un corredor; una especie de desvanecimiento que te inquieta y perturba.

El año pasado volví a entrar en una crisis depresiva y comencé a copiar ese mismo comportamiento. Básicamente me aislé y rompí mis relaciones para que al cabo de seis meses hubiera perdido a gran parte de mis amigos.

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Una hibernación depresiva no es un exilio deliberado. Es, más bien, un proceso de ir cerrando puertas lentamente. Cuando tu mente está débil y tu día es un ciclo repetitivo de inacción y pensamientos desesperados, puede ser difícil sacar la fuerza para ir al toque de un amigo, ir por un café o incluso contestar un mensaje. En mi experiencia, la enfermedad hace lo posible para convencerte de que eres lo peor y empiezas a ver tu ausencia de los eventos y de cosas de amigos como una especie de favor que les haces.

Te quedas callado por miedo a dañarle el rato a los demás.

Ilustraciones por Ashley Goodall.

Después, este miedo por arruinar la diversión de otros adquiere en una gruesa capa de culpabilidad. La gente depresiva —quienes sufren de enfermedades mentales en general— cargan con mucha culpa. Sientes que cansas a las personas. La depresión es como un remolino con una gran fuerza gravitacional. Tus seres queridos, que te cuidan, que son empáticos y se preocupan, se desgastan y se cansan poco a poco, como las piedras a la orilla del mar. Es muy difícil darle tanto amor y cuidado a una persona incapaz de devolver eso mismo, y nosotros lo sabemos.

Muchas veces he sentido cómo mi lengua se entumece cuando simplemente intento decir: gracias.

Esas gracias pueden ser incómodas y vergonzosas por varias razones. Es difícil decirle a tu novia que por el simple hecho de estar ahí contigo viendo caricaturas, te está salvando la vida; eso le pone mucho peso a una tarde que, de otra forma, sería completamente normal. Además implica una carga para una persona que no tiene —ni debería tener— la habilidad para soportarte o para curar lo incurable.

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Vivo en un miedo constante de que mi gratitud, o la falta de ella, termine en una disculpa eterna. Más de una vez me he disculpado con alguien que me ha amado por ser como soy. Hay un desgaste, una erosión en la relación, cuando una pareja o amigo/a es incapaz de entender por qué alguien lo amaría o querría.

Y cuando eso pasa, la enfermedad se vuelve tóxica. Le he dicho a mis amigos que su compañía me da asco, a mis padres que deformaron mi cerebro, y a la persona que amaba que me había permitido robarle un pedazo de su vida y que eso, de alguna forma, era culpa de ella.

Si hay alguna verdad sobre la depresión es que es tanto universal como fundamentalmente íntima y personal. Refleja la identidad como un espejo oscuro, y es una experiencia neuroquímica que sienten muchos, pero que creemos que es solo nuestra. Pasamos por esto de manera tan intensa que podemos convencer a la gente más cercana de que ese, en efecto, es el caso. Y así, de repente, todos nos creen una causa perdida.

Lo realmente perturbador es que la depresión por sí sola no puede hacer que una persona desaparezca. Los amigos hacen parte de esa desaparición. Y esa verdad incómoda es la razón por la cual no tenemos esta conversación. También porque la empatía no es infinita.

Pienso que al librar de culpa, tanto a la persona que sufre como al testigo, podemos encontrar algo de paz. Cuando logremos eso podremos ver a la depresión como la ladrona que es y así detener el flujo de locura y sufrimiento que hay en nuestras vidas.