FYI.

This story is over 5 years old.

Comida

Perdí el sentido del gusto

Luego de haber estrellado mi cabeza contra una calle de Nueva Zelanda, un día cuando andaba en bicicleta a alta velocidad, desarrollé una lesión cerebral que cambió mi vida por completo.
Photo by Tony Alter via Flickr

Imagina estar en tu año sabático comiendo y recorriendo en bicicleta Nueva Zelanda. Luego imagina caerte de tu bicicleta y tener una contusión tan grande que pierdes el sentido del gusto el cual- semanas más tarde – no ha regresado y puede que nunca lo haga. Para una escritora a la que le encanta la comida, esta es una realidad que da miedo (además de fastidio).

Puede que nunca pueda volver a oler la cabeza de un bebé. Pero en lo inmediato, no voy a poder saborear este plato de pasta.

Publicidad

Luego de haber estrellado mi cabeza contra una calle de Nueva Zelanda, un día cuando andaba en bicicleta a alta velocidad, desarrollé una condición a la que mi exnovio le encanta llamar "retrasoo mental". Yo prefiero el término, "lesión cerebral." De cualquier forma, terminé en la sala de emergencia del Hospital Dunedin vomitando dentro un cubo de cartón antes de regresar a mi hostal ambientado a lo Harry Potter, para continuar vomitando allí en el lavabo del baño. Estaba sufriendo del síndrome de post-contusión y no había nada – además de acostarme en la cama de Hogwarts e intentar no sangrar – qué podía hacer.

Hay varios y muy desafortunados efectos secundarios comunes que vienen luego de darle a tu cerebro una metafórica patada en las bolas: tinitis, pérdida de memoria, visión borrosa, nausea y dolor de cabeza por nombrar algunos. Pero mientras que algunos de estos vienen y se van rápidamente, el único legado permenente que estoy sufriendo es ansomia. Así es. No puedo oler, o subsecuentemente oler mi culo desde mi codo.

Según la Fundación del Anosmia, más de dos millones de americanos sufren la pérdida del olfato, generalmente a causa de lesiones en la cabeza. La contusión y daño en la bulba olfativa – el área del cerebro que manda la información desde tus receptores nasales hasta tu hipotálamo – han sido relacionadas por mucho tiempo con la pérdida del olfato, aunque el 22 porciento de los casos, la anosmia es idiopática. No tiene causa determinable.

Publicidad

Algunas sensaciones me hacen cosquillas en mi lengua pero esa niebla embriagadora del sabor ya no está. Está ausente como una vagina en un concierto de los Strokes.

Generalmente, cuando la anosmia es causada por un choque con la cabeza, se debe a que la persona ha lastimado el tejido suave en la parte de arriba de su nariz. Sin embargo, puede que también sea el golpe en la parte de atrás de la cabeza (como en mi caso) el que cause que el cerebro se golpee contra la parte de adelante del craneo – como los pasajeros de un auto accidentado- y se dañen los nervios que van de la nariz al cerebro. Has roto, de hecho, la conexión apestosa.

El problema con perder tu sentido del olfato es que consecuentemente te roba el sentido del sabor. Mientras que tu lengua puede reconocer cuatro (o cinco si cuentas al unami) sabores básicos – salado, agrio, dulce y amargo – tus receptores pueden reconocer y diferenciar entre mas de 900 combinaciones químicas, u olores. Cuando comes una naranja, tu lengua registra un poco de dulce y un poco de agrio. Tus receptores nasales, por otro lado, se desarrollarán a lo largo de una sinfonía de tardes empapadas de cítricos en Sevilla, botellas de Capri Sun de tu niñes, notas profundas de neroli, un chorro de jabón de lavavajillas, y la ralladura reciente de una cáscara. Tu lengua es como un tambor comparado con el gran piano de tu nariz. Sin el último todo lo que te queda son los golpes contundentes del primero. Desde que perdí mi sentido del olfato, yo – una mujer que una vez se comió una bandeja entera de arroz integral en vez de pudín de caramelo – he desarrollado un adicción a los dulces que solo se encuentra en los que se inyectan heroína. Como chocolate, galletas, helado, y torta como alguien que pide tener diabetes. Ésto, explica un médico general y amigo basado en Liverpool, el Dr, Noam Dover, es a causa de que "tu cerebro todavía reconoce dulce como dulce, así que se sobreexita. Sin tu sentido del olfato que lo desenrrede, tu cerebro no puede procesar sabores complicados y olores como el café o el ajo, así que los sientes como lo que realmente son."

Publicidad

En la actualidad el café sabe a quemado. El ajo sabe agrio. Casi todo lo que no tiene una única nota de olor sabe a carbón. Y eso es en un buen día. En un día malo, un plato de coliflor, dal, naan de ajo y otras delicias de la cocina india podrían ser una colección de juguetes de baño en lo que a mi me concierne. Algunas sensaciones pueden que bailen en mi lengua – el picante del chile, lo seco de la sal- pero esa niebla embriagadora del sabor ya no está. Está ausente como una vagina en un concierto de los Strokes.

El sentido del olfato toma mucho menos espacio en tu corteza cerebral – donde el cerebro entrelaza y analiza las sensaciones – que el sentido de la vista. Es por esta causa que puedes diferenciar las líneas, colores, formas, texturas, movimiento y calidad de un simple botón, pero hasta un olfato muy desarrollado obtendría una impresión general del vinagre o el humo de la madera. "La buena noticia es que existen células madre en la parte de arriba de tu naríz que puede que se regeneren en nervios," explica el Dr. Dover. "Por años , los científicos han estado conservando estas células madres de la naríz de las personas e intentando injertalas en áreas de cerebros enfermos – como el Párkinson, por ejemplo – con las esperanzas de que crecerán nuevos nervios y se curarán esas enfermedades."

Entonces, a diferencia de alguien que compra la colección de DVDs de Top Gear, yo algun día podría tener el sentido del gusto. Mientras tanto, me queda únicamente el recuerdo del sabor y la habilidad de cocinar con la vista. Los platos que he hecho más veces de las que tu has tenido citas "hot" son seguras porque puedo juzgar visualmente cuanta sal necesitan, cuantos tomates, y la cantidad de jugo de limón, y la cantidad de perejil. Pero cocinar algo nuevo – aún si sigo una receta – es como correr a través de la estación de metro de Paddington en la noche con los ojos tapados. No tengo ni idea si voy por el camino correcto. Simplemente no sé si el plato terminado salió como debía.

Todavía tengo deseos y antojos de ciertas comidas. Por ejemplo pasé toda una tarde el otro día intentando encontrar un café que vendiera scones de queso. Pero cuando finalmente los como, tengo que conformarme con la textura, la sensación el la boca y la del estomago lleno, eventualmente. Es como un baño tibio bajo una lámpara de 40 watts, no es que no sea placentero, solo que sé que podría ser mucho mejor.

El lado positivo de todo esto, es que me podría convertir en la mujer hambrienta más saludable del mundo. Si tan solo lograra contener este deseo feroz por los dulces, podría fácilmente sobrevivir con una dieta de vegetales y arroz integral. Podría dejar de poner sal, omitir la mantequilla, beber té negro, y merendar con apio. Porque en el futuro cercano, el gusto no tendrá diferencia alguna para mi. Aunque eso no va a pasar. Sé que no va a pasar. No se puede curar la codicia con sólo un golpe en la cabeza.