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Música

¿Cómo es ser empleado de los baños del Patrick Miller?

Dentro los baños de esta cámara del tiempo hay alguien que está observando silenciosamente…

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Todos los viernes, Verónica y Genaro trabajan en los baños de Patrick Miller por un sueldo de $250 pesos por noche, más propinas que van de $50 a $150 pesos. Su hora de trabajo inicia antes de las diez y finaliza alrededor de las seis de la mañana, después de llevar el control en las filas de mujeres y hombres, asignar a qué mingitorio o escusado pasar, entregar rollos de papel o toallas sanitarias, recibir propinas y por supuesto batallar con las vomitadas que son lo más común y asqueroso.

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_Todas las fotografías fueron tomadas por _Rocío Bertolina.

Baño de mujeres

Verónica tiene trabajando doce años en Patrick Miller, nunca había oído hablar de este icono de la cultura pop mexicana. A veces se emociona al escuchar canciones de Timbiriche, recordando que también fue joven y salía a divertirse. Hoy en día se encarga de sus hijas Alejandra de 23 años que estudia sistemas, Jennifer de 21, quien se prepara para ser educadora, y de su hijo Armando de 19 que hace su servicio militar y pinta casas. Vive en Huixquilucan, Estado de México y hace dos horas de camino al trabajo.«En un principio, viniendo de un entorno machista y lleno de chismes, algunos de mis vecinos comenzaron a juzgarme, veían que salía los viernes al anochecer y aseguraban que trabajaba en algún prostíbulo», comenta Verónica, quien viste ropa y zapatos cómodos porque la mayor parte del tiempo permanece de pie.

Comenzó ayudándole en el aseo del hogar a la esposa de su patrón. Después realizaba la limpieza en las bodegas donde guardan el equipo de luz y sonido. Y desde hace siete años le asignaron encargarse del baño de mujeres. Este cambio le vino bien, ganando un dinero extra, antes de que se prohibiera la venta de dulces y cigarros en los baños. Solía invertir $200 pesos para tener una ganancia de $600 por noche. Vendía chicharrones, paletas Tutsi Pop, pastillas y chicles. En la actualidad lo único que tiene para las mujeres que entran al baño son toallas sanitarias.

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Aun cuando pareciera ser un trabajo pesado, Verónica dice que así tiene más tiempo para su familia. Está a cargo de ocho baños, dos lavamanos y tres espejos. Debe mantenerlos todo el tiempo secos, sin que se empañen o estén goteando. El calor dentro de Patrick Miller parece ser parte del ritual y lo que ocasiona que se convierta en una sauna. Podría calcular que son más de mil cuerpos liberando endorfinas llenas de estrés y locura citadina

El lugar donde se encuentra el baño de mujeres es al fondo de la bodega, a un costado de la barra donde venden las cervezas en vasos de plástico que se cambian por fichas, como si estuvieras de nueva cuenta en la kermes de tu secundaria.

«A cada rato tengo que secar los espejos, luego no falta quien se enoja y te reclama que no se puede arreglar el cabello o pintar los labios», comenta Verónica. «Cuando está a reventar el Patrick, no sé porque aquí, específicamente en el baño de mujeres, empiezan a escurrir las paredes y el suelo se convierte en una pista de hielo».

Verónica me hace creer que ya está acostumbrada a batallar con esto. Le preguntó si alguien se ha caído y me doy cuenta que se trata de azulejos en colores blanco y negro. Rápido deduzco que cualquiera –con unos tragos de más– podría desnucarse.

«En una ocasión entró una chavita hasta las chanclas. Entonces lo que casi siempre les digo a las personas que ya andan muy mal, es que tengan mucho cuidado al caminar. Pero le valió madre, que se pone a patinar y a hacer escándalo. Todas estaban risa y risa. Lo bueno es que no se cayó. La tuve que agarra y pedirle que por favor se calmara, sino iba a tener que llamar al personal de seguridad».

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Algo que Verónica mencionó mucho durante el tiempo que estuvimos platicando, es que la gran mayoría de chicas que hacen el ridículo en el baño son las "fresitas", que acuden más los viernes de 80's y 90's.

«Esas noches es cuando tengo que lidiar con gente maleducada», dice Verónica. «Está bien chistoso, porque primero entran al baño bien arregladitas y mamilas, algunas hasta diciéndote de todo por cualquier cosa, y horas más tarde, casi al cerrar, pierden el glamur y vienen bien despeinadas, con el rímel corrido, agarrándose de las paredes, cayéndose de pedas o algunas a punto de guacarear. Se ponen a hacer cosas que no te imaginas».

Vislumbro esa escena y le pregunto qué le ha causado más sorpresa.

«La otra vez, no hace mucho, una chava tiró la puerta de un baño», Verónica se cubre la cara como si aún no lo pudiera creer. «Lo que pasó es que el escusado se tapó, decidí cerrar la puerta y ponerle seguro. o creo que ya estaba harta de estar haciendo fila y se metió a darle de patadas hasta tirarla. Las guardias de seguridad la sacaron, no sin antes cobrarle la puerta. Cuando estaba limpiando el baño supe que estaba tapado porque alguien tiró una toalla sanitaria».

En otras ocasiones se ha encontrado celulares en medio de caca, orina y menstruación; también llaves, aretes, pulseras y más. Dice Verónica que todo esto que se pierde va directo al bote de la basura, no tienen un área para las cosas perdidas.

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Uno de los problemas más comunes que se presentan en los baños, es cuando se acaba el agua –a consecuencia de que entra y sale bastante gente– y huelen a una mezcla de todo un poco. Verónica menciona que las chicas son mucho más especiales con los olores, por eso siempre procura tener aromatizante y rosear el baño cada vez que sea necesario. Quizás esto derive por los rollos de papel que le entrega a cada una de las chicas que esperan su turno para ingresar al escusado que se les asigna. Algunos rollos no terminan precisamente en los botes de basura, sino en el interior del retrete, ocasionando que se tapen. No obstante, a Verónica siempre le ha gustado ser amable con todas las chicas.

«Un día entró una chava que me dijo "buenas noches", yo le contesté igual. Por el simple hecho de hacer eso e intercambiar algunas palabras, sacó un billete de $100 pesos y me lo dio, diciéndome que sabía valorar el trabajo que estaba desempeñando, ya que su mamá había hecho lo mismo por bastantes años, llevando dinero para comer y que ella siguiera estudiando».

Sobre los temas que hablan las chicas en el baño, manteniendo ese estereotipo de acudir con la amiga, dice Verónica:

«Se ponen a hablar sobre sus novios, que se acaban de pelear con ellos y comienzan a decir que se van a coger al primero que se les cruce en el camino para tomar venganza. A veces, cuando ya andan tomadas, hasta se ponen a platicarme que están tristes o que ya no van a regresar con sus parejas porque son unos patanes».

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Cosas así vive Verónica mientras jala el agua del suelo para que no se hagan charcos, aplastando los papeles en los basureros con la escoba, sonriendo a cada una de las mujeres que ingresan al baño y tratando de adivinar los gestos de algunas chicas que parecen querer regurgitar su inicio de fin de semana. Lo único que ella puede hacer es ofrecerles una cubeta que podría ahorrarle destrozos, malos olores y mayor trabajo. La fila del baño de mujeres, como bien se sabe, siempre será larga y lenta. Sin embargo Verónica de vez en cuando tomara asiento en su silla e intentara hacer rollitos de papel cada vez más rápido.

Baño de hombres

Genaro comienza a hablarme de rock urbano, uno de sus mayores pasatiempos. Hablamos de Vago, El Haragán, Liran' Roll, la Banda Bostik y hasta del Sonido Carita J.C. Genaro sonreía y me platica:

«Tengo dos trabajos. De lunes a sábado en una recicladora que está por donde vivo, Chimalhuacán, Estado de México, en el área de plásticos duros. Allá me encargo de ocho personas, pero a veces es bien tedioso y pesado, me causa mucho estrés. Venir a chambear acá al Patrick, creas o no me relaja, allá alguien se equivoca y toda la culpa va sobre mí», dice Genaro mientras barre colillas de cigarro y las hojas de los árboles que caen sobre la banqueta.

Me muevo de lugar para que siga dejando impecable la acera y le pregunto si se va sin dormir a la recicladora los sábados.

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«Sí, ya estoy acostumbrado», responde sin mostrar algún tipo de queja alguna.

En cambio, en Patrick Miller, debe de mantener todo el orden de cinco mingitorios, tres escusados y un lavamanos que conforman al baño de hombres. Tiene 33 años, y también vive en las periferias, le lleva casi dos horas transportarse de un trabajo a otro.

«Antes de comenzar a trabajar aquí me dedicaba a hacer mantenimiento inmobiliario. Gracias a ese trabajo conocí a una persona que trabajaba aquí, ella me pasó el dato que necesitaban personal».

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Entró a trabajar en el área de la barra, donde parece ser hay más movimiento y las propinas que ganan se deben de dividir entre las cuatro o cinco personas que conforman el equipo. Al año siguiente, tras la salida del anterior encargado del baño de hombres, lo movieron y no resintió ningún tipo de cambio, uno de sus primeros trabajos fue realizar el aseo de baños públicos.

Los dos sueldos que tiene y su empeño que pone, son para sacar adelante a sus dos niñas, Regina de 9 y Brenda 6, y Carlos Fernando que apenas cumplió 1 año. Genaro está casado y recuerda que en el Patrick Miller llegó a compartir noches de desvelo con su esposa Monserrat, cuando ambos servían cervezas.

Le cuestiono sobre cómo es el baño de hombres.

«Para empezar a los hombres les molesta mucho hacer fila, más si ya andan pedos, siempre intentan meterse», responde Genaro. «Aquí desde antes que den las diez en punto ya tengo todo listo con los utensilios de limpieza. En el lavamanos debe de haber jabón líquido y gel para el cabello. Cuando van entrando al baño, quienes van a cagar dejo que tomen rollo de papel, y al final, cuando van a salir, les tengo que entregar una servilleta para sus manos. Allá ellos si desean dejar algo de propina».

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Y es justo algo que me doy cuenta, ya que el público ha comenzado a ingresar. Genaro ya no habla serenamente, ahora muestra un tono de voz más enérgico, sin ser grosero, pero dejando en claro que está realizando lo mejor posible su trabajo.

En el baño de hombres, comenta Genaro, se ponen a hablar despectivamente de las mujeres o incluso hasta le llegan a presumir qué chica se van a tirar. A pesar de eso, parece ya estar acostumbrado y prefiere seguirles la corriente. Pero no todo es "hombría" y pretensión.

«Van varias ocasiones que se meten de dos chicos a algún inodoro y se encierran. En unas de esas sí noté que se estaban dando unos besotes y tuve que llamar a los guardias de seguridad porque eso no está permitido», recuerda Genaro. «Lo chistoso fue la reacción que tuvo uno de ellos, reclamándome a gritos y tirando al suelo todos los papeles que estaban en uno de los botes de basura».

Desde esa ocasión ha tenido que estar más al pendiente, ya no le es raro sospechar quiénes se podrían colar al mismo retrete.

«A veces las chavas que están de este lado, por la entrada, cerca del baño de hombres, como ven que hay mucha gente y será difícil cruzar hasta el otro lado, al baño de mujeres, optan por intentar entrar aquí. Nada más que no lo puedo permitir, me llaman la atención».

A mi ver –no es porque únicamente haya entrado al baño de hombres; entré al de mujeres antes de que dejaran ingresar a toda la gente–, el sanitario masculino es más llamativo por el pasillo que tiene y los graciosos dibujos que hacen resaltar las paredes, cuando te das cuenta que también parecen orinarse en los pantalones como uno.

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A Genaro ya no le tocaron las épocas donde podían vender dulces. Se ha mantenido con los $250 pesos por noche y la cantidad que pueda generar de la propinas.

«Quizás al ver que no cuento con una mesita de dulces, comúnmente me preguntan que dónde pueden conectar droga, como si yo la trajera en los bolsillos», dice Genaro y no puede esconder una risa natural.

Sus propinas generalmente las recibe antes de que la gente ande tomada, hasta se lo hacen saber cada vez que le entregan monedas de diferentes denominaciones, dejando ver que salen del corazón.

«Los extranjeros te dan monedas o billetes de sus países. Tengo mi colección», dice Genaro. «Pero en una ocasión un güey me dio un billete de $500. Le dije que no tenía cambio y me contestó que así lo dejara, ese sí ya andaba bien tomado».

Genaro dice que se siente motivado mientras trabaja, escucha muchos comentarios positivos de las personas que ingresan a hacer sus necesidades. Sin embargo no todo han sido buenos recuerdos. Una noche desapareció el bote donde depositan las propinas, alguien se lo robó. Y en otra ocasión presenció que un chico entró al baño con un bolso de mujer, tuvo que hablarles a los guardas. Tal vez por ello es que en el baño de hombres sí existe una cámara que vigila lo que pasa a la entrada, en el peculiar pasillo.

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La madrugada corre rápido y Genaro igualmente me dice que prefiere a la gente que acude a los eventos de high energy.

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«Es que son más educados, la mayoría ya se conocen. También tiene que ver que es gente mayor, que principalmente viene a bailar en las ruedas», dice Genaro.

Y qué diferencias tienen el tipo de eventos, le pregunto.

«En los de high energy el baño no queda tan puerco, es raro el que se vomite», menciona Genaro. «Cuando es 80's y 90's, es una chinga segura. Luego se tardan mucho en los escusados, tienes que tocar, y si no te contestan es porque ya se quedaron dormidos cagando por la peda que traen. Es cuando vienen los de seguridad y hay los sacan cargando, abrochándoles los pantalones como pueden, porque algunos les gana antes y están todos mojados».

Mientras está platicándome esto, me enseña un pequeño jalador como el que ocupan los limpiaparabrisas en los cruceros, es el artefacto que más ocupa, que le ayuda a no tener un desmadre en el lavamanos. Me dice que el rollo de papel que está usando le dura para dos noches, dejando ver la ventaja de orinar en chinga.

«Dura un buen por que el hombre mea, se la sacude y listo. Imagínate cuántos se gastan en el de mujeres. Allá sí ocupan papel a güevo», dice Genaro.

De servilletas llega a ocupar alrededor de ocho paquetes por noche.

Genaro cada vez tiene más carga de trabajo. Le pregunto con qué batalla más.

«No lo vas a creer, pero hay gente que en particular viene aquí al baño a desahogarse.».

¿Cómo es eso?, le pregunto.

«Pues entran muchos bailarines quejándose que no los dejan meterse a las ruedas de baile. Yo creo porque no tienen mucho tiempo viniendo, por eso les niegan sacarlo todo en la pista», dice Genaro.

Los rostros de los hombres que entran al baño ya se notan en un estado etílico. Confirmo que es un hecho que tanto a Genaro como a Verónica venir a trabajar aquí Patrick les ayuda a desesterarse, a salir de sus rutinas como todo aquel o aquella que ingresa en esta bodega del tiempo. No tarda alguien en vomitarse encima. Entonces Genaro toma asiento en la silla que les asignan, como si estuviera esperando a que llegue ese hecho que lo hará terminar con su jornada una hora después, cuando den las cuatro de la madrugada y las luces del Patrick Miller se enciendan, pidiendo al publico regrese a vivir el 2016 allá afuera.

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