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eterno retorno

Marcus Willis y la rebelión del ser

Cómo es posible que algunos jugadores logren volver a figurar cuando su carrera parece estar en decadencia o francamente terminada
Foto: si.robi/Wikimedia Commons

El ser humano suele resignarse con facilidad a la posibilidad de que su vida no alcance los brillos de la trascendencia. La supervivencia, el respeto al orden establecido y la procreación suelen ser fines que la tradición de muchas culturas pone con siniestra y certera sutileza en nuestras creencias como fin último de la vida; lo que José Ingenieros describió como "el hombre mediocre", y que podríamos entender en otra expresión como el ser normalizado. En el tenis, esta experiencia es vivida metafóricamente por aquellos anónimos jugadores que deambulan en torneos menores y los puestos de 3 cifras del ranking ATP, entes que danzan incansablemente en la periferia de la fama y la fortuna con la certeza que el olimpo tenístico no será decorado con su figura.

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Entre este conjunto de personajes, todos de distintos orígenes étnicos y culturales, resaltó en Wimbledon 2016 el rubio y redondo semblante de Marcus Willis, el inglés de ranking cercano al 800 ATP que salió de las catacumbas tenísticas para protagonizar una posmoderna epopeya que lo llevó desde los olvidados partidos preclasificatorios a conseguir 7 triunfos imposibles y terminar enfrentando a estadio lleno al inmortal Roger Federer, transformado tras apenas una semana en un ídolo inolvidable. Impulsado por el fuego del romance, Willis regresó de las mazmorras del olvido con furia y determinación, levantando los brazos como si su carrera fuese una pelea de box al borde de terminar en KO y zafar milagrosamente para arrojar casi moribundo unos mortíferos golpes que le permitan llegar al último asalto y experimentar una derrota embellecida por los tonos de la gloria.

Con unos cuantos partidos ganados en Túnez como su mayor logro del año, Willis llegó a Wimbledon con el corazón perforado por una flecha que pareciera impulsada por un Cupido enviado especialmente por Venus y Marte a cumplir una misión histórica. Jenny Bates fue la milagrosa aparición que logró contagiarle de coraje que sólo puede venir de la infatigable valentía que se necesita para ser mujer y madre en un mundo marcado por la influencia del patriarcado, y empujarlo a suspender su poderoso amor por la cerveza para transfigurar su cuerpo en el de un atleta que pueda tener las fuerzas necesarias para tocar las puertas de la eternidad.

¿Cómo es posible que quien ya había asumido la desintegración de sus sueños de éxito pueda salir del agujero de los lamentos para detonar una explosión de voluntad lo suficientemente intensa como para volver al sendero de la virtud? Las místicas energías necesarias para conseguir encarnar este fenómeno provienen de variadas fuerzas de la naturaleza humana. En los noventa, Andre Agassi deleitó con un tenis de belleza inconmensurable al mundo, forjado por el oscuro fulgor del odio propio de quien es forzado por la figura del Pater a tener un destino inobjetable y a cumplir los deseos frustrados de un espíritu consumido por la amargura. Los dorados cabellos del "Kid" de Las Vegas habían sido tirados con violencia por un padre que como muchos veía en su descendencia una extensión de sí mismo, envenenando con ego puro la vida de un niño que sólo tuvo como alternativa cumplir sus funestos designios para conseguir su liberación, y finalmente fojar con su maldición la llave de la inmortalidad.

Es necesario regresar a los orígenes, volver a sentir el brillo del amor o la tenebrosa pulsión del odio para poder conectarse con la esencia del ser. La posibilidad de alcanzar los rincones más inaccesibles del espíritu depende de que alguna experiencia con el otro transforme nuestra noción de la realidad y provoque una total revolución emocional capaz de pulverizar las más gélidas construcciones racionales. Es este el único camino que nos puede permitir atravesar las gigantescas puertas de lo imposible para salir de la soporífera medianía de la existencia hasta que no quede otra alternativa que –como hizo Rimbaud- disparar el alma al viento y hacerla estallar, y tal como lo hicieran Willis y Agassi, negar que la inminente llegada de la muerte nos desintegre en el vacío de la soledad y el olvido.