¿Cuál es el siguiente paso para la música dance?

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¿Cuál es el siguiente paso para la música dance?

EDC es el símbolo absoluto de la reinterpretación americanizada de la cultura del "EDM".

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*Este artículo se publicó originalmente en i-D.

El autor de "Altered State, the definitive history of Acid House in the UK", se dirige a EDC Las Vegas, donde 130000 personas se reunieron para celebrar los 20 años del evento.

Mirando hacia abajo desde las alturas, la colosal arena –en la pista de carreras– lucía como un campamento fantasmagórico, empollado en las profundidades de la naturaleza desértica de Nevada; una tierra ficticia conjurada de la luz y del sonido. Bajo el brillo encerado de la luna pesada, las ruedas de la fortuna tejían patrones geométricos como una inmensa instalación de arte óptico, junto a escenarios que parecían naves espaciales de androides, templos paganos y fortalezas mutantes generados por CGI; una tras otra rebosaban de color, mientras que explosiones de llamas ascendían, los LEDs destellaban, los chorros de agua se disparaban, y las luces de búsqueda ametrallaban el lugar. Un pulpo metálico que respiraba fuego resplandecía infernalmente, mientras que en una valla gigantesca se leía a modo de súplica: "ámense y cuídense unos a los otros".

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Para más de 130,000 personas que pagaron cientos de dólares, cada uno, para cruzar sus puertas en el calor feroz ese día, el Electric Daisy Carnival, justo a las afueras de Las Vegas, fue el parque temático soñado por los ravers. Era su 20° aniversario, un hito para un evento que nació de la escena rave de Los Ángeles a principios de los 90, y que abandonó las bodegas sucias por las grandes arenas –hace mucho tiempo– para convertirse en uno de los festivales de dance más grandes del mundo y tal vez, el símbolo absoluto de la reinterpretación americanizada de la cultura del "EDM".

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Muchos de los escenarios estaban reventando con esa mezcla EDM atrevidamente caprichosa de agresión y sentimentalismo, popularizada por gente como Skrillex –líneas de bajo retorcidas, riffs ruidosos como sierras, voces pop quejumbrosas, interludios trance empalagosos, y vociferaciones beligerantes estilo hip-hop– mientras que los DJs saltaban como boxeadores en el ring y manoseaban los botones del mixer teatralmente como si pretendieran hacerle ajustes a un motor de Fórmula Uno.

La imagen que perciben los sibaritas disco de Europa del festival americano de EDM es que es una clase de kindergarten distópico poblado por espectros vestidos en lentejuelas y con botas altas acolchadas, y vatos llenos de esteroides levantando sus puños al ritmo de música que suena como los últimos croados de una rana torturada –pero eso era sólo una parte de lo que se vio ahí. Al mismo tiempo en que los consentidos del EDM, The Chainsmokers, estaban sacando en masa sus himnos populistas bajo las pantallas con mapeo de video en el escenario principal, las arenas cercanas estaban palpitando con dubstep industrial agresivo, trance meloso y hasta la música house más deep. En una carpa gigantesca al otro lado de la pista de carrera, la DJ libanesa-nigeriana Nicole Moudaber estaba arrastrando una horda variada de freaks vivaces, reinas de L.A. que parecían rudas, y fans amantes del techno sumergidos en un torbellino destellante de síncopa hipnótica que evocaba imágenes del Panoramabar de Berlín.

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En sus 20 años de existencia, el Electric Daisy Carnival ha desarrollado una fanaticada leal de discípulos fluorescentes que vuelan o manejan a través del país para acudir año tras año y vestirse en sus trapos más extravagantes para la ocasión; mientras se abrían las puertas, de ellas surgían sus disfraces más elegantes –el grupo de güeyes vestidos como Superman con sus novias canalizando a la mujer Maravilla, los tres chicos gay con orejas de conejo y banderas de arcoíris, alguien con una cabeza de Minecraft, un hombre vestido como un obispo sosteniendo una gran cruz de cartón embellecida con el antiguo slogan del rave americano, PLUR (paz, amor, unidad y respeto), así como cientos de adolescentes vestidos escasamente, descubriendo sus cuerpos al sol de Nevada.

Muchos de ellos se movían entre los escenarios en pequeñas tribus agrupados alrededor de tótems hechos en casa que lucían como una rara forma de arte folklórico naïve; había linternas iluminadas con slogans como "buenas vibras" y "PLUR", dibujos de corazones y caras felices, aliens y animales, carteles que invitaban a cosas como "levanta tus pinches manos", y mensajes crípticos como "nunca sabes qué tan cerca estás", cuyo significado probablemente sólo ellos conocían.

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Eran personas a quienes Pasquale Rotella, el fundador del Insomniac, la compañía que organiza el Electric Daisy Carnival, describe como los "headliners" de su festival –los fiesteros a quienes él se refiere como las estrellas de su show, y que sin ellos no existiría.

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"La idea viene de la escena underground del rave en California, donde el bailarín es tan importante como el DJ en la fiesta", me había explicado Rotella un par de días antes. "Esto era antes de que llegara el término EDM y antes de que la música dance diera el salto y se hiciera comercialmente aceptada. Cuando eso ocurrió, la gente quería tratarla como al rock'n'roll, donde son fans de un DJ y solo van y se paran a verlo –y de eso no se trata la música dance. La gente era y todavía es tan importante como quien sea que esté en el escenario".

Rotella era un chico de un sector de bajos recursos que comenzó a organizar fiestas ilegales en L.A. en 1993, cuando la cultura rave todavía era un fenómeno poco conocido en EEUU. La escena alcanzó momentos cumbres y se desplomó varias veces antes de convertirse en mainstream en forma de EDM a finales de la década pasada. Pero Rotella mantuvo la fe y sus eventos crecieron año tras año hasta que terminó convirtiéndose en uno de los organizadores de fiestas más grande del país. En esos años, los astutos promotores americanos también recatalogaron sus raves como "festivales" para poder asegurar permisos de las autoridades que veían las fiestas techno como eventos masivos para drogarse comunalmente.

Rotella fue forzado a relocalizar el Electric Daisy Carnival de L.A. a Las Vegas en 2011 después de que la muerte de una chica de 15 años que había tomado MDMA desatara un pánico moral. También vendió el 50% del Insomniac a la gigante de las promotoras, Live Nation, y ahora encabeza lo que Rolling Stone describió como un "imperio de $47 millones del EDM". Pero se mantuvo entusiasmado por mostrar respeto a sus raíces. "Todavía soy un chico de la pista de baile –soy otro raver", insistió el hombre de 41 años, vistiendo su gorra negra de beisbol y una chamarra Nike con capucha. "De ahí es de dónde vengo".

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No hay duda de que con sus vestimentas poco producidas y con sus carteles hechos en casa, muchos de los devotos del Electric Daisy Carnival realmente contribuyeron a la experiencia en lugar de sólo consumirla como un producto comprado, lo que lo hizo más cercano a la ética original del rave de lo que a los críticos les gustaría admitir. Rotella sostuvo que los promotores de festivales deberían "hacerlo por la razón original, que es hacer que la gente se una". Pero también está claro que, a pesar de todos sus reconocimientos retóricos al glorioso mito del PLUR, encabeza lo que es, por necesidad de la seguridad y rentabilidad de un evento de esta escala colosal, un serio régimen riguroso –ejemplo de lo que el circuito del EDM americano se ha convertido–.

En los días antes del comienzo del festival, Insomniac también organiza el EDMBiz, una convención anual para los high-rollers y emprendedores aspirantes buscando lucrarse de las recompensas de lo que se ha convertido en una cultura global valorada en $7,1 billones, de acuerdo con un estimado reciente. EDMBiz, organizado en las inmediaciones kitsch del complejo hotelero Ceasars Palace en la Franja de Las Vegas, es un reflejo del dominio corporativo del EDM. Es como el Davos de la música dance americana, donde big shots de compañías como Spotify, Pandora, Live Nation, y diversas agencias de manejo de Hollywood se codean con DJs de renombre como Armin Van Buuren y Paul Oakenfold, mientras suplicantes llenos de esperanza armados de planes de negocio y memorias USB llenas de canciones buscan oportunidades para publicitar lo que venden.

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Las convenciones anteriores parecen haber energizado el optimismo fervoroso que acompañó el ascenso vertiginoso del EDM en EUA desde finales de la década pasada en adelante. Pero la reunión de este año fue opacada por temas más oscuros –el colapso reciente a la bancarrota del conglomerado de eventos de música dance SFX Entertainment, preocupaciones por que el crecimiento espectacular del fenómeno del EDM haya pasado su pico en América, y el asesinato en masa de 49 asistentes en un club de Orlando un par de días antes.

Era un tiempo de nerviosismo para algunos de los magnates del EDM, como lo ilustraron un par de paneles de discusión. Uno de ellos, titulado Después del drop, implicó mucha reflexión sobre si la "burbuja" del EDM se había reventado finalmente. Sebastian Solano, de ID&T, que organiza megafestivales como el Tomorrowland y el Electric Zoo, y que fue comprada por la condenada SFX antes de su desaparición, sugirió que muchas personas se habían infectado por la fiebre del oro y simplemente perdieron el rumbo. El centro del problema, dijo desconsoladamente, fue que comenzó organizando fiestas y terminó haciendo hojas de cálculo: "Se convirtió sólo en hacer dinero. Se tomaron muchas decisiones por las razones incorrectas".

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Uno de los anfitriones del panel, el DJ veterano de Los Ángeles y presentador de radio, Jason Bentley, le dio un giro positivo al prospecto de una desaceleración comercial, sugiriendo que un mercado histérico estaba simplemente corrigiéndose a sí mismo. "Todas las cosas que estaban a la disposición de ser compradas y consolidadas han sido compradas y consolidadas. Así que, una vez pasa la fiebre, volteas a tu alrededor y ves a la gente que real y honestamente ama esta música y están aquí por las razones correctas", me dijo Bentley.

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Pero cualquier idea de que el PLUR ha derrotado a las fuerzas oscuras de Wall Street fue disipada por paneles durante los cuales se nos dijo que los adolescentes del EDM eran el sueño de un departamento de marketing, porque son esencialmente un montón de despilfarradores despreocupados que están fascinados por las baratijas brillantes del capitalismo corporativo y esperan que sus héroes sean avatares patrocinados. "Esta generación millenial quiere estar conectada a una marca", insistió un ponente en un punto. También se nos dijo que si los DJs quieren ser exitosos en estos tiempos, tienen que pensar como ejecutivos de marketing y crear sus propias marcas, así como desarrollar shows con escenografías llamativas. Como si fuera una forma de ilustrarlo, un asociado a Skrillex llamado Marshmello estaba sentado en entre los panelistas con un gran balde en forma de malvavisco en su cabeza para disfrazar su identidad, luciendo como nada menos que una marca humana.

Las Vegas, con su constante cacofonía aleatoria de máquinas de frutas burbujeando, cajas registradoras tintineando, apostadores ebrios vitoreando, fuentes musicales sonando con power ballads e imitadores de Elvis en las esquinas gimiendo, era el lugar perfecto para que floreciera algo tan estridente como el EDM. Ningún brillo es demasiado extravagante en esta ciudad donde el exceso es activamente fomentado.

Los clubes de los hoteles en la Franja, las megadiscos EDM de alto concepto como XS y Hakkasan, fueron diseñados para atraer a la juventud americana que no estaba tan enamorada de las apuestas como las de la generación de sus padres, y tenían poco interés en las revistas musicales de la industria musical como las de Celine Dion o Mariah Carey. "Están constantemente tratando de ingeniar la experiencia para que te des un gusto –para que te sientas bien y gastes dinero mientas lo haces– y finalmente descubrieron que pueden monetizar la energía, el espíritu y la sobrecarga sensorial de la música electrónica", dijo Bentley.

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El DJ emergente radicado en Las Vegas, Jason Blau, quien comenzó su carrera como un rey adolescente del mash-up y ahora pone temas efervescentes de EDM con el nombre 3LAU, lo pone más sencillo: "Creo que es un Disneyworld para adultos, así que necesita música de fiesta porque la gente quiere ese ambiente loco de fiesta", me dijo después de una fiesta diurna en el "club de playa" de Liquid, donde jóvenes tonificados y llenos de alcohol vistiendo trajes de baño arrasaban en la alberca mientras él hacía su set.

Los conocedores de la música dance han sugerido que el EDM también llegó a su pico en Las Vegas, con clubes que están cansados de hacerle cheques jugosos a DJs de segunda división que no jalan público. "Parece que hay un poco menos de niebla disco y menos pantallas de LED este año en Las Vegas", bromeó Bentley. De hecho, las vallas monstruosas de shows de veteranos del entretenimiento como Donny y Marie Osmond fueron más prominentes que las que publicitaban estrellas del EDM como Afrojack.

Pero Blau se mantiene optimista con que la música dance continuará regenerándose, como siempre lo ha hecho: "Se habla mucho sobre que el EDM está muriendo, pero la verdad es que la música dance está creciendo constantemente", insiste. "El EDM es sólo una suerte de jerga, es una palabra de moda. Cuando la gente dice que la burbuja del EDM ha reventado –bueno, la palabra puede volverse impopular, pero la música dance nunca lo hará".

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Un personaje como Steve Aoki tiene mucho sentido en la Franja de Las Vegas, donde los clubes complacen a los vacacionistas que buscan perderse en la trama de la forma más ostentosa posible. Este expunk e hijo de un magnate de cadena de restaurantes se ha convertido en un arquetipo del EDM, mejor conocido por sus payasadas en el escenario, como lanzarle pasteles en la cara a sus fans y lanzarse al público en un bote inflable; aunque también es un ingenioso emprendedor que ha tenido una serie de hits con su sello, Dim Mak.

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Aoki había venido de tocar en Ibiza justo antes de su show en el Electric Daisy Carnival durante la semana, en el club pretenciosamente vulgar, Jewel, un ambiente con una estructura de clases, donde los más ricos observan los actos sus desde sus santuarios privados, lo wannabes festejan en mesas con servicio de botellas junto a la pista de baile, y los plebeyos se apiñan en un bar circular cerrado detrás de ellos, separados por una cuerda de la acción cerca del escenario. Parecía probable que algunos de los miembros del público de Electric Daisy Carnival –los que no eran convencionalmente chic o glamorosos, los desadaptados de la América provincial– no se sintieran muy bienvenidos aquí incluso si tenían la edad suficiente para entrar.

El set ilustró lo distante que está la versión Las Vegas del EDM de la cultura rave. Aoki es tan performer como DJ, y su show fue como un vodevil para la generación del smartphone. Se trepa en un pedestal frente a los platos y hace figuras de baile disco con su cuerpo largo y flexible, invita a las chicas a bailar con él, lanza hielo seco a la pista de baile con una pistola que le entregaron dos tipos parecidos a Robocop, y hasta detuvo la música por completo para hacer una sesión de llamada y respuesta con la audiencia: "¡Digan 'hell yeah'! ¡Digan 'fuck yeah'! ¡Digan 'Steve Aoki'!"

Todo mientras estuvo divirtiéndose por ahí, y el soundtrack se movía rápidamente entre géneros y diferentes eras –un viejo hit de los Backstreet Boys estalló en una retumbante línea de bajo techno, "Purple Rain", de Hendrix, sonaba encima de un groove sucio de hip-hop y "Smells Like Teen Spirit" fue desnudada y masticada en un trap traqueteo. Y mientras Aoki intensificaba la locura, los jóvenes adinerados pedían más vodka Grey Goose a las meseras rubias de busto grande que usaban vestiditos escarlatas, los hombres con trajes ajustados le servían más champaña a su séquito, y los jóvenes se subían a las banquetas, agitando sus brazos y rugiendo como toros en celo en una auténtica euforia borracha: "¡Hell yeah, Vegas!" "¡Steeeeeeve!"

De vuelta en EDMBiz un par de días antes, platiqué con el veterano DJ americano de rave Tommie Sunshine, quien era el centro de atención en el coffee counter. Junto a Frankie Bones, Juan Atkins y Richie Hawtin, el cuarentón tocaba en el Electric Daisy Carnival como parte del tributo del 20° aniversario organizado por Rotella a los pioneros de la escena de EEUU. Tommie Sunshine estaba discutiendo que los DJs solían ser los "magos detrás de la pantalla", pero ahora se habían convertido en el centro de atención y tenían que saltar como payasos cayéndose para darle recuerdos fotográficos a los espectadores con teléfono en mano. Pero no estaba para nada desalentado por eso –por lo contrario, estaba esperando una réplica.

"Lo que va a pasar es que va a haber todo este nuevo underground en respuesta a esto, porque si yo tuviera 17 años, no podrías hacer que me parara frente al escenario principal de un festival; diría, "¡esto es una mierda! ¡Esto son sólo acapellas de pop tocados sobre música sin sentido!", declaró. "Creo que habrán chicos que vendrán y reescribirán el libro del techno, reescribirán el libro del trance, y le darán la vuelta completamente –lo que es genial, porque eso es lo que mueve a la música hacia adelante, no unos imbéciles de 45 años que se quejan de lo mal que es ahora y de lo buenos que eran los viejos tiempos".

Tal vez Sunshine tenía razón –pero si tenía esperanzas de que esta insurrección comenzara en Las Vegas, puede que ha estado buscando en el lugar incorrecto.

Texto: Matthew Collin