El teatro de la muerte: "Ya no queremos seguir enterrando colegas"

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El teatro de la muerte: "Ya no queremos seguir enterrando colegas"

Ayer en Culiacán, Sinaloa, asesinaron al periodista más valiente, al más admirado, a quien nos enseñó a muchos a cubrir narcotráfico porque empezó mucho antes.

Aunque con sus excepciones, el guión que hemos visto los últimos 10 años es más o menos como sigue: Asesinan a un/a periodista, su medio condena la agresión, sus colegas inician protestas, las organizaciones de libertad de prensa lanzan alertas e información sobre el caso, colectivos de periodistas organizan eventos conmemorativos, exigen justicia y cuestionan la existencia de la fiscalía especializada para investigar esos crímenes (la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos cometidos contra la Libertad de Expresión [FEADLE]) y de la anomalía de mecanismo que dizque protege periodistas, los directivos de los medios se desentienden del tema y ni siquiera dedican espacio para informar sobre esas muertes. La PGR anuncia que abrirá una investigación (en la que nunca habrá culpables). La CNDH anuncia que atraerá el caso (pero nunca vuelve a mencionarlo). Se publican notas con falsas promesas de funcionarios en las que lo único que va cambiando es el número de la víctima. Organismos y organizaciones internacionales sacan comunicados manifestando su preocupación. Legisladores de la comisión que da seguimiento a las agresiones a la prensa arman algún evento para justificar su existencia y el presupuesto que gastan. El gobierno inventa una nueva oficina para atender periodistas que es un mero escudo para que México no sea juzgado en cortes internacionales. La empresa para la que trabajaba la víctima pronto deja de publicar sobre el tema; olvida también mejorar las condiciones de trabajo de sus periodistas y brindar seguridad. El caso pasa al olvido (aunque en cada aniversario será convenientemente desempolvado). Y esta historia comienza de nuevo con el siguiente asesinato.

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APUNTE

Como en todo, siempre hay excepciones. A veces las empresas donde trabajaban las víctimas, sus familiares y colegas siguen pidiendo justicia mes con mes, año con año (como ocurre en el caso de Armando Rodríguez o con la desaparición de Alfredo Jiménez Mota). A veces se crean comisiones especiales de seguimiento a los crímenes (como se ha propuesto en el caso de Miroslava Breach, como ocurrió con Regina Martínez). A veces las organizaciones de libertad de prensa arman comisiones de investigación conjunta (como en el caso de Goyo Jiménez) o sacan reportes alumbrando casos llamados emblemáticos. Pero esos "a veces" tampoco garantizan la justicia, que siempre es la pieza faltante y como el círculo es redondo la impunidad se convierte en el detonador del siguiente asesinato.

APUNTE 2

Ayer en Culiacán, Sinaloa, asesinaron al periodista más valiente, al más admirado, a quien desde la tierra de El Chapo nos enseñó a muchos a cubrir narcotráfico porque empezó mucho antes; al cofundador del semanario RíoDoce —publicación ejemplar porque sigue haciendo investigación y denuncia en ese estado asentado sobre arenas movedizas donde cualquier movimiento en falso cuesta la vida—; al autor de la columna Malayerba, donde plasmaba su curiosidad sobre cómo el narco transformaba la vida a su alrededor; a quien siempre le faltaba espacio para documentar lo que veía y por eso no dejaba de parir libros en los que coleccionaba crónicas con las que explicaba el mundo narco: sicarios, periodistas, víctimas, personas desaparecidas, mujeres y niños atrapados en esa guerra cotidiana; al reportero premiado por el prestigioso Committee to Protect Journalists (CPJ) en una noche de gala en Nueva York en 2011 donde tuvo que usar smoking; a quien sin militar en organizaciones de defensa de la prensa denunciaba en todos los foros a los que lo invitaban el sufrimiento de su gente, los peligros de ser periodista en México y del miedo que le daban los políticos corruptos más que los narcotraficantes; al periodista investigador que revelaba en sus notas los ajustes dentro del mundo del hampa y quien acompañaba a las víctimas de la violencia y denunciaba sus tragedias en La Jornada o RíoDoce; a quien a pesar de sus premios y todo el trabajal que tenía encima como escritor, reportero, directivo y corresponsal seguía ayudando y servía como guía a periodistas que llegaban a Sinaloa queriendo conocer las claves narcas; al compa sencillísimo, humano, bromista, alegre, que siempre pensaba en su esposa, en sus hijos, que trataba de ser buen padre, que hablaba tanto de su familia. El queridísimo y respetado Javier Valdez Cárdenas. No miento si digo que la comunidad de periodistas mexicanos estamos llorando su muerte. Como me escribió un reportero hace rato: "Mataron a Javier; nos mataron a Javier". Esta noticia habla de nosotros, a Javier 'nos' lo mataron. Tomo prestadas las palabras del maestro Galeano, que son las únicas que me vienen a la mente para ti, Malayerba, dedicadas a quienes se han jugado la ropa y la vida con la dignidad: "No, no, no; tú no moriste contigo". No, Javier, tú no moriste contigo.

APUNTE 3: YA NO QUEREMOS SEGUIR ENTERRANDO COLEGAS, PARA ESTO NECESITAMOS QUE LA IMPUNIDAD SE ACABE

El asesinato de Javier Valdez podría tener un final distinto. Ya sabemos que las instancias de gobierno no funcionan, ¿por qué no pensamos en exigir una comisión de expertos internacionales independientes que tengan pleno acceso para investigar este crimen y que denuncie y desmantele los mecanismos de la impunidad que sostienen los crímenes contra los y las periodistas? ¿Podríamos crear una misión de periodistas para echar luz en estos lugares donde a punta de balazos se intenta silenciar a la prensa? ¿Podrían organizarse los directivos dignos de todos los medios de comunicación y pronunciar un YaBasta? ¿Qué puede meter presión para acabar con las mafias que se especializan en silenciar voces críticas?
¿Quién tiene más ideas?

#Noalsilencio