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Guía de Festivales

Lo que echarás de menos de los festivales ahora que ya han terminado

Como cuando te comiste un grillo a cambio de un cubatilla o viste a Alfred subiéndose al escenario cuando tocaban Nick Cave and The Bad Seeds.
Fotografía por Jesús Calonge vía

Ya ha terminado todo. Con los últimos meses del año llega el frío y la frecuencia de festivales empieza a menguar. Ahora estás triste, o al menos deberías estarlo. Queda un largo recorrido hasta mayo, hasta que los festivales de verano empiecen a llegar. Será duro pero no pasa nada, puedes sobrevivir a base de recuerdos, como los ancianos.

¿Qué es lo que queda de toda esa ristra de festivales? Pedacitos de situaciones y sensaciones incrustados en nuestro cerebro. Son estas migajas lo que hará que podamos aguantar la ardua espera, el peso de los días. Es por eso que ahí os dejo algunos recuerdos a los que deberíais agarraros para soportar el peso del tiempo, para poder tolerar la urticaria de la vida mundana, la mediocridad del día a día.

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Lo primero a lo que hay que rendir homenaje es a esa sensación de aislamiento de la realidad que se genera durante los varios días que dura un festival. Eso no es la realidad, de repente penetramos en un mundo nuevo en el que las normas sociales y las leyes de la física no son exactamente las mismas que las de ahí fuera. Es una sensación parecida a cuando de pequeño te montabas una tienda de campaña con una manta y un par de sillas y de repente estabas en medio de un enorme bosque rodeado de criaturas extrañas y maravillosas, ya sabéis, la imaginación.


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Durante los días que asistes a un festival no existe nada más, te abstraes del mundo y vives en una realidad paralela y esto es una maravilla. No hay obligaciones de ningún tipo y solo tienes que rendirte al puro jolgorio. Días en los que, constantemente, estás rodeado de placer.

A ver, si este estado se alargara infinitamente entonces sería un tanto problemático, pero hacerlo durante varias semanas alternas durante el verano viene bastante bien. En este nuevo mundo estás de fiesta constante, ves a tus amigos 24 horas al día y no existen las consecuencias de absolutamente nada (puedes comer infinitamente, beber infinitamente, no dormir, no defecar y no consultar el extracto de tu cuenta bancaria), eso es algo de lo que ya te ocuparás cuando cruces el umbral de vuelta a casa.

Luego están los momentos concretos. A todos se nos queda algo marcado a fuego en la memoria y no tienen por qué ser grandes momentos de arco iris, besos o conciertos épicos, pueden ser recuerdos jodidos y simpáticos como cuando en el FiB del 2003 tu colega Juanmi se cagó dentro de la tienda y, por vergüenza, se negó a salir durante un día entero o cuando te comiste un grillo a cambio de un cubatilla. O, siendo más contemporáneos, como cuando Yung Beef hizo ese directo sorpresa en el Primavera Sound de este año y se subió ese tipo raro con una botella y empezó a gritar yo-qué-sé-qué y nadie entendió nada y más de uno decidió bajarse del trap o cuando, de repente, apareció Alfred de OT en el escenario mientras tocaban Nick Cave and The Bad Seeds, momento en el que más de uno decidió bajarse de la vida. No son los momentos más espectaculares del festival pero ahí se van a quedar, incrustados en tu cabeza haciéndote esgrimir una sonrisa mientras trabajas en la oficina.

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Y no olvidemos lo más importante: la potencialidad del acto sexual. Eso siempre viene bien. Un festival está enmarcado en los márgenes de la nocturnidad y la celebración, entorno ideal para encontrar relaciones íntimas con la peñita. Al final, todo lo que hacen los humanos lo hacen para no morir y para follar, es por esto que si un festival supone un entorno festivo lleno de gente con ideas similares, entonces se convertirá en el marco perfecto para la potencialidad erótica.

Las posibilidades están ahí, y aunque no se consoliden, siempre es agradable disfrutar de la esperanza. Esa esperanza, al final, es mejor que la consolidación de los hechos, que si bien al principio son una explosión de emociones y sensaciones, con el tiempo se tornan toscos y aburridos. Siempre es mejor ver cientos de pájaros volando que tener uno en mano. ¿No era así la frase?

En fin, coge ese viaje en coche hacia el festival, con esas paradas entrañables en la gasolinera para comprar bebida y tobosines; coge ese Din A-4 arrugado y garabateado con los horarios de los conciertos que imprimiste en la oficina; coge esa foto que tienes abrazando a Alex Turner mientras sale de un bar. Coge todos estos artefactos y recuerdos y enmárcalos porque ahora son lo único que te queda de esa época dorada que acaba de terminar.

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