La fobia al cambio: Los números en las camisetas y los jugadores que parecían caballos

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VICE Sports

La fobia al cambio: Los números en las camisetas y los jugadores que parecían caballos

Como el VAR, el futbol ha pasado por cambios que han provocado terror y aversión. Uno de ellos fue el de ponerle números a las camisetas. “Los jugadores parecen caballos y jockeys”

Habrá un nombre para la fobia al cambio. Quién no la padece. Fobia a moverse de ciudad, de trabajo, de situación sentimental. Cada una tendrá su apelativo específico. En esa misma nomenclatura habrá una, tiene que haberlo, para la resistencia al cambio tecnológico. El ludismo fue un movimiento que aproxima a esa fobia. Hijo renuente de la Revolución Industrial, agrupaba a los que estaban tan en contra de las máquinas. Estos rebeldes del progreso se organizaban para destruir telares y otros símbolos de ese acelerón tecnológico en el siglo XIX. Ned Ludd, un destructor de un par de máquinas, era el santo patrono. Amenazaban, estas nuevas invenciones, sus modos de trabajo y organizaron una revuelta que duró cinco años en Inglaterra y que se extendió por toda Europa. Ahora el término designa a quienes se plantan contra el cambio tecnológico, quienes prefieren no actualizar la vida que llevan para que se parezca a la de todos los devotos de la automatización. Pinches jipis, les dice tu tío el más recalcitrante.

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De los deportes, el futbol es un paraje fértil para el ludismo. Quizá el que más. El futbol celebra su apego a la sencillez y se jacta de que cambia poco. No se requiere gran utilería ni réferis para armar la cascarita. Aún así, los dirigentes, los que más lucran y menos juegan, los funcionarios de la FIFA, quieren hacerlo cada vez más futbol americano. No son los primeros, claro, en intentar darle al futbol un empujón hacia el futuro. Más allá de los futurismos lisérgicos de Marco Van Basten, que parecen descartarse por sí solos, el más reciente caso es el video. El VAR, ese sistema de cámaras que ha transformado a los árbitros en guardias de seguridad de un edificio, dividió a la opinión pública durante la Confederaciones. Y aunque aún no es ley, no sería raro ver un Mundial con pausas para revisar la repetición. ¡Donde está el Ned Ludd que quiebre estas pantallas!

Siempre sucede lo mismo, a fin de cuentas. Sucedió así a principios de los noventas cuando una institución en el juego como el pase retrasado al arquero fue tachado de las posibilidades defensivas. (Dese un tiempo para recordar como era aquel deporte, por ejemplo, durante el mundial de Italia 90). Sucedió hace casi cien años en la isla que nos legó el futbol, cuando se propuso la inconcebible modificación de incluir en las casacas un número que identificara a los portadores. O, por esas fechas también, cuando la que nunca se mancha, la pelota, fue pintada de blanco como ahora.

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Escribe David Goldblatt en su historia del futbol que fue a partir de la década de 1870 que las playeras comenzaban a adquirir la paleta distintiva que ahora reconoceríamos. "Fue en 1909 que a los porteros se les obligó a usar un sueter de color distinto al del resto del equipo y fue hasta 1912 que se les permitió utilizar el ubicuo sueter verde. No hubo números en la camiseta hasta dentro de 15 años. El primer experimento se realizó en Inglaterra, en 1928 y no se volvieron obligatorios hasta la temporada 38-39." En ese año la liga profesional obligó a los equipos a transar con algo que hasta entonces no sucedía: los suéteres, los jerseys, la cota de malla de los once que se batían a duelo en el fango los fines de semana, tenían que identificarse con números consecutivos y no repetidos. Poco más de diez años después, en 1951, de manera definitiva, el balón cambió de tono: dejó de ser esa vejiga animal curtida a patadas color barro y se convirtió en una bola blanca, amarfilada.

Ponerle número al jugador era un servicio a la comunidad. Aunque los estadios eran sin duda más acogedores, el desorden en las áreas hacía complicado entender quién era el anotador. Diez suéteres iguales, gorras con algunos distintivos, a toda velocidad, era sin duda un desafío estar pendiente de las hazañas del héroe. Por eso, desde un año previo a la temporada de prueba, la 28-29, venían los jaloneos conceptuales, los temores expresados y las incertidumbres ante el cambio. Algunos equipos, el Chelsea sobre todo, era partidario del cambio. Ellos incluso en una de las primeras giras por Sudamérica, pintadas las espaldas, recibieron el mote de Los Numerados. Otros, en cambio, eran reacios y no dudaban en expresar su inconveniencia: "Los jugadores parecen caballos y jockeys", dijo King del West Ham; "en mi larga experiencia en el futbol, siempre he visto que el público es capaz de distinguir a los jugadores después de una rápida mirada al programa de mano", dijo Minter, del Tottenham. Una rápida mirada al programa de mano, claro. La resistencia fue total por varios años; los dueños perplejos ante la insistencia por modificar lo que parecía, en ese momento, tan puro, tan intocable. Diez años de negociaciones, de encuestas al público, de pruebas en partidos amistosos terminaron por romper el cerco, por quebrar la cerrazón. Se abrió la defensa.

En su artículo sobre este asunto, Simon Burnton cuenta que al balón color blanco le fue más o menos igual que a los números. Quizá peor. Tardó mucho más tiempo en ser aceptado y la resistencia fue más estridente: "Una pelota pintada de blanco es un peligro para los jugadore que intenten cabecearla", decían en 1928. "Es claro que maniata severamente al portero que intenta sujetarla", dijeron otros. "No sé por qué consideran que es una ventaja, en un día soleado claramente será volverá una desventaja". Otro más fue lapidario: "Es una estupidez, simplemente una moda".

Cada cambio desnaturaliza un poco todo, el futbol se aleja de esa instancia de pureza. La bola blanca o marrón parece cosa mínima, y quizá lo sea. Interrumpir el juego con la repetición de una jugada quizá sea algo más grave. O tal vez, en veinte años miremos a los que nos negamos al cambio con la misma curiosa sorna que ahora genera el directivo que sugería "mirar el programa de mano" para no numerarles las playeras. Sea como sea: ¡Donde está el Ned Ludd que quiebre estas pantallas!