Massive Attack Banksy

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¿Será que estos días veremos un Banksy en CDMX?

Ahora que Massive Attack toca en Ceremonia, te presentamos un ensayo desde la lógica y la pretensión intelectual mirando al personaje, su identidad, y su probable ––not–– primera aparición en la ciudad.

Quizás este sea el pitch más repetido salido de la mente de alguien que pretende escribir de Massive Attack en busca de saciar el hambre de su medio en cualquier lugar del mundo ––cambiando, por razones obvias, el lugar que acoté en el título por el que se adecue a su geografía. Por semanas, busque la forma de hacer esto funcionar bajo la lógica de lo que responsablemente puedo presentar a una audiencia hasta que me di cuenta de que no debe haber ninguna clase de lógica en ello, más allá de la mía, y la del artista plástico más grande de la historia contemporánea.

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No hay nadie, y quizás nunca habrá nadie más, como Banksy. Y aquí me gustaría hacer una clara distinción entre lo que es arte y lo que es un artista, porque la primera de ellas tiene una definición que se presta a subjetividades con las cuales no quiero joder ahora, pero el segundo es, al menos por ahora, más claro. Un artista, desde mi manera de percibir el mundo y su criticable forma de girar, no es quien hace arte, es quien vende arte. En ese sentido, Robin Banks ha sabido capitalizar mejor que nadie su persona artística, una persona que pretende vender enigma, vender sátira, involucrar a través de la supuesta crítica, que ––eso sí–– se ha adueñado de una técnica para sus propios fines, y que ha logrado que su marca no se vea alcanzada por las claras contradicciones de su identidad comercial y artística. Banksy es un chai del Starbucks, un best-seller de pretensión política, las latas de Warhol saliendo del lienzo para venderse en la esquina. Y aún así, creo que es uno de los artistas plásticos más grandes de todos los tiempos, porque ha sido capaz de capitalizar su valor en vida. Al final, como dice C. Tangana, "el dinero es la mejor de las artes", y en ese arte, Banksy siempre será Jordan.

México es un país que cuenta los artistas pictóricos por millones, y cuya tradición plástica encuentra su base más sólida precisamente en el muro más que en el lienzo, lo cual inevitablemente se ha traducido en que nuestro acercamiento más claro al arte contemporáneo sea a través de ese cúmulo de técnicas ––especialmente el esténcil– que algunos tomadores de decisiones metieron en una bolsa que se llame "arte urbano" o "street art".

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Por ello, y por la amplia gama de símbolos, críticas, contextos, o espacios que habitan en México, la posibilidad de que Banksy vuelva al país a entregar su obra siempre me ha parecido una oportunidad latente, aunque desde un ángulo más visceral que lógico, y precisamente ahí es donde busco que este texto pueda distinguirse. Con la nueva llegada de Massive Attack a esta tierra para presentarse en Ceremonia, hago un ensayo desde mi lógica, desde mi pretensión de la inteligencia, mirando al personaje, su probable identidad, y la posibilidad de que aparezca por primera vez en la ciudad más grande del continente americano.

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Comencemos estableciendo que, como sucede con figuras artísticas de culto, en especial con un personaje cuyo ingrediente comercial más relevante es el ocultismo y el enigma detrás de su identidad, la historia detrás del mito personal de Banksy está por demás romantizada y llena de imprecisiones y huecos narrativos, una vez que esta se ha ido escribiendo a partir de anécdotas y memorias que no cuentan con una confirmación formal sobre el grado de verdad que guardan en ellas, especialmente las más añejas.

En 2012, Will Simpson y Malcolm McMahon publicaron Freedom Through Football: The Story of The Easton Cowboys and Cowgirls, un libro que narra la aventura de un colectivo político radical de Bristol creado en 1992, que decidió formar un equipo de fútbol ––”el más intrépido de Reino Unido”, según sus palabras–– y viajar a territorio zapatista en el sur de México para ayudar en un plan de apoyo económico a las comunidades en levantamiento y, de paso, jugar una cascarita amistosa con los locales.

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El portero de ese equipo, el jugador con el número uno de los británicos, el encargado de ––irónicamente–– proteger la puerta, según cuentan los autores, fue ni más ni menos que Robin Banks a.k.a. Banksy, quien aparentemente formó parte del colectivo y de ese viaje particular al campamento de X’Oyep en Chenalhó, Chiapas, en una fecha que no resulta precisa de acuerdo a sus fuentes ––el libro establece que la visita se llevó a cabo en el 2001, aunque blogs que publicaron la historia previamente, sitúan el momento en 1999.

Durante la breve estancia de los cowboys y cowgirls en la Selva Lacandona, Banksy aprovechó para dejar su marca en la comunidad ––de mayoría indígena–– con diversas piezas legales pintadas en muros cuya temática base tuvo, de acuerdo a la tradición del artista de Bristol, una esencia política; en este caso, la resistencia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

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"Banksy" trabajando en uno de sus muros en Chiapas. (Foto de Tangent Books)

La intervención más conocida es aquel free-hand donde recrea una popular fotografía de Pedro Valtierra tomada en ese mismo lugar años antes, donde una mujer tzotzil se enfrenta a un soldado en una de las tantas intervenciones militares que el ejército realizó en la región durante la época. Aunado a ella, realizó también la primera reproducción en muro de una de sus piezas más famosas, la del zapatista encapuchado tirándose una chilenita en un partido de fútbol, y la de una calavera con sombrero charro interviniendo una red de comunicaciones, complementadas ambas con leyendas que decían “Zapata Vive” y “A La Libertad Por El Fútbol”.

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A esas dos pintas, se añaden un par de piezas más realizadas bajo la técnica que el artista de Bristol hizo popular, el esténcil, en las que muestra a un soldado con un pájaro parado en el cañón de su arma, y a un mariachi tocando un tololoche que más bien suena como bombas nucleares. Ninguna de estas intervenciones realizadas en Chiapas existen a la fecha, y el único testamento que queda de ellas, son las fotos tomadas por los autores del libro que fueron mostradas por primera vez tras la publicación del mismo.

Estas fotos, por cierto, son las primeras y únicas que, a la fecha, muestran de manera oficial a Banksy con el rostro descubierto trabajando en su obra, aunque hayan terminado por ser pixeleadas para mantener en secreto su identidad.

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Otro de sus más populares trabajos en Chiapas. (Foto de Tangent Books)

A su trabajo en muro, se suma también una pintura en lienzo donde retrata a los zapatistas armados y con tennis Nike en una reta entre helicópteros al acecho. Este trabajo fue posteriormente sorteado y reproducido en playeras para recaudar fondos y ayudar a la comunidad autónoma de X’Oyep, especialmente en sus sistema de agua potable.

Aunque más allá del libro de Simpson y McMahon no existe ningún otro vestigio de la única visita de Banksy a México, es importante destacar que la misma tiene un valor relevante dentro de su arco narrativo. En primera instancia, por la “confirmación” de su identidad como un ente individual que jugaba de portero y tenía un rostro, restándole poder a muchas otras teorías que, al menos dentro de ese marco histórico, dejaron de tener validez aunque, de nuevo, hablamos de un artista que no deja espacio a la certidumbre.

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Más allá de ello, las obras ––que desaparecieron poco tiempo después de ser realizadas–– plasmaron en mayor o menor medida, el amplio valor cultural e identitario que las comunidades indígenas y el movimiento zapatista suponen en el imaginario histórico global, y de alguna forma, también diría que, de manera inversa, la aventura moldeó parte del personaje bajo la capucha. ¿O soy el único que ve algo de Marcos dentro de Banksy?

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Supongo que todos estamos, escribiendo o leyendo este texto, porque conocemos la investigación que Craig Williams dio a conocer en septiembre de 2016 en una de las teorías conspiratorias de mayor impacto mediático en la historia del arte.

Te la resumo. Williams afirma que, tras crear un mapa de tiempos y lugares en los que Banksy ha pintado de manera paralela a las giras y grabaciones que ha realizado Massive Attack, Robert del Naja, fundador de la mítica banda de trip hop, sería el verdadero hombre detrás de Robin Banks y no un fracasado cuarentón que desayuna salchichas en un pub mientras imagina cómo cambiar el mundo con sus millones de libras.

La realidad es que la teoría tiene mucho sentido en todos los niveles. Robert del Naja, cuyo seudónimo artístico es 3D, se dedicó al graffiti en los 80 y de hecho está acreditado por personajes del círculo local como el primer gran rayador de la ciudad, al ser también importador de la técnica del esténcil desde París. Vaya, el propio Banksy escribió el prólogo del libro de Del Naja donde lo citó como una de sus más grandes influencias en lo que podría tratarse de un guiño a sí mismo. A la par, Del Naja ha declarado ser amigo cercano del creador del artista urbano, así que el vínculo entre ambos no puede ser descartado.

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Por otro lado, gran parte del trabajo visual que se ha desarrollado para complementar la estética de Massive Attack ha sido obra de 3D, y la realidad es que guarda similitudes notables respecto al trabajo de Banksy; aunque este argumento podría terminar por ser inválido una vez que ambos pertenecen a la misma camada de artistas multidisciplinarios de Bristol y, por lo tanto, sería tonto pensar que su obra no camine por lugares parecidos.

No obstante, hay un par de pruebas más que hacen que la teoría adquiera mayor sentido. De entrada, esta esa entrevista donde DJ Goldie, otro miembro de esa brillante generación de nativos de Bristol y amigo cercano de “ambos” personajes, declaró que “respeta a Rob como artista” al referirse a Banksy, en lo que podría tratarse de Rob del Naja, o Robin Cunningham, el desconocido hombre que por años ha sido señalado por la prensa británica como el verdadero nombre detrás de Banksy. Además, Williams descubrió que al menos siete intervenciones de Banksy coincidían por cuestión de meses o días, con la parada de un tour o la ida a un estudio de grabación de Massive Attack en ciudades distintas como Nueva York, Nueva Orleans, San Francisco, Los Angeles, Boston, Toronto y Melbourne.

Y bueno, a todo eso se le puede sumar la constante crítica política y las visiones prácticamente igual que tanto Banksy como Massive Attack comparten, siendo la coincidencia más reciente, el muro en contra de la contaminación que el artista plástico pintó en Gales en diciembre pasado, un par de años después de que Del Naja y Grant Marshall formaran parte de la elaboración de un documental anti-fracking en Gales.

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Todo parece encajar de manera perfecta, pero así de fácil como resulta hacer una afirmación alrededor de Banksy y Del Naja, también es igual de fácil desacreditarla. ¿Los dos nacieron y crecieron en Bristol como artistas? Pues tampoco es raro en una de las ciudades más grandes del Reino Unido, que en 1981 tenía casi 400,000 habitantes. ¿Forman parte del mismo círculo social? Pues sí, normalmente así funcionan, especialmente cuando se trata de arte, reunirte con la misma gente que tu amigo no te hace él. ¿Los mismos lugares? Tampoco me parece tan extraño que, siendo amigos cercanos, Banksy o la entidad que lo conforme, viaje con ellos a realizar trabajo en otros lados.

Más allá de ello, y siendo totalmente honestos, todas estas pruebas tan tremendamente obvias y lógicas, solo han logrado convencerme de una cosa, y es una afirmación de la que podría estar seguro en un 99.9%: Robert del Naja no es Banksy. Estamos frente al artista ––de cualquier ramo, sea musical, pictórico, actoral, dancístico, etc.–– que ha trabajado su marca de la manera más eficiente posible, siendo la prueba máxima de ello, la discusión que abordamos ahora mismo.

Con el paso de los años, queda claro que el tipo es capaz de todo, y que en el sentido en que el aborda las cosas, lo lógico no tiene sentido. Y eso quizás sea leña para otro tipo de teorías ––como esa del colectivo que, dicho sea de paso, también es descartable por el mismo motivo––, pero hablamos de un tipo capaz de crear narrativas alrededor de un personaje elusivo, truculento y, en general, tan inteligente como para hacerte pensar que eres más inteligente que él. Que Goldie haya revelado su nombre “torpemente” es un truco obvio, tan obvio como creer que la cercanía implícita entre él y Del Naja son un descuido suyo. Y bueno, ya sabemos por dónde nos mete lo obvio.

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Como sea, todo la discusión alrededor de su identidad siempre me ha parecido estéril y, sinceramente, apantallatontos, pero me apantallan más este tipo de pruebas de una pseudorelación no tan explícitas que, también he de decir, no aumentan mi IQ solo porque “estoy entendiendo el pedo”.

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Ahora. Va. Banksy es Robert del Naja y ya está en México para presentarse en Ceremonia el fin de semana y buscar spots para pintar. Contemplemos las posibilidades partiendo de cómo funciona su manera de trabajar.

De entrada, creo que cabe la aclaratoria obvia de que Banksy no va encapuchado en la noche con sus caples cortados bajo el brazo para pegarlos a la mitad de una calle y pintarlos mientras escapa de la policía. O, bajo lo antes discutido, quizás sí. Aunque, en este caso, me parece difícil de pensar porque antes de su genio artístico siempre estará su valor como marca, y no es factible que la ponga en riesgo.

Banksy trabaja bajo un marco completamente legal y comercial, es decir que, sus muros y la planeación alrededor de ellos están perfectamente cuidados. Para ello, su equipo toca base con gestores locales que, en su mayoría forman parte ya de su círculo tremendamente reducido –por lo cual nunca lo vemos pintando en Perú, África, China o, en este caso, México–, quienes se encargan de facilitar espacios totalmente permitidos sobre los cuales Banksy (y más que él, su equipo) trabajen reduciendo riesgos. En realidad todo eso de pintar en la noche y tapados por velos de construcción, se acerca más a ese interés que a su obra como un “artista ilegal”.

Ahora, hablando de su equipo, no es ninguna clase de sorpresa saber que Banksy trabaja sobre una maquinaria. Vaya, no descartaría que su empresa tenga sus oficinas en un edificio a la mitad de Londres. Así que si eres de los que va diciendo que “Banksy es un colectivo” como si fuera una clase de descubrimiento, eres igual de ingenuo que los que escriben “Bansky”. Y es razonable pensar en que tenga engranes que lo hagan funcionar porque básicamente cualquier artista de cualquier ramo del mundo lo hace. En su caso, de entrada, tiene a Pest Control, un cuerpo oficial encargado de certificar y comercializar –y también retirar del mercado– sus obras, así que si todavía creías en el cuento de la calle, lo siento.

Pasando al tema mexicano, platicando con un par de amigos de distintos círculos de gestión y creación de arte urbano en la Ciudad de México, coincidimos que bajo lo anteriormente discutido, resulta terriblemente complicado creer que Banksy pinte en México en el futuro cercano –en el supuesto de que 3D fuera realmente él–, y el único motivo que nos lleva a pensar en lo contrario, sería una fuerte oferta comercial que lo impulse a hacerlo, para lo cual, dicho sea de paso, sobra un mercado. Aunque, en este juego de pretender ser inteligente y pensar fuera de lo obvio, me niego a creer que Carlos Slim no haya pensado alguna vez en cobrar porque nos saquemos nuestra foto para Insta junto a un Banksy.

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