No fueron los Juegos Olímpicos los que hicieron que Barcelona se fuera a la mierda
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Juegos Olímpicos 2016

No fueron los Juegos Olímpicos los que hicieron que Barcelona se fuera a la mierda

Relájate, deja de odiar tanto los juegos Olímpicos de Barcelona '92, la decadencia de la ciudad empezó mucho, mucho antes.

¿Cómo afecta el paso de los Juegos Olímpicos a las ciudades que los alberga? ¿Suponen una transformación sin retorno para los espacios urbanos y sus habitantes?

Para intentar comprender los fenómenos que se dan antes y después de que una ciudad sea sede de los Juegos Olímpicos contactamos con José Mansilla, antropólogo miembro del Observatorio de Antropología del Conflicto Urbano (OACU), para charlar sobre el caso concreto de Barcelona '92, que supuso el inicio de un modelo de transformación que luego se exportaría a otras ciudades emergentes dispuestas a alterar sus espacios y las costumbres de sus ciudadanos por un nuevo modelo centrado en convertir la calle en un ente monetizable.

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VICE: Hola José, cuéntame, ¿cómo era la Barcelona antes de los Juegos Olímpicos?
José Mansilla: Barcelona es una ciudad que está acostumbrada a crecer a golpe de este tipo de eventos, de hecho hay una frase muy famosa de Pasqual Maragall que dice que si no hubieran existido los Juegos Olímpicos se habrían tenido que inventar.

Barcelona siempre ha estado esperando la gran oportunidad para emprender reformas. Ya durante el Franquismo hubo intentos de llevar a cabo una Exposición Universal en Barcelona para el año 1982. Entre otras cosas, también se llevó a cabo un Congreso Eucarístico en el 1952 que, en su momento, fue como una excusa para poner la ciudad en el mapa a nivel internacional.

Este tipo de actuaciones se aprovecharon para avanzar un poco en esa transformación de la ciudad.

Aquí se vivía una sensación de fin de ciclo y estos nuevos cambios urbanísticos traerían una serie de inversiones que revertirían esta lenta decadencia

¿Entonces los juegos no supusieron el inicio de las transformaciones que ha vivido esta ciudad?
Barcelona, desde hace muchos años, lleva ya una inercia. Desde el alcalde Porcioles, de hecho, que fue alcalde durante 16 años [de 1957 a 1973]. Este hombre intentó proyectar la ciudad a nivel internacional como una feria de congresos. De hecho había un eslogan que era "Barcelona, ciudad de turismo y congresos".

El final de la dictadura fue un período totalmente corporativista, en ese momento los políticos eran los propios empresarios, el propio Porcioles era un notario muy reconocido que firmaba las escrituras de la mayoría de operaciones de transformación que se llevaban a cabo en la ciudad, ahora nos echaríamos las manos a la cabeza.

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¿De dónde sale este afán transformista?
Barcelona era una ciudad en cierta decadencia, había sido tradicionalmente una ciudad industrial y portuaria y ambas funciones estaban un poco de capa caída, y no solo aquí, también en toda Europa.

Las transformaciones que se produjeron con los procesos de industrialización del siglo XIX empezaron a decaer durante la segunda mitad del siglo XX y empezaron a trasladarse a países donde la mano de obra era más barata y que estaban empezando a despegar.

En fin, aquí se vivía una sensación de fin de ciclo y estos nuevos cambios urbanísticos traerían una serie de inversiones que revertirían esta lenta decadencia.

A finales de los sesenta se puso en marcha un plan para transformar parte de lo que es ahora la Vila Olímpica hasta Diagonal Mar en una especie de superurbanización de lujo, con acceso a la playa. Entonces se llamó hacer la "Copacabana barcelonesa". Es decir, que los planes para convertir a Barcelona en un referente turístico vienen de muy lejos, no es algo que tome impulso con los Juegos Olímpicos, si no que continúa con ellos y va desarrollándose y tomando más fuerza con una serie de políticas que se ponen en marcha durante muchos años, como es el caso del Fòrum de les Cultures.

¿Y la cosa no cambió con el primer gobierno democrático?
Después de las primeras elecciones del 1979, con el PSOE y el PSUC en el gobierno de la ciudad, estos no pudieron hacer otra cosa que echar mano de las reivindicaciones del movimiento vecinal que operaba durante el Franquismo y que se había fortalecido mucho durante los setenta.

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Siempre se dice que los Juegos Olímpicos terminaron con esa Barcelona ochentera más reivindicativa o, por lo menos, más incómoda. En Madrid La Movida fue absorbida por las instituciones pero aquí, su equivalente (por así decirlo), se rechazó por completo.
Sí, se intentó limpiar la ciudad, esa gente no hacía bonito. En cierta medida el hecho de que La Movida, en Madrid, recibiera esa atención por parte de los poderes públicos supuso una estrategia de despolitización —porque veníamos de un fenómeno muy politizado y reivindicativo—, con esa famosa frase de Tierno Galván. Pero no estaban todos los problemas solucionados.

Se intentó despolitizar la realidad, poner un punto y aparte y realizar una nueva forma de entender las relaciones sociales como consecuencia de haber alcanzado ya la democracia.

La llegada de la democracia se tomó como si fuera la solución para todo el mundo. Se hizo una política de facto para desmovilizar la sociedad y, en Barcelona, tuvo un efecto muy patente

En fin, como un partido —supuestamente de izquierdas— había alcanzado el poder, ahora teníamos que presuponer que todo se iba a gestionar de otra manera.

En Barcelona fue muy evidente, porque lo primero que hizo el partido socialista cuando llegó al poder fue desmantelar todo el movimiento vecinal, y lo hizo de muchas maneras, como por ejemplo, captando los principales referentes de los movimientos vecinales, que empezaron a trabajar en el Ayuntamiento y a articularse con las políticas institucionales. Esto pasó en todos sitios pero en Barcelona fue particularmente llamativo porque los movimientos vecinales de aquí fueron de los más importantes del estado.

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Tampoco parece algo negativo que llegue al Ayuntamiento gente que participó activamente en los movimientos vecinales.
Es positivo si tú piensas que los cambios que se producen en una ciudad tienen que depender siempre del ámbito institucional y si entiendes que la democracia es básicamente una serie de gente que tú votas cada cuatro años y que hacen las cosas por ti. Sin embargo el movimiento vecinal de Barcelona planteaba alternativas de democracia.

Pero si entiendes que las asociaciones de vecinos eran entidades muy fuertes —un músculo social que conocía las calles y las plazas— que eran capaces de elaborar diagnósticos muy precisos de las problemáticas de los territorios y que habrían sido una herramienta perfecta para establecer nuevas formas de relación entre lo público y lo social, entonces claramente no, se lo cargaron todo.

La llegada de la democracia se tomó como si fuera la solución para todo el mundo. Se hizo una política de facto para desmovilizar la sociedad y, en Barcelona, tuvo un efecto muy patente: la domesticación de lo social, que llevó a que las cosas que se hicieron de cara a los Juegos Olímpicos no tuvieran una reacción crítica reseñable — estaba la comisión Icària, que fue muy activa muy minoritaria—, fue una cosa muy sucinta. Digamos que el espíritu olímpico lo inundó todo y la respuesta que se podría haber dado desde la calle no se dio.

¿Qué operaciones se llevaron a cabo de cara a los Juegos Olímpicos?
Aprovechando el impulso que dieron los Juegos Olímpicos se pusieron en marcha dos tipos de cambios: uno tangible y otro intangible. El tangible fue la transformación de la ciudad: la desaparición de lo que era el barrio de la antigua Icària y la aparición de la Vila Olímpica, con la recuperación del mar, la recuperación de parte de Montjuïc y, por supuesto, situar a Barcelona en el mapa y convertirlo en un referente, sobre todo a nivel turístico.

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A nivel intangible supuso la construcción de un imaginario que presentó la ciudad como una balsa social en la cual todo el mundo parecía estar de acuerdo con lo que hacía el poder público, una especie de armonía donde existían los mínimos conflictos, como si hubiera finalizado un periodo y comenzara otro; como si todo el mundo fuera de la mano y se hubiera alcanzado la panacea universal de la felicidad. Se acabó con la tensión continua entre lo institucional y la calle.

¿Cómo definirías los conceptos de calle y espacio público?
Cuando tu observas la ciudad desde una vertiente de su mercantilización, de ponerle un valor y obtener un rendimiento, la calle no puede ser lo que era. Esta tiene que ser limpia, tiene que ser predecible, tiene que ser legible, entendible, no puede ser oscura. Tiene que ser un espacio diáfano y es a partir de ahí —esto es un fenómeno que empieza a tomar forma en todo el mundo durante los años ochenta y noventa— empieza a denominársele espacio público.

El concepto de espacio público conlleva un envoltorio político muy potente y es que, como espacio público, es de todos, y si es de todos, hay que poner una serie de normas que permitan esa convivencia, que parece ser que hasta ese momento no se daba.

Date una vuelta por cualquier barrio, excepto los barrios que no son atractivos desde el punto de vista del capital todo es sujeto de atracción de capital y de remodelación con equipamientos culturales

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Esa reconversión de las calles y las plazas en espacio público no deja de tener una intención ideológica, que es la de imponer un determinado modelo de ciudad: la ciudad para ser vendida, la ciudad para las terrazas, para que no haya mobiliario público donde sentarse, donde se regula todo tipo de actividad musical en la calle. Donde la calle únicamente se utiliza para el consumo. Se convierte en un elemento que sirve para despolitizar lo que, precisamente, estaba politizado.

Actualmente, ¿para quién está hecha esta calle?
Mira la Barcelona de ahora, ¿qué tienes en la calle? Guiris. Y los que somos de aquí somos como los figurantes. Y si intentas comportarte como un guiri no puedes, entre los salarios que pagan y el precio en el que está el consumo es imposible.

Háblame sobre la Vila Olímpica.
Antes de la Vila Olímpica, ahí había muy pocas viviendas, como mucho había unos 900 vecinos, 900 personas que reubicaron en distintos puntos de la ciudad. 900 personas por un área tan grande no era mucho, es una densidad de población muy pequeña, lo que había básicamente eran fábricas.

¿Pero qué se construyó allí? Se construyó un nuevo barrio que aparece de la nada, cuyos precios de la vivienda no estaban al alcance de todo el mundo. ¿Y quién compra esas casas? Pues las clases medias altas de Barcelona. Porque esto son transformaciones que inciden sobre la vida en una ciudad.

Todas las viviendas que se construyeron allí fueron de renta libre y ninguna de protección oficial, porque, claro, lo que se quería era recuperar la inversión que se había hecho ¿y qué consecuencias tiene esto para el territorio, aparte de que cada bloque de viviendas está construido por un arquitecto de prestigio distinto? Pues generas un barrio de clase media: un barrio sin vida en la calle, sin comercio, donde no hay un aprovechamiento de vida de calle clásica, con bloques de edificios con patios interiores privados. Este fetichismo por la arquitectura oculta realmente una ciudad exclusivista y por lo tanto excluyente.

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Toda la gente que vivía allí y tenía su entramado social creado desapareció. Y los que vinieron luego no han creado un entramado social como el que había antes, crean un entramado social interior, protegido.

De hecho en el plan general metropolitano del año 1976, que viene de un preplan comarcal de 1974, ya se dice que la ciudad de Barcelona del futuro tiene que estar hecha de gente que no dependa de los servicios sociales, que no supongan una carga para las arcas públicas. Están diseñando la ciudad desde hace mucho tiempo.

¿Entonces las instituciones están seleccionando el tipo de ciudadanos que quieren?
Date una vuelta por cualquier barrio, excepto los barrios que no son atractivos desde el punto de vista del capital —toda la parte de Nou Barris, Vallcarca (hasta hace poco), etcétera— todo es sujeto de atracción de capital y de remodelación con equipamientos culturales: el Teatre Nacional, l'Auditori, el MACBA, el CCCB, el Museo Picasso. Todo lo que se hace revaloriza esas áreas y desplaza a las clases sociales menos flexibles, con menos capacidad para soportar estos cambios. Y con este tipo de intervenciones generas ciudades fraccionadas, poca homogeneidad social y creaciones de guetos, pero de ricos. Esto se ha hecho en muchos sitios pero en Barcelona es destacable por su intensidad.

Para terminar, ¿qué es una ciudad aparte de un conjunto de espacios repletos de estructuras arquitectónicas?
Una ciudad es la gente. Incluso podrías separar lo que es la ciudad de lo que es lo urbano, la vida de la calle. La ciudad sería los espacios construidos, los volúmenes. Lo urbano sería la vida, la potencialidad del contacto diario, la gente, la socialización. Y las ciudades de hoy en día, que avanzan según estos criterios que estamos hablando, acaban con esto. Acaban con los fenómenos urbanos y los sustituye por volúmenes y mercancías.

Desde un punto de vista irónico hay mucha gente que viene a Barcelona por su vida pero si articulas una Barcelona contra la gente, al final acabarás con la gallina de los huevos de oro, no te encontrarás a la gente que hace posible Barcelona.

Es lo que le pasa a Venecia, desde mediados del siglo XIX hasta la actualidad ha perdido dos tercios de sus habitantes, cada año pierde 1.000 personas. Es la disneylandización, transformar las ciudades en parques temáticos. Es entonces cuando se termina con la vida en estas ciudades.