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Cultură

Archivo VICE: En ambos lados

Inmigrantes mexicanos y las familias que dejaron atrás.

Hay un parque de diversiones en la comunidad de El Alberto, en el estado de Hidalgo. Es administrado por indígenas hñahñu. Ahí, en lugar del típico carrusel o rueda de la fortuna, la diversión toma un giro inusual: puedes pretender, por unas horas, ser un inmigrante ilegal tratando de cruzar la frontera a los Estados Unidos. Serás perseguido 17 kilómetros; habrá disparos, cercos de alambre de púas, cactus, sirenas, gritos; tendrás que correr a esconderte, e inclusive verás una muerte teatral, o dos. Y sólo cuesta 250 pesos. Es un simulacro “con fines educativos” del “tortuoso camino de un mojado cruzando la frontera”, según lo explican los organizadores. Sin embargo, este argumento de educación y entrete-nimiento para toda la familia (a veces hay gente con bebés, como en la vida real) parece no ser suficiente, pues el parque ha sido objeto de críticas que lo señalan como un centro de entrenamiento para personas que realmente planean cruzar la frontera. Otros atacan el lugar por tratar con ligereza la terrible experiencia que los inmigrantes pasan en su búsqueda de algo todavía más básico que el sueño americano: comida en la mesa y techo para sus familias. El parque temático, aun estando en el centro de México, lejos de la frontera, fue inspirado en la vida real. La población de la comunidad de El Alberto ha bajado a un poco más de doscientos habitantes—en comparación con el promedio de dos mil que había en años anteriores—debido a que la gente está emigrando en masa a los Estados Unidos. Para enfrentar este problema, se formó un consejo municipal, el cual decidió como estrategia reunir las historias de los antiguos habitantes de El Alberto que emigraron, a la vez que revivir una reserva ecológica y garantizar, de esta forma, un ingreso estable para que sus habitantes ya no sientan la necesidad de cruzar la frontera real. Apenas se pone el sol, casi ochenta lugareños que trabajan en el parque visten sus uniformes de policía o se convierten en coyotes enmascarados para los turistas. ¿Y la experiencia real? Algo completamente distinto. Cada migrante que espera en la fila de quienes pasan por debajo del cerco, o en la de quienes se esconden en una cajuela, sabe que, si logra cruzar la frontera, no verá a su familia en México durante los próximos quince años, o algo así. Pero, aunque no la vea, una vez que se establezca en Nueva York tendrá que mandarle dinero. Compañías como Western Union—que cobra altísimas comisiones por el envío de dinero—saben y pueden confirmar que es un hecho frío y seco. En Latinoamérica, esta lealtad familiar es una industria de veinte billones de dólares anuales. De hecho, en la mayoría de estos países, es una de las más importantes—si no es la que más—fuentes de divisas. Imagínate. Los inmigrantes ilegales en los Estados Unidos, ganando un salario mínimo, mandan más dinero a sus países que el que estos pueden generar en otros rubros de la economía. Pueblos enteros están siendo transformados por el dinero que llega mensualmente, pueblos cuyas generaciones enteras viven en los Estados Unidos. Puedes estar en contra o a favor. Puedes decir lo que quieras. Pero, vaya, no puedes negar que se necesitan muchos HUEVOS para correr en medio de la noche con los únicos pantalones que pudiste traer con la esperanza de que no te dispararan, sólo para terminar en Brooklyn preguntándole al siguiente wey de la fila si quiere papas extracrujientes con su orden. Vice habló con miembros de familias que están en ambos lados de la frontera. Dulce Pinzón fotografió a los emigrados en Nueva York, y después voló a México para ver a los que dejaron atrás.

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Toño, 35 años
Nueva York

Trabajo en una cafetería. Vine a Nueva York después de tener problemas en mi pueblo. Básicamente, me metieron al bote a los 20 años porque mi novia, de 15, quedó embarazada, y sus papás se encabronaron. Estaban tan encabronados que se las ingeniaron para meterme a la cárcel aunque ya lleváramos más de un año viviendo juntos. Pasé nueve años encarcelado. Hasta que me escapé. Una noche oí a un grupo de siete prisioneros planeando su escape. Entre ellos estaba un doctor que me pagaba para que lavara sus platos. Estaba encerrado porque había envenado a seis mujeres. Me incluyeron en sus planes porque se dieron cuenta de que los escuché. Amenazaron con matar a mi familia si no me quedaba callado y me iba con ellos. Así que escapamos. Uno de nosotros murió al escapar, pero el resto sí la hicimos. Fui a despedirme de mi mamá y me fui para los Estados Unidos. Le pagué 2,000 dólares a un coyote para que me cruzara. Llevo ya ocho años aquí. Es difícil estar lejos de mi familia, pero estoy feliz, y es más fácil ganar buen dinero si estás dispuesto a trabajar duro. Y trabajo duro. Mis padres gastaron todo su dinero para sacarme de la cárcel, y decidí que se los regresaría. En los años que llevo aquí, les he mandado más de 40,000 dólares para que se construyan una buena casita; la que tenían antes estaba muy fea: era de adobe. Pero ahora tienen una muy bonita, con piso en lugar de tierra. Es medio extraño, supongo: pagué por una casa a la que nunca he entrado. De hecho, nunca había visto la casa hasta ayer, cuando Dulce me enseñó las fotos que le tomó a mi mamá en México. También hacía más de diez años desde que vi una foto de mi mamá. Estaba tan feliz, tan orgulloso de, finalmente, poder pagarle a mis padres y de que ahora mi madre vive en un lugar bonito. Deberían ver el baño: está muy bonito. Mi padre ya murió, y eso es triste porque nunca pude estar en nuestra casa con él. Con suerte, podré visitar a mi mamá en los próximos meses. Si me encuentro una novia, tal vez y hasta me quede en México y viva con ella y mi mamá en esta casa. Afortunadamente, los abogados que contrataron mis papás arreglaron mis problemas legales, y ahora puedo visitar sin problemas. Es gracioso pensar cómo éramos y cómo somos sabiendo que todos hemos cometido errores y que trataremos de mejorar.

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Doña Anerina, 72 años
México

La mayoría en mi pueblo tiene familiares viviendo en Nueva York. Nuestras familias nos mandan dinero cada mes. El pueblo ha cambiado mucho por eso. Antes vivíamos en casas de adobe y madera, toda la familia vivía en un cuarto, y los baños sólo eran hoyos en la tierra. Pero eso ya cambió. Todos mis hijos viven en Nueva York. Mi hijo Toño me manda dinero; mi nieto Vicente, también. Tiene como 22, y es como un hijo para mí porque su mamá lo dejó conmigo cuando era joven, cuando ella se fue al otro lado. Así que creció conmigo. Se preocupa por mí y me manda dinero para ir al doctor. Vivo con mi nieto Lucas. Tiene 20 y me ayuda con la cosecha. Han pasado como ocho años desde que vi a Vicente, Toño y mis otros hijos. Toño vive en un departamentito con un cuarto, y ahora yo vivo en una casa muy grande. Tengo un cuarto blanco, donde guardo mi cosecha: frijol y maíz. Me gusta mucho mi nueva cocina con mi nueva estufa. ¡Y el baño! Me acuerdo de antes. Llenábamos una tina de metal con agua y la calentábamos con carbón. Ahora es distinto: tenemos hasta baño para las visitas. La vida es más fácil gracias a Toño y Vicente. Me gustaría visitarlos en sus casas allá, pero ya es muy tarde para mí. Ya tengo 74 años y no podría ir a Nueva York aunque quisiera. He trabajado muy duro, y compré la tierra en la que vivo. Por eso no iría a Nueva York. Creo que lloraría todos los días si no pudiera ver mi tierra y mi pueblo.

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Mari, 62 años
Nueva York

En México no podíamos ganar lo suficiente para alimentar a la familia, así que vinimos a ver cómo era la vida aquí. Realmente quería conocer Nueva York, los edificios, las Torres Gemelas. Aunque las Torres ya no están. Estaba aquí cuando eso pasó. Fue terrible. Todos anduvimos muy asustados por mucho tiempo, y hubo tantos rumores de bombas en escuelas y en el metro. Empezamos a imaginarnos bombas en todos lados. Ahora está más calmado, aunque, en el fondo, creo que la gente todavía siente peligro. He estado aquí por ocho años y me las he arreglado para cruzar a la mayoría de mi familia. Limpio casas, y mi esposo trabaja en un car wash. Trabajamos seis días a la semana. Vivimos en un departamento de tres recámaras en Brooklyn con toda nuestra familia, ocho en total. Los únicos que se quedaron en México son mi hija Elizabeth y sus tres hijos. Vino por un tiempo, pero tuvo que regresar porque dejó a sus hijos con su suegra. Le mandamos unos 200 dólares a la semana para ayudarle con el gasto porque su esposo es un vividor. Hace como cuatro años que no voy a México. No creo que regrese pronto. Ni de visita. La última vez que fui, cuando tratamos de regresar, estuvimos un mes en Tijuana tratando de cruzar. Nos atraparon y nos deportaron tres veces antes de poder entrar, y en una ocasión el coyote hasta perdió a uno de nuestros hijos. Por tres días lo estuvimos buscando. Andábamos bien tristes y preocupados. Hasta que lo encontramos. Desde entonces, nos da miedo regresar de visita. Fue terrible no poder regresar a Nueva York. Toda nuestra vida está aquí. Aunque, cuando estoy aquí, realmente extraño los aguacates, los mangos mexicanos y las nueces. Me gustaría regresar a México algún día, pero eso no pasará pronto porque mi hija menor va a entrar a la universidad.

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Elizabeth, 29 años
México

Fui a Nueva York con mi esposo. Dejamos a nuestros tres hijos con su mamá. Fue muy muy triste. Nunca había estado lejos de ellos más de unas horas, y ahí estábamos, despidiéndonos sin saber cuándo nos volveríamos a ver. Pero también fue por lo que nos fuimos en primer lugar: para darles una buena vida. Al cruzar la frontera, íbamos con un grupo de doce personas. Estaba asustada. Me imaginaba escenas de películas y malas posibilidades. El coyote nos juntó y nos explicó las reglas: teníamos que caminar en una sola línea; si decía corran, corríamos lo más rápido posible sin parar; si decía agáchense, nos agachábamos y no nos asomábamos hasta que nos avisara. Nos explicó que un error de una persona podía meternos en problemas a todos, así que debíamos hacer exactamente lo que dijera. Cuando llegamos al cerco y empezamos a cruzar por debajo, sentí que estaba soñando todo el asunto. Era tan extraño. Empezamos a las once de la noche y caminamos por ocho horas. En un punto, vimos una patrulla a lo lejos, nos escondimos, y no nos encontró. Había muchos arbustos alrededor. Cuando llegamos a nuestro primer destino, el coyote hizo una llamada por celular. Una hora después, escuchamos chiflar a alguien, y llegaron dos autos, donde nos amontonaron. Mi esposo se fue en la cajuela con otros tres hombres. Nos llevaron a San Diego, y de ahí volamos a Nueva York. Una vez ahí, no podíamos encontrar trabajo. Me daba miedo hasta salir del departamento. Sentía que me perdería en las calles o en el metro. No hablaba inglés; sólo medio entendía colores y unos cuantos números, que no ayudaba de mucho. Conseguí trabajo en una tienda de discos, pero lo dejé porque el dueño se aprovechaba de que éramos ilegales y no nos pagaba. Luego trabajé en una tortillería de mexicanos, pero no era muy buena ordenando las tortillas, así que renuncié. Luego, en una fábrica estampando camisetas y chamarras. La gente ahí era muy mala, siempre te gritaba, y yo no podía soportarlo, así que también renuncié. Después conseguí un trabajo en un restaurant. Casi renuncio el primer día porque me fue muy mal. Pero decidí que no me dejaría vencer. Fue un punto de cambio en mi vida. Terminé siendo la gerente de ese restaurant unos años después. No me derrotaron esa vez. Después de dos años, regresé a México por mis hijos, pero ya no pudimos cruzar la frontera. Tratamos varias veces, hasta que decidimos quedarnos en casa. Extraño a mi familia en Nueva York. Nos mandan dinero para ayudar con el gasto. Somos muy unidos.

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Bernabé, 35 años

Nueva York

He estado en Nueva York por quince años. Tengo tres hijos que nacieron aquí, así que son ciudadanos estadounidenses. Espero pronto tener papeles yo también. He limpiado vidrios por ocho años. Me pongo un arnés y me columpio de ventana a ventana. La ventana más alta que he limpiado estaba en un piso treinta y cinco. Estaba asustado al principio, pero te acostumbras rápido. Nueva York es muy bonito desde arriba, no tanto desde la calle. Vivo en el Bronx con mis hijos, esposa, un primo y dos amigos. Hablo con mi familia en México una vez a la semana. Les mando fotos cuando puedo y les mando dinero cada mes. Nos mandan videos de México para que nuestros hijos conozcan cómo es allá. La última vez que vi a mis papás fue hace ocho años. La cosa es que se necesita mucho dinero para ir para allá. Salir del país es fácil: pagas por un boleto de avión y ya. ¿Pero regresar? Eso es otra historia. La última vez que fuimos, para regresar a nuestra casa a Nueva York mi esposa y yo tuvimos que cruzar el desierto y le pagamos a una mujer para que volara con nuestros hijos porque ellos sí tienen papeles. En total, gastamos 7,000 dólares por el viaje, lo que es mucho dinero. Así que no, no vamos muy seguido: es caro y riesgoso. Pero sí extraño la tranquilidad de México. La vida es muy rápida aquí. Y sólo en México hay buena comida mexicana.

Minerva, 32 años

México

Mi hermano mayor fue el primero en irse a los Estados Unidos. Sólo tenía 15. Y ahora viene y va tan seguido como quiere. Ya ni le paga al coyote porque se sabe los caminos como la palma de la mano. Yo, en cambio, no voy a regresar a los Estados Unidos a menos que lo pueda hacer legalmente. Tal vez es mi edad, pero me mata de miedo pensar en que lo tuviera que hacer de nuevo. Correr por la noche evitando la policía: no, no, ya no. La primera vez que crucé tenía 19. Era difícil inclusive entonces. Tenía mucho miedo y frío. Perdí un zapato en medio de la nada, y en un punto el guía tuvo que llevarme del brazo para que tuviera el valor de seguir. Crucé al otro lado con dos de mis primos; el mayor tenía 25. Y luego, días después, llegué a Nueva York. No me gustó nada, así que sólo me quedé unos meses. La segunda vez que crucé tenía 24. Una amiga mía tenía un novio chicano y nos convenció de cruzar juntas. La situación económica de mis padres era muy difícil, así que decidí ir a Nueva York otra vez y trabajar para ayudarles. Mi sueño era comprarle un auto a mi papá. Nuevecito, de agencia, oliendo a nuevo. También quería construirles una casa porque las casas feas me deprimen. Así que le dije a mi amiga que iría con ella. Supuestamente, el novio nos ayudaría, pero no tenía idea de nada. El guía que contrató nos dejó en el río en Matamoros; nos pidió su dinero y nos abandonó ahí. Resultó que todavía había que pasar dos retenes. Fue una experiencia muy dura, sacada de una película; pero tuvimos suerte. Esa vez estuve siete años en Nueva York. Todo me salió muy bien, aunque fue una experiencia muy intensa. Trabajé siete días a la semana y tuve varios trabajos: de niñera, limpiando casas y oficinas, trabajos aquí y allá. Y, después de los primeros dos años, extrañé mucho mi casa y decidí que tenía que volver a México. La gente con la que trabajaba de niñera, muy buenas personas, me dijeron que me guardarían el trabajo si regresaba a Nueva York, lo que hice después de dos meses en México porque la situación estaba horrible. Mi familia tenía muchas deudas, la casa que estaba ayudando a pagar todavía estaba en construcción, tenía que terminar de pagar el carro que le había comprado a mi papá, y no podía conseguir un trabajo decente para hacerlo. Esa vez regresé a los Estados Unidos escondida junto con otras tres mujeres en la cajuela de una limusina. Como yo era la más flaca, tuve que estar arriba de todas por horas. Acaloradas, nerviosas e incómodas. Hace un año y dos meses, regresé a México de una vez por todas. Regresé porque me enfermé: trabajé demasiado. Estuve en el hospital por varios días y no tuve visitas. Me sentí realmente sola y me empecé a preguntar si todos mis sacrificios valían la pena. Decidí que debería cuidarme mejor, descansar un poco. Me fui con la meta de ayudar a mi familia y lo había hecho. Pero ahora estaba ahí, sola, de 30, sin un marido o novio. Así que aquí estoy, de regreso en México. Creí que sería realmente feliz cuando regresara, pero ha sido muy difícil. Sí, tengo una casa de tres pisos que fue construida con mi dinero. Mi padre tiene su auto, la pick up que siempre había querido. Pero, desde que regresé, no he podido conseguir un trabajo decente. Lo que pagan por una semana de trabajo lo podía haber recibido en Nueva York de niñera en unas horas. He estado viviendo de mis ahorros, pero ya casi se me terminan. Es duro. También me di cuenta de que, después de ser independiente por tantos años, estaba de regreso viviendo con mis padres. Y mis hermanos y hermanas se acostumbraron a que yo ayudara a mis papás porque ellos tienen sus propias familias y apenas y pueden con sus propios gastos. Mis dos hermanos que están en los Estados Unidos los están ayudando ahora lo más que pueden. Estoy cansada de ser supermami, de cuidar a todos excepto a mí. Lo que realmente me gustaría hacer es ser maestra de jardín de niños con horas normales de trabajo. Realmente me gustan los niños. Pero necesito un título para hacer eso. Así que no sé qué estaré haciendo en los próximos meses cuando mi dinero, finalmente, se termine.

Visitamos El Alberto para pretender ser inmigrantes indocumentados, ve nuestro video: 

El Alberto y su frontera imaginaria