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Música

En defensa de Ramoncín

Vivir siendo la persona más odiada del país sólo está al alcance de titanes como él. Es el Kanye West español.

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Estar en la piel de Ramoncín debe ser algo realmente jodido. Imagínate una vida en la que, nada más salir de casa para comprar el pan, o un paquete de tabaco, o para tirar la basura, te encuentras con miradas de desprecio entre los vecinos y los transeúntes, y que ni siquiera te atienden con amabilidad en el bar cuando pides un quinto y unos boquerones. Imagínate una vida soportando a tus espaldas toda clase de chascarrillos y murmullos, puñaladas traperas y menciones a tu madre, sólo porque tu popularidad está asociada a algo tan tóxico como la defensa de los derechos de autor. Cualquier persona en esta situación, sometida a un bullying tan feroz, hace tiempo que habría tomado una decisión drástica y se habría tirado a las vías del tren. Vivir siendo la persona más odiada de España sólo está al alcance de los más fuertes.

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Es por eso que Ramoncín sigue ahí, con la frente alta y el perfil romano, exhibiendo el filo destellante de su tocha recauchutada, siempre de cuero y azul, mandándonos a la mierda a diario en dialecto cheli, combatiendo la ojeriza de la sociedad con una fuerte dosis de borderío bien articulada. Yo, qué queréis que os diga, eso lo respeto. Seguir pisando la calle después de semejante linchamiento colectivo tiene mérito, y todavía no está claro quién va a salir victorioso de esta confrontación feroz, si la turba airada que representáis todos vosotros, escupidores de improperios en las redes por un quítame allá ese canon digital, o Ramoncín, un hombre con la piel dura y el rostro curtido a hostias, un punk bregado en el conflicto al que le va la marcha y, dado el caso, empezar a cagarse en los muertos de todo quisque.

Es posible que, dada la necesidad de canalizar el cabreo colectivo, nos equivocáramos de enemigo. Ramoncín pertenece a la rara estirpe del español respondón e ingenioso que se siente cómodo en el juego sucio y en las dinámicas rastreras; compite en la misma liga que Coto Matamoros y Pipi Estrada, la de Jesús Gil y Carlos 'El Yoyas'. Vencerle en la dialéctica es más difícil que quitarle el balón a Messi, porque además de afilar el ingenio hay que proteger también el estómago con hierro forjado, ya que es cierto, como él dijo una vez en una entrevista a la desaparecida Rolling Stone España, que su presencia "produce enfermedad".

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Haced una prueba: compartid este artículo en vuestras redes sociales, o pronunciad su nombre en público, y veréis la reacción: gente que inmediatamente se pone roja, se le aceleran los niveles de tensión arterial y quizá hasta pota la última papilla, o escupe sapos y culebras por la boca, gente que inmediatamente tiene deseos de hacerse con un arma de fuego y ponerse a pegar tiros por los supermercados. Precisamente porque sabe que hay quien no le puede ni ver, Ramoncín ha sido hábil a la hora de llevar su desventaja ante la justicia y utilizar vuestro odio para irse de rositas en esa última denuncia contra él que había llegado a una vista oral. Mientras le tratáis como una mierda, él ha maniobrado para convertir ese rencor en la gasolina de su inocencia.

Si los Sex Pistols fueron un experimento situacionista ideado por John Lydon y Malcolm McLaren para crear una situación de caos y, con ella, subvertir el orden social y hacer muchísimo dinero, entonces Ramoncín es el último punk verdadero que nos queda.

Es maquiavélico y retorcido, a su lado Tyrion Lannister es un guiñapo, y Pablo Iglesias un mindundi. Cuando Ramoncín le explicaba a un juez del Tribunal Supremo que tuvo que reconducir su vida laboral hacia los "proyectos creativos" porque ya no podía dar conciertos, dado que el público la tomaba con él y le acribillaba a botellazos -algo que sólo sucedió en el Viña Rock de 2006-, utilizó de manera sibilina el argumento de la pena para justificar que se dedicara a preparar dosieres para SGAE a cambio de una buena tajada. Como esa chusma ahí fuera me agrede físicamente y no puedo ganarme el pan con lo mío, se justificaba Ramoncín, tuve que poner mi creatividad al servicio de otras causas.

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Pensadlo bien, joder: se lo habéis servido en bandeja, os la ha metido doblada, os ha entrado el gol por la escuadra y no lo habéis visto venir. Y mientras os tenéis que morder la lengua y tragar el veneno que fluye por vuestra sangre, ahora Ramoncín está tranquilamente en su casa, rascándose la huevera y publicando en su página oficial en Facebook -con poco más de 2300 fans, necesita urgentemente un CM- frases como "he sido sometido a una Inquisición inhumana e indeseable, me han puesto bajo la lupa de la Justicia como si hubiese sido responsable de la mayor de las atrocidades, me han juzgado en Twitter, barras de bar, corrillos, redes y tertulias, nos echaron a pedradas del escenario en Viña Rock una pandilla de cobardes detestables y pérfidos, y les rieron la gracia medios y mamporreros, se callaron los compañeros, tan cobardes y miserables como aquellos, y lo disfrutaron los verdaderos amigos de lo ajeno. Pero sí, hoy se acabó, se acabó esta infamia y puedo decir alto y claro, ¡JODEOS, MISERABLES!, sufrid el oprobio de vuestra inquina, retorceos de ira, ahogaos en vuestro veneno".

"Jodeos, miserables". Ahí lo tenéis, devolviendo la hostia. Esto es punk, y no lo queréis reconocer. Si damos por buena la teoría de Greil Marcus en Rastros de carmín de que los Sex Pistols fueron un experimento situacionista ideado por John Lydon y Malcolm McLaren para crear una situación de caos y, con ella, subvertir el orden social y hacer muchísimo dinero, entonces Ramoncín es el último punk verdadero que nos queda.

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Aquí tenemos a un tipo que ha jugado con vosotros como si fuera un marionetista (#libertadtitiriteros), que ha nadado con seguridad en las agitadas y procelosas aguas de la confrontación, que se ha batido a escupitajo limpio con el público en sus conciertos, que ha utilizado el odio como combustible para seguir en la brecha. Esto que va a quedar aquí escrito no va a gustar a nadie, pero es la pura realidad: Ramoncín es nuestro Kanye West. Nadie como él ha sabido utilizar el rechazo como madero de flote para seguir en la brecha. Queríais destruirle, y lo más seguro es que, siguiendo al pie de la letra el refrán castellano ("Siéntate a la puerta de tu casa y verás el cadáver de tu enemigo pasar"), os acabe enterrando a todos.

Lo más interesante de toda esta historia es cómo se desencadenó la ola de odio, casi de manera súbita y sin verla venir. Todo comienza, por supuesto, porque Ramoncín trabajaba en la SGAE cuando la SGAE -acreditada cueva de ladrones, eso tampoco lo vamos a negar- más chunga se puso en los días más duros del top manta, el canon digital, las copias privadas y las descargas de música y cine en internet.

Mientras nos bajábamos cientos y cientos de gigas de música -nunca la de Ramoncín, también es verdad-, la SGAE dejaba de ingresar la pasta correspondiente que se hubiera levantado de habernos comprado los discos originales.

Aprovechando que el hombre tenía buena labia -había sido presentador del 'Lingo', por ejemplo, un divertido programa en La 2 que animaba a la juventud a aprender vocabulario, y del que uno salía diciendo cosas como chisgarabís, melanoma, bisojo y mixomatosis-, la SGAE le puso de portavoz y, con un aplomo sereno y bien cargado de razones, Ramoncín le decía a la gente eso tan impopular de "sois unos chorizos, estáis afanando nuestro trabajo". Era cierto: mientras nos bajábamos cientos y cientos de gigas de música -nunca la de Ramoncín, también es verdad-, la SGAE dejaba de ingresar la pasta correspondiente que se hubiera levantado de habernos comprado los discos originales, así que les estábamos robando a lo grande. No menos cierto es que nos importaba una mierda, y que seguimos haciéndolo. Pero tampoco había razón para negarle a Ramoncín que, al menos, estaba diciendo lo que José María García llamaba "las verdades del barquero". Creíamos estar robándole a un ladrón y que merecíamos mil años de perdón, pero robábamos al fin y al cabo.

Antes de eso, Ramoncín era un personaje simpático, un músico trasnochado que vivía de las rentas de la Movida, de cuando iba de provocador de ancianas franquistas con su ojo pintado y la letra de Marica de terciopelo, copiándolo todo de Iggy Pop pero sin tanta fibra muscular, y que de vez en cuando aparecía como ejemplo del rockero cultivado que, además de hacer ruido disonante y ofensivo al buen gusto (no hay cosa que suene peor que esa versión cutre que hizo de Come as You Are, de Nirvana), te preparaba de vez en cuando un diccionario del habla popular de Madrid, el cheli, y te explicaba que "peluco" significa "reloj", y que "la basca" era también "la peña", o sea, un montón de gente, y no una señorita de Baracaldo. Era cuando se hablaba con frecuencia con Francisco Umbral y se comían las pollas a propósito de la riqueza de su léxico depurado, y aparecía en tertulias de televisión, o anticipando esa figura tan española que es la del todólogo, el experto en cualquier cosa que no sabe de nada, cuando aparecía en el plató de Crónicas Marcianas para disertar sobre política, economía, corazón y fútbol.

Antes de que los anglosajones inventaran la figura del punk, nosotros ya teníamos la del pícaro, el buscón, el jeta y el holgazán, incluso la exportábamos a Francia (Gil Blas de Santillana) y a Inglaterra (Tom Jones), y es a esa estirpe a la que pertenece Ramoncín: un tipo con palique, un aprovechado de las circunstancias, un superviviente que se crece en el conflicto, que se alimenta del odio y lo canaliza para prosperar, un pescador en río revuelto al que le habéis hecho el juego. Intentando desprestigiarlo, habéis alimentado a la bestia, y ahora ya es tarde. Ramoncín ha ganado. Resulta que era el último punk que quedaba en pie, y no os habéis dado ni cuenta.