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Elecciones 2016

Rajoy vs. Pedro Sánchez: el cara a cara de la vergüenza

Ni en nuestras previsiones más catastrofistas hubiéramos imaginado un espectáculo parecido.

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Iluminación de tanatorio. Realización propia de La Transición. Planos cerrados plagiados del softcore italiano. Zooms que merecerían un 'vuelve en septiembre' en primero de Comunicación Audiovisual. Un maquillaje que no se atrevería a hacer ni el becario del Hotel Kruëger. Un presentador momificado, tan poco acostumbrado al lenguaje televisivo contemporáneo que cada vez que sale de su cámara frigorífica de conservación parece un invasor llegado de otro planeta. Un plató, un concepto y una puesta en escena, en definitiva, que hubieran significado el despido fulminante e ipso facto del director de la televisión pública rumana… en 1983.

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"Buenas noches, España. Buenas noches, Europa. Buenas tardes, América". Hay momentos que sobrepasan cualquier expectativa y se convierten en historia viva de la televisión. Ayer vivimos uno de ellos. Ni en nuestras previsiones más catastrofistas hubiéramos imaginado un espectáculo parecido. Teníamos la sospecha que, en la comparativa con el Debate Decisivo de Atresmedia de hace una semana, la apuesta de la Academia de Televisión nos parecería apolillada, caduca y artrítica. Contábamos con ello. Pero es que lo de ayer mejoró el guión más catastrofista y cenizo. No exagero si digo que hacía mucho tiempo que no veía un show de no ficción tan grotesco. Todo era tan depresivo y decadente que a los cinco minutos de recorrido ya estábamos todos por los suelos, entregados al choteo irónico del desastre. Gracias a la Academia por convertir la tristeza extrema en humor memorable.

Lo mejor de todo es que por una vez el discurso político y el televisivo estuvieron a la misma altura. Baja, se entiende. Es cierto que Rajoy y Sánchez son dos tipos mediocres, candidatos con más sombras que luces, torpes hasta decir basta. Dos tuercebotas que protagonizaron el peor cara a cara de la democracia con mucha diferencia: una guerra penosa para ver quién la tenía más grande y quién acusaba más fuerte al contrario, espectáculo de tasca portuaria entregado en cuerpo y alma al "y tú más". De hecho, ni tan siquiera Albert Rivera y Pablo Iglesias, presentes en los estudios de La Sexta esperando que acabara el cara a cara para saltar a la yugular y rematar la noche de despropósitos del bipartidismo, se imaginaron que la cosa sería tan favorable para sus intereses.

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John Travolta en el debate entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez. — RoBe (@roberomano)diciembre 14, 2015

Pero como decía antes, más allá del pobre y triste contenido político la verdadera debacle, lo que convirtió el cara a cara de ayer en un hito, fue la propuesta televisiva. Han pasado unas horas y nos seguimos preguntando dónde estaba metida la pasta que se gastó la Academia para montar el programa, en qué diablos invirtieron el presupuesto. ¿En el proceso de descongelación de Campo Vidal?¿Le encargaron el diseño del plató a Calatrava?¿Toño Sanchís también trabaja para la Academia? Imposible entender, a primera vista, por qué cuesta tanto dinero organizar una propuesta de estas características a tenor del paupérrimo despliegue de medios que vimos. Ni tan siquiera tuvieron la decencia de ofrecer una pantalla partida cuando había encontronazos dialécticos. A ver, es que los títulos de crédito del cara a cara eran casi más amplios que los de "Gran Hermano". Con un par.

El formato era tan carca y anacrónico que si nos pillan desprevenidos ahora podemos llegar a creer que "¡Qué tiempo tan feliz!" está dirigido por J.J. Abrams y que "En la tuya o en la mía" está producido por Kinfolk. En la Academia ni tan siquiera se plantearon que esta contienda llegaba después del cara a cara entre Albert Rivera y Pablo Iglesias en "Salvados" y después del debate a cuatro de Atresmedia, dos vías frescas, rompedoras y atractivas de acercar el foro de discusión política a televidentes de perfiles muy diferentes. Los dos antecedentes no sirvieron de nada, como si nunca hubieran existido. O quizás sí, quizás sí tuvieron en cuenta esos dos formatos y les tocó un pie por completo: el estancamiento y el inmovilismo como modus operandi, casi como filosofía de vida. "¿A que no hay huevos de hacer un cara a cara con planos cerrados, fondo blanco, cortinillas musicales de la carta de ajuste y un moderador de cera, a que no, eh, eh?".

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Claro que al despropósito mayúsculo del concepto y el planteamiento hay que sumarle el papel de su presentador-moderador. Es un decir: presentó porque no había más remedio, aunque fueron apenas dos minutos en los que incluso tuvo los arrestos de saludar a los telespectadores de América, en una de las sobradas más locas de 2015. Y lo único que moderó fueron las preguntas de los directores de periódico, porque durante las intervenciones de ambos candidatos Campo Vidal se limitó a obsequiarnos un recital de caras, gestos extraños y miradas terroríficas que hicieron dudar a la audiencia: ¿Campo Vidal ha tenido un apretón?¿Está repasando la lista de la compra?¿Le han entrado dudas sobre si se ha dejado la plancha enchufada?¿Acaba de darse cuenta que no ha comprado entradas para ver "Star Wars" este fin de semana?

Lo de Campo Vidal ayer es antológico. Tras dos horas totalmente out, más pendiente del monitor que de sus invitados, con un ritmo de asilo y una presencia televisiva desagradable, incómoda de ver, el presentador, y presidente de la Academia, no lo olvidemos, se despidió recordando que había sido un "debate vibrante". No fue un adjetivo accidental fruto de los nervios. Sin excusas: minutos antes había definido la velada como "apasionante". No sé. Hablar de atraco o de robo a mano armada me sabe a poco. Lo de ayer más bien fue un alunizaje con tanqueta en el escaparate de Tiffany a las 12 del mediodía de un sábado. Sin caretas ni pasamontañas: a pecho descubierto, sin miedo ni vergüenza, con una sonrisilla, como diciendo "aquí os quedáis, amigos, hasta dentro de cuatro años". Yo cuando sea mayor quiero ser Manuel Campo Vidal.

Hoy, mientras discutimos si el cara a cara lo ganó Pedro Sánchez o Mariano Rajoy, si lo perdieron los dos o si lo ganaron Rivera e Iglesias, mientras descargamos todo nuestro ingenio ridiculizando el dantesco espectáculo político y televisivo de ayer, Manuel Campo Vidal se está fumando un Cohiba a nuestra salud en su casa de La Sierra. Se ha servido un copazo del mejor whisky escocés del planeta, se ha puesto su batín de lana de vicuña, se ha acomodado en su Chester inglés de 1982 y ha puesto a todo volumen las "Variaciones Goldberg" de J.S. Bach interpretadas por Glenn Gould. En su Smart TV de 65 pulgadas están emitiendo imágenes del cara a cara. Campo Vidal bebe un trago, reclina la cabeza, cruza las piernas, echa un vistazo a la ceniza del puro y empieza a reír desconsoladamente, a grito pelado, hasta que empiezan a brotar lágrimas de sus ojos. "Vibrante… vibrante, me cago en todo, vibrante. Eres un genio, Manolo".