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Pero como decía antes, más allá del pobre y triste contenido político la verdadera debacle, lo que convirtió el cara a cara de ayer en un hito, fue la propuesta televisiva. Han pasado unas horas y nos seguimos preguntando dónde estaba metida la pasta que se gastó la Academia para montar el programa, en qué diablos invirtieron el presupuesto. ¿En el proceso de descongelación de Campo Vidal?¿Le encargaron el diseño del plató a Calatrava?¿Toño Sanchís también trabaja para la Academia? Imposible entender, a primera vista, por qué cuesta tanto dinero organizar una propuesta de estas características a tenor del paupérrimo despliegue de medios que vimos. Ni tan siquiera tuvieron la decencia de ofrecer una pantalla partida cuando había encontronazos dialécticos. A ver, es que los títulos de crédito del cara a cara eran casi más amplios que los de "Gran Hermano". Con un par.El formato era tan carca y anacrónico que si nos pillan desprevenidos ahora podemos llegar a creer que "¡Qué tiempo tan feliz!" está dirigido por J.J. Abrams y que "En la tuya o en la mía" está producido por Kinfolk. En la Academia ni tan siquiera se plantearon que esta contienda llegaba después del cara a cara entre Albert Rivera y Pablo Iglesias en "Salvados" y después del debate a cuatro de Atresmedia, dos vías frescas, rompedoras y atractivas de acercar el foro de discusión política a televidentes de perfiles muy diferentes. Los dos antecedentes no sirvieron de nada, como si nunca hubieran existido. O quizás sí, quizás sí tuvieron en cuenta esos dos formatos y les tocó un pie por completo: el estancamiento y el inmovilismo como modus operandi, casi como filosofía de vida. "¿A que no hay huevos de hacer un cara a cara con planos cerrados, fondo blanco, cortinillas musicales de la carta de ajuste y un moderador de cera, a que no, eh, eh?".John Travolta en el debate entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez. — RoBe (@roberomano)diciembre 14, 2015
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Lo de Campo Vidal ayer es antológico. Tras dos horas totalmente out, más pendiente del monitor que de sus invitados, con un ritmo de asilo y una presencia televisiva desagradable, incómoda de ver, el presentador, y presidente de la Academia, no lo olvidemos, se despidió recordando que había sido un "debate vibrante". No fue un adjetivo accidental fruto de los nervios. Sin excusas: minutos antes había definido la velada como "apasionante". No sé. Hablar de atraco o de robo a mano armada me sabe a poco. Lo de ayer más bien fue un alunizaje con tanqueta en el escaparate de Tiffany a las 12 del mediodía de un sábado. Sin caretas ni pasamontañas: a pecho descubierto, sin miedo ni vergüenza, con una sonrisilla, como diciendo "aquí os quedáis, amigos, hasta dentro de cuatro años". Yo cuando sea mayor quiero ser Manuel Campo Vidal.Hoy, mientras discutimos si el cara a cara lo ganó Pedro Sánchez o Mariano Rajoy, si lo perdieron los dos o si lo ganaron Rivera e Iglesias, mientras descargamos todo nuestro ingenio ridiculizando el dantesco espectáculo político y televisivo de ayer, Manuel Campo Vidal se está fumando un Cohiba a nuestra salud en su casa de La Sierra. Se ha servido un copazo del mejor whisky escocés del planeta, se ha puesto su batín de lana de vicuña, se ha acomodado en su Chester inglés de 1982 y ha puesto a todo volumen las "Variaciones Goldberg" de J.S. Bach interpretadas por Glenn Gould. En su Smart TV de 65 pulgadas están emitiendo imágenes del cara a cara. Campo Vidal bebe un trago, reclina la cabeza, cruza las piernas, echa un vistazo a la ceniza del puro y empieza a reír desconsoladamente, a grito pelado, hasta que empiezan a brotar lágrimas de sus ojos. "Vibrante… vibrante, me cago en todo, vibrante. Eres un genio, Manolo".