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BlaBlaCar: cómo hacer de un viaje un infierno

Este tipo de experiencias no hacen más que reafirmar mi odio por la gente en general.

​Qué curiosos son los tiempos modernos. El fácil acceso a Internet nos otorga un montón de posibilidades chulas para hacer nuestra vida más fácil. O supuestamente. Una de ellas es BlaBlaCar. Para el que no la conozca, es una web con aplicación móvil en la que encuentras gente con la que compartir vehículo y así los gastos de un viaje. Para un servidor, que no tiene coche y por trabajo viaja casi todas las semanas fuera de Madrid, supone un buen ahorro. Suena muy bien, pero no es así. Deberían dar un plus por socializar, por aguantar plastas, malos olores, música apestosa o directamente imbéciles.

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En ese sentido yo soy el rey de los idiotas. Me monto en el coche, saludo y me duermo. Si me despierto intento ponerme algún podcast o ver una película en la tableta. A veces no es suficiente para combatir a los plastas. Que se llame BlaBlaCar no quiere decir que no te puedas callar la boca. Que viajemos juntos no significa que seamos amigos. Que no nos vayamos a volver a ver no implica que no puedas ducharte para meterte en un coche con desconocidos. No quiero hacer amigos nuevos y si quieres podemos hablar del tiempo o de fútbol, poco rato. Lo demás no me interesa.

Mi primera experiencia fue algo horrible. Madrid-Cádiz, ida y vuelta. Para ir me tocó un Guardia Civil (he coincidido ya en tres viajes con agentes de la ley) que nos metió a cinco en un coche enano. De esos cinco, tres gordos. Este muchacho no solo compartió los gastos, ganó dinero. La benemérita española siempre a la vanguardia. La de ser unos caraduras. Con el complemento de vivir una de esas experiencias que te dan ganas de montarla gorda. Nos pararon porque el picoleto nació con alma de Fernando Alonso y no bajaba de 150. Un simple 'soy compañero' le valió para que le dejaran irse. Injusto sí, pero la vuelta fue aún peor.

Me levanto en Tarifa y después de uno de esos desayunos andaluces maravillosos me voy a buscar a la chica que me lleva. Íbamos los dos solos así que yo me presenté dispuesto a ver si de paso mojaba el pizarrín. Incluso fui bien vestido y no como a mi me gusta viajar, en chándal. El coche debería tener los mismos años que Raphael pero mucha peor pinta. La chica, muy mona, resultó tener amigos en común. Parecía todo bien hasta que arrancamos y empezó a poner música. Seiscientos kilómetros en los que escuché dos discos de Dani Martín, uno de Marc Anthony, los grandes éxitos de La Oreja de Van Gogh y para terminar una recopilación de bandas sonoras en versión merengue. Indescriptible la de 'El guardaespaldas' a lo reggaetonero. ¡Me tenían que haber pagado a mí! Encima cuando al despedirme le propuse tomar algo me despachó con un 'tengo novio' y me dejó en la estación de tren de Valdemoro. Con lo buen partido que soy yo.

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He llegado a coincidir con unos feriantes gitanos que anunciaban que iban en un BMW y me recogieron en una fregoneta con remolque con un olor indescriptible que seguro es muy similar a como tiene que oler Mordor. No pasaba de los 100 km/h. Ocho horas de viaje. Al menos no eran habladores. Eso sí, no faltó un recital de flamenquito y recopilación de cantaditas del techno de los 90. Como meterse en un Delorean calé.

Pero el peor viaje, sin lugar a dudas, lo tuve hace unas semanas. Iba de Vigo a Madrid. La cosa empezó mal desde el momento que salimos a las 6:30 de la mañana de un jueves. Una hora indecente a la que solo hay despierta gente hornada y trabajadora. El coche era cómodo pero los tres que me acompañaban eran para verlos. El conductor era un ingeniero industrial de 30 años muy parecido a Sheldon Cooper; el copiloto un ingeniero informático que cumplía a rajatabla todos los clichés. "Una vez fui un poco travieso y me quedé las vueltas de más que me dieron". Si Lou Reed escuchase ese comentario reescribiría su lado más salvaje de la vida. Además este tipo, muy parecido a aquel Bernardo de Camera Café, tenía incontinencia urinaria. Tuvimos que parar seis veces para que fuera al baño.

Lo peor estaba atrás. Una mujer de unos 40 años pseudomoderna que dio el mayor recital de cuñadismos que he visto en años. De esas personas que empiezan todas las frases por un 'y yo más' y las intercalan con un 'pues yo conozco a…'. Esa gente que le das la mano y se coge dos brazos y parte de una pierna. Que al decirle, iluso de mí, que soy periodista y cómico me dijo al menos diez veces lo de 'hazme un monólogo'. Encima tuve la mala suerte de desvelarme a las dos horas y tragarme otras cinco de su verborrea. Un resumen de frases gloriosas:

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-Bob Esponja es como Los Simpson pero más salvaje.

-Me encantó el musical de Boney M porque había negros.

-Tengo muchos amigos (NO TIENES AMIGOS) que van a Londres a comprar música.

-No controlo Spotifaiv pero escucho la música en el Fimin.

-Yo nunca hago 'pis de campo'.

-Lo que se llevan ahora son las hombreras.

-No iría nunca a China. Hay chinos.

Este festival de 'y yo, y yo, y yo' se mezclaba con la historia de su reciente divorcio -normal, a ver quien aguanta una tipa así- y a un recital de tópicos: 'La natación es el deporte más completo', 'Barcelona es una ciudad muy cosmopolistra', 'como en España no se come en ningún sitio' (ES LA SEGUNDA VEZ QUE SALES DE GALICIA). Para finalizar, al llegar a Atocha con un magnífico 'yo tengo muchos amigos gais', como si de 1960 se tratase, la tipa además me encontró en Twitter y he tenido que bloquearla. Para tener ciertas redes sociales habría que pasar un psicotécnico.

Este tipo de experiencias no hacen más que reafirmar mi odio por la gente en general. Irracional, sí. Según pasan los años cada vez es más difícil aceptar ciertas convenciones sociales. Más para un individuo extremadamente tímido como yo. Sí, lo sé. Puedo subirme a un escenario con cientos de personas. Pero eso es otro código. En la vida real siempre me he sentido inseguro e indefenso. Quizá como la mayoría de nosotros. Y como casi toda la gente creativa que conozco.

No escribo esto para decir que viajar de esta forma es malo. Todo lo contrario, es más barato. Y lo barato mola. No todos son horribles. Hice un Madrid-Vigo con un hombre encantador de muy buen carácter con el que incluso paré a comer. Otro desde Barcelona con un grupo de estudiantes muy simpáticos que no me molestó. Incluso en uno a Asturias uno de los chicos que viajaba conmigo encontró trabajo. Él había estudiado no se qué de biología y ella tenía una empresa de distribución de no se qué (ya lo he dicho, no me interesa mucho la gente). Simplemente es mi experiencia. Conclusión: Tengo que comprarme un coche.