Publicidad
Publicidad
Relacionado: Instructivo para masturbarte con un jengibre y retorcerte de placer
"No recuerdo sentir nada especial con la perla", dice Julia, que tuvo la oportunidad de probarla en carnes propias durante una larga temporada. "O quizás sí, no sé. Pero creo que se debía más al contraste entre mi vida asexual en Viena y la experiencia tan fogosa que estaba teniendo en Cuba. Creo también que no me despertó miedo porque Cuba en general eclipsó el impacto de cuestiones como la perla o el enorme pene de Nelson. Sólo recuerdo que me contó que se lo había hecho en el servicio militar sin anestesia ni nada, y que al principio era muy molesto, porque le tiraba la piel. Él lo veía como un ritual de virilidad; estaba muy orgulloso".
Publicidad
Relacionado: Me rompí el pito, una historia con moraleja
Publicidad
Damián Sainz, un joven del barrio de Nuevo Vedado, en La Habana, recuerda el misterio que rodeaba a un personaje de su adolescencia: "Era un tipo del que todos decían que había matado a su esposa y cumplido condena por ello. Creo que fue en la cárcel donde comenzó a intervenir su pinga, y ya cuando salió tenía las perlas introducidas. Cuando me lo presentaron ya no salía con mujeres, sino con chicos muy jóvenes. Para ese entonces, él era una especie de mafioso dentro del barrio El Fanguito, al lado del río Almendares. La gente hablaba de él con respeto, aunque parecía un tipo tranquilo. Su imagen nunca se me ha olvidado, con trenzas pegadas al cuero cabelludo, muy negro. Yo no paraba de imaginarme su pene perlada. Las imágenes que me venían eran muy fuertes, y yo muy joven y miedoso".Finalmente, tras una larga búsqueda de testimonios lo más directos posibles del "fenómeno perla", consigo, a través de unos amigos, contactar con Manuel, un portador real de la perla. Manuel tiene 35 años, tiene cuatro hijos con tres mujeres distintas y se gana la vida haciendo compraventa de productos importados de Miami. En el momento en el que consigo ponerme en contacto con él ya he dejado Cuba, así que hablamos por Telegram, una aplicación similar a WhatsApp, una de las pocas que permite hablar con la isla. La comunicación está plagada de palabras cubanos y expresiones que no entiendo demasiado bien, por lo que le tengo que pedir una y otra vez que me repita partes de su historia. Manuel había oído hablar de la perla desde niño, pero se encontró con ella de verdad cuando llegó al servicio militar. "Cuando nos bañábamos o nos vestíamos vi que mi pinga era plana por arriba y la de algunos tenía unos bultos redondos", cuenta Manuel. "Así que les pregunté qué era eso, y me contaron sus propiedades. Y al par de semanas hice que me lo pusieran. Me la puso el perlero del cuartel, pero la perla me la hice yo mismo".
Publicidad
Relacionado: Conoce a Micha, el hombre del pene gigante
Le pregunto por las posibles infecciones y por el miedo a perder su virilidad, y me dice que duele y hay peligro, pero que definitivamente vele la pena. "La perla estimula el clítoris como veinte veces más que si singas (follas) sin nada", dice Manuel. "En el servicio contaban de uno que se metió con una jevita un poco delicada y a ella le dio un infarto al corazón. Casi la revienta del gusto. Si quieres enamorar a una viejita, te pones la perla, le das duro y la tienes. Es lo máximo".Tiemblo ante la efusividad caribeña mientras en mi mente explotan pollas perladas rebosantes de chancro y gangrena. Imagino a la doctora Villafañe y a la doctora López con sus batas blancas, boquiabiertas ante la pasión perlera del compañero Manuel. Me quedo en blanco, sin preguntas, ante el Telegram que me conecta con Cuba. Pero Manuel ya va a mil revoluciones: "Si estuviera en Europa ibas a probar la perla, niña", me dice.