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Sexo

Mi vida en prisión: cogiendo entre los barrotes de su celda

No tan fácil pero igual de divertido.

Conseguir pepa en prisión es como comerte un corte de carne de 300 varos que te acabas de robar. Esta historia todavía me hace sonreír.

Mientras estuve en la prisión del condado de Washington, Oregon, mis padres regresaron a Escocia porque mi padre acababa de ser diagnosticado con pre-demencia senil. Fue por ahí del '83, y yo no estaba preparado emocionalmente para lidiar con el hecho de que mi padre se estaba muriendo. Inició mi caída hacia el vacío con la heroína, y la aceleré con cocaína; mi adicción me hacía olvidar el dolor. El día que me dijeron que mi padre había muerto, la patrulla del oficial "Scotty" de Portland se detuvo junto a mí en la calle, abrió la puerta y alguien dentro me dijo: "¡Súbete!" Nos quedamos ahí sentados mientras me analizaba, me platicaba como si fuera mi hermano mayor con armas de alto calibre y un sombrero chistoso. Su cabello rojizo y mi ascendencia escocesa me recordaron a Willy, el conserje de Los Simpsons. Intentó llevarme a un centro de ayuda, pero no estaba listo para dejar mi anestesia, así que me escapé por la ventana a la mitad de la noche en mi piyama, me metí a la tiendita 24 horas de a lado a robar una cajetilla de Marlboro. Luego pedí aventón hacia el norte en la interestatal de regreso a Portland. ¡Salí a las ocho, estaba en cama al mediodía, conecté a las seis y regresé a mi celda a las diez!

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En la prisión del condado de Washington había un pequeño puertorriqueño llamado Fernando que se hacía llamar El Gato. Era un muchacho realmente pequeño pero con el corazón de un león. Cuando me vio por primera vez entrando con los "reos de confianza", me dijo: "Oye, vairo [blanco], ésta es mi casa [la cárcel], no lo olvides, ese, ¿estamos?"

El Gato y yo nos hicimos grandes amigos, y pasamos de "la cárcel es mía" a "mi casa es tu casa" en poco tiempo. Para cuando me fui (me entregaron a los federales porque un agente del FBI creía que estaba involucrado con el crimen organizado) ya me decía "pinche maniaco". Ese día rodaron unas lágrimas enormes por sus mejillas, sabía que no nos volveríamos a ver.

Una persona sentenciada a una prisión del condado siempre intenta convertirse en un "reo de confianza". Los reos de confianza pueden trabajar. Ayuda a pasar el tiempo, mantiene la mente y el cuerpo ocupados, te da un poco de libertad y, si estás en la cocina, te da acceso a un área para fumar en la parte de atrás, a sólo unos metros de la calle. La comida es genial: todas las mañanas hay omelettes, tocino, hotcakes con jarabe de maple, carne y verduras frescas, levadura para hacer alcohol, más dinero y, por último, el broche de oro: ¡PEPA!

La Unidad de Mujeres en la prisión del condado de Washington está rodeada por pasillos en forma de U. Las celda para cuatro personas tienen una litera a cada lado, y están separadas de los pasillos con barrotes que forman una reja hasta el techo. Si colocas una cubeta boca abajo en el pasillo, y la mujer se agarra a los barrotes con sus piernas, entonces su culo queda colgando a la altura de tu cintura cuando te paras en la cubeta, lo que te permite coger entre los barrotes.

Inventé este método cuando la mujer en cuestión empezó a dejarme notas después de las comidas. En estas notas, las cuales me había enseñado desde su celda mientras pasaba con mi cubeta y trapeador por el pasillo, declaraba su amor por mí y por mi acento escocés. Me dijo por qué la habían encerrado y cuánto tiempo le quedaba, y sin pensarlo dos veces nos empezamos a querer tres veces al día. Después de todo, los reos de confianza teníamos que trapear el pasillo después de cada comida.

Cabe resaltar que si el teniente de la prisión, el Sr. Ross, hubiera estado más atento, se habría sorprendido de verme trapeando los pasillos sin una gota de agua. También, si él o cualquier otra persona, hubiera abierto la puerta del pasillo durante uno de estos episodios, habría presenciado un espectáculo bastante particular: Yo, con mi overol naranja, parado sobre una cubeta, su culo rosado moviéndose entre los barrotes, y sus pies apuntando hacia el oeste sobre mis hombros. La expresión de concentración en mi rostro seguro reflejaba la de una conquista divina.

Andy Dufresne nunca fue tan astuto, pero la moraleja de nuestras historias es la misma: nunca pierdas la esperanza, ni siquiera cuando estés encerrado en una prisión de máxima seguridad. Dios es, después de todo, bueno.