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Música

Matías Aguayo: el bicho raro del house y el techno

Una entrevista con el creador del tuku tuku y el cerebro detrás de Cómeme.

Cualquiera que se tome un tiempo de escuchar las distintas propuestas que gravitan en torno a Cómeme, la casa fundada por Matías Aguayo, sabe que excede por mucho los límites de un sello tradicional. Pareciera más un terreno de juegos, un espacio de absoluta libertad creativa, para él y sus amigos. Ese territorio abierto de posibilidades tiene sin duda una extensión en cada álbum editado por cada uno de los músicos de su catálogo (hasta raro se siente llamarle “catálogo” a eso que se percibe más como una familia). Y cada una de las entregas del propio trabajo de Matías puede leerse como una nueva línea de un manifiesto que escribe con franqueza y autonomía desde Closer Musik (el dueto que formaba con Dirk Leyers y que constituía la joya de esa corona que en algún momento llegó a ser Kompakt) y Zimt (su colaboración con Michael Mayer) hasta el trabajo solista en el que, literalmente, hemos atestiguado la metamorfosis de su sonido álbum tras álbum, siempre saliéndose de veredas previamente recorridas y, por lo mismo, abriendo siempre nuevas posibilidades rítmicas y comunitarias (¿no eran sus fiestas Bumbumbox un ejercicio casi poético de microurbanismo para volver a habitar las calles de la mano del ritmo y el baile?).

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Con el impulso presente en todos sus proyectos de ir más allá de cualquier límite (de géneros musicales, de prejuicios, de maneras de hacer…) y esa idea de generar proyectos a partir de redes de amigos que se percibe permanentemente detrás de Matías y Cómeme, The Visitor, su disco más reciente, tuvo como invitados a varios integrantes de una familia construida sobre la marcha: Juliana Gattas (de Miranda), Daniel Maloso, Jorge González (de Los Prisioneros), Philipp Gorbachev, Sano, Gladkazuka, Aérea Negrot (colaboradora habitual de Hercules & Love Affair, pero que merecería ser más conocida en el planeta por su proyecto personal), la producción de Deadbeat… El álbum, de lúdica, humana, desprejuiciada y orgánica (¡deliciosa!) aproximación al house o al techno, tenía ya un carácter colaborativo, como podemos ver, pero la tuerca siempre puede dar más vueltas en las manos hábiles de un músico y productor que nunca se da por satisfecho. Es así que cobra forma una edición exclusiva para México de The Visitor (no la caguen, busquen la etiqueta que anuncia el CD extra; ah, que ya no compran cd’s, ¿verdad? La cagaron), que lleva el juego y la diversión al terreno de los cóvers, esas apropiaciones que unas veces nos hacen reír (los discos de Weird Al Yankovic, el tributo bluegrass a Metallica, el de Ahmet y Dweezil [hijos de Frank Zappa] a “Baby One More Time”, de Britney Spears…), a veces llorar (tooodo el disco de los Ramomex [Rebel’d Punk “tropicalizando” a los Ramones]), a veces dividen las opiniones mientras nos hacen bailar sonriendo (la “Kumbia Dark” o “Chica de metal”, de Kumbia Queers)… Pero siempre son un pretexto para divertirse y ver hasta dónde puede expandirse o difuminarse la autoría de una canción para transformarse en la de alguien más. Porque así podría ser descrito ese ejercicio de Matías Aguayo en el que dio a Violet, Areyalux y Febe Esquerra, Philipp Gorbachev, Alejandro Paz, DJs Pareja, Zombies in Miami, Los Malos, Dany F y Tony Gallardo II y Daniel Maloso la libertad de apropiarse de sus temas y hacerlos suyos (me contó en la entrevista que se los dio a varios más, pero los tetos no entregaron a tiempo y se perdieron la oportunidad de figurar en esta joyita del coverismo). Veamos qué más me contó en esa entrevista que disfruté horrores hacer.

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NOISEY: En el libro que celebra los 15 años de Red Bull Music Academy, donde conversaste con Sly & Robbie, se lee en tu biografía que siempre has sido un outsider. ¿Qué momentos de tu biografía han contribuido a que así sea? ¿Y qué te parece que ha dado a tu particular estilo que siempre hayas hecho las cosas a tu manera (y cuando digo que has hecho las cosas a tu manera, pienso en ese twist que siempre has dado a los contextos en los que se ha generado tu música o en experimentos como el que hiciste en The Visitor, de evitar las computadoras a como diera lugar)?

Matías: No estoy seguro de qué es lo que dice ahí, pero de cierta manera sí, aunque no en el sentido negativo. Encuentro que puede ser algo bien inclusivo, en el sentido de que lo outsider viene un poco de mi trayectoria de vida, de los lugares donde viví y de que me tuve que adaptar, por lo que tuve que abrir mi lenguaje con la gente. Viví en Perú, luego en Alemania… Por esos cambios drásticos, uno termina siendo el bicho raro. Me acostumbré a serlo, y en realidad no importa lo que piensen de nosotros. Desde temprana edad aprendí eso, y es uno de los principios más importantes cuando estoy haciendo música: cómo evitar esa autocensura que sucede en muchos procesos artísticos. Mejor no, porque queda muy ridículo, o muy intenso, o muy suave o no sé qué… He sentido siempre la música como un refugio, un lugar donde uno hacer lo que uno quiere, ser lo que uno quiere e imaginarse las cosas que uno quiere… Siempre ha sido esa una motivación.

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¿De dónde viene tu gusto por los sonidos orgánicos, percusivos, casi tribales? Desde Are you really lost ya se sentía…

Matías: Pensándolo bien, creo que es algo que tiene que ver mucho con la manera en que trabajé desde siempre. Una continuidad en mi trabajo es haber empezado con la actuación. Desde chico me interesó grabar casetes, grabar mi voz. Todo parte de una motivación muy física de tocar, pero también con jugar desde muy temprano con la computadora, que en ese caso era una Comodore. Entonces, para mí siempre fue muy natural mezclar todos esos elementos. Además de que nunca sentí esa cosa de un antes y un después de la música electrónica. Siempre usé cosas electrónicas, porque era una posibilidad de armar arreglos con la compu. Siempre me atrajeron las dos cosas: lo manual y lo electrónico…

En esa misma conversación Sly, Robbie y tú hablaban mucho de lo que hace bailar a la gente, que me parece que tú tienes muy claro por todo tu contexto y tus distintos coqueteos con escenas diversas de distintos puntos del planeta. ¿Qué has visto que haga bailar a la gente? ¿Varía según la región? Hace poco, Kingdom, del sello Fade To Mind, me decía que era chistoso ver cómo en ciertos lugares bailan mucho con la parte de arriba del cuerpo, y los pies los mueven menos.

Matías: Es medio difícil de generalizar eso, y es bonito que sea difícil. Aunque está bastante claro que es más raro encontrar un buen bailarín en Europa que en Latinoamérica. Pero por ejemplo, en Colonia, Alemania, que tienen mucha tradición de gente que desde chicos escuchaban mucho soul y después house, aprendieron a moverse excelente. Son más bien los elementos musicales los que definen qué parte del cuerpo se mueve, y tiene que ver una educación musical que te lleva a eso. En Latinoamérica, uno tiene mucho esa cosa de definir distintos estilos por el ritmo que lleva por detrás. Cuando hablamos de cumbia, de salsa, de bachata o de merengue, estamos hablando de diferentes ritmos, y una codificación de cómo se puede bailar esos ritmos. Hay algunos temas que grabamos con chicos de Cómeme en Colombia, y en la superficie, si uno lo escucha, es techno, es música electrónica, pero lo rítmico que está detrás es salsa. Entonces, tú tocas un tema así, y en Colombia te van a bailar una salsa. Y si uno generaliza, en Europa la música se percibe más por la superficie, por lo que está sobre el ritmo, por la melodía, el texto… Quizá por la tradición y la idea de que todo se puede traducir en palabras y en conceptos; entonces, el ritmo sale perdiendo. A mí siempre me ha importado mucho pensar en el bailarín cuando estoy haciendo música. En District Union, el estudio que tenemos con los chicos de Cómeme en Berlín, es como un círculo, no es el típico estudio de música electrónica, todos estamos parados, porque pusimos los instrumentos en alto. La idea es que cuando uno toque los temas, los baile para ver si funcionan. Me gusta mucho jugar con eso, tirar temas que de pronto son más para la cintura, otros más para los brazos. Uno tiene muy claro que con los claps del house old school, muy seguidos y muy fuertes, se mueve mucho la cintura; con la línea de bajo se mueven más las piernas y las caderas… Todos esos elementos están hechos para el baile, y lo que también me gusta de la música bailable en general es cómo ese espacio y ese efecto democrático que tiene, porque en el fondo, la música de baile sin el bailarín no es nada. Es un espacio que se abre a cierto diálogo al que uno puede responder con el cuerpo. Por eso también me gusta mucho tocar en vivo, y decir: “voy a tocar esto y voy a ver unos brazos arriba”. Me gusta la idea de que se vuelva a exagerar un poco con eso. Porque pasa con la música electrónica y con lo que es más technoso y housero es que se ha perdido la tradición de inventar nuevos pasos. Deberíamos inventar nuevos bailecillos como existían antes, todo ese trabajo de pies que tenía el house.

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The Visitor era de por sí un disco con cierto carácter comunitario, al que invitaste a colaborar a amigos, como Alejandro Paz, Ana Helder, Aérea Negrot, Juliana Gattas, Jorge González o Deadbeat. Luego, lanzaste la versión instrumental de The Visitor, como invitando a todo el mundo a intervenirlos. Y ahora, este disco parece incorporar el trabajo de amigos que has ido haciendo en el camino. Eso me hace pensar en un artista que busca que su obra todo el tiempo esté transformándose. ¿Es así?

Matías: ¡Absolutamente! Me gusta mucho esa idea. Por un lado, estamos en un tiempo en que la gente ya no tiene tiempo para escuchar un álbum entero todo un verano como lo hacíamos antes. Un amigo me dijo eso hace poco: que él ya no podía escuchar tanto mi música como antes, porque por ejemplo, en 2000 él se compraba tres álbumes en un verano, y tenía todo el verano para escucharlos. El impacto que puede tener un álbum hoy en día es muy diferente. Se trata de soltarlo y ver qué pasa con eso. Y se trata de que uno mismo pierda el control sobre esas cosas. Me gusta mucho que se vaya transformando y que llegue a algunos lugares donde la gente lo entienda de otra manera. No me gusta tanto la idea de un autor que quiere imponer la manera en que tú puedes o tienes que escuchar su disco. Hoy hay cierto automatismo en decir, luego de que nace un álbum, “quién va a hacer las remezclas”. El gesto remezcla no me interesó tanto, me gustó más la idea de los cóvers. Siento que lo más importante de los temas son su ritmo, su melodía y la idea que está detrás, no tanto los sonidos o que sea mi voz. Por eso me interesó mucho escuchar cómo lo cantaría otra gente. Y en general, en Cómeme, tenemos mucho esa idea comunitaria de que alguien hace un arreglo, el otro lo toca, un tercero lo mezcla…

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¿Cómo fue la selección de quienes harían los cóvers?

Matías: Me era importante involucrar a gente cercana, a gente que conozco. No me interesaba invitar a gente famosa, que tuviera que escribir a algún mánager para ponerme en contacto, sino más bien el contacto directo con gente del entorno. La mayoría de los artistas involucrados son del sello, porque me importa la idea de continuidad de trabajo, que profundiza el trabajo y puedes llevarlo a otro nivel. Había invitado a más gente, pero algunos no terminaron los proyectos, pero los que están, eran los más importantes para mí. Para mí era interesante observar cómo se desprende algo que uno inventó, cómo lo interpreta alguien más. Es bonito cuando escucho, por ejemplo, las versiones de Daniel Maloso de “Rrrrr” o Zombies in Miami de “Las cruces”, porque suenan muy a ellos; en el fondo, es como si yo fuera autor y ellos intérpretes. Esas relaciones no se dan tanto en la electrónica. En Motown, por ejemplo, se operaba así: escribían el tema, luego buscaban un cantante y a una orquesta que tocaba el tema… Puede llegarse a otra profundidad en la música.

Ese carácter de Cómeme, en el que muchas de las canciones de los artistas del sello —si no es que todas— tienen rasgos que las hacen cantables o tarareables, ¿estaba pensado desde un principio o fue algo que se dio de manera casual y orgánica?

Matías: Siempre hemos muy poco conceptuales, todo lo que hemos hecho ha sido una reacción a necesidades, a cosas que nos faltaban; es un entorno de gente que fue creciendo, que fue cambiando. Pero una motivación que siempre quedó fue hacer música bailable contemporánea que nos gustara, porque en un momento nos dimos cuenta que esa onda más introspectiva, más de club, no llevaba a ningún lado. El deseo de escuchar más melodías, cosas más catchy, más tarareables, como dices tú, era muy fuerte desde un comienzo. Siempre hubo un entorno de músicos y dj’s que tocábamos muchas cosas antiguas o de otros géneros en nuestros sets. Nos dimos cuenta que lo que buscábamos no lo encontrábamos en lo que uno llamaría la electrónica actual.

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¿Por qué decidiste que fuera edición exclusiva para México?

Matías: Aunque en copia digital, internacionalmente va a estar accesible, para mí era importante profundizar en México la cosa, porque de cierta manera siento que donde más se entiende lo que estamos haciendo. Por un lado, porque es un público latino, y porque hay mucha gente –hay “sólo” 15 millones de chilenos–, pero también en las reacciones en los festivales o cuando publicamos algo, viene siempre mucha energía de México, y siento que también hay una modernidad musical que acá no la siento tanto. Acá siento que las referencias están en el pasado, mientras que la juventud mexicana parece que vive en el 2014. Eso es muy atractivo para ser músico. México entró una manera intensa e importante; fui en 2006 para un Mutek y de ahí he ido todos los años mínimo una vez. Ahora estoy casado con una mexicana, Abril, que es la jefa del sello, digamos, y tengo muchos amigos allá.

Me gustaría que me hablaras un poco sobre tres de los cóvers, que en lo personal, están siendo mis favoritos: “Una Fiesta Diferente”, de Violet; “El Camarón”, de Dany F con Tony Gallardo II, y “Rrrrr”, de Daniel Maloso & Febe.

Matías: Los elegí porque iban a ponerle un sello muy personal, que me gusta. En el caso de Violet, es una chica que no ha editado mucho, pero que en algún momento nos mandó unos demos por soundcloud a Cómeme, los escuché, me gustó, la conocí y me pareció una buena idea, porque también a veces hacer un cóver puede ser liberador para un músico que está comenzando o que no sabe del todo para dónde ir, porque así tienes la dirección, es tocar de otra manera un mismo tema. Violet lo volvió un tema más housero en un contexto del sonido actual de Portugal, que es como una fusión del house old school pero con todo ese elemento de los migrantes angolanos.

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Los amigos Tony Gallardo II y Dany F deben ser los más jóvenes de todo el compilado. A Dany F me lo encontré una vez en Medellín. Me dio unos CDs con demos suyos y me pareció muy divertido, me gustó que eran temas bastante libres, bien locos y bien bailables. Y en el caso de Tony Gallardo, fue idea de Dany F, porque no canta, o no se ha atrevido. Eligió a este chico y estoy muy contento por el hecho de ser mexicano y por ser alguien que ya ha hecho cóvers, de “Guerrero”, de Rebolledo, entonces es alguien que ya se había acercado de alguna manera al sello. Y Daniel Maloso es uno de los clásicos de Cómeme, que tenía que estar, y me gustó que eligiera ese tema, porque en el fondo, cuando escucho su interpretación, podría ser perfectamente un tema suyo.

Finalmente, ¿qué viene en la segunda mitad del año para Matias Aguayo? ¿Y qué de todo eso que lo espera en estos meses le emociona más?

Quiero seguir desarrollando mi proyecto de banda, que todavía no tiene nombre pero que seguramente vamos a interpretar canciones con The Visitor y seguramente vamos a ir con ella de gira por México. No quiero abandonar por completo la cabina de DJ, porque me gusta demasiado, pero quiero probar otras cosas. Por lo general, me gusta tener muy diferentes formatos, públicos o situaciones a los que me pueda acercar. Estoy trabajando en mucha música que va a salir, pero lo más importante para mí es tocar en vivo.

También:

Una finísima compilación de Cómeme.

Daniel Maloso, el socio mexa de Aguayo.

Technocumbia de la buena con La Yegros.