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Música

Me alisé el pelo en una peluquería glamera

Porque ser chuto y metalero no es una buena combinación.

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El pelo es mucho más que una fibra de queratina que se extiende a lo largo del cuero cabelludo de los mamíferos. Es algo que, en muchos contextos, define la identidad de una persona, sus gustos musicales, su procedencia, su cultura, su clase social, su definición sexual y hasta su afiliación política. Mientras que una cresta roja parada con jabón Rey puede identificar a un punkero, una cabeza rapada puede significar una profunda militancia a un movimiento skin. El cabello es una parte del cuerpo que la gente luce con orgullo y cuida (o descuida) con esmero. Es algo por lo que muchas personas están dispuestas a pasar horas frente al espejo y a gastar buenas sumas de dinero en productos y en peluquerías. Para muchos es una obsesión y una parte fundamental de su personalidad. Para mí, se trata de una maraña incontrolable de rizos que crece sobre mi cabeza y a la que escasamente le echo champú por las mañanas. Al ser un metalero chuto nunca he podido sentir el placer de tener el pelo golpeándome la cara mientras cabeceo en un concierto, ni he podido dejar que este llueva sobre mis hombros. Y sin embargo, tras años de intentos frustrados de bolear mecha como es, siempre he tenido curiosidad de saber cómo se siente eso de tener el pelo largo y liso como la crin de un caballo salvaje. Una cabellera sedosa y brillante como la de los escandinavos. Y es por eso que decidí dar el primer paso. Alisarme mi afro.

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Ubicada en el barrio Galerías de Bogotá, Hair Rock es una peluquería de dos pisos en la que uno puede hacerse peinados extravagantes, ponerse aretes e incluso tatuarse. Mejor dicho, el paquete completo para un rockero consagrado, justo como quien les habla. Allí fui a resolver una inquietud que tengo clavada entre pecho y garganta desde que escuché, a los doce años, el Harmony of Corruption de Napalm Death: ¿cómo me vería con un cabello formalmente metacho? Cuando se nace chuto, controlar el pelo es un tema delicado, ya que este crece desproporcionadamente y con mucho, pero mucho volumen. Es como andar con una maloka encima para siempre. Muchos compran tratamientos y cremas especiales para darle a sus rizos una formita definida, tipo Beyonce, e invierten mucha de su energía vital cuidando ese pelero, otros simplemente se rinden, algunos gastan el alisado permanente (traidores) y hay quienes simplemente lo mantiene cortico y al ras. A mí simplemente me vale verga… hasta que me pongo a fantasear con el metal.

Porque cuando se es metalero, uno pertenece a una orden en la que durante décadas el pelo largo ha sido un símbolo de libertad y rebeldía. Es un código que, si bien no es obligatorio, está muy presente en la estética del género y es una parte fundamental de la identidad de sus militantes al ser una forma muy directa de decirle al sistema: "Ándate a la mierda".

Desde Black Sabbath hasta esas bandas jimundas con nombres de enfermedades inauditas que tanto abundan en esta ciudad, los metachos hemos (o bueno, han) mantenido la sagrada costumbre de lucir con orgullo sus frondosas melenas y bolearlas por los aires como un látigo. Pero yo nunca he podido ser participe de esa noble tradición. Y la verdad, esto me ha frustrado desde niño. A pesar de que he intentado dejarme crecer el afro varias veces para ver si se convierte en un elegante y británico ondulado que cae sobre mis hombros a la Toni Iommi, es imposible. Y sí, muchos dirán que hay resto de metaleros con el pelo rizado, incluso criollos, como el gran Alex Oquendo de Masacre, pero la verdad es que hay quienes tenemos las mechas más esponjosas. Para que se hagan una idea: en los grados de chutés, que en realidad se miden desde el 2A al 4C dependiendo de qué tan marcado sea el rizo, yo estoy un grado antes del Tino.

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Es decir, soy chuto como un putas.

Y por todo esto, cuando me paré frente a Hair Rock no estaba seguro si mi pelo era alisable o si tan solo era buena idea atreverme a alisarlo. ¿Y qué tal si luego no volvía a su gloriosa voluminosidad? ¿Y qué tal si yo acababa pareciendo un emo? ¡El horror! Por suerte caí en manos de un rockero que lleva varios años en el negocio.

Apenas le dije que me quería alisar el pelo, Michael Sánchez soltó una carcajada robusta, tan robusta como él. Luego me invitó a sentarme en una de las sillas rojas estilo barbería clásica que hay en el lugar, agarró el secador y el cepilló y comenzamos a hablar. A los 15 años Michael entró al mundo de la estética porque un amigo se lo sugirió como camino para lograr la independencia financiera que tanto deseaba. Pronto se apasionó por la cuestión y descubrió que era el camino perfecto para poder vivir con libertad. Michael cuenta que, en esa primera etapa, la estética se juntó con la actitud rockera y así, él se sumergió en el estilo de vida del "haga lo que se le da la gana". “Decidimos que no tenemos que lucir de una forma especifica ni tenemos que entrar en un sistema para sobrevivir. La peluquería y la belleza nos dio la posibilidad de eso”, me cuenta mientras con el cepillo y el secador estira mi pelo hacia arriba. Cuando me veo al espejo, noto que comienzo a parecerme a un Cerati ochentero.

Esto no va bien.

Michael coge unas pinzas, la plancha y empieza a quemarme las mechas. Lo primero que siento es el calor de ese aparato sobre mi cuero cabelludo y recuerdo esa frase que dice que "la belleza duele" (no es que yo sea muy bonito… pero bueno). También pienso en lo que ha significado el pelo para la música pesada. Para muchos de nosotros, la greña larga es una especie de prohibición. Pareciera que durante décadas los únicos peinados aceptados eran corto, cortico y sin pelo. No sé si les pasó, pero a mí esta absurda ley no oficial que rige la vida de los hombres me ha fastidiado toda la vida. Durante la adolescencia, no solo tuve que aguantar los berrinches de mis progenitores cada vez que medio crecían mis rizos, sino que en el colegio a mí y a mis compas de pogo nos obligaban a volarnos el pelo, un código estético implícito que se aplica para varios aspectos de la vida diaria, desde buscar trabajo hasta conocer a la familia de la novia. Básicamente: represión.

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Históricamente el metal se ha alzado contra las imposiciones sociales y los códigos de conducta de la gente “de bien”, por eso el pelo, más que una puesta estética, ha expresado una posición política. Es una forma de ir en contra del sistema y sus imposiciones. Incluso durante una época tener el pelo largo era algo tan desafiante que era excusa suficiente para que la policía te detuviera. Es bien sabido que en Colombia a muchos metaleros de la vieja escuela los llevaban a las estaciones de policía y les cortaban la melena o les echaban Sacol en la cabeza. Era una casería de brujas. Actualmente a uno lo joden menos, pero todavía hay quienes nos ven a los metaleros como unos criminales satánicos que secuestran niños para beber su sangre. Y no.

Detengo mis reflexiones acerca del pelo cuando vuelvo sentir el calor de la plancha, esta vez cerca de mi ojo derecho. Para olvidarme del sacrilegio que estoy haciendo con mis mechas y evitar pensar que parezco uno de los de 30 Seconds to Mars, le pregunto a Michael sobre su música favorita. "El rockcito", dice, la vieja escuela tipo Zeppelin, Cream, AC/DC. También confiesa que tuvo una breve etapa en la que le gustó el death metal, pero que durante los 80 y gran parte de los 90, lo que verdaderamente le movió las tripas a este hombre que somete mi pelo al infernal calor de la plancha, fue el glam.

¿Acaso fue un calvo glamero el viejo Michael? “Tuve el cabello largo durante 25 años, pero luego me lo corte”.

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Michael me explica que el glam es una exaltación rockera del glamour y una búsqueda para darle una vistosidad recargada a la música. Él dice que uno de los elementos principales de este movimiento era la extravagancia en la forma de vestirse, peinarse y actuar. “El objetivo era llamar la atención”.

El glam nació en los 70 cuando personajes como David Bowie y Alice Cooper le dieron un toque de espectacularidad y extravagancia a su apariencia, su música y sus shows. Bandas de culto como The New York Dolls, Kiss y Queen se enmarcaron dentro de esta estética de peinados voluminosos, maquillaje, plataformas y lentejuelas, y entonces el glam se convirtió en una vistosa tormenta de colores y excesos en la que muchos querían participar.

Para personas como Michael, está claro que el glam fue una explosión que revolucionó estéticamente al rock… pero para mí y para varios de mis colegas metachos, este siempre ha sido una blasfemia. Gran culpa de este odio por las prendas ajustadas, las pañoletas en el cuello y las mechas llenas de fijador la tienen bandas como Poison, Mötley Crüe y Cinderella. Con sus pantalones de leopardo, sus botas, sus peinados exagerados y su rock de fácil digestión, las bandas del denominado "hair metal" le sacaron la piedra a más de un metalero true. Muchos amantes del pogo duro consideraron que estas bandas vendieron al metal y lo alejaron de su esencia subterránea, cruda y anticomercial para convertirlo en pop. El desprecio de los metaleros pesados hacia los glameros es legendario. Incluso hubo peleas entre bandas como Metallica contra Mötley Crüe, Iron Maiden contra Def Leppard, y Manowar contra Twisted Sister, quienes incluso se citaron para un duelo y toda la cosa pero nunca llegaron a darse en la jeta. Lástima, hubiera pagado por ver ese mechoneo. ¡Imaginen a los de a los Twisted Sister con el rímel todo corrido lanzando puños y evitando que los de Manowar les jalaran el pelo! Épico.

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La moda de los peinados extravagantes, el maquillaje marcado, la ropa colorida y el estilo de vida rockero lleno de excesos también se replicó en Bogotá y Michael vio allí una oportunidad de negocio. Cuenta que abrió con sus socios Hair Rock hace 21 años con la idea de hacer una peluquería temática centrada en el rock, en la que además de los cortes y peinados que normalmente pedía la gente, los clientes pudieran meterle volumen y color a sus cabezas. En esa época era muy mal visto que un hombre fuera estilista, pero a Michael eso le importó poco. Gracias a su peluquería tenía plata y conocía mujeres.

“La frase 'Esta noche me emborracho, picho y peleo' la cumplíamos todos los días”, dice Michael. Cuenta que cuando era más joven y lucía su frondosa melena, a él y a sus amigos les decían "pelucos" por sus peinados, sus pintas extravagantes y sus profesiones. Incluso algunos rockeros más extremos se burlaban de ellos, pero eso a los pelucos les valía verga porque como dice Michael: “Teníamos platica… nosotros no babeábamos una cerveza toda la noche, sino que pedíamos botellas”. A medida que mi pelo iba quedando liso, no podía evitar imaginarme a Michael andando en una moto rumbo a Abbott y Costello todo forrado de cuero, con candongas en sus oídos, botas de vaquero, su melena moviéndose con el viento y una mona agarrada de su cintura. Y obvio, resultaba gracioso imaginar a este tipo enorme y tranquilo que habla con un tono cándido tomando jarras de cerveza, meneando sus mechas al son de “Come On Feel The Noise” de Quiet Riot y haciendo air guitar.

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Mientras continúa su ardua labor de alisado, Michael me cuenta que la belleza y la estética se convirtieron en su estilo de vida. Al ser glamero y peluquero podía exhibir su trabajo en todo lado. Sus mechas se convirtieron en su firma y gracias a ellas ganó cierto prestigio. A lo largo de los años, este robusto personaje amante del rockcito le cortó el pelo a varios personajes de la música y la farándula criolla. Miembros de bandas clásicas de Bogotá como Darkness y Neurosis han ido a cortarse las punticas con Michael. También le pintó el pelo a Héctor Buitrago cuando salió mono en el video de “Florecita Rockera”. Una vez le dio un retoque a Juanes cuando era metalero y tocó en Bogotá junto a La Pestilencia en el legendario concierto bautizado como “La Pepsilencia”, gracias al patrocinador. El viejo Michael también le metió volumen a la melena de Marcelo Cezán cuando este intentó ser rockero, dice que le manejó la imagen a Pescao Vivo en sus inicios y que hoy trabaja con Isa Mosquera, de fama Escarcha. También le hacia el corte estilo Beverly Hills 90210 a Carlos Vives cuando era joven y una vez atendió a Marbelle en el 96, una pésima experiencia para él, ya que se las tuvo que ver con la madre de la cantante, según él, una de las personas más prepotentes y mandonas que ha conocido en la vida.

Tiene bastante cancha el viejo Michael. Menos mal mis ricitos están en buenas manos.

Le pregunto por qué se voló la greña y me responde que simplemente se mamó de cuidarla, además le gusta la manera en que su calva brilla. Minutos después, Michael me anuncia que mi cabeza está lista. “Péinese ese pelo de vez en cuando”, me indica. Entonces me miro al espejo y siento un amor renovado por mi pelo, aunque debo aceptar que es raro no sentir el poder de mi volumen.

Maldición.

Me despido de Michael y mientras recorro las calles pienso que he perdido la poca dignidad que me quedaba. Pero, ¿qué se le va a hacer? Deseo tener una mecha metalera y considero que este es un buen primer paso. Cuano llego a la oficina nadie me reconoce, aunque luego, cuando se dan cuenta que soy yo se cagan de la risa. Varias personas me dicen que debería dejarmelo así. La verdad no sé si el comentario va en serio o me están jodiendo. Hasta le envié una fotito a mi madre para conocer su opinión y vean pues…

Mi conversación con Michael sirvió para reafirmar la idea de que el metal es libertad y, claro, que sería del putas bolear mecha al estilo Chris Barnes, vocalista de Cannibal Corpse. Pero la verdad, luego de varias miradas al espejo, me quedo con mis rulos. Y es que al final el estilo del pelo da igual: el metal es algo metafísico que se lleva en el alma y que va más allá de la apariencia. Es como la marca de Caín. Desde hoy, aceptaré ser un metalero con afro. Si me ven en el pogo: cuidado. ¡Rulitos al ataque!