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Música

Fiesta, bulliyng, y policía: LNG/SHT en Colima

El domingo pasado estuvo Long Shot (se escribe sin vocales) en Colima. Sí, es el tipo de Cancún que hace “hip hop para punk rockers”.

El domingo pasado estuvo Long Shot (se escribe sin vocales) en Colima. Sí, es el tipo de Cancún que hace “hip hop para punk rockers”. El trámite de su presentación siguió el curso previsto hasta que ocurrió un episodio por demás atípico para quien aquí suscribe:

-Oigan, ¿que aquí hay un güey de la Vice?, ¿alguien sabe si vino hoy? – algo así exclamó el tipo barbado una vez que paró la música.

El de Cancún no sabía siquiera mi nombre, pero resultaba obvio que yo era el aludido, yo, Abraham García. No sé si en realidad pasó; quizá fue el efecto de la atención volcada sobre mí, pero de pronto sentí la mirada acusante de todos los presentes. Me delataban, me quedaba despojado de la distancia y la comodidad para reportar cómodo. ¡Oh, mierda!, pensé. Y no hubo más remedio que asentir que soy a quien buscaba.

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-Quiero tener una plática que rime contigo –me espetó, y a continuación escupió las palabras de un soliloquio memorizado que va de la frivolidad que hay en la industria musical y en las juventudes de la Generación Y a causa del avance del internet. Pero, oh querido lector… y esto es de lo más gracioso que me ha pasado nunca en una tocada, concierto, lo que sea… entre aquellas líneas me hacía quedar (junto a otros) más como un hipster ávido de popularidad que como un periodista musical que hace su trabajo. ¡Tan sólo por representar en ese momento el medio donde ahora mismo lees esta crónica! ¿Famoso ya por escribir para la Vice? Me río y pienso: ¡Ojalá!

Días atrás no parecía motivante asistir a la tocada. Como dije, era domingo, y con el calor húmedo infernal de Colima, anticipaba un sauna en el interior de Casa de la Lengua. Aunque hubo posibilidad de lluvia, fue buena idea montar el backline en el patio del lugar.

El gordo barbado arrancó su set sin más parafernalia que la puesta de una camisa de leñador para poder aludirse en el número de “Paranoico”. Pese a no ser más que un individuo con un ipod conectado a los amplificadores, Long Shot fue envolvente con su presencia y soltura. Y la gente se le entregó. Entre carcajadas y baile, esto parecía más una fiesta donde la carrilla a lo secundaria hace que te puedas burlar de ti mismo y no te percatas de cuánto tiempo ha pasado. Tiempo en el que ya habían sonado “27% más a la libertad”, “Wachadafunk”, “Bad Religion” o “Chollywood”.

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Fue después de “La música te odia”, tema que sí condensa en tres minutos cómo es la logística, los desaires y los desencuentros en los shows de punk rock, hubo un incidente que, según cómo se mire, y aunque sí pidió disculpas, sí podría haber dejado un poco mal parado al caribeño. Como un pedante.

Sin más, el local dj Resh encendió su equipo para hacer scratch. Long Shot decía algo y parecía obvio que continuarían juntos el resto del show. Long Shot le dijo que se detuviera para continuar lo que decía, y Resh parecía abstraído entre sus audífonos y la tornamesa sin siquiera mirarlo. Fue hasta que se le acercó a la mesa y le esgrimió con voz alta: -Oye carnal, estás aquí para hacerme el paro, no para desconcentrarme. Habría sido chido que hubiéramos ensayado algo, pero no está funcionando la dinámica –y lo despidió esbozando una sonrisa que le daba un énfasis burlón a un “Creo que la música te odia”.

Es posible que ambos se hayan equivocado, y por segundos la gente quedó en un mutismo helado, pero por igual quedó como un gag de comedia que funcionó para no dejarlos indiferentes. Porque la carrilla fue para todos. Incluso hasta para la policía, que por ahí de la media noche se estacionó frente a la entrada de atrás de Casa de la Lengua para intimidar. Los vecinos se habían quejado del ruido.

La escena era peculiar. El show, que adoleció de buena iluminación, de pronto contaba con luces azules y rojas parpadeando a la distancia cual efectos especiales. Sólo faltó el sonido de unos tiros para que fuera realmente espectacular. Long Shot comenzó a jiñarlos de frente con aquélla líneas de “El punk rock arruinó mi vida”, y pareció suficiente para que los oficiales de Villa de Álvarez preguntaran por “el cantante” una vez que terminó todo.

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Quizá lo habrían detenido, y de ser así, tal vez sería más interesante este texto donde sólo queda narrar el final de la presentación. Ya se había despedido “el cantante”, pero no se hizo del rogar cuando le demandaron “Francesca Carpinelli”, con el que fue levantado entre brazos. En esta velada de la escena colimense de punk rock no hubo golpes de slam salvo en el final “Fe ciega para sordos”. Y así acabó.

Ah, por poco y lo dejaba de lado. Las bandas locales Yemen, Opus 47 y Rosa Gloria Chagoyán también tocaron. Pero algo pasa: Desde un tiempo para acá siempre lo hacen. No es que esto sea bueno o malo, pero aunque siempre puede ser “una experiencia diferente”, se cae un poco en la repetición. Y esto es porque estas bandas, junto a AVE, son todos el Colectivo Banana y el Colectivo A Mano.

Es obvio que si traen a una banda de fuera, ellos van a tocar e invitarán a que toque alguna del otro colectivo, pero hace falta un recambio, un roster más amplio de bandas o más gente que se involucre con ellos para organizar shows.

Venimos de un Festival Gördest en mayo con catorce grupos que sí afianzó confianza en la llamada escena (ok, no escribí nada, pero sólo quería ver a las bandas como cualquier otro), pero qué va a pasar cuando llegue el día en que la audiencia piense: ¡No quiero ir porque siempre tocan los mismos!