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Música

Boom Full Meke!

De Barranquilla para el mundo, pasando por Bogotá, dos champeteros originales le apuestan al vacile picotero global.

Vacile. Meke. Repike. Plaka. Terapia. Makia. Algareteo. Talla. Rastrillo. Pase.

Este viaje está plagado de un sinfín de vocablos coletos que hacen sentir a cualquier rolo como un escandinavo en su propia patria.

Pero… ¿acaso qué coños significa "coleto"?

Intentaremos explicarlo.

En la jerga de La Arenosa, el coleto viene siendo algo así como el nieto lejano del pimp funkero o del rude boy jamaiquino, o el hijo bastardo del llamado "bacán", ese personaje de traje y calzado rechinante que, a medio camino entre un gánster y un dandy, fue protagonista central de las primeras verbenas de la costa Caribe colombiana. Hoy, es algo así como el hijo menor de Juanito Alimaña. Como un nigga de barrio. Un vale medio ñero, medio callejero y medio malandro que no solo ha cultivado y estilizado unos atributos estrafalarios (su pinta, su argot, su forma de caminar) como un sello de exclusividad personal, sino como una manifestación altanera y a la vez gozona contra la moral de las corbatas y su absoluta carencia de vibra vital.

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Lo de siempre: el perreo contra el vals.

Para comprender el rollo del Monosóniko Champetúo y su cuadro B Clip, un binomio de quilleros fluorescentes y supremamente versados a la hora de desenmarañar la compleja naturaleza de un acto que han bautizado Boom Full Meke y que llevan envenenando hace poco menos de seis meses en su base de operaciones en Chapinero, no es necesario ponerse sociológicos. Un esqueletico promedio basta para padecer su trancazo y comprender, como se debe, qué mondá es lo que se traen entre vatios.

(Y aquí hago un paréntesis para aclarar que, en costeño, "mondá" significa 'falo').

El Monosóniko es un personaje que, por sus maneras, pero sobre todo por sus guayaberas selváticas y su tumbao peculiar, se ha hecho popular en el vasto zoológico nocturno del siempre etílico under bogotano. Pero no solo por su condición de guacamaya, la verdad, sino porque en tiempos en que la nueva ola de música tropical colombiana, el frente más feroz de la alternativa local, se fabrica desde la fría capital con base en una idealización casi fetichista de la cultura picotera del Caribe, él es de los únicos del club que creció tirando pase al repike de esos mitológicos sistemas de sonido que son el centro de la verbena popular de la costa Atlántica y los principales catalizadores de un género de culto entre el más selecto bailador de la contra local: la champeta. Por lo tanto, se le respeta como un original. Con frecuencia, se le suele ver por ahí en el fondo de bares como Latino Power, haciendo sudar al respetable con actos como La Universidad de La Champeta o La Tribu Baharú, siempre abrazado a una vieja y trajinada organetica que bien puede ser su tesoro más preciado.

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"Tú sabe: tiene efectos como el láser, el perro, el león, dos bongós y hasta un sampler para tirá placa", dice mientras muestra su juguete. Entonces acerca la boca a su precario micrófono incorporado y grita "¡Sóbala Nico!", para después oprimir un botón y sonreír al tiempo que la maquinita lo remeda con voz de superhéroe de Nichiman. "Es la Casio SK 5", concluye orgulloso, como un padre que acaba de presenciar la primera visita no asistida al retrete de su infante.

Presentada en 1987, pero muy pronto descontinuada, esta pequeña baratija musical que muchos recibimos como regalo de primera comunión y desechamos tras dos o tres intentos frustrados de tocar Cielito lindo, es para la movida champetera lo que a finales de los 80 fue el Roland 303 para el acid house de Chicago: un invento japonés que nunca sirvió para lo que fue diseñado, sino para algo que jamás estuvo entre los planes: avivar un poderoso movimiento cultural.

En este caso, el del vacile picotero.

Es decir: la primera expresión de electrónica colombiana.

Pero, ¿y qué carajos significa el dichoso "vacile picotero"? "Es un hijo de la champeta", explica B Clip, el valemía del Mono en este experimento sónico. "Básicamente, el remix de un tema hecho en vivo por un picó. La vuelta es pillar una canción con un buen golpe y un buen loop y montársele encima con el perreo de la SK5, las placas y algunas baterías electrónicas".

No hace falta sino recordar algunos clásicos del baile lascivo como el que dice "ya le cogí el maní a la suegra" o aquel otro del "chocho bonito" para entender de qué se trata esta innovación popularizada desde finales de los ochenta y principios de los noventa por el que es, merecidamente, el picó más importante de Colombia en la actualidad: el Rey de Rocha, conocido por cercanos seguidores como estos, como Reynaldo. Una base musical, generalmente una champeta criolla con ADN costeño, africano y caribeño, coronada por una improvisación de efectos baratos (lásers, leones rugiendo, perritos ladrando, tambores digitales), las populares placas o "lemas" del picó y un fraseo jocoso de doble sentido sexual, tan fino como guarro. Una amalgama musical que, aparte de sus atributos afrodisíacos, técnicamente ya era remix, mashup, 8 bit, tropical bass y hasta live act mucho antes de que la electrónica alcanzara su auge global.

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Más que un productor, B es un deformador absoluto de cualquier eventual sonido que pueda inscribirse dentro de lo que llaman "global bass", desde el dubstep hasta el trap, pasando por el kuduro, el crunk, el moombahton y el dancehall. Ríe mientras confiesa que como sus conocimientos de producción son más bien limitados, él se conforma con coger cualquier sonido y "volverlo mierda hasta que quede lo más coleto posible". O sea, engallarlo hasta la repelencia y llevarlo al límite de lo bajo. Siguiendo la premisa de su escuela, esa que lo obliga a dar con el sonido más exclusivo, más surreal y más salvaje, al integrar su particular interpretación de los ritmos del bajo global, sumarle algareteo picotero, dembow dominicano y un twist personal crudo y agresivo, lo que resulta es una base corpulenta y corrosiva, barriobajera y desfigurada que, apareada con el perreo efectivo y la sucia verborrea de su socio animador, promete un futuro brillante para la descendencia champetera en el dancefloor universal.

"La champeta está listica para salir al mundo. Ya tiene casi cuarenta años, un back up y un linaje muy sólido. La idea es cogerla e incorporarla a un paisaje global con el que además tiene muchos elementos en común", dice. Y tiene sentido. Desde Buraka Som Systema hasta Major Lazer, pasando por 3Ball MTY hasta Systema Solar, los sound systems más fresquitos y poderosos de la actualidad son también aquellos que han perpetrado las conexiones más extremas entre distintos puntos del gueto global, evidenciando, en últimas, no solo que el barrio es el mismo en Soledad y en Luanda, sino que el coleto es el mismo personaje aquí y allá. Alguien que va por el mundo, aletoso y vibrante, clavando sus espuelas coloridas en la carne de una plana realidad.

¿Global perreo? ¿Post-vacile? ¿Bass champeta? ¿Cole-TK? ¿Picodélica? Llámenlo como les parezca. Para estos cuadros, Boom Full Meke es "el picó evolucionado: un sonido superior a cualquiera en meke: o sea, en la fuerza del golpe y el bajo".

O sea: el perro con el ladrido más bravo.

Aunque aún no han hecho mucha presencia en tarimas locales, el Mono y el B se toman su tiempo para preparar su descarga desde su centro de operaciones en Chapinero. Menos tarde que temprano, planean tomarse la pista desde abajo para sacarle un par de ronchas en las patas a todo aquel que no haya aceitado su calzado con la sustancia que es.

Es decir: con una dosis de grasita justa y necesaria.