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Música

De Texas a Ecuador: Tecnocumbia, el sándwich de sabor

¿Han escuchado a Delfín o el tema “Mi conejito” de Los Conquistadores? Si su respuesta es afirmativa usted tiene mucho que agradecerle a la familia Quintanilla y a esa maravilla sacada de la manga llamada tecnocumbia.

En el examen venían tres preguntas de esas capciosas, que son una trampa, que sabes que no tienen respuesta concreta, pero… “¿En dónde está la playa artificial más cálida de EU?, ¿cuáles son los tres elementos a considerar en un buen helado de Panditas?” Y, la más difícil de todas: “Mencione tres exponentes de la tecnocumbia”.

Sí, le atinaste, Selena fue uno de ellos, pero ¿y luego? Así como la Atlántida, los dragones orientales y los unicornios, la tecnocumbia es uno de esos subgéneros musicales que tenía muy buena pinta para ser un boom generacional sin parangón, pero que no terminó por cuajar del todo. Por eso, muchos no conocemos a bien su génesis o algo más allá de la reina del Tex Mex.

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Sin embargo, tras horas nalga de baile, sabrosura y sudorosa discusión, nos dimos a la tarea de indagar en los archivos clasificados de la cumbia, el baúl de la vergüenza de los archivistas mexicanos y llegamos que al igual que Dios, la tecnocumbia no existe…pero es.

Dicen por ahí que Estados Unidos crea un ritmo y el Reino Unido llega a mejorarlo. Más allá de esa ambigua y sonsa premisa, el símil funciona para explicar lo que sucede en México: el sur suele salir con algo bueno, llega el norte y parte traseros. Y los hace menear macizo.

Durante la última década de los ochenta e inicios de los noventa, en el extremo contrario de la música ranchera, la mejor balada romántica y la música grupera, la cumbia seguía imperando en las cantinas improvisadas y las pistas de baile más cutres del sureste mexicano. Sin embargo, ya no era la cumbia de antes, aquella que abrevaba del rock, la chicha peruana, el son cubano y la identidad colombiana, era una nueva era: la cumbia comenzaba a imitar al norte, ese territorio limítrofe al que nunca le ha dado pena ver directamente a los ojos, medirse el chile con el de al lado y usar los artefactos más sofisticados para hacerlos sonar de la peor manera.

De a poco, la cumbia del sur mexicano comenzó a incorporar teclado como los que usaban Los Temerarios, aceleró y sexualizó su ritmo, le metió con fuerza y ganas a las baterías eléctricas y los bajos con ecualizaciones muy agudas y cromadas. Mientras tanto, los rancheros del norte seguían perfeccionando la balada romántica con la influencia que la música texana estaba imprimiendo con mayor notoriedad. No por nada, los primeros discos de Joan Sebastian están plagados de ese tufillo vivaracho-country tan característico, estamos hablando de los estertores de los setenta, época en la que el cantante que cambió su nombre del original José Manuel Figueroa vivía en Chicago, influenciado por las tejanas y los vaqueros güeros.

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Pero la música tejana de los ochenta comenzaba también a abrir sus horizontes, a tal grado que Houston se dio cuenta de la influencia de la cumbia y la música ranchera en su country, que decidió hacerlo orgullo nacional, legitimarlo de alguna manera para crear una identidad que no era ni gringa ni mexicana inmigrante, sino completamente chicana, pocha, sabrosa: morenos con teclados Yamaha y sets de percusiones eléctricas intentando imitar a Los Tigres del Norte, Los Bukis o Los Bravos del Norte con un español mal masticado y un inglés apropiado como Dios les daba a entender. A tal grado llegó dicho fervor, que se convirtió en el orgullo nacional de Texas y en 1980 se instaura el Tejano Music Awards, certamen musical que acarreaba lo mejor de esa tendencia convertida a fuerza en género. Pasaron sólo siete años, para que de ahí se gestara su máxima figura: Selena Quintanilla, quien en ese entonces tenía solo quince años y que tan sólo un par de años después perfeccionaría el Tex Mex como género creado, como apropiación cultural, como una hamburguesa con el resto de guacamole.

El Tex Mex castigó la zona norte de México y la franja fronteriza de Estados Unidos durante la segunda mitad de los ochenta, sus últimos tres años para ser precisos, con grupos como La Mafia o Los Dinos, este último grupo-negocio familiar que se había convertido en una simple banda soporte de Selena, quien estaba creciendo su fama como la espuma.

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El padre de Selena, más que músico hombre hábil y visionario, se encontraba muy al pendiente de los intereses de su hija y siempre procuró acercarle músicos y productores arrojados. La cumbia siempre fue un género habitual en la casa de los Quintanilla, al igual que el mariachi y la música norteña. El éxito del producto musical que desarrollaba su hija no se limitaba al Tex Mex, sino que vio una fuerte veta en la peor acepción del término “fusión”, mezclando pop y lo que se le topara en el camino. Una de esas cosas fueron los sonidos sintéticos y similares al láser de las percusiones eléctricas y los teclados con bancos infinitos de “instrumentos” de gran tamaño.

El sonido Tex Mex adquirió importancia y coherencia con Los Dinos, quienes no daban una, con tanto cambio de estilo, mismo que en 1988 comenzaron a perfeccionar al lado de Selena, quien sonaba a una cantante ranchera de bodas cualquiera. Hasta que llegó el tema con el que todo mundo voltearía a verle las nalgas: “Baila esta cumbia”, rolota que abusaba del efecto teclado y los láser que nada tienen que ver con la música electrónica de beats y clubs de moda noventera.

“Baila esta cumbia”, tema de 1990 perteneciente al disco Ven Conmigo (noveno en su carrera musical y segundo como solista), no sólo le abrió la llave del éxito en México, sino que afianzó su repercusión como icono cultural de Texas y comenzó a escucharse en Sudamérica, territorio en donde la música es algo serio. El debut de Selena en el show de Verónica Castro ese año tuvo tal arrastre, que no tardarían ni ocho meses para que saliera una primera recopilación del fenómeno Tex Mex del momento. El tema es el antecedente directo del género inventado llamado tecnocumbia, que no se conocería como tal hasta 1994, en el disco Amor Prohibido, el cual incluye el tema con ese nombre: “Techno cumbia”, que aunque puso la moda y el estilo en el mapa, en boca de todos, lo cierto es que la pieza deja que desear con el resto de canciones que conocemos bajo el mote de tecnocumbia, como lo es la fresca “Baila esta cumbia”, “El chico del apartamento 512”, o cualquier cumbia revolucionada de Mi Banda el Mexicano.

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Y precisamente cabe hacer la aclaración de que si bien las loas y palmas van para Selena (terriblemente asesinada en 1995), el género encuentra referentes muy claros en las canciones más festivas y menos rancheras de La Mafia, Los Bukis, muy fuertemente de los veracruzanos versátiles y jocosos de Los Joao, y en menor medida de Los Flamers y los amos del tecladito adolorido Grupo Samuray.

La tecnocumbia nunca fue reconocida abiertamente como género, salvo durante un instante muy breve de 1994 gracias a Telemundo y Televisa, sin embargo el sonido fue practicado por bandas derivadas del género romántico, como Mandingo, Grupo Liberación o Los Guardianes del Amor.

La tecnocumbia estaba echada: era cumbia, y no, pero revolucionadota: un género que se acoplaba a varias tradiciones y a ninguna. El estilo y sonido de “Baila esta cumbia” fue imitado no sólo por muchos grupos versátiles de la ciudad de México, sino que en Sudamérica comenzó a verse como potencial fuente de ingresos para grupos fantasmas de Perú, Bolivia, pero sobre todo en Ecuador donde sí lo convirtieron en género musical con fuerte arraigo en su televisión popular y que sonaba aún más bizarro, acelerado y sexual que nunca.

Los instrumentos electrónicos inundaron América Latina a la par que en México, por lo que la influencia de la tecnocumbia fue apropiada con los recursos que ya había a finales de los ochenta: solos “roqueros”, redobles sintéticos, y teclados que sustituyen las secciones de metales y “cuerdas orquestales”.

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De los pocos artistas ubicados en el género se encuentra el sabrosísimo salvadoreño Marito Rivera y su Grupo Bravo, que más que tecnocumbia suenan a La Sonora Dinamita; a Colombia nunca llegó el boom tecnocumbioso, pero si había algo llamado “tecnotrópical”, terreno en donde los degenerados de Caramelo Caliente castigan padre; Perú tiene sus encantos que anteceden a La Tigresa del Oriente y que se emparentan con la tecnocumbia, pero ahí se le conoce como Banda-Techno. Beto Cuestas es el peruano más moderno y arrojado del género; Los Ronish de Bolivia son los amos y maestros de este estilo. Argentina tiene una relación especial con la cumbia y son medio piedras para los temas electrónicos, por lo que la tecnobanda le hizo los mandados y se quedaron con su mood villero, con ligeras variantes electrónicas. No más.

Ecuador es un tema aparte, la tecnocumbia es un género “verdadero” bien reconocido y que alimenta a varias familias. Justo ahí donde Selena tirara tristemente su estafeta, Ecuador vio una beta de oportunidad a mediados de los noventa, con la banda Súper Sensación Latina del Ecuador como un primer antecedente. En 1994 su canción “El escritorio” se convirtió el hit de todo Ecuador, no por nada La Tigresa del Oriente ha refriteado la canción y el sonido a más no poder.

Si bien la tecnocumbia ecuatoriana ya no tiene el mismo ingrediente jocoso y con chispa de sus inicios, que grupos como Jazmín la Tumbadora, Omayra (quien parece querer imitar a Selena todo el tiempo, pero en plan cutrón) o las simpaticonas Las Chicas Dulces regurgitaran en sus melodías, lo cierto es que aún sigue siendo rentable en los locales de Ecuador, pero sobre todo en Youtube, en donde variantes infames como la tecnochicha, que sí, abreva de la chicha amazónica, o mezclas harto extravagantes como el tecnopaseíto (indispensable oir a la chulísima Sanyi) o tecnopasacalle son un rotundo éxito.

¿Han escuchado a Delfín o el tema “Mi conejito” de Los Conquistadores? Si su respuesta es afirmativa y viene acompañada de una sonrisa franca, usted tiene mucho que agradecerle a la familia Quintanilla y a esa maravilla sacada de la manga llamada tecnocumbia.

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