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Música

Lado A: Folsom Street Fair en 33´´ - Entre Saint Joseph y Naked Chorizo

Dos días de sadomasoquismo homosexual en San Francisco.

El escenario sobre la 6th Street del domingo 29 de septiembre, a eso del cuarto para el medio día, una vez cruzando el doble sentido de la gran avenida Market Street que de alguna manera parte a la ciudad de San Francisco en dos, es el siguiente: hombres, caminando colina abajo, la mayoría con el torso desnudo, cuya diversidad empieza de la cintura para abajo.

Es decir: algunos llevan pantalones de cuero conocidos en el argot del mundo del cuero como chaps; otros llevan chaps a los que les han desprendido la parte trasera, es decir, van con las nalgas de fuera; otros más se adelantan con unas faldas también de cuero y corte escocés, combinadas con botas mineras. También hay shorts con vivos blancos a las orillas y calcetas deportivas, shorts de cueros, shorts de mezclilla deshilachados - lo importante es ir disfrazado con algo que dispare fantasías propias del fetiche leather. Yo, por ejemplo, me he puesto unos jeans negros ajustados y rebanados de las rodillas, Dr. Martens negras de 8 agujeros, calcetas rojas con vivos blancos, la camiseta que tiene una impresión de Tom of Finland, tirantes. Voy como pandillero skinhead, en puto.

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Mientras más nos acercamos a la calle de Folsom, se acumulan más indigentes en las la esquinas de la 6th Street. Nos ven con ganas de atracarnos unos dólares amablemente, más que escandalizados. Ponen esa mirada de misericordia chantajista y ensayada que puede conmover a los gringos pero no al ojo del tercer mundo, acostumbrado a sortear miserias peores. Los homeless de aquí extienden la mano a cambio del equivalente a un taco en México pero desde sillas de ruedas motorizadas. La 6th Street, en su tramo de Market Street y hasta Folsom, está saturada de casas de asistencia y hoteles de mala muerte, con las entradas percudidas, sucias, grafiteadas y basura acumulada entre la puerta y una reja; hay más algodones que envolturas de comida chatarra.

Los beats de secuencias electrónicas ya empiezan a escucharse a lo lejos. Es inevitable que la excitación se te suba a la garganta, imaginando que tendrás sexo gay igual de epiléptico o mejor a los videos porno que vemos allá en México, a solas o como fondo visual en esas citas de sexo anónimo. Muchas y de las más importantes casas productoras de videos porno gay se encuentran en esta ciudad y en esta calle, desde las legendarias Colton, Falcon o Tintan Media hasta las nuevas como Treasure Island Media. Seguramente justo ahora, mientras Alex y yo nos aproximamos a las barreras de seguridad de la Folsom Street Fair 2013, ya se está rodando alguna penetración que será editada en un DVD edición especial alusivo a la feria con una oferta especial para la versión online.

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Folsom Street Fair es el matutino, masivo y doloroso evento que clausura la Leather Pride Week de San Francisco. Se lleva a cabo ininterrumpidamente desde 1984 el último domingo de septiembre. Su montaje es como el de cualquier feria sin fines de lucro en su imaginario más tradicional: stands de exhibición y ventas de productos, puestos de comida y cerveza, cuatro escenarios con tornamesas y música en vivo. La única diferencia aquí es el tema: la Folsom Street Fair es la feria de sadomasoquismo, bondage y filias similares más importante del mundo. Nació pensado para una audiencia homosexual, pero a lo largo de estos 29 años se han ido sumando lesbianas, comunidad trans, y sobretodo muchos camaradas bugas, entre ellos curiosos y masoquistas de clóset, que encuentran en la Folsom Street Fair un buen sitio para disfrutar del fuete sin ser vistos como discapacitados morales.

Alex y yo somos dos de las más de medio millón de personas que es capaz de convocar esta feria cada año según sus organizadores. Para atravesar las barrera de seguridad necesitas demostrar que eres mayor de 18 años con algún documento legal y depositar 10 dólares en un bote de lata a manera de donativo, que de 10 en 10 han llegado a juntar hasta más de 300,000 dólares que después son entregados a distintas organizaciones, ONG´s y asociaciones civiles, la mayoría especializadas en el tema del VIH.

Decidimos que es buena idea empezar este rudo domingo con un par de mimosas de cinco dólares servidas en vaso de plástico. Apenas si conozco a este Alex que camina junto a mí y yo ya ando robándole besos, creo que a su pesar. Ha venido desde Monterrey, sólo nos hemos visto un fin de semana de julio, hablando un chingo por todas las vías de comunicación posibles y ya estamos brindando con mimosas frente a un tipo encuerado a excepción del arnés de cuero, que habla por celular al mismo tiempo que fajonea con otro tipo utilizando un poste negro como apoyo.

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Brindamos y tratamos de minimizar las diferencias de la noche anterior hasta los talones, hasta un punto donde sean un recuerdo cagado y no una bomba de tiempo cuya dinamita sean los resentimientos. Bueno, al menos es lo que yo intento. Anoche estuvimos a punto de reventarnos la madre y tumbarnos los dientes justo en este mismo punto en el que ahora chocamos los vasos de plástico: el arco rectangular con tiras negras que es el entrada al Powerhouse, uno de los bares leather de Folsom. Que la feria se lleve en esta calle no es el resultado de una planeación urbanística, ni que los encargados del ayuntamiento de San Francisco en otorgar los permiso para esta clase de eventos vean a los gays tan feíto como para prestarles ese tramo próximo a la 6th Street con sus indigentes de primer mundo y heroinómanos condenados a morir de sobredosis en cualquier momento: pasa que entre la 7th y la 10th (la misma extensión de la Feria) se encuentran acumulados los bares leather más prístinos y desinhibidos de todo San Francisco y sus alrededores, en medio de bodegas elevadas, talleres industriales de todo tipo y enormes estacionamientos donde guardan los camiones del sistema de transporte público MUNI. Nada que ver con las tiendas de cremas especializadas para en la tez masculina, los bares gourmet o las boutiques en las que sólo venden revisteros suecos que abundan en la legendaria Castro Street. El Powerhouse es uno de ellos.

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Cuando pasamos frente a un stand en el que un señor calvo y de barriga descuidada hace amagos como de estar afilando tiernamente un látigo que en cuestión de segundos dejará caer en la nalgas de un veinteañero ya amarrado a una estructura, la cabeza hundida en las ansias y el exhibicionismo y las nalgas apuntando al aire, Alex me pregunta: “¿No te parece bello que en este contexto de cachetadas y nalgadas y escupidas, reine una paz como esas que tanto pregona la iglesia católica?”

Tiene razón. Veo la entrada del Powerhouse que ha quedado atrás de nosotros y me acuerdo de nuestro altercado que por fortuna no pasó a mayores. No es por nada pero el profe dice que tengo una forma muy precisa de soltar los upper.

En términos de borracheras, lo de la madrugada anterior había sido una babosada. El Alex y yo terminamos haciendo una histérica fila con tal de sentir la fogosidad del Powerhouse y su fiesta especial previa a la Folsom Street Fair en la que solo había hombres medio encuerados. Supongo que nada más atravesamos esas tiras y el olor a cervezas y axilas sin desodorantes, junto al hecho de que la cantina estaba tan a reventar que no podías dar un paso sin restregarte con una bragueta o una nalga, nos puso descontroladamente calientes. Lo que pasa cuando la sinapsis decide darse en la punta de la verga.

Creo que, como todo en esta vida, la fantasía de San Francisco y su postal de Disneyland Gay mostró su otro lado, sus colmillos y hasta las muelas carcomidas de caries. La caries del deseo. Tantos hombres inflados de suplementos alimenticios que venden en botes de 10 kilos, tantas cabezas rapadas y barbas, tantos videos porno en las esquinas del techo, tantas vergas de tamaños que pueden acomplejar, la música electrónica que era un circuit music abrasivo y atípico, el olor a poppers extraviándose entre las luces rojas, te orillan a pensar que si no tienes sexo ahí y ahora eres un homosexual perdedor, el más feo, apestado.

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A mí me gusta que rebasen los 40 y Alex se vuelve loco con los twinks, como se le denomina en el argot porno a los hombres de apariencia efeba estrictamente lampiños. Supongo que nuestras fantasías privadas chocaron con las posibilidades de la líbido gay tan romantizado de San Francisco que en menos que lo que dura un remix de Rihanna se acumuló como cálculo en el riñón, provocando mariposas en el estómago y unas ganas de que la tensión se escupa de una vez por todas; después de todo, el Alex y yo sólo nos habíamos visto un fin de semana en julio y la frustración tocándonos en el hombro… en fin. Por la mañana desayunamos bagels y omelettes y una botella de champaña, repasamos los hechos entre carcajadas y bueno, ahora estamos besándonos frente a un tipo que en cuestión de segundos recibirá una lluvia de latigazos sobre las nalgas. Por cierto, hay como unos seis hombres esperando el turno de someterse ante el señor calvo.

Es cierto, hasta la nalgada más fúrica se suelta en contexto de amistad y respeto, si, como la paz de la iglesia católica. ç

(Continuará…)