FYI.

This story is over 5 years old.

Música

Puto Vinil: Fuck around the world

Te presentamos en exclusiva un adelanto de "Puto Vinil", trabajo que será publicado por la editorial RHYTHM & BOOKS como parte de las celebraciones de su V Aniversario y, probablemente, será el libro más gay de 2014.

Foto de Nicola Okin Frioli

Te presentamos en exclusiva un adelanto de "Puto Vinil", trabajo que será publicado por la editorial RHYTHM & BOOKS como parte de las celebraciones de su V Aniversario y, probablemente, será el libro más gay de 2014.

Hageos 1:5

"Pues así ha dicho Jehová de los ejércitos: Meditad bien sobre vuestros caminos. "

Es un tanto repetitivo el Señor Jehová de los Ejércitos, en particular en la carretera de Oaxaca a Juchitán. Prácticamente en cada piedra, a lo largo de cientos de kilómetros, integrantes de alguna secta cristiana grafitean los versículos del Antiguo Testamento que imagino les parecen las más apropiadas para advertir a los peregrinos. Así han construido el roadtrip que Flanders (el vecino de Homero Simpson) hubiera soñado en la más húmeda de sus noches.

Publicidad

"¿No traes rock cristiano en el iPod?" Nos reímos como niños y luego entramos en ese trance personal que sólo sucede en las carreteras. Wences sabe lo que hace y su memoria se escribe en música. Cada rola que pone tiene su sentido y yo no tengo queja alguna. A veces hay que dejar que el DJ haga su trabajo y abandonarse a su orfebrería.

Adoro manejar trechos largos, con el cerebro en piloto automático, reflexionar y hacerme preguntas como: "¿qué hago aquí con este psicópata?". Ambos nos hemos tratado de lastimar muchas veces y apenas nos hemos visto unos ocho días en total. Apenas hace unas semanas me juró a gritos que dejaría mi dentadura afuera de una fiesta entre Insurgentes y Monterrey en el D.F. y gracias a la intervención de un célebre escritor que contaba con oportunas dosis de paliativos psicotrópicos, se pudo detener el pleito que, evidentemente, iba a terminar conmigo sangrando en el piso como lo describía Wences en su delirio de mezcal. Y lo acepto, no duraría ni medio round frente a los puños de esta pinche loca boxeadora. Terminamos bailando abrazados y a besos en un escenario oscuro en el que sonaban Los Smiths, hasta el huevo de lo que esnifamos en la banqueta iluminada por las luces de la estación del metrobús. Al inicio de esa noche Carlos Velázquez, autor de La Biblia Vaquera en el 2012, había escrito una nota profética en mi copia de su exitoso libro del 2013, para la que pedí su autógrafo: "El karma de andar con Wences". Velazquez 1:1.

Publicidad

Llegamos a Juchitán y descansamos en el hotel hasta que el hambre nos puso a caminar hacia la plaza central, donde se pone un mercado de comida. Creímos, por la hora, que estaríancerrando y preguntamos si todavía quedaba algo para cenar. "Si nos acabamos de poner, nosotros nos vamos a las 6 de la mañana". Nos quedó claro que Juchitán nunca cierra. Mientras cenábamos Wences me hizo notar que, a diferencia de otros lugares de Oaxaca, aquí no nos abruman los limosneros expertos del negocio de la miseria. En ese momento se nos acercó un muchacho de unos 25 años y nos pidió para un taco. Nos comentó que era guatemalteco e iba en dirección a los Estados Unidos. Sus ojos reflejaron el escalofrío que sentí inmediatamente y se despidió con cierto nerviosismo. El Padre Solalinde mantiene sus albergues cerca de Juchitán, le comenté a Wenceslao, este compa va derecho para La Bestia, el tren donde los zetas y nuestra migra se ceban de los más pobres del continente.

Fuimos después a ver una exposición de fotografía y pintura de temática muxe en la casa de la cultura, al lado de la capilla de San Vicente Ferrer. Llegamos tarde, pero ahí estaban aún algunos expositores y modelos muxes, quienes nos explicaron que el evento era el último de la semana de la diversidad que se realiza desde hace una década, "porque no todo es pachanga, fiesta y desmadre…”

Foto via Hufftington Post

La regada

Encontré al Doctor Eli Valentín Bartolo Marcial, probablemente el experto más reconocido en el tema muxe, a través de una querida amiga oaxaqueña de ascendencia juchiteca que conocí en Monterrey. Hace unos años fui invitado a su boda en la parte alta de la sierra y ahí viví el mejor rave de mi vida. Un fantástico aquelarre al que sólo asistimos los que pudimos quedarnos hasta el día siguiente. Amén de excelente comida y gala, hubo bailes oaxaqueños tradicionales seguidos de un DJ que no dejó de tocar incluso ante la inclemente lluvia. En el after party, la música a cargo de los borrachos que quedábamos, terminó haciendo de esa boda la más brutal jamás soñada.

Publicidad

Algunos terminaron —literalmente— en una espontánea escena erótica en el pequeño baño de aquel salón. Yo, por mi parte, iba acompañado de un querido amigo que me traía, igual que yo a él, muchas ganas, y esa madrugada probamos la fortaleza de los amortiguadores de mi auto en el cerro, rodeados de pinos, marcando el vaho helado de las ventanas entre bramidos y manotazos.

Otro más, sufrió el lado oscuro de la discapacidad: ¿qué hace un buga buena onda y tolerante cuando un homosexual con debilidad visual probada y alcoholemia evidente se escurre dentro del sleeping bag a las 04:30 am de esa gran boda en medio de ninguna parte, Nuevo León? Mi querido amigo igualmente alcoholizado sorteó el asunto simple y caballerosamente expresando que no le apetecía ser acariciado por un tipo en la madrugada y nada pasó a mayores.

Esa lejana noche serrana, a miles de kilómetros de Oaxaca, entendí que algo había en Juchitán que aprender. Que hay quien entiende que la vida es para lo que sucede en la fiesta y que vale la pena dedicarse a celebrar sin hacer demasiadas preguntas. Mi amiga conoce personalmente a Eli Bartolo a quien entrevistamos la mañana siguiente a la regada de la fruta en el restaurante El Internacional.

Tras el desfile de la regada de la fruta, en ese chiringuito al que invitaron a Wences a beber, yo me había enfrascado en una discusión con un profesor de la coordinadora local, a la que esa mañana el periódico acusaba de causar violencia entre la población, mientras me seguían pasando, el Alemán y sus compinches, Tecate tras Tecate tamaño jumbo.

Publicidad

El profesor miraba con desconfianza la forma en la que yo escribía algunos detalles en mi libreta. ¿De dónde vienen?, ¿por qué preguntan tantas cosas? respondió cuando pregunté su nombre, luego de que dije que, por lo que había leído y escuchado en los medios locales, me parecía que en Juchitán había una rica vida política local. Me tomó un tiempo convencerlo de que veníamos a nombre de una revista de viajes y tuve que amagar con mostrarle el ejemplar en el que aparece el nombre Wences, pero que no traíamos en ese momento. Fue suficiente la presión social de los amigos con los que conversábamos para imponer la natural amabilidad juchiteca.

El profesor me abrazó y empezó a explicarme a grandes rasgos los retos del magisterio en su región y, finalmente, me dejó en claro la función que cumple la regada de la fruta no sólo en esta vela, sino en todas las que se hacen en honor a los diversos santos que se veneran en el pueblo.

—Aquí en Juchitán el regalo significa algo especial —me dijo—, avientan estas vasijas de plástico que todo mundo puede comprar por nada en el mercado, en otras velas avientan flores. Los regalos no valen nada materialmente. Pero yo te la regalo a ti, porque eres mi amigo, sin esperar nada a cambio.

Y así quedé con el profesor, como amigos, con una vasija de plástico en la mano.

De ahí Wences y yo caminamos buscando el mejor lugar. El restaurant bar El Jardín se encuentra a dos o tres cuadras del centro, muy cerca del puente que cruza el río de los Perros hacia la calle del hotel Xcaanda. Tiene un espejo en mi memoria, el célebre Bar Jardín en Monterrey donde tradicionalmente llegan lo mismo poetas, albañiles, pintores de todas las brochas, vestidas y chavales calientes a beber caguamas hasta el amanecer, al menos en los buenos tiempos en los que Monterrey nos permitía verlo en la madrugada.

Publicidad

Nos sentamos en la barra y empezamos a mezcalear fuerte de una botella en la que se curaba una yerba que parecía hinojo, quizás toronjil. Sospecho que una de esas que las abuelas en México mantienen en su botiquín para calmar a los niños traviesos. El resultado —un sabor de agave ahumado, fresco y anisado, sin ser dulce— fue tan bueno que nos la terminamos entera y ahí no quedó la cosa. Luego de una botana de quesillo pedimos la segunda, un mezcal delicado y simple, de la que tampoco dejamos nada.

En la esquina opuesta de la gran barra, conversaban unos guapos ingenieros, probablemente españoles empleados de Iberdrola. Infiero estas características porque eran blancos, pelones, tatuados y nunca nos sonrieron, a diferencia de otros dos ingenieros torreonenses que iban con sus respectivas parejas a bailar la salsa y la cumbia en vivo que hacen temblar el bar toda la noche.

Wences y yo bailábamos y nos besábamos para el horror de los paisanos de mi compa con los que conversamos largamente. Disfrutamos de la más completa aceptación y sonrisa de los juchitecos que nos acompañaron esa noche. Dimos show, no hay duda, y cabe apuntar que hay más tolerancia en un bar de salsa en Juchitán el día de la regada de la fruta, que en uno de hip hop sobre la 17 en San Francisco, a dos cuadras de Folsom Street, el fin de semana de la gran feria sadomaso de occidente.

Foto vía El Mexicano

Fuck Round the World

Si de alcoholes se trata, la verdad, el mezcal no es normal. Muy pocos licores te ponen así. Pareciera no ser casualidad lingüística la liga entre el mezcal y la mezcalina. Llegamos a las 4 de la mañana al hotel totalmente perdidos, ciegos de euforia y sudor, a hacer lo que hacen dos jotos en un cuarto de hotel. La cruda más terrible de la que tengo memoria.

Ocho días juntos y no habíamos cogido: todo un récord para ambos. Esa noche lo hicimos y el hotel absorbió gemidos y gritos tan explícitos que, imagino, en las regiones en las que empieza a ser típica la carne asada, nos hubieran obligado o, al menos, invitado a callar. Pero no en Juchitán.

Me gusta hacerlo hincarse. Me gusta cogérmelo por la boca y que le quepan mis huevos dentro de los cachetes. Me gusta su verga aunque parezca un tercer extraño dentro del cuarto. Me gusta el abandono, la oscuridad, el odio que me hace sentir por mí mismo. Algo me va a pegar. Y si no es él, es mi chaval de Monterrey, o el otro chaval de Monterrey.

Algo me va a pasar, eso es seguro. Algo me tiene que pasar.