Morirás en una guerra nuclear y las élites se salvarán

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Guerra Nuclear

Morirás en una guerra nuclear y las élites se salvarán

El nuevo libro de un experto en seguridad nacional revela el conjunto de personas y artefactos que Estados Unidos protegería en caso de una gran catástrofe.

Hay detalles en Raven Rock: The Story of The US Government's Secret Plan to Save Itself — While the Rest of Us Die que parecen sacados de las páginas de una novela sensacionalista de espías. El libro, escrito por el experto en seguridad nacional Garret M. Graff, nos lleva dentro de los búnkeres en laderas de granito o excavados debajo de un club de campo para las élites. Nos lleva al corazón de la Casa Blanca en los atentados del 11-S y a la cabina del avión que oficialmente no existe. A medida que lees Raven Rock, es fácil olvidar que toda esta infraestructura de alta tecnología diseñada para el fin del mundo es en efecto real.

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Pero la crónica de medio siglo de los planes nucleares del Gobierno que hace Graff no es ni de lejos una película de espías, también invierte mucho tiempo en los mundanos detalles burocráticos de la construcción y mantenimiento de elaborados planes de lo que podría suceder en el peor de los casos. Para los líderes del brazo ejecutivo, la cuestión de "ganar" un enfrentamiento nuclear se convierte, como cualquier otro proyecto gubernamental, en una pesadilla logística. Hay miles de engranajes que deben funcionar al unísono para proteger el liderazgo de Washington, los símbolos de la democracia como la Declaración de Independencia y la Campana de la Libertad, y unos pocos jefes específicos de industrias privadas antes de que una bomba atómica arrase la capital. Ni en pruebas ni durante los pocos ataques que han tenido lugar en suelo americano no ha acabado funcionando prácticamente ninguno de los planes tan bien planificados.

Graff hace un gran trabajo en comunicar el verdadero y específico horror de una guerra nuclear para el estadounidense promedio, lo que significa, efectivamente, que vamos a morir todos y que solo protegerán a un puñado de oficiales con rangos muy altos. Desde la administración de Kennedy, cargos del Gobierno han explicado en repetidas ocasiones la futilidad de proteger a la población civil, lo que ha llevado a desarrollar planes para el fin del mundo —a los que se refieren como planes de "continuidad de gobierno", COG por sus siglas en inglés— cada vez más limitados y restringidos. Los planes de preparación para la protección civil nacional de Eisenhower hoy simplemente se centran en salvar a un grupito de oficiales de máximo rango del Gobierno —por ejemplo, George Stephanopoulos, consejero de Clinton, se hubiera salvado, pero la secretaria de prensa Dee Dee Myers, igual que el resto de nosotros, no se hubiera salvado. En una escena de Raven Rock, el general Thomas Power se lo explica a un aterrorizado John F. Kennedy, "Mira, al final de la guerra, si quedan dos americanos y un ruso, ¡hemos ganado!".

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Pero con lo mala que podría ser una guerra nuclear, Graff hace muy bien en destacar el impacto que tiene hacer planes sobre el fin del mundo durante Gobiernos en tiempos de paz y lo que dice de nuestra democracia en general. Encabezado por el brazo ejecutivo, los planes de continuidad de gobierno dejan a la mayor parte del congreso y la población fuera de la confidencial toma de decisiones. Es imposible contabilizar el coste de los programas, la tecnología y la infraestructura clasificados —Graff estima que supone un coste de unos dos mil millones anuales para el país. También incluyen planes de emergencia que no respetan la Constitución. El maletín de emergencia del fiscal general de Kennedy le habría permitido interrumpir el hábeas corpus. Los planes de contingencia de otros presidentes han incluido la nacionalización forzada de las industrias además de planes para poner a cargo directores del sector privado sin elección alguna para que dirijan departamentos del Gobierno de emergencia. Graff aclara que sobrevivir a una guerra nuclear podría no ser mucho mejor que morir en ella: si los planes para el fin del mundo no salvan ni a la población de Estados Unidos ni sus principios democráticos, ¿entonces qué protegen exactamente?

Raven Rock, que debería haber sido una historia de la Guerra Fría, ahora parece especialmente oportuno, y llega a las librerías justo cuando el tira y afloja entre Donald Trump y el presidente de Corea del Norte, Kim Jong-un, nos acerca más que nunca al holocausto nuclear. Llamé a Graff para hablar sobre búnkeres secretos, Gobiernos en la sombra y sobre el desafortunado hecho de que todos moriremos en una guerra nuclear.

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VICE: De algún modo, sabía más o menos de la idea de prepararse para el fin del mundo, pero la escala de la inversión y la infraestructura me sorprendió. ¿Qué hizo que te interesaras en los planes para el fin del mundo del Gobierno de los Estados Unidos?
Garret M. Graff: Ahora hace doce años que trato temas de seguridad nacional e inteligencia en Washington, y es algo con lo que te acabas topando —oyes a gente hablar sobre estos edificios o alguno de estos programas. Pero hace un par de años, cuando estaba en el Washingtonian, un colega mío encontró la identificación de un trabajador federal en el suelo del aparcamiento y pensaba devolverla al propietario. Pero cuando le dimos la vuelta, vimos que tenía unas instrucciones de evacuación. Decidí buscar la dirección del edificio en Google Maps y, mirando en Google Satellite, veías que si seguías las instrucciones, daba a una calle que justo acababa y se convertía en una montaña en Virginia Occidental. Llegados a ese punto, yo nunca había oído hablar del edificio y no había visto a nadie hablar de él. Y pensé: "Guau, parece una nueva serie de búnkeres que se han construido desde el 11-S".

A lo largo del libro, las fuentes nos recuerdan constantemente que, con toda probabilidad, casi todos los estadounidenses promedio morirán en un enfrentamiento nuclear. Una cita del vicedirector de Protección Civil de Nueva York a finales de los setenta sobre las sirenas de alarma que se habían instalado en la ciudad dice así: "La gente que las oiga correrán a refugiarse a los edificios y de todas maneras se convertirán en polvo en unos pocos segundos". ¿Cómo cambiaría el sentir del público si comprendiera completamente que a pesar de los miles de millones gastados en los preparativos ante una guerra nuclear, el ciudadano promedio no podría sobrevivir un enfrentamiento nuclear?
Eso, a mi parecer, es la tensión central del libro: el Gobierno empezó a dar grandes esperanzas sobre poder proteger a la ciudadanía y, después, poco a poco, la escala y el tamaño de las armas fueron superando a todos los esfuerzo razonables por proteger a la población civil. Los planes del Gobierno se fueron volviendo más y más simples hasta que simplemente se trató de llevarse a un núcleo de líderes gubernamentales dentro de una montaña o hacerlos volar hacia algún lado.

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Y hablas de cómo la preparación para el fin del mundo lo que hace en realidad es proteger la idea de Gobierno de los Estados Unidos más que a los ciudadanos estadounidenses.
Creo que eso se acerca mucho a la esencia absoluta de la cuestión contra la que se han enfrentado durante generaciones los que hacen planes para el fin del mundo y contra la que se siguen enfrentando hoy en día, que es: si estás intentando preservar los Estados Unidos, entonces, ¿qué son los Estados Unidos? ¿Es el presidente? ¿Son los tres brazos del Gobierno? ¿Son la Constitución y la Campana de la Libertad? ¿Es la sociedad capitalista? Realmente puedes ver que las diferentes generaciones de encargados de hacer planes para tal eventualidad han tenido que lidiar con esta cuestión. Y ahora, efectivamente, parece que la respuesta es: Estados Unidos es la presidencia; con el paso del tiempo, son los tres poderes del Gobierno y, después de un poco más, es una oficina de correos funcional, un sistema de impuestos, etcétera.

En el libro, William Arkin, un erudito de las armas nucleares, le cuenta a CNN: "Mientras tengamos armas nucleares, vamos a tener que ir trampeando la Constitución".
Sí, y pienso que parte de lo raro y problemático de este mundo es que no sabemos prácticamente nada sobre qué significan esos poderes hoy en día. Por lo que sabemos, ahora mismo podría haber hombres poderosos caminando entre nosotros, quienes después de un ataque catastrófico ayudarían a nacionalizar las industrias. Y estoy seguro de que hay órdenes ejecutivas ya escritas y borradores de leyes esperando en estanterías de las oficinas de Washington o en cajas fuertes de búnkeres listos para ser revelados al público en la eventualidad de una catástrofe. En parte, no me preocupa tanto que esos sistemas existan —lo preocupante es lo poco que sabemos sobre ellos, incluso sobre los que están en vigor hoy en día.

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Si estás intentando preservar los Estados Unidos, entonces, ¿qué son los Estados Unidos? ¿Es el presidente? ¿Son los tres brazos del Gobierno? ¿Son la Constitución y la Campana de la Libertad? ¿Es la sociedad capitalista? Realmente puedes ver que las diferentes generaciones de encargados de hacer planes para tal eventualidad han tenido que lidiar con esta cuestión

El libro es sin duda oscuro, pero me pude relajar en una escena que a lo largo del libro se repite: un presidente llega a la oficina, le explican la realidad de la guerra nuclear y después se da cuenta de que es demasiado terrible incluso para tenerlo en consideración. ¿Crees que la comprensión del presidente de los Estados Unidos sobre la gravedad de la opción nuclear es la mejor disuasión para la guerra nuclear?
Sí, desde luego. Y lo ves en los dos bandos. En el libro también está la cita de Jrushchov sobre cómo le aterrorizó la idea de tener el control sobre el armamento. Pero entonces reflexionó y dijo "Oh, bueno. Supongo que nadie los usará jamás, así que todo bien".

Lo que me asusta a mí es la cuestión de si Trump entiende o no la gravedad del asunto.
Y lo que se buscaba con todo lo que se hizo durante la Guerra Fría fue intentar simplificar y eliminar todas las comprobaciones, cuentas o impedimentos para que el presidente pudiera declarar rápida y unilateralmente una guerra nuclear. Así que eso es un verdadero reto del sistema —la razón de ser del sistema está orientada a asegurarse de que en el momento que un presidente decida lanzar armas nucleares, lo haga con la máxima extensión y eficiencia posibles. Pero todo el plan presupone que la persona que podría ejecutar esa orden es la persona más seria, reflexiva y bien educada del sistema nuclear.

Ya has visto al Gobierno de los Estados Unidos de las últimas dos décadas decidir que la gente se las va a tener que arreglar por su cuenta.

Por desgracia, el libro sale en un momento importante, con Trump y Kim Jong-un posicionándose ante una posible guerra nuclear . Has pasado años estudiando la preparación del Gobierno para el fin del mundo —si Corea del Norte lanzara una bomba en Estados Unidos, ¿crees que la población estaría más segura hoy en día que en los años sesenta?
Bueno, lo tienes que mirar a escala: Corea del Norte, al menos por ahora, no se acerca ni de lejos al arsenal que tuvo la Unión Soviética en su punto álgido, o incluso al que tiene hoy en día Rusia. Pero no es mucho consuelo para ningún país del mundo que fuera víctima de un ataque nuclear. Creo que la verdadera respuesta técnica a tu pregunta es: Sí, estamos más seguros, puesto que Kim Jong-un solo sería capaz de matar quizá decenas de millones de personas en vez de varios centenares de millones.

Pero no creo que te refieras a eso con esa pregunta. Creo que la pregunta es: "¿Hoy en día estamos mejor preparados?" Y creo que la respuesta es no. En cierto modo, la preparación de la población civil no se ha tomado en serio desde el final de la Crisis de los Misiles de Cuba. Y la experiencia de una generación de gente que hace planes para el fin del mundo dice que proteger la población civil es mucho más problemático que lo que vale la pena. Así que ya has visto al Gobierno de los Estados Unidos de las últimas dos décadas decidir que la gente se las va a tener que arreglar por su cuenta.