Comer como peregrino guadalupano

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Comer como peregrino guadalupano

Dar de comer (gratis) a los peregrinos que caminan kilómetros hasta la Basílica de Guadalupe el 12 de diciembre en la Ciudad de México, es un trueque de fe.

La Calzada de Guadalupe, al norte de la Ciudad de México, huele a pólvora quemada, a café de olla, a tamales de mole, a tacos de canasta, a pan dulce y a champurrado.

Es la noche del 11 de diciembre y todos los caminos conducen a la Basílica de Guadalupe, donde cientos de miles de peregrinos se reúnen para rendirle cuentas a la patrona, la Virgen de Guadalupe. A lo largo de las diferentes rutas, miles de familias salen a las calles a ofrecer algo de comer a los viajeros devotos que vienen tanto de los diferentes estados de la república como de la misma ciudad.

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La mayoría anda a pie y el resto en bicicleta, cargando entre los brazos o en la espalda los cuadros con la imagen de la virgen o las esculturas de yeso que van desde los 10 centímetros hasta los dos metros de altura. Esperan llegar al atrio del templo unos minutos antes de que el reloj marque las cero horas del 12 de diciembre, el día de la fiesta de "La Reina de México", para entregarle una plegaria de agradecimiento o petición y admirarse con la polémica pintura que, cuenta la leyenda, se estampó hace casi 500 años en el ayate (vestimenta) del indio Juan Diego.

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Puestos que regalan comida y bebida a los peregrinos en su camino a la Basílica de Guadalupe el 12 de diciembre. Todas las fotos son del autor. Doña Sofía cocinó 300 tamales para regalarle a los peregrinos.

"¿Un atolito, un tamal?", me dice doña Sofía, que viste una gruesa chamarra color rojo para aguantar el frío. Me ha confundido con un peregrino y a pesar de mis aclaraciones insiste en que me coma algo. Así será a lo largo de mi caminar. Hay que tomar lo que la gente ofrece, sobre todo a esos que se paran frente a uno con una charola llena de platos de poliestireno con tacos de chicharrón en salsa verde o picadillo con arroz. Si uno no lo acepta, recibe una mirada de decepción: no hay que ofender al bienhechor. Muchos de ellos pasaron el día cocinando con tal de hacer una buena obra: alimentar a los viajeros que llevan días comiendo mal. Además, la mayoría de los cocineros voluntarios gastaron un promedio de $6,000 pesos.

"Traje 300 tamales, 30 litros de atole de chocolate, refrescos, bolsitas de dulces para los niños", me comenta la mujer. Los peregrinos pasan y se dan el lujo de decidir si quieren o no esa bebida. "Sí, se gasta dinero, se gasta tiempo, pero la gente tiene fe y eso es lo que a mí me mueve. Un tamalito les va a ayudar a llegar [a la Basílica de Guadalupe]. Vienen de muy lejos y sin comer. Imagínate. Además a mí me ha ido bien. No pasa nada si compartimos un poco. Yo no lo hago por promesa ni por nada de eso. Simplemente me nace darles algo. Me mueve mucho su fe".

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Laura cocinó chilaquiles suficientes para darle de comer a 300 personas.chilaquileros

Laura por ejemplo, se levantó temprano, a las siete de la mañana, y salió de su casa en Tepito, el barrio bravo de la Ciudad de México, para ir al mercado de la Lagunilla a comprar lo necesario para cocinar dos cazuelas de barro repletas de chilaquiles rojos, suficientes para servir 300 porciones. No son nutritivos, pero llenan la panza. A las nueve de la noche se instaló con dos mesas sobre avenida Reforma, a unos pasos del eje 1 Norte y a ocho kilómetros de la Basílica, y se puso a despachar platitos , con su crema y su quesito rallado encima.

"Hubiera hecho más pero ayer me asaltaron", Laura suelta una sonrisa entre su acento cantadito, de barrio, que revela resignación. "Fui a la Merced y me quitaron mi dinero; yo tenía pensado hacer como para 500 personas y darlos junto con unas gelatinas. Con lo que me pasó ayer, la verdad ya no se pudo. Pero, mira, con fe todo sale".

Ella sirve y habla, su hermano grita "chilaquiles, vengan por un plato de chilaquiles", y los peregrinos desvían unos pasos su camino. Detrás de las cazuelas sólo se miran manos que se estiran para recibir un plato caliente y picosito. En menos de 20 minutos el primer recipiente quedó vacío.

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"Es la primera vez que salgo. Y fue porque tengo dos nietos chiquitos, y los dos se me estaban muriendo. Y entonces le pedí a la Virgencita y ya aquí están. Ahí está ese chiquito y el otro lo tienen por allá". La mujer señala a una chica no mayor de 16 años que carga a un bebé de tres meses y a otra muchacha, también adolescente, con un niño de ocho meses. Laura no para de servir chilaquiles, le raspa al barro barnizado para sacarle toda la salsa que pueda.

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"Es la receta que me pasó mi mamá. Cómete unos para que los pruebes, que dicen que sí están ricos. A lo mejor nada más me engañan". La modestia de Laura no es falsa, sus chilaquiles no son los mejores, pero son una necesaria carga de carbohidratos para aguantar el último tramo de la jornada.

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Torta y naranjada, otra de las comidas que regalan en la ruta hacia la Basílica. Atole y pan de dulce.

Más adelante una señora y sus nietos reparten pequeñas bolsas con naranjada. Ella sostiene algunas en la mano y el resto, casi mil, están en el piso. Desde hace 18 años da de beber algo a los peregrinos. La primera vez que salió fue porque hizo una manda —promesa— a la virgen. Ella y otro grupo de familias vivían de manera ilegal sobre Reforma. Con cartones, lonas, plásticos, tablas y algunos tabiques levantaron un campamento. Lo que pedían era que les dieran una casa. Hoy reparte sus naranjadas a las afueras del edificio donde ya tiene su departamento, casi enfrente de la emblemática unidad Tlatelolco.

"Acá, tortas de milanesa", grita un niño de unos 11 años con el bocadillo en la mano y el brazo levantado. Su compañero, de la misma edad, le hace competencia: "Acá tengo cubanas, tortas cubanas". Los peregrinos se acercan y los chicos reparten. Un viajero saca el emparedado de la bolsa y descubre que el pan está relleno con una rebanada de jamón, una embarrada de mayonesa, otra de frijoles refritos, un pedazo de queso blanco y muchas rajas de chile en vinagre. Hace una mueca de desilusión. No importa, le da una mordida y sigue caminando.

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Aunque el culto a la Virgen de Guadalupe existe desde hace 484 años, las aglomeraciones por la fiesta al rededor del cerro del Tepeyac —donde la tradición dice que sucedieron las apariciones de la virgen— empezaron por ahí de 1929. Actualmente visitan el templo, sólo ese día, aproximadamente cinco millones de personas. Nadie sabe a quién se le ocurrió primero regalar algo de beber o comer a los peregrinos. Tal vez a alguno que recibió un favor de la virgen u otro que pidió un milagro y pagó la manda antes que la divinidad realizara la acción. Lo cierto es que dar de comer a los peregrinos es un trueque de fe, como todos los rituales que se ven esta noche, desde el largo peregrinaje a pie, cargar el peso se "la morenita" de yeso en la espalda, vestirse como ella —o igual que el santo en turno como en la fiesta de San Judas Tadeo—, ayunar, hasta recorrer el último kilómetro a la entrada del santuario de rodillas.

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Quesadillas de papa.

"El año pasado me cayó una infección en el pie", me dice don Carmelo que está regalando café en su camioneta color guinda. "Y se me complicó; la infección me empezó a subir a todo el cuerpo".

"Por eso le hice una promesa a la virgen", interrumpe su esposa, "de que íbamos a venir a apoyar a los peregrinos".

"Y mira ahora, mi pie está como nuevo y yo sano. Por eso trajimos el café. Son unos 60 litros. También traje tortas, pero yo pensé que cien iban a ser suficientes, y no, se acabaron bien rápido. Pero ya aprendimos. Es la primera vez que venimos. Para el año que viene ya sabemos".

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Lupita prepara 150 kilos de carnitas de cerdo para regalar. Paquete de comida.

Los alimentos más comunes son los tamales, las tortas de jamón acompañadas de una naranjada, los sándwiches, y el pan dulce. Por ahí uno se acerca a los tacos de canasta, las quesadillas de papa, los tacos de guisado. Pero también uno se llega a encontrar a Lupita y a su familia que vienen desde Xochimilco, en el sur de la ciudad, para regalar tacos de carnitas. Fueron 150 kilos de carne de cerdo, 50 kilos de tortillas y 12 kilos de arroz que se acabaron en un par de horas. Más de $6,000 pesos invertidos en la manda. Contrario a lo que pensé, las carnitas están buenas: la carne está en su punto, suave y bien sazonada. Es el rico sabor de una promesa.

"Tenemos nueve años viniendo. Lo empezamos a hacer porque yo tengo una sobrina, que tiene esos nueve años, y cuando nació tuvo problemas cardiacos. Le hicieron un cirugía a corazón abierto y dijeron los doctores que iba a vivir con ciertas complicaciones. Pero ve, la chamaca ahora anda de aquí para allá repartiendo tacos", me cuenta Lupita.

Luego de caminar una hora y media, mi pequeño morral está lleno de la comida empaquetada o en bolsa que me dan: tres tortas de jamón, cinco bebidas en tetra-pack de 250 mililitros, dos naranjas en bolsa, unas palomitas de maíz, unas frituras de harina, un sándwich, dos panes dulces, un agua de medio litro. Mientras camino veo que, además de medallas, rosarios e imágenes de la Virgen de Guadalupe, los vendedores ofrecen bolsos de tela con la imagen de "La Guadalupana". Los devotos las compran y, al igual que yo, ahí guardan los alimentos que recogen en el camino. Otros que ya llevan años visitando el santuario el día de la fiesta llevan bolsas negras para la basura, de unos 50 centímetros de largo. Parece que han recolectado la comida para el resto de la semana. Me doy cuenta que yo con mi morral soy un inexperto.

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Rollos primavera que regala un restaurantero defeño.

"Me siento muy lleno. Nomás me hace falta meterme el dedo para vomitar", me dice Jonás que lleva cinco horas caminando con sus hermanos desde Neza, en el oriente de la ciudad, pero que nada le quita el buen humor. "He comido un montón: tortas, tamales, una dona, ¡uy!, unos tacos de chicharrón bien chidos. Café no porque me hace orinar mucho y el atole tampoco porque me suelta el estómago y aquí está cabrón ir al baño. Lo más rico que he comido son unos rollos primavera. Sí rifaban".

Adrián trajo de su restaurante de comida oriental, ubicado en el sur de la ciudad, 200 rollos primavera y 10 kilo de arroz frito. Así lo ha hecho desde hace cuatro años. En 20 minutos él y su hija adolescente terminaron de repartir su comida. Lo rollos están rellenos de zanahoria, cebolla, col china, setas y germen de soya. Están crujientes y el relleno está, un poco dulce, pero sabroso. Jonás tenía razón, los rollos primavera han sido lo mejor de la noche.

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Arroz con leche.

Como todo lugar buen lugar para degustar platillos, la ruta del peregrino guadalupano también ofrece postres. Están las bolsitas con galletas y dulces para los niños, pero también las fresas con yogurt que un muchacho distribuye en una charola diciendo que son fresas con crema, las gelatinas de limón y uva, y el arroz con leche que ha sido bien preparado.

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El ponche que ofrece la familia Ramírez. Botellas de agua de 1/4 de litro también son regaladas.

Para el "desempance" y el frío, una bebida caliente. Tal vez el poche de la familia Ramírez o el champurrado de la señora Chávez, aunque este último abonaría a la pesadez que se siente en el estómago después de tanto comer. Pero esta noche la bebida más distribuida es el café y uno de los mejores es el que trajo uno de los locatarios de la Plaza México, la plaza de toros. Sus dos contenedores de 400 litros cada uno despiden un olor a canela y piloncillo.

Entre más nos acercamos a la Basílica más difícil se hace el andar. La multitud lo ha invadido todo: las calles, las aceras, el baño de la gasolinera, del taller mecánico o del hotel de paso. El camino literalmente se ha convertido en un basurero. El asfalto, las jardineras, los árboles, en cada paso está un vaso desechable, un plato con comida que no le gustó o no quiso comer el peregrino, envolturas de plástico y celofán, el papel de estraza que absorbió la grasa de los tacos de canasta, las botellas de agua aplastadas, los cuadros de tetra-pack. La Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal escribirá en su reporte que fueron recolectadas más de 139 toneladas de basura.

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Refugio para los peregrinos en su camino a la Basílica de Guadalupe el 12 de diciembre de 2016.

Unos minutos después de las 12 de la noche los altavoces cercanos al cerro del Tepeyac avisan a la gente que el atrio de la Basílica ya está lleno. El andar será aún más lento porque ahora la gente entrará por bloques. Algunos de los devotos que ya pudieron ver el cuadro de la virgen ya vienen de regreso. Muchos colocan un cartón sobre la banqueta. De sus mochilas sacan un par de cobijas e improvisan así una cama. La manta con la virgen o la imagen de yeso va a la cabecera. Los tenis se quedan a un lado pues hay que descansar los pies. "El hombre bien comido y bien bebido, quiere reposo y no ruido".