Éste es el mejor daiquirí del mundo y lo inventó Ernest Hemingway

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Éste es el mejor daiquirí del mundo y lo inventó Ernest Hemingway

A Ernest Hemingway le gustaba beber. El daiquirí era de sus tragos favoritos, pero cambió la receta original y el resultado es mucho, mucho mejor.

A Ernest Hemingway le gustaba su daiquirí sin azúcar y de gran tamaño: 118 ml de ron blanco metidos en una licuadora con hielo picado, jugo de limón, jugo de pomelo, y seis gotas de licor de cereza marrasquino. Los bebía en el bar El Floridita, en La Habana. En una ocasión, cuentan, se bebió 16 tragos dobles en una sentada. Tal vez por eso, el daiquirí se convirtió en un clásico de la coctelería.

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Hemingway en el Floridita. Foto de archivo, cortesía de Floridita Bar.

Aparentemente es una cosa simple: ron blanco, jugo de limón, azúcar y hielo picado, todo sacudido vigorosamente hasta quedar mezclado en un escarchado espumoso. Sin embargo, como dijo David A. Embury en su libro The Fine Art of Mixing Drinks, "es un cóctel difícil de mejorar, porque es seco, pero suave".

Desafortunadamente, hoy es muy difícil encontrar buenos ejemplares, incluso en Cuba. Playa Daiquirí, donde se inventó, ahora pertenece a la Milica cubana; y los bares habanos ahora sirven unas fodongueces llamadas slurpee-slushee —o sea, smoothies hechos con mezclas procesadas, hiperazucaradas y de sabor artificial—.

Parece que el trago favorito de Hemingway está atrapado en la historia, y en la nostalgia por la época dorada de La Habana.

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Floridita Bar. Foto de Luis Cobelo.

Ernest Hemingway viajó por primera vez a Cuba en 1928. Estuvo un par de días, pues sólo estaba haciendo escala para regresar a los Estados Unidos. Cuentan sus biógrafos que en las retinas del famoso escritor se quedaron grabadas las imágenes de una Habana fastuosa y mágica. Ese viaje sería el inicio de un futuro marcado para la historia, de Cuba, y del premio Nobel de Literatura.

En 1932 volvió para dar rienda a su pasión: la pesca. Se alojó en el Hotel Dos Mundos, un emblemático de la capital cubana donde aún mantienen intacta la habitación en la que el escritor norteamericano durmió. Durante su estancia se dejaba ver diario en El Floridita y en La Bodeguita del medio. En el primero se bebía litros de Papa Hemingway, el cóctel creado en su honor. En el segundo, trasegaba mojitos a raudales.

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Fachada del Floridita en La Habana, Cuba. Foto de Luis Cobelo.

Cuenta una historia no verificada que un día cualquiera de 1934, Hemingway caminaba por la calle de Obispo, una de las más concurridas de la Habana, cuando necesitó ir al baño y entró en el bar El Floridita. Al salir del sanitario observó las bebidas de la barra y le pidió a Constante, el barman fundador del lugar, que le sirviera lo mismo que estaban bebiendo todos. Dio un sorbo a la bebida y dijo: "Lo quiero sin azúcar y con el doble de ron". Constante, acostumbrado a complacer a los clientes, especialmente si eran gringos, le preparó el trago y, al entregárselo, le dijo: "Ahí está, papá". Así nació el "Papa Hemingway".

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El 'Papa Hemingway' es un daiquirí sin azúcar y con doble ración de ron. Foto de Luis Cobelo. El famoso barman Constante. Foto de archivo, cortesía de Floridita Bar.

A partir de ese momento, inauguró una nueva costumbre. Todas las mañanas, antes de irse a pescar, enviaba a su chófer a que fuera a El Floridita a que le llenaran un termo gigante con Papa Hemingway, para rendir la jornada. Los fines de semana se instalaba en la barra desde que abrían, y como si fuera su oficina, allí citaba a amigos y colegas, como el duque de Windsor, Gene Tunney, Jean-Paul Sartre, Gary Cooper, Luis Miguel Dominguín, Ava Gardner, Tennessee Williams y Spencer Tracy. Se levantaba muchas horas después, con el cuerpo lleno de alcohol, pero sin sin trastabillar ni un poco.

Su amor por la ciudad creció y, aconsejado por su última esposa Mary Welsh, se hizo de una finca a 15 kilómetros de La Habana, en San Francisco de Paula. La Finca Vigía, como la llamó, fue expropiada y convertida en casa-museo, después de su muerte. Todo se quedó intacto, incluso manuscritos originales, sobre todo cuentos, permanecen en sus baúles. Y en 1954 los dueños de El Floridita pusieron una figura de bronce a escala natural del escritor, ocupando la esquina de siempre. Hasta el día de hoy, ese asiento sigue reservado para el premio Nobel.

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Floridita actualmente. Foto de Luis Cobelo.

Este bar, también conocido como La Catedral del Daiquirí o La Cuna del Daiquirí todavía existe, aunque ahora parece una trampa turística que se aprovecha de sus días compartidos con Hemingway. Sin embargo, aún hacen daiquirís decentes y aún vale la pena visitarlo. Aunque, justo al lado está otro bar (no diré su nombre), donde los daiquirís son igual de buenos, pero más baratos. Probablemente ambos sean los daiquirís más ricos de Cuba, sólo que en El Floridita hay que pagar el precio de su fama.