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Materia Prima

Inventemos una máquina para acabar con las fronteras

OPINIÓN // La imaginación está en desuso porque la materialidad vulgar de las noticias nos ha dejado impávidos. Una reflexión de la escritora Fátima Vélez.

Esto de la imaginación es un asunto al parecer en desuso. Puede sonar a lugar común, pero cuando se siente físicamente, es otra cosa. Sentir como un caballo interior la necesidad de activarla. Mi cerebro, sobrecargado de cosas por hacer y realidades atroces, de repente da un giro: camino por el campus de mi universidad, en medio de la nada más gringa de New Jersey y escucho, me agacho y veo a unos hongos, verticales, redonditos. En su verticalidad me hablan sobre un interior cálido, más vital que cualquier vientre.

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La conjunción entre el exceso de realidad y materialidad vulgar de las noticias, lo deja a uno tan impávido, que no se advierte que el mundo, en su aparente inmovilidad, nos habla desde lo mínimo. Desde dónde nos habla, he ahí otros mundos. Las cosas, por ejemplo, hablándonos sobre lo orgánico de la materia, sobre la comunicación de las raíces, la conjunción con la lluvia, esa apertura de la imaginación permitida en parte por la literatura, se convierte en un ciclo.

La literatura activa la capacidad de escuchar. Si escucho, las cosas me hablan de la necesidad de hacer de la escritura un dispositivo político, que significa no ser panfletario, sino abrir la percepción hacia otros canales, canales como oídos instalados en la conversación entre los objetos, los árboles y los hongos, la atracción de la luz hacia los bichos (cuando siempre se  habla es de la atracción de los bichos hacia la luz), y disparar y disparates que ejerciten nuestra creencia en convertir lo imposible en posible, no desde la atrocidad de los crímenes contra los niños ni las arbitrariedades del ejercicio del poder, sino desde dispositivos que alargan y geometrizan los espacios, que son cápsulas de tiempo en el que puede pasar todo lo que pudo haber pasado y no pasó. La posibilidad de darle vida al subjuntivo, la creación de cápsulas de posibilidad.

En mi núcleo de amigos están cambiando las conversaciones, afilándose, dirigiéndose más por el camino de ¿qué podemos hacer? ¿Qué debemos hacer? Estos tiempos que nos bloquean, al mismo tiempo nos están haciendo políticos como no lo habíamos sido. La pregunta del "qué podemos hacer" está poniendo en marcha el pensamiento. La pregunta sobre cómo la literatura y lo que constituye un canal para la imaginación puede ayudarnos a aprovecharnos de lo posible en un mundo que nos ha demostrado que en efecto todo puede pasar. Si el "todo puede pasar" está cobrando unas dimensiones horrorosas, frente a las cuales al parecer se es tan impotente, la labor de los humanistas puede ser la de devolver el "todo puede pasar" a un terreno vital; dotar a la vida de un sentido diverso y móvil, algo que puede ser creado y transformado, que no es estable, que no debe estar sometido a ningún régimen. Pienso, por ejemplo, en lo que está pasando con las zonas veredales en que las Farc dejarán las armas y se asentarán temporalmente para prepararse a la reintegración a la vida civil. Es desconcertante y hermosa la imagen del recorrido de los guerrilleros hasta este limbo prometido, con todo y escepticismo, la imagen no deja de resultar alentadora; la materialización de una utopía en tiempos donde no parece haber espacio para las realizaciones utópicas.

(Alguna vez a mi amigo Joaquín se le ocurrió que un artista pirata debía invitar a un indigente a alguno de esos conjuntos de gente muy rica donde hay letreros explícitos donde se le solicita a los socios no llevar a sus empleadas de servicio a las sedes sociales. Pagaría, dijo Joaquín, Por verle la cara a Vargas Lleras frente a un indigente acurrucado en las escaleras de la sede de Peña Lisa ¿Cómo reaccionaría esta gente que ha creado territorios cerrados de perfección al ver a una criatura ominosa de su realidad bogotana, que pagan millones por no ver, en medio de sus fortalezas de buganvilias y swinglias?)

La piratería, más que un acto criminal o terrorista, como nos han hecho creer, es una desestabilización de lo establecido para crear reglas propias, fundar territorios libres, zonas donde puedan habitar la marginalidad y la diferencia, territorios de autonomía política y económica, como dice el pensador norteamericano anarquista Hakim Bey (seudónimo de Peter Lamborn Wilson), cuando habla en un texto de terrorismo político de las TAZ (Zonas Temporalmente Autónomas), territorios autónomos como los enclaves piratas del siglo XVII, libres de los controles de los gobiernos. Es lo que sucede en la última película de Tim Burton Miss Peregrine's home for Peculiar Children, basada en la novela de Ransom Riggs, donde se crean territorios en el tiempo que abren un refugio para los diferentes, los peculiares, los que no encajan.

No quedan territorios libres de fronteras en el mundo y esa afirmación llena de desconsuelo. Insisto en la idea de fundar un arca e irnos a vivir en el reino de la imaginación. Aún no he encontrado la manera, pero tengo la intuición de que es físicamente posible, si los científicos llevan años trabajando en la creación de agujeros negros intentando meter el monte Everest en una cáscara de nuez, ¿por qué no trabajar con los científicos para hacer una gran nave de la imaginación como la de Carl Sagan, que nos permita fundar un territorio libre de fronteras? ¿O qué tal trabajar en una máquina de desfronterización? Se me ocurre que un grupo de personas nos ocupemos de desfronterizar, como quitar maleza, como deshierbar con las manos cultivos de coca. Pero, ¿cómo se deshierba un mundo de fronteras cuando las fronteras son lugares imaginarios? Y si las fronteras, con todo lo imaginarias y simbólicas que son, al mismo tiempo son tan reales y se hacen respetar con armas y muros y tienen tanto peso y realidad y le han dado tanta forma a nuestro mundo y tienen tanta realidad en nuestros mapas, ¿cómo es posible que no podamos nosotros, los que aún creemos en la imaginación, utilizarla como un mecanismo para desfronterizar lo que ya es imaginario?

Los países y sus fronteras son el mejor ejemplo de que la imaginación puede convertirse en un espacio físico y tener repercusiones políticas y construir la ilusión de "lo común" en una serie de personas que integran esos territorios, que creen en banderas, himnos, discursos nacionalistas e identitarios, ante los cuales más nos vale navegar como piratas.