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salud sexual

El porno está destruyendo las pollas y mi trabajo

¿Cómo se supone que haré que se corran estos tíos?

Este artículo se publicó originalmente en Tonic, nuestra plataforma dedicada a la salud y el bienestar.

Solía pasarme con los más mayores. O bien no se les ponía dura, o no se les aguantaba; o solo se les ponía dura, aguantaba y, con un poco de suerte, llegaban al orgasmo si los tocaba de una manera muy específica: con mis dedos agarrando así, o con mi muñeca en un cierto ángulo, o con la proporción alquímica exacta de velocidad y fuerza, de giro y rotación; dándole más rápido y fuerte, y más todavía, hasta que por fin se corrían.

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Buf.

Probablemente debería explicar que soy sanadora tántrica, lo que significa que me gano la vida tocando penes. Es cierto que no es todo lo que hago como sacerdotisa ordenada que ayuda a los hombres a cultivar la relación sagrada y consciente con su auténtica expresión sexual y el sagrado femenino. Pero para lo que nos concierne, todo lo que debes saber es que toco muchos penes.

Los problemas de polla de geriátrico tenían sentido. Estos hombres habían estado en la Tierra durante mucho tiempo, se habían acostumbrado a masturbarse de un modo concreto y probablemente tenían algún tipo de problema degenerativo que provocara disfunción eréctil. Pero hoy en día, son los jóvenes los que tienen problemas con que se les empalme y aguante dura en el camino al orgasmo. Parece como si haya pasado de la noche a la mañana, pero en los últimos dos años, el número de veinteañeros que he visto con disfunción eréctil está por las nubes.

"¿Cómo utilizas el porno por internet?", le pregunto con toda la ternura posible mientras el cliente jovencito X se pone la camiseta después de la sesión.

Los mileniales son la primera generación de humanos que ha crecido con internet, y por eso han sido la primera ola de adolescentes que ha forjado su pubertad con acceso ilimitado a páginas porno. Y así, mientras que en el pasado los preadolescentes curiosos en busca de inspiración onanística se tenían que contentar con mirar de reojo el escote de la niñera, o con el rato que podían hojear la Playboy de sus padres (en la que abundaban los matojos espesos y era impensable encontrar fotos de tías abiertas de piernas), los niños hoy en día usan conexiones de alta velocidad para hacer clic en infinitas pestañas de múltiples exploradores, en las que aparecen preciosidades en alta definición, rasuradas y abiertas de piernas mientras las penetran por todos los agujeros posibles.

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Aunque pueda parecer maravilloso, pelársela con webs porno tiene sus desventajas.

"Ver" porno (es decir, masturbarse con porno) inunda nuestro cerebro de dopamina, la hormona que te engancha a sentirte bien y que porduce sensación de placer. Cuando sobreestimulamos los centros de placer del cerebro, bloqueamos la respuesta que buscamos. Eso significa que cuando más porno veamos, menos placer sacaremos de la experiencia, y eso nos llevará a intensificar la búsqueda de placer, cosa que nos lleva a perseguir estímulos más explícitos, a dedicarles más tiempo y a masturbarnos más fuerte y rápido durante periodos más largos de tiempo, lo que (como sabes) lleva a más desensibilización a medida que buscamos que se parezca a una buena mamada, exceptuando que es mucho más dañino.

Un grupo de científicos de la Universidad de Cambridge llevó a cabo resonancias magnéticas para observar las áreas del cerebro que se estimulan con el porno tanto en "voluntarios sanos" como de adictos reconocidos. De acuerdo con Valerie Voon, investigadora principal, las pruebas demostraron que el uso prolongado de porno altera los centros de placer del cerebro, los mismos que secretan dopamina. Por consiguiente, los centros de placer alterados (o "dañados", como dice el estudio) se vuelven más "tolerantes" ante estímulos eróticos explícitos, haciendo que los adictos dependan de estímulos mayores y más pervertidos para soltar la ahora distorsionada carga de dopamina (es decir, la corrida).

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¿Y qué?, pregunta el usuario de YouPorn Y. Todavía puedo correrme. Además es bueno para hacer cardio, ¿no?

Bueno, realmente no. El problema es que el objetivo de masturbarse es estimular los nervios que hacen que nos sintamos bien. Pero si nos excedemos, en realidad reducimos la capacidad de respuesta de esos nervios y nuestro margen de placer sexual se vuelve más y más pequeño. Y esa es la parodia que veo en mi camilla de masajes: chicos jóvenes y sanos que deberían estar el apogeo de su sexualidad, pero en vez de eso tienen acceso limitado a los miles de nervios comatosos de sus pollas semifuncionales que tienen que tensar, apretar y estampar contra mis suaves caricias intencionales para sentir el más mínimo hormigueo de excitación.

¿Qué hay de malo en tensarse, apretar y darle a lo bestia? preguntan. Bueno, esas son las acciones a las que se refieren los hallazgos de Voon, que dicen que los sujetos adictos al porno "tuvieron mayores dificultades para excitarse sexualmente y problemas de erección" que los "voluntarios sanos" a los que nos referíamos anteriormente. Tensarse, apretar y darle a lo bestia son indicativos de desensibilización y de los intentos desesperados de mis clientes de generar algo de excitación en la vida real, porque (como hemos dicho) se han vuelto tolerantes a las sensaciones sutiles, y ahora requieren estímulos exagerados y contundentes para sentir algo, por poco que sea, ya no digamos para llegar al orgasmo.

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Tomemos a un tío cualquiera que no esté enganchado a las webs porno: está tumbado en la camilla con los ojos cerrados flipando del gusto mientras mis masajes le llevan a estados más profundos de relajación y receptividad. Deslizo los dedos por los lados de sus caderas, y se le pone la piel de gallina. Descanso la palma de la mano en su hueso sacro repiqueteando suavemente sobre la raja del culo y se le mueven las caderas. Le acaricio el muslo por la parte interior y se le contrae el escroto. Todo funciona, pienso al comprobar que todo va como debe. A medida que las sensaciones se vuelven más intensas, el tío cualquiera no se tensa, no aprieta, no se menea. Se relaja y deja voluntariamente que el calentón mande, causando así una ola de éxtasis que no se puede perseguir, forzar o fingir. El cliente adicto al porno, sin embargo, no responderá (mucho) a ninguna de las pruebas que uso para calibrar su capacidad de respuesta. No se le pone la piel de gallina ni se le contrae el escroto porque no puede sentir las sensaciones que no sean exageradas y contundentes, o probablemente que vayan acompañadas de imagenes subidas de tono; así de adormecido está ante todo lo que no sea masturbarse con movimientos bruscos. Tanto es así que contrae el perineo durante la estimulación, y sacude las caderas con cada una de mis caricias, intentando en vano hacer fuerza con sus partes.

"Te puedes quitar la ropa?", pregunta inevitablemente el cliente adicto al porno Z, medio empalmado.

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Ver porno sin control enseña al cerebro a asociar las imágenes visuales explícitas con la estimulación sexual, igual que los adictos necesitan imágenes eróticas para llegar al calentón. Exceptuando que el arreglo de la erección no va a estar siempre en conseguir que otra mujer se desnude y se abra de piernas. La manera de arreglarlo no es más porno, no es cosificar más, no es un flash de un coño que haga el cerebro provoque escalofríos. Está claro que los hombres son criaturas visuales. Aun así, una mente sexualmente sana permite llegar al calentón mediante diferentes rangos de estímulos y no depende de una experiencia sensorial complementaria para mantener la excitación. Lo que quiere decir es que, claro, es genial tener algo húmedo y rosado a la vista cuando te estás estimulando sexualmente; pero si no podemos corrernos sin lo visual, si no podemos conectarnos con nuestra experiencia de sensaciones internas mientras nos estimulan, es señal de que debemos revisar nuestro comportamiento sexual y activarlo consecuentemente.

"¿Por qué no cierras los ojos y te centras en las sensaciones corporales?", le respondo.

Una cosa es ser insensible e inalcanzable en la camilla de masajes tántricos. Y es muy diferente estar entre los brazos de tu persona amada, que ella quiera compartir una experiencia conectada, mutuamente satisfactoria y erótica, y que lo único que seas capaz de hacer es embestirla con los ojos y los genitales muy cerrados, recreando escenarios online en tu imaginación para ponerte cachondo. Porque esa es otra desventaja de la adicción al porno: hace que las necesidades y deseos de tu compañero sean más bien irrelevantes o realmente molestos, porque el adicto al porno está acostumbrado a "mujeres" 2D pixeladas, mucho más fáciles de tratar que las de carne y hueso, con sus emociones, menstruaciones y clítoris.

"Prefiero verte porque, la verdad, me amarga tener que hacer los preliminares a mi pareja", admitió un cliente de 27 años.

"Quizá quieras dejar un poco el porno", sugerí, porque a la vez que aprecio el piropo, no quiero posibilitar que haya una generación de fóbicos de la intimidad a quienes les moleste la idea de dar placer a sus novias.

Lo siento si sueno muy dura, pero estoy en el frente de batalla y estoy frustrada. El porno es una industria de miles de millones de dólares que no va a desaparecer a corto plazo, y quizá nunca. Y aunque incito a mis clientes a dejar el porno, a masturbarse con la mano que no usan y a aprender a amar el dar placer a sus parejas, me temo que mis esfuerzos son en vano. Por eso me estoy desahogando aquí, mientras hago lo que puedo para dibujar una imagen honesta de la deprimente realidad que roba las erecciones de nuestros hombres, además de su placer y su capacidad de conectar, e imploro que por favor, por favor, dejes PornHub y te imagines una nueva práctica autoerótica que no tenga nada que ver con internet, con la sobreestimulación, con los recuerdos de empotrar a tu pareja como si fueras un martillo neumático solo para correrte en su cara y derrumbarte como un peso muerto mientras te felicitas por un trabajo que de ningún modo está bien hecho.